Una parábola tradicional judía reproducida en la biblia cristiana apunta que no se debe poner vino nuevo en odres viejos. “El vino nuevo hace que los odres viejos revienten y se pierde el vino y los odres”.
La parábola viene a cuento del discurso reciente del presidente cubano Miguel Diaz Canel en el recién concluido congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). El presidente hizo reflexiones positivas sobre la relación entre el gobierno y la prensa, llamó a tener una visión menos vertical entre estos actores de la Cuba actual. En el congreso se discutieron ideas modernizadoras desde el conocimiento profesional de expertos como el decano de la facultad de comunicación Raúl Garcés. “Hay que cambiar los medios y cambiar las mediaciones”. Eso solo puede ser positivo y no sorprende dada la proyección dialogante de Diaz-Canel con la población, y sus llamados a que los ministros y funcionarios hablen con la prensa y expliquen las políticas.
Donde sí hubo sorpresa fue en la reproducción y endorso por el presidente de una cita de Manuel Henrique Lagarde en la que ese periodista hace una caricatura maniquea sobre los supuestos "nuevos revolucionarios" para acudir al viejo truco de estigmatizar a aquellos con los que se discrepa. No es buena señal que el nuevo vino de la reforma se vierta en tan rancios odres.
El nuevo presidente puso de su propia cosecha con una referencia enigmática al Hamlet de Shakespeare sobre "ser o no ser". Mal andaba Lagarde con su caricatura destinada a estigmatizar voces legítimas. Son cubanas y rechazan la política de bloqueo, que- no se equivoque nadie- todavía está por ser derrotada. Colaboran con su permanencia los que crean divisiones entre los cubanos a partir de otra consideración que no sea el eje fundamental de la oposición al bloqueo y la defensa de la soberanía nacional. Mal anda el proyecto de reformas si para “ser” hay que vivir en los cotos, divisiones y jaulas que al pensamiento patriótico tratan de imponer el señor Lagarde y el equipo de “La Pupila Insomne” que lo secunda.
Como en política se gana en hablar con claridad, aclaremos las premisas. Para ser buen cubano, no hay que ser ni comunista, ni revolucionario. No hay línea de legitimidad alguna desde el modelo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, para limitar la opinión sobre Cuba a partir de la condición de ser o no ser revolucionario, nuevo o viejo. Si los miembros del PCC, los CDR, la SEPMI o la Asociación de Amistad Cubano-Soviética quieren debatir lo que es ser buen revolucionario, viejo o nuevo, es una conversación a decidir por los compatriotas que escogieron esa militancia. Su opinión sobre Cuba es una más, otra que quien la exprese no la hace ni mejor ni peor, ni más patriótica ni menos. No condiciona ni define la cubanía de aquellos de nosotros que no abrazamos el paradigma leninista de partido de vanguardia, ni debiese definir requisito alguno para el gremio de periodistas.
En lo personal pienso que hay días que hay que ser revolucionario y otros en los que lo óptimo es ser evolucionario, y otros en los que ser conservador es racional. Es posible que Lagarde y otros compatriotas tengan razones que justifiquen su auto-titulación como revolucionarios vanguardias e iluminados, más comprometidas con el país, poseedores del mapa al futuro. Hasta ahora no las han presentado.
Es difícil entender que beneficio puede venir a Cuba de pensar las posturas de los cubanos revolucionarios ("viejos" y "nuevos") con respecto a los problemas del pais desde el sectarismo del grupito de la Pupila Insomne o las interrogantes al estilo Hamlet, en su locura, sobre vivir o no vivir. Para ser buen cubano o cubana, hay que ser patriota, hacer bien al pueblo del que vienes, ser decente, buen vecino, buen familiar, buen profesional, no hacer frente común con políticas que atenten contra la soberanía del país ni su desarrollo, rendir culto como decía Martí a "la dignidad plena del hombre", respetando la libertad de elegir de tus conciudadanos.
Es señal de dogmatismo tratar de convertir en principio lo que es posición a razonar. Hay un grupo relativamente reducido de valores y principios patrios que definen la lealtad (la actitud ante la soberanía del país tal y como la define el derecho internacional es uno de ellos). Lo demás, si te gusta o no la prensa oficial, si apoyas o no a Daniel Ortega en Nicaragua, si consideras apropiado o no tomar una beca fuera del país por decisión personal, si te gusta o no "el centralismo estatal", no tiene nada que ver con la cubanía. Son temas para debatir, desde la unidad que solo tiene sentido si parte de respetar la diversidad.
Buen cubano en el sentido martiano es pensar y hablar sin hipocresía. Uno no tiene obligación alguna de coincidir ni con Lagarde, ni con la Pupila Insomne (la de Iroel Sánchez, que no es la de Martínez Villena), ni por cierto con Diaz-Canel. Si de división se trata, primeros responsables son los que sin deponer diferencias a la lucha contra el bloqueo, insisten en priorizar sus ideologías sobre las metas patrióticas comunes, excluyendo y estigmatizando a quienes no compartimos sus ideas.
¿Significa la cita de Lagarde reproducida por Diaz-Canel que el presidente villareño es una fuerza anti-progreso en la política cubana actual? No, tal juicio sería injusto y prematuro. Más importante que lo que se percibe por muchos como un error de discurso es mirar cómo evoluciona la política de información recientemente enunciada. Perjuicio causan a la figura del nuevo presidente cuando pretenden reproducir anacrónicamente el tipo de relación de otras generaciones con Fidel Castro en momentos diferentes. Las reformas crean divisiones y un presidente comunicacionalmente gana más en trazar líneas estratégicas que en inmiscuirse en divisiones dentro de sus bases, rechazando apoyos.
Si algún bloguero con complejo de grandeza pretende que para contribuir al bien de Cuba hay que coincidir con su ideología, ¿Por qué no se llena de valor y lo dice claramente, cargando con la responsabilidad histórica? ¿Es racional colar en el discurso del presidente al gremio periodístico una cita tan divisiva? Ya que se ha evocado con frecuencia al Partido Revolucionario Cubano (PRC), recuérdese que esa unidad fue de múltiples ideologías en convivencia, labrada con mucha paciencia y moderación por su delegado, el apóstol.
Una nueva mentalidad demanda una nueva cultura política con más anuncio que denuncia, más persuasión, que descalificación. “Hay que cambiar los medios y cambiar las mediaciones”. Odres nuevos para el nuevo vino.
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