Ayer y hoy del mercado del libro.
LA ESQUINA DE PADURA José Antonio Michelena 25 julio, 2023
Librería Alejandro de Humboldt, en la Víbora.
Foto: Cortesía del autor
A menos de dos años de cerrar el primer cuarto del siglo xxi muchas cosas han cambiado en las dinámicas de la vida cultural universal, condicionadas por la tecnología, por el desarrollo de la informática y las comunicaciones; entre ellas, el mundo editorial es un ejemplo palmario.
Si ya los procesos editoriales se habían acelerado vertiginosamente con la composición digital, ahora plataformas como Amazon permiten a cualquiera publicar su propio libro. Que valga la pena leerlo ya es otra cosa. El libro estará ahí, en venta bajo demanda. Y si el autor o autora, es un/una influencer, capaz de convencer a sus miles o cientos de miles de seguidores que su libro es una maravilla, seguro se venderá: sus seguidores lo comprarán, aunque no lo lean, solo para tomarse una foto y exhibirla en sus redes sociales.
La gran mayoría de esos libros no van a las librerías, solo se imprimen cuando alguien los compra en las tiendas virtuales. Esa nueva realidad alteró radicalmente los procesos de edición-impresión-comercialización, al menos en esa forma de publicación. Claro, las otras, digamos clásicas, siguen existiendo y tienen mayor prestigio artístico y cultural, pero conviven con este mercado donde el libro es un objeto más de la nueva industria.La magnífica librería Fayad Jamís, en la calle Obispo, verdadero centro cultural.
Así como las salas de cine deben convivir con las plataformas de streaming, y han tenido que reinventarse, también las librerías lo han asumido o han perecido, han pasado a mejor (o peor) vida. De todas maneras, al menos hasta hoy, los autores quieren que sus libros se impriman y circulen por las librerías, aunque cada vez es más difícil; aun cuando hay miles de editoriales, no son tantas las que aportan el peso de su prestigio y tradición, las que visibilizan y hacen notar cada título publicado.
Libros y librerías en el archipiélago cubano
Ya lo sabemos: en el territorio cubano, las realidades son otras, las dinámicas son otras, y el mundo del libro, es decir, las editoriales, la poligrafía, las librerías, están sufriendo significativamente la crisis económica que vive el país. Sucedió en los noventa, pero hubo una recuperación; ahora está pasando de nuevo. Desde 2018 (antes del llamado ordenamiento) la producción poligráfica ha tenido una caída brutal. La frase “no hay papel” es una metáfora para expresar la insuficiencia financiera de las editoriales.
La crisis de las librerías comenzó antes. Su deterioro, como el de los cines, ha sido lento, pero sostenido. La enorme red de librerías que había en La Habana quedó en el pasado. Y acaso las existentes se mantienen en pie más por la voluntad de libreras y libreros que por la gestión empresarial.La espaciosa librería Alma Mater, en Infanta y San Lázaro.
La que fuera, en la primera mitad del siglo anterior, la calle de las librerías (Obispo), ahora es una sombra de sí misma, un bazar folclórico donde deambulan los turistas, irreconocible para quienes la conocieron, los escritores y lectores que la recorrían a diario, entre ellos el más célebre, José Lezama Lima: “Cemí salió de la siesta con deseos de salir de la casa y caminar por Obispo y O´Reilly, para repasar las librerías. Esas dos calles fueron siempre sus preferidas, en realidad son una sola en dos tiempos: una para ir a la bahía, y otra para volver a internarse en la ciudad…”. (Paradiso).
Rememorando sus años juveniles, Guillermo Cabrera Infante escribió: «Bajamos por Obispo, flanqueados por librerías […] y caminábamos entre libros» (La Habana para un infante difunto), denotando la presencia constante de unas y otros en ese tramo inquieto y populoso de La Habana Vieja.
Hace muchos años que O´Reilly dejó de ser aquella calle que describiera Lezama, y a la entrada de Obispo, La Moderna Poesía, otrora símbolo y referencia cultural, permanece cerrada en espera de mejores tiempos. Al frente, la Cervantes sigue abierta, pero sin llamar la atención. Unos pocos metros después, la antes llamada Internacional, se sumó al “paro”. Hay que caminar varias cuadras para entrar en la mejor librería de Obispo y de la ciudad: la Fayad Jamís, acaso la única que sostiene el estandarte de ser un centro cultural, un sitio de intercambio y socialización entre autores, editores, libreros, promotores y lectores.La Moderna Poesía cerrada, esperando mejores tiempos.
Sin abandonar La Habana Vieja, en la calle Amargura, la librería de Ediciones Boloña, destinada a la venta de los libros de ese sello de la Oficina del Historiador de la Ciudad, ha ido reduciendo su oferta y presencia. Realmente nunca aprovechó las bondades de su espacio de privilegio, cuando estaba colmada de libros atractivos y valiosos y en mejores condiciones.
Arrinconados en un lugar pequeño y casi invisible, distantes de la Plaza de Armas donde aportaron color y calor años atrás, los libreros del mercado de uso, parecen ser parte de las estatuas vivientes que pululan por el bazar folclórico. Ya no hay nada que buscar allí.
La mayor red de librerías en el país está bajo la tutela de los centros provinciales del libro y la literatura (CPLL), una estructura creada en 1990, justo en el preámbulo de las crisis. La idea era buena porque suponía dotar de herramientas culturales a una empresa que hasta entonces había tenido, básicamente, una función comercial. Más de treinta años después, al menos en La Habana, el CPLL apenas puede sostener unas pocas librerías. La lista de bajas es notable. Y algunas de las sobrevivientes, son cadáveres insepultos.Cada vez hay menos libros en la Rubén Martínez Villena.
Desde la década de los noventa, varias librerías de La Habana pasaron a ser administradas por la empresa Artex, del Ministerio de Cultura. Además de los libros, agregaron otros productos a la venta. Con el paso del tiempo, los libros fueron siendo desplazados por mochilas, carteras, discos y artículos de papelería. Actualmente, el libro no tiene ninguna jerarquía en ellas, es una mercancía más, como puede verse en la Rubén Martínez Villena, frente al Capitolio, mientras que un sitio de lujo como 23 y L casi no tiene libros.
Con regocijo leí la noticia de la reapertura, en febrero de 2022, de la espaciosa librería Alma Mater, de la Universidad de la Habana. Ubicada en la céntrica esquina de Infanta y San Lázaro, había estado cerrada más de un año. Cuando la visité hace unos días, mientras deambulaba en soledad por su amplio salón, iba pensando en la vida que han perdido estos lugares.
En el presente, sin que se vislumbre cuando el universo editorial cubano pueda recuperarse, las editoriales están empeñadas en publicar libros electrónicos, lo cual está bien, sucede en todo el mundo, solo que han comenzado tarde y tienen cosas por resolver, tales como convencer a los autores (no todos lo aceptan) y a los lectores (enfrentan limitaciones tecnológicas, no hay hábito y casi nadie tiene un reader).
Pero el libro electrónico –también llamado digital, o e-book– está pidiendo su espacio y el impreso lo ha ido perdiendo. ¿Desplazará totalmente el libro digital al impreso? No. Deben convivir juntos. De hecho, lo están haciendo. No son pocos los jóvenes (aunque también otros grupos etáreos) que leen en un tablet o en el teléfono. Hay grupos de WhatsApp donde se comparten libros e inquietudes. Luego, no todo es malo. No piensen que todo está perdido. (2023)
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