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La omisión claramente intencionada por parte de Obama de la obsesión
favorita de Washington no era más que la última señal de que los autodenominados
halcones del déficit —mejor descritos como cascarrabias del déficit— están
perdiendo su control del discurso político. Y eso está muy bien.
¿Por qué han perdido los cascarrabias del déficit su dominio? Yo sugeriría
estas cuatro razones, relacionadas entre sí.
En primer lugar, han gritado que viene el lobo demasiadas veces. Se han
pasado tres años advirtiéndonos de una crisis inminente: si no recortamos el
déficit ya mismo, nos convertiremos en Grecia, Grreeeecia, os digo. Y, por
ejemplo, han pasado casi dos años desde que Alan Simpson y Erskine Bowles
declararon que debíamos esperar una crisis fiscal en, vaya, menos de dos años.
Pero esa crisis sigue sin llegar. La todavía deprimida economía ha
mantenido los tipos de interés en unos niveles bajos casi históricos a pesar
del elevado endeudamiento del Estado federal, tal como los economistas
keynesianos predijeron desde el principio. Por eso la credibilidad de los
cascarrabias ha sufrido un comprensible, y bien merecido, golpe.
En segundo lugar, los déficits y el gasto público, ambos como porcentaje
del PIB, han empezado a reducirse, y una vez más, tal como predijeron desde el
principio los que nunca se tragaron la histeria sobre el déficit.
Lo cierto es que los déficits presupuestarios de los últimos cuatro años
han sido principalmente una consecuencia temporal de la crisis financiera, que
hizo que la economía cayera en picado y que, por consiguiente, provocó un bajón
de la recaudación fiscal y un aumento de las subvenciones por desempleo y de
otros gastos del Gobierno. Debería haber sido evidente que el déficit
descendería a medida que se fuera recuperando la economía. Pero resultaba
difícil hacer que esto se entendiera mientras la reducción del déficit no
apareciera en los datos.
Ahora lo ha hecho, y pronósticos razonables como los de Jan Hatzious, de
Goldman Sachs, dan a entender que el déficit federal estará por debajo del 3%
del PIB, una cifra no muy alarmante, de aquí a 2015.
Y, en efecto, ha sido una buena cosa dejar que el déficit aumentara
mientras la economía se enfriaba. A medida que descendía el ahorro familiar a
raíz del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y las familias sin un duro reducían
costes, la voluntad del Gobierno de mantener el gasto fue una de las
principales razones por las que no hemos vivido una repetición completa de la
Gran Depresión. Y eso me lleva a la tercera razón por la que los cascarrabias
del déficit han perdido su influencia: la doctrina contraria, la afirmación de
que tenemos que imponer la austeridad fiscal aunque la economía esté deprimida,
ha fracasado estrepitosamente en la práctica.
Pensemos, en concreto, en el caso de Reino Unido. En 2010, cuando el nuevo
Gobierno del primer ministro David Cameron recurrió a las políticas de
austeridad, recibió alabanzas exageradas de mucha gente de este lado del
Atlántico. Por ejemplo, el fallecido David Broder instó al presidente Obama a
“hacer lo mismo que Cameron” y, en concreto, felicitó a Cameron por “no hacer
caso de las advertencias de los economistas de que la súbita y amarga medicina
podría interrumpir la recuperación económica de Reino Unido y sumir nuevamente
al país en la recesión”.
Está claro que el
movimiento a favor de reducir el déficit no solo tenía una mala base económica;
también tenía mala fe política”
Y, como era de esperar, la súbita y amarga medicina paró en seco la
recuperación económica de Reino Unido y sumió nuevamente al país en la
recesión.
Por tanto, a estas alturas, está claro que el movimiento a favor de la
reducción del déficit estaba basado en un mal análisis económico. Pero eso no
es todo: está claro que también había mucha mala fe, puesto que los
cascarrabias intentaron explotar una crisis económica (no fiscal) en nombre de
un programa político que nada tenía que ver con los déficits. Y la mayor
transparencia de ese programa es la cuarta razón por la que los cascarrabias
del déficit han perdido su influencia.
¿Qué ha sido lo que definitivamente ha puesto el punto final a esto? ¿Fue
la forma en que la campaña electoral dejó en evidencia al congresista Paul Ryan
—a quien tres importantes organizaciones a favor de la reducción del déficit
entregaron un premio “a la responsabilidad fiscal”— como el timador que siempre
ha sido? ¿Fue la decisión de David Walker, supuesto cruzado de los presupuestos
sensatos, de apoyar a Mitt Romney y sus rebajas fiscales para los ricos que
hunden los presupuestos? ¿O ha sido el descaro de grupos como Fix the
Debt[Arregla la Deuda], compuestos básicamente por consejeros
delegados de empresas que declaran que a nosotros se nos debería obligar a
retrasar nuestra jubilación mientras que a ellos les toca pagar menos
impuestos?
La respuesta probablemente es “todo lo anterior”. En cualquier caso, ha
finalizado una era. Los cascarrabias del déficit destacados ya no pueden contar
con que se les trate como si su sabiduría, rectitud y espíritu público
estuvieran más allá de toda duda. ¿Pero en qué cambiará eso las cosas?
Lamento decirlo, pero el que los republicanos controlen la Cámara de
Representantes quiere decir que no vamos a hacer lo que deberíamos estar
haciendo: gastar más, no menos, hasta que la recuperación sea total. Pero el
que la histeria sobre el déficit se vaya moderando quiere decir que el
presidente puede centrarse en los verdaderos problemas. Y eso es un paso en la
buena dirección.
Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, es profesor de Economía en la
Universidad de Princeton.
© New York Times Service, 2013.
Traducción de News Clips.
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