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Cubadebate
La poesía, el imaginario o el eufemismo. Uno o todos dicen que La
Habana no duerme. Y no es un aserto fidedigno. Sí duerme, aunque con un
ojo abierto, decimos nosotros. Esto porque el folclor, el que duele y no
el que nos describe, le regala bullicios a las noches y madrugadas en
indistintos recodos de su geografía.
Uno de los “regalos”, maldecido hasta el fastidio, lo ofrendaban
camiones atestados de productos agropecuarios llegados desde cualquier
confín. Irrumpían en la ciudad por todas sus arterias casi de modo
clandestino y la andaban en cualquier minuto del sueño de millares de
personas, a todo motor, con el claxon pisado, pregonando a viva voz.
Bajo el manto del comercio de alimentos, de aquella circulación
secreta y escandalosa a la vez, la indisciplina, los accidentes y muchos
delitos se multiplicaron de modo que inspeccionar y multar no pusieron
coto a la situación. Así fue hasta que…
María Caridad Socarrás vende frutas y viandas en Marianao desde 1998.
La sensación de independencia, por no depender de nadie, le mantiene,
sombrero de guano en la cabeza, desafiando el “sol cubano” cada día.
A punto estuvo de desistir porque era una complicación encontrar
todos los productos con un mismo proveedor, o le cansaba lidiar por los
precios, o la calidad de la mercancía no satisfacía sus exigencias.
No dejó de vender porque, enterada por su hija Yenima Montero,
encontró un espacio para escoger mejor y adquirir frutas, viandas y
hortalizas para su comercio. Esto, unos seis meses atrás en…
EL MERCADO DE 114
En un placer —antes, semillero de marabú y solar yermo—, justo al
frente de Luz Producciones, en la calle 114 de Marianao, distante de
concentraciones poblacionales, cobró vida un espacio que contribuyó a la
tranquilidad en las noches capitalinas y resultó un mar de
posibilidades para vendedores como María Caridad.
Comenzó al libre albedrío de mayoristas furtivos. Mas la dirección de
la capital le fijó horario (de cinco de la tarde a ocho de la mañana) y
lo ordenó con el concurso de la Policía Nacional, garante de la
disciplina y el orden para evitar la obstrucción vial.
Lo llaman Mercado de 114 y concurren UBPC, CPA, CCS y cuanta unidad
de producción agrícola existe que proponen desde yuca y malanga, hasta
marañón, uva y pera.
“Vienen camiones de toda Cuba, unos 80 cada vez, la mayoría de
Artemisa y Mayabeque. Se venden entre 38 y 44 productos agrícolas al
mayoreo.
“Los principales compradores son los que tienen puntos de ventas,
aunque vienen dueños de ‘paladares’, o familias y grupos de vecinos.
Aquí siempre es más barato —menos caro debió decir— que en
mercados o quioscos de oferta y demanda”, explica Argelio Méndez
González, funcionario del Gobierno de Marianao, a cargo del Mercado.
SON LAS REGLAS
Al lugar, carente de cerca perimetral, los camiones (pago mediante de
entre 10 y 20 pesos por parquear) deben acceder por una sola entrada,
previa presentación de la licencia de conducir del chofer y sin mostrar
documento alguno que certifique el origen lícito de la carga.
Tampoco se requisa el automotor para evitar introducción de productos
no agrícolas, ni media declaración autenticada de la mercancía traída
en cada ocasión.
Ello, aunque, según el funcionario, “no se permite mercancía
industrial porque faltan condiciones para comercializarla, y está
prohibida la venta de artículos confeccionados artesanalmente o
alimentos preelaborados o procesados en el propio Mercado”.
También se prohíbe el acceso de vehículos para recoger mercancías,
“en busca de agilizar y controlar las ventas”. Para ese trabajo tienen
un grupo de cuentapropista que, además de mover el comercio, limpia y
organiza el parqueo de los camiones.
SI VAS A VENDER VEN PA’ LA HABANA
“Allá hay mucho mango, aquí a cada caja le sacamos un promedio de 20
pesos, la vendemos a 70 y 80. Antes íbamos a las ferias agropecuarias, y
ahora venimos para acá”, revela Rodolfo Reyes, vendedor que cada semana
va de Matanzas a la capital.
(En contraste, Haydee Peña Pérez, octogenaria vecina del reparto
Matanzas Oeste, se preocupa por la pérdida de variedad agrícola en las
ferias matanceras, y condena la falta de frutas como el mango).
“Soy agricultor en San Antonio de las Vegas y el excedente de mi
finca, cuando cumplo con Acopio, lo vendo aquí. Esta ha sido una
oportunidad deseada por muchos desde hacía tiempo”, asevera Osmel
Cabrera Pérez.
“Venimos de Santiago, hacemos un viaje a la semana. Ofertamos la caja
de mango a 120 pesos, allá está bien cara también, a 80”, refiere un
santiaguero que no tuvo a bien identificarse.
“Es mi primera vez, pero pienso seguir trayendo mercancía. Aquí nos
ha ido muy bien, sobre todo porque pa’ mi tierra no se vende mucho
mango. Salimos antes de la medianoche y llegamos cerca de las cuatro de
la mañana, para vender en un buen lugar”, afirma Yunieski Calderón, de
Sancti Spíritus.
Lo que ocurre con el mango ahora, sucede con cada producción de
estación. “Como norma siempre hay demanda de todo, solo que al llegar el
tiempo de uno en particular aumenta la cantidad porque aquí se venden
mejor —mucho más caro debió decir— que en las provincias”, subraya Méndez González.
¿OFERTA Y DEMANDA?
María Caridad alquila un carretillero para descargar, en la camioneta
que rentó, las cajas de aguacates recién compradas. Aunque compró al
precio y con la calidad que le convino, necesitó más de tres horas para
ajustar los detalles de su selección.
“Los precios están altos, los camioneros se ponen de acuerdo para no
bajarlos, y entonces hay que venderlo en la Ciudad a un costo que a
veces —siempre debió decir— la población critica”, dice.
“Es muy caro todo Saca cuenta: el precio del vehículo, más los
carretilleros que cargan la mercancía, más el impuesto de la ONAT y el
precio de los productos. Y queremos ganancia, que no es mucha, si no
venimos más de una vez a la semana”, confiesa.
“Es positivo comprar aquí, pero el precio sigue siendo un problema
porque los vendedores contactan a los productores y cuando llegan son la
segunda o tercera mano”, aclara su hija Yenima Montero.
Para Carlos Rafael Sablón, igualmente representante del Gobierno, el
meollo del asunto es que allí también la demanda supera la oferta y los
concurrentes, sean o no intermediarios, quieren la mejor tajada posible y
rentabilizar sus inversiones.
De manera que si bien los camiones no deambulan a oscuras y a todo
motor por la ciudad en busca del mejor cliente (o a quien timar) y María
Caridad puede encontrar allí todo lo que necesita para abastecerse,
esto no es directamente proporcional a la rebaja de los altísimos
precios de los productos agroalimentarios.
El precio, lo sabemos, solo disminuye con la abundancia, estabilidad y
diversidad de las producciones. Pero, en un espacio donde se expende de
manera mayorista, donde rige (o debe regir) la ley de oferta y demanda,
puede esperarse la pluralidad de precios. ¿O no?
“Aquí eso no ocurre. Algunos vendedores a veces abaratan las
mercancías para regresar pronto a sus provincias, y puede que mientras
avanza la noche, negocien otros precios con los compradores. Pero esa no
es la norma”, asegura Yenima.
NECESARIO Y PERFECTIBLE
A no dudarlo, el Mercado de 114 es una respuesta, pronta, a un
reclamo de los capitalinos afectados por el ronronear de los camiones en
sus noches, y una exigencia natural de la compraventa de viandas,
frutas y hortalizas en La Habana, habitada por más de dos millones de
personas, destino turístico importante del país y con escaso suelo
dedicado a la producción de alimentos.
Entonces, en espera de la anunciada apertura de El Trigal -un lugar
con mejores condiciones, ahora sometido a reparación y acondicionamiento
para multiplicar sus capacidades y competencias-, a no dudarlo, el
Mercado ubicado en Marianao es imprescindible.
El Mercado y el mecanismo nacido para regularlo también. Tanto, que
debe perfeccionarse, sin coartar, ni un milímetro, el comercio
mayorista.
Sí, porque pese a la regulación gubernamental y al actuar de los
agentes del orden, apreciamos venta de puré de tomate y de alimentos
precocidos o elaborados en condiciones higiénicas y de seguridad no
idóneas, ingestión de bebidas alcohólicas, la concurrencia de vendedores
de utensilios del hogar y prendas de vestir y, lo peor de todo, niños
vendiendo sacos de fibra a la vista de todos.
No es un cuadro, digamos horrendo, pero sí necesitado de algunas
pinceladas para contribuir a que esa expendeduría ocurra dentro las
márgenes lícitas del país.
Y para lograrlo, sería muy bueno responder algunas preguntas. ¿Acaso
no sería prudente cercar el área del Mercado? ¿Basta la licencia de
conducción para legitimar la procedencia de los productos? ¿En nombre de
la necesidad de comerciar alimentos deben abrirse hendijas para los
delitos?
Estas y otras más hay que responderlas ya. Para disciplinar una
práctica que puede enraizarse en nuestra sociedad. Para proteger al
consumidor, que lo necesita cada vez más y, aunque la reconozca honesta,
no le va a sonreír a María Caridad por los precios de sus productos.
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