Imprimir artículo
Por: Paul Krugman Premio Nobel de Economía
Por: Paul Krugman Premio Nobel de Economía
Había una vez un funcionario del Gobierno que tenía un plan. Estaba convencido de que para solucionar los problemas de la economía había que enviar equipos de saboteadores que obstaculizasen sistemáticamente la producción de todo el país.
¿Por qué lo creía así? Eso es lo de menos; por alguna razón, es lo que decía toda la Gente Importante.
Así que el plan se puso en marcha, cada vez con más empeño. Al final, los saboteadores estaban causando un daño considerable: los cálculos más optimistas eran que estaban destruyendo alrededor del 3% de la producción nacional. Pero al cabo de tres años empezaron a ocurrir dos cosas. En primer lugar, el Honorabilísimo Saboteador dejó de redoblar sus esfuerzos e incluso empezó a aflojar un poco. En segundo lugar, el sector privado empezó a sortear un poco mejor a los equipos de saboteadores, de forma que logró mitigar en algo el perjuicio que estaban ocasionando.
En consecuencia, la economía empezó a crecer de nuevo; de hecho, cuando las fábricas saboteadas consiguieron entrar de nuevo en la cadena, creció algo más deprisa que de costumbre. Y el Honorabilísimo Saboteador se dio un baño de éxito. “Mirad”, decía, “mi política ha triunfado y está claro que mis detractores se equivocaban”.
Qué historia tan tonta, ¿no? Sin embargo, tal como explicaba recientemente el columnista del Financial Times Martin Wolf, es punto por punto la historia de George Osborne, el ministro británico de Hacienda. Entonces, ¿de qué va todo esto?
Hace poco, el catedrático de economía de Oxford Simon Wren-Lewis, colgó en Internet algunos comentarios acerca del “engaño de la austeridad”. Lo que provocó su irritación fue un artículo de Jeremy Warner, un experto en negocios y economía británico, en The Telegraph. En él calificaba todo el debate sobre la austeridad de polémica entre defensores del “gran Estado” y del “pequeño Estado”.
Wren-Lewis plantea que este punto de vista es solo el de un bando. Los que se oponen a la política de austeridad en países con una economía deprimida adoptaron su postura porque creían que esa política agravaría la depresión; y tenían razón.
Los defensores de la austeridad, sin embargo, no decían la verdad sobre sus motivaciones. Son palabras fuertes, pero si se observan sus reacciones recientes, queda claro que todas sus afirmaciones acerca de la austeridad expansionista –los abismos del 90% y demás– solo eran excusas útiles a sus planes: desmantelar el Estado del bienestar. Lo cual, a su vez, contribuye a explicar por qué el derrumbe intelectual de sus supuestos argumentos no ha afectado a su postura política.
Un punto importante al que llega Wren-Lewis y que yo he mencionado en otras ocasiones es que los que están del lado de la austeridad en este debate no solo son cínicos, sino que además parece que no conciben la idea de que otros puedan argumentar de buena fe. Cuando debatíamos acerca del estímulo, muchos miembros de la derecha – incluidos economistas como Robert Lucas – sencillamente daban por hecho que personas como Christy Romer, la antigua jefa del Consejo de Asesores Económicos del Gobierno de Obama, se inventaban cosas útiles para su fines políticos. Ahora creo que podemos saber por qué lo pensaban: después de todo, es su manera de actuar.
Por lo tanto, el debate ha sido asimétrico, y esa es la razón de que mi bando haya resultado indiscutiblemente vencedor en el terreno de los hechos, mientras que sigue siendo derrotado en la esfera política.
© 2013 The New York Times
Traducción de News Clips.
¿Por qué lo creía así? Eso es lo de menos; por alguna razón, es lo que decía toda la Gente Importante.
Así que el plan se puso en marcha, cada vez con más empeño. Al final, los saboteadores estaban causando un daño considerable: los cálculos más optimistas eran que estaban destruyendo alrededor del 3% de la producción nacional. Pero al cabo de tres años empezaron a ocurrir dos cosas. En primer lugar, el Honorabilísimo Saboteador dejó de redoblar sus esfuerzos e incluso empezó a aflojar un poco. En segundo lugar, el sector privado empezó a sortear un poco mejor a los equipos de saboteadores, de forma que logró mitigar en algo el perjuicio que estaban ocasionando.
En consecuencia, la economía empezó a crecer de nuevo; de hecho, cuando las fábricas saboteadas consiguieron entrar de nuevo en la cadena, creció algo más deprisa que de costumbre. Y el Honorabilísimo Saboteador se dio un baño de éxito. “Mirad”, decía, “mi política ha triunfado y está claro que mis detractores se equivocaban”.
Qué historia tan tonta, ¿no? Sin embargo, tal como explicaba recientemente el columnista del Financial Times Martin Wolf, es punto por punto la historia de George Osborne, el ministro británico de Hacienda. Entonces, ¿de qué va todo esto?
Hace poco, el catedrático de economía de Oxford Simon Wren-Lewis, colgó en Internet algunos comentarios acerca del “engaño de la austeridad”. Lo que provocó su irritación fue un artículo de Jeremy Warner, un experto en negocios y economía británico, en The Telegraph. En él calificaba todo el debate sobre la austeridad de polémica entre defensores del “gran Estado” y del “pequeño Estado”.
Wren-Lewis plantea que este punto de vista es solo el de un bando. Los que se oponen a la política de austeridad en países con una economía deprimida adoptaron su postura porque creían que esa política agravaría la depresión; y tenían razón.
Los defensores de la austeridad, sin embargo, no decían la verdad sobre sus motivaciones. Son palabras fuertes, pero si se observan sus reacciones recientes, queda claro que todas sus afirmaciones acerca de la austeridad expansionista –los abismos del 90% y demás– solo eran excusas útiles a sus planes: desmantelar el Estado del bienestar. Lo cual, a su vez, contribuye a explicar por qué el derrumbe intelectual de sus supuestos argumentos no ha afectado a su postura política.
Un punto importante al que llega Wren-Lewis y que yo he mencionado en otras ocasiones es que los que están del lado de la austeridad en este debate no solo son cínicos, sino que además parece que no conciben la idea de que otros puedan argumentar de buena fe. Cuando debatíamos acerca del estímulo, muchos miembros de la derecha – incluidos economistas como Robert Lucas – sencillamente daban por hecho que personas como Christy Romer, la antigua jefa del Consejo de Asesores Económicos del Gobierno de Obama, se inventaban cosas útiles para su fines políticos. Ahora creo que podemos saber por qué lo pensaban: después de todo, es su manera de actuar.
Por lo tanto, el debate ha sido asimétrico, y esa es la razón de que mi bando haya resultado indiscutiblemente vencedor en el terreno de los hechos, mientras que sigue siendo derrotado en la esfera política.
© 2013 The New York Times
Traducción de News Clips.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar