"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 26 de noviembre de 2013

El misterioso Míster Lee


El famoso economista Burton Malkiel dijo una vez que “un mono con los ojos vendados, lanzando dardos sobre las páginas financieras de un diario, es capaz de seleccionar una cartera de acciones que evolucionará igual que una seleccionada por expertos”. Uno de los ganadores del Nobel de economía de 2013, Robert J. Shiller, capaz de prever en 2005 que el mercado inmobiliario vivía entonces una burbuja que estallaría pronto, como finalmente sucedió en 2008, afirma que el mercado financiero refleja patrones repetitivos e irracionales del comportamiento humano. O sea: que las fortunas que ciertas personas se gastan en análisis y gráficos podría sustituirse por suscripciones a boletines más baratos de psicología colectiva.

Como todos sabemos, China es la mayor acreedora de deuda estadounidense. Si un día decidiese vender sus títulos, el dólar —y la economía deEstados Unidos— se irían al traste.

Todos dicen: pero la mayor perjudicada sería la propia China. ¿Es verdad eso?

Imaginemos un día de noviembre de 1978, cuando el nuevo líder del Partido Comunista Chino, Deng Xiaoping, consolidado en el poder, envía a miles de estudiantes a Singapur y Tailandia para aprender cómo funciona el sistema capitalista. Es el comienzo de la Gran Marcha hacia la potencia mundial que conocemos hoy. Muchos de los insatisfechos dicen: estamos traicionando los ideales comunistas.

Deng no contesta, porque tiene un plan secreto.

¿Y cuál es ese plan? Conquistar el mundo.

No sirve de nada explicar a los disidentes que el capitalismo solo puede ser destruido desde dentro: los radicales del Partido no lo va a entender. Pero Deng sabe lo que hace: escoge a un joven, al que llamaremos Lee, y le explica:

“Haremos un gran esfuerzo, como el que hizo antes de nosotros el Gran Timonel. Será duro; al comienzo exigirá un gran sacrificio de nuestra población, pero poco a poco invertiremos en obligaciones estadounidenses. Y cuando alcancemos cierta cantidad lo venderemos todo el mismo día. Para entonces ya tendremos activos sólidos en todos los rincones del mundo: de Sudamérica a África, de Europa a Estados Unidos. Nuestro superávit se desvalorizará, pero el de otros países simplemente desaparecerá de la faz de la tierra. Y tendremos minas de carbón, siderúrgicas, una gran cantidad de tierras cultivables, empresas de alta tecnología, construcción, telecomunicaciones, etcétera”.

Sólo míster Lee sabe la cifra exacta.

El camarada Deng da a Lee un maletín parecido al que los presidentes de Estados Unidos siempre llevan consigo, con códigos para activar los misiles nucleares. Dentro del maletín hay una caja negra, con un único botón rojo: “vender”.

Pasa el tiempo. Deng Xiaoping muere, los estudiantes enviados al extranjero empiezan a aprender todo lo necesario para que el país salga adelante, China mantiene los precios artificialmente bajos y empieza a exportar de forma espantosa a Estados Unidos. A cambio, compran deuda del Tesoro estadounidense.

Los años transcurren y el déficit del país estadounidense con China no deja de crecer. Pasadas unas décadas la situación está fuera de control: 271.100 millones de dólares en 2010, 295.500 millones de dólares en 2011.

En 2013 el presidente Obama intenta estimular la balanza de pagos, pero es ya prácticamente imposible. Y el mundo entero sigue sosteniendo a Estados Unidos con la compra de deuda del Tesoro.

Es decir: la economía del planeta está ahora gobernada por la estabilidad —o no— de esas obligaciones en dólares. Y eso parece una garantía. Hasta que el Congreso estadounidense paraliza la Administración por casi tres semanas. Y el presidente del Banco Central chino, Zhou Xiaochuan, propone: ¿por qué no establecer una nueva moneda de intercambio, más estable y menos dependiente de los altibajos de los políticos estadounidenses? Ningún país lo acepta. Pero se ha dado la alerta roja.

Míster Lee, que conoció a Deng Xiaoping cuando era un destacado estudiante de 16 años, acaba de cumplir 51 primaveras la semana pasada. Trabaja en un pequeño despacho en la provincia de Guangdong. El maletín ya fue jubilado y reemplazado por un poco sospechoso teléfono móvil con una única tecla: VENDER. Tres o cuatro técnicos informáticos saben parte de la historia, pero nadie sabe exactamente qué significa ese botón —solo tienen la orden de conectarlo con el Banco Central de China. Y nada más.

Míster Lee consulta su hoja de cálculo: su país tiene, ahora mismo, 1,2 billones de dólares en deuda estadounidense, el que más títulos tiene. Saca su móvil especial, lo coloca sobre la mesa, y consulta las notas tomadas a mano por su añorado mentor.

“No. Aún no hemos llegado”, piensa. Y se vuelve a guardar el móvil en el bolsillo.

Hasta que, un día, un simple dólar sobrepasa esa cifra estipulada. En ese momento, míster Lee pulsa el botón y se va a tomar un té en casa de su amigo, míster Zhang, mientras todos los países van a la quiebra y el mundo se arrodilla ante la nueva y única superpotencia mundial.

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