Griffey (izquierda) y Larkin, dos ases de un tiro. Foto: Raúl Pupo.
La muchedumbre de la Peña del Parque Central habanero no se lo podía creer, y algunos incluso llegaron a enjugarse los ojos, como en las películas: inesperadamente, delante de ellos se aparecieron Ken Griffey Jr. y Barry Larkin, dos monstruos sagrados de la historia reciente de las Grandes Ligasestadounidenses.
“Oh my God, I can’t believe it” (Dios mío, no puedo creerlo), decía repetidamente uno de los habituales de la Peña en aceptable inglés. “Nosotros no te vimos jugar en tus tiempos, Ken, pero te reconocemos y siempre hemos sabido de tu grandeza”, terminó, casi con los ojos llorosos.
Todos desesperaban por darle la mano al pelotero que mereció calificativos como El Natural, entre sorprendidos, felices y admirados. El espontáneo líder del grupo, que se multiplicó enseguida como los hormigueros, dedicó entonces unas palabras a Larkin, y casi apenado, le confesó: “Pero Griffey era mi ídolo”. Sonriente, Larkin le contestó: “And mine too” (Y el mío también).
Al poco rato, la comitiva visitante prosiguió su camino Prado abajo, mientras la fanaticada buscaba papeles (“cualquier cosa”, decían) para pedirle autógrafos a las estrellas.
Ken Griffey Jr. se retiró en 2010 luego de pegar 630 jonrones, sexto en la lista de todos los tiempos en Ligas Mayores. Fue un auténtico fenómeno que combinó la capacidad para batear consistentemente con la velocidad de piernas, la potencia del brazo y la habilidad para fildear en la pradera ancha.
Mientras, Larkin jugó 18 temporadas sucesivas para los Rojos de Cincinnati, con un rendimiento clave en el triunfo final de 1990. Nueve veces ganó el Bate de Plata, en tres ocasiones el Guante de Oro, y fue exaltado en 2012 al exigente Hall de la Fama de Cooperstown.
A Griffey lo acosaron. Foto: Raúl Pupo.
Nadie quería perder detalle. Foto: Raúl Pupo.
Firmando autógrafos. Foto: Raúl Pupo.
Dos reyes en las calles de La Habana. Foto: Raúl Pupo.
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