El 30 de abril el Departamento de Estado estadunidense dio a conocer su informe anual sobre países patrocinadores de terrorismo correspondiente a 2013. Como ocurre desde 1982 Cuba integró la lista negra. ¿La razón? Dar refugio a miembros de ETA y las FARC. El documento incluyó a Venezuela, porque el gobierno de Nicolás Maduro no tomó acciones contra funcionarios señalados por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos por respaldar directamente actividades de tráfico de armas y narcóticos por parte de las FARC.
La doble moral de la diplomacia de guerra de Barack Obama no admite la prueba del ácido. La razón es sencilla: en momentos en que se daba a conocer el informe en Washington, el Pentágono tenía más de 13 mil elementos de las Fuerzas de Operaciones Especiales (FOE) desplegados y realizando misiones subversivas y terroristas en más de 75 países. Las FOE están integradas por unidades de élite del ejército, la infantería de marina y la fuerza aérea estadunidenses, expertos en operaciones de guerra sicológica, actividades clandestinas, desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y asesinatos selectivos. Adscritas al plan denominado Visión 2020, las fuerzas FOE responden al Comando de Operaciones Especiales Conjuntas de la Secretaría de Defensa, cuyo cuartel general está en MacDill, Florida.
El plan Visión 2020 no es únicamente militar, tiene un enfoque multiagencias. Es decir, las fuerzas especiales cumplen misiones en estrecha cooperación con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la Oficina Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA). Y se apoyan en el Sistema del Terreno Humano −como le llama el Pentágono−, especialistas civiles en áreas de ciencias sociales y políticas, antropología, estudios regionales y lingüística, además de funcionarios, agencias gubernamentales, empresas multinacionales, think tanks, centros académicos, fundaciones, organizaciones no gubernamentales e intelectuales orgánicos, que deben preparar las condiciones objetivas y subjetivas y las coartadas propagandísticas para la guerra irregular o asimétrica, y dotar de sus conocimientos a los efectivos militares antes de los despliegues en diversas regiones del orbe.
La Circular de Entrenamiento TC-18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales, publicada en noviembre de 2010 bajo el título La guerra no convencional (GNC), confirma la importancia que el comando supremo del Pentágono confiere a dichas unidades de élite. Según el documento, las FOE están capacitadas para explotar las vulnerabilidades sicológicas, económicas y políticas de un país adversario, desarrollar y sostener las fuerzas de resistencia (o insurgencia) y cumplir objetivos estratégicos estadunidenses. Son las únicas fuerzas específicamente designadas para ese tipo de guerra por sus capacidades para infiltrarse en terreno enemigo, posibilitar el desarrollo y entrenamiento de grupos subversivos al servicio de Washington y coordinar sus acciones al interior de países hostiles, así como para coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno.
Los equipos FOE penetran en el área de operaciones, promueven una disidencia subversiva interna, entrenan a sus líderes, les proporcionan la logística necesaria y manejan el guión propagandístico desestabilizador con eje en denuncias de corrupción contra el régimen de turno, que es acusado de dictatorial. Desencadenado un conflicto, el objetivo es generar un clima de malestar permanente mediante manifestaciones y protestas violentas (que son cubiertas por los conglomerados mediáticos como acciones pacíficas) y se promueven intrigas y rumores falsos, agitando como banderas la defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa.
La guerra asimétrica resultó exitosa en Serbia, Ucrania y Georgia, donde, con recursos encubiertos del Pentágono y la CIA canalizados por conducto de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID), la Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano Internacional, y el apoyo de la Open Society de Georges Soros y la Institución Albert Einstein de Gene Sharp, se produjeron las llamadas revoluciones de colores o golpes suaves de comienzos del siglo XXI.
Pese a los sucesivos afanes desestabilizadores, el modelo no ha podido fructificar en Siria, Cuba y Venezuela. En abril se dio a conocer que la USAID diseñó y operó desde 2009 una red de comunicación horizontal vía Internet, ilegal y secreta, denominada ZunZuneo, para impulsar un Twitter cubano y manipular a sectores de la población con mensajes políticos, cuyos objetivos eran generar una disidencia interna y provocar acciones subversivas que llevaran a un cambio de régimen en la isla. Inscrita en los parámetros de la guerra no convencional (en su variable de guerra cibernética), para evadir las restricciones soberanas cubanas, la operación clandestina incluyó la creación de empresas de fachada en España y contó con financiamiento desde bancos en Islas Caimán. Pero la intentona por desencadenar una primavera cubana, fracasó.
Venezuela es otra víctima de una guerra no declarada según los cánones del manual TC-18-01. El objetivo es derrocar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro vía golpe de Estado o una guerra civil que abra las puertas a una intervención humanitaria de la OTAN y/o a la injerencia militar directa del Pentágono. La más reciente escalada sediciosa financiada por la CIA, la USAID y NED cobró alta visibilidad mediática en febrero, cuando partidos y movimientos extremistas de corte neonazi, como Voluntad Popular, de Leopoldo López; la ONG Súmate, de la desaforada legisladora María Corina Machado, y Gustavo Tovar, de la ONG Humano y Libre, llamaron a salir a la calle sin retorno, hasta lograr la renuncia o caída del mandatario. La rebelión de los ricos, como la llamó el diario inglés The Guardian, fracasó, pero dejó un saldo de 41 muertos.
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