"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 3 de junio de 2014

Carlos Rafael en sus 101

Flaco: Te envío las palabras que dije en el XI coloquio sobre Carlos Rafael, en Cienfuegos, el 23 de mayo pasado, día de su 101 aniversario. Un abrazo,
Raúl


Hoy 23 de mayo Carlos Rafael Rodríguez habría cumplido 101 años. En esa fecha de 1913 nació en Cienfuegos, la bella “Perla del Sur” que todavía muestra la impronta de sus fundadores franceses venidos de la Nueva Orleans. Cursó sus estudios primarios en el Colegio Monserrat “de los jesuitas”, quienes, según él me dijera, fueron responsables de su rigor intelectual; y los secundarios en el colegio Academia Champagnat de los Hermanos Maristas de esa ciudad.


Desde muy joven Carlos Rafael inició sus lecturas de José Martí, amén de otros clásicos de la lengua, y, por supuesto, de escritores de la antigua Grecia y la Roma eterna. Inicio su vida política en 1929, cuando cobraron auge las luchas estudiantiles contra la prórroga de poderes de Gerardo Machado, que cuajaron en aquella tremenda tángana del 30 de septiembre de 1930, en que corrieron juntas sangre estudiantil y sangre obrera. Allí cayó Rafael Trejo y fueron heridos Pablo de la Torriente Brau e Isidro Figueroa. Por esos días, Carlos ingresó en el Directorio Estudiantil, creado en Cienfuegos tras la muerte de Trejo. Fue dirigente del DEU durante toda la lucha antimachadista, sufriendo prisión en 1931.


Depuestos Machado y el gobierno provisional de Carlos M. de Céspedes, que le sustituyó tras la “mediación” de Sumner Welles, por el movimiento estudiantil y los sargentos y soldados sublevados el 4 de septiembre de 1933, Carlos Rafael fue designado parte de un triunvirato que ocupó la Alcaldía de Cienfuegos. Carlos, como mi padre antes, se desligó del DEU por hallar que sus fronteras ideológicas no traspasaban las de la República semicolonial, supeditada al imperialismo yanqui, y se enroló en el Ala Izquierda Estudiantil, orientada por el Partido Comunista de Cuba, al cual adhirió en 1936.


Había fundado, durante aquellos años de lucha, con otros compañeros de estudios e inquietudes, entre los cuales figuraban Juan David, Raúl Aparicio y Edith García Buchaca, el Grupo Ariel, de decidida postura martiana y antimperialista. A éste se debió una importante actividad patriótica e intelectual, que trascendió las fronteras de Cienfuegos, para ser reconocida en todo el país.


Si, como ya dije, debió su rigor intelectual al colegio jesuita, fueron también las vastas lecturas de los clásicos del pensamiento marxista y la literatura universal, su permanente curiosidad intelectual, las que le permitieron conocer a fondo la literatura rusa, soviética y estadounidense e incursionar más tarde en los contemporáneos japoneses, austriacos, nórdicos y latinoamericanos. Ello dio fundamento a su condición de intelectual orgánico en el sentido gramsciano.

Cursaba yo, en 1955, los primeros años de la carrera de Ciencias sociales y derecho público en la universidad habanera -nuestro exilio en México me había impedido matricular antes- cuando Luis de la Cuesta, entonces director de cultura de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y, desde hace años, tránsfuga avecindado en Miami, me convidó a una reunión de Juan Nuiry, presidente de nuestra Asociación de estudiantes, y dirigente de la FEU, con Carlos Rafael Rodríguez.


Se trataba de conversar con éste sobre la situación nacional y revolucionaria, la política que venía desarrollando José Antonio Echevarría a la cabeza de la FEU, las acciones progresistas y antibatistianas de su dirección de cultura, para conocer de primera mano la visión que de todo ello tenía entonces el Partido Socialista Popular (PSP) a cuyo Comité Nacional pertenecía nuestro interlocutor.


No había disfrazado en modo alguno su conocida estampa: tenía el cabello libre de las canas que luego le vimos, y por supuesto, más poblado; usaba espejuelos de aros redondos y bigote cuidado. “A ti te conocí recién nacido” –me dijo– “aunque luego nos encontramos con tu padre en alguna librería de la Habana Vieja”.


Efectivamente, yo recordaba a Carlos también de mi adolescencia, pues a los 14 o 15 años lo saludamos Javier Pazos y yo en la editorial Páginas, que él dirigía, en cuya librería procurábamos hacernos de literatura marxista. En 1936, al regresar mi padre de un breve destierro en los Estados Unidos, tras la huelga de marzo de 1935, ahogada en sangre por Fulgencio Batista y José Eleuterio Pedraza, Carlos Rafael le había visitado en nuestra casa para instarlo a ocupar en el Partido Comunista (PC) el lugar que había dejado al morir Rubén Martínez Villena.


Por supuesto, la modestia característica de Roa le inhibía de imaginar siquiera poder llenar el gran vacío que se produjo en el movimiento revolucionario y obrero con la desaparición del que fuera no solo digno sucesor de Mella, sino brillante agitador, pensador, organizador y dirigente de la lucha contra Machado. Pero además, Roa junto a Pablo de la Torriente, Gustavo Aldereguía, Manuel Guillot, Ramiro Valdés Daussá, Leonardo Fernández Sánchez y otros compañeros discrepaban ya de algunas posiciones de la Internacional Comunista dictadas por Stalin, que adoptó el PC cubano, como los demás miembros de la Internacional.


Aquella discrepancia no implicaba, en modo alguno, que ambos no continuaran -Roa como “francotirador” y Carlos Rafael como militante del PC- su brega revolucionaria: entendieron desde muy temprano, que los campos en Cuba estaban claramente deslindados; los que combatían por la liberación nacional y el socialismo frente a los que respaldaban la brutalidad imperialista, la neocolonia, el racismo, la discriminación racial, y la opresión social. Ninguno creyó jamás en la llamada “neutralidad” de la cultura.


Carlos Rafael ha dicho que, alguna vez, quiso ser escritor. Los deberes de la lucha le convirtieron en un escritor al servicio de la causa en que creía. Confirmó así que “el combatiente que siempre quiso ser se sobreponía en él al escritor que no cuajó enteramente”. A mí me confió que era tanto su afán por hacer las cosas bien, que cuando se dio cuenta que no escribiría jamás como los clásicos, optó por desistir de aquel empeño. En realidad sus ensayos, artículos, discursos y notas tienen un estilo sobrio y afilado, de ahí que al recogerlos hace algunos años, en los tres tomos publicados por la editorial de Ciencias Sociales, los titulara Letra con Filo.


En su manera de ver nuestra historia y el proceso de la cultura y el pensamiento cubanos está (cito) “implícito el esfuerzo, que no creemos del todo fallido, de evadir el encuadre dogmático –tan frecuente hace 40 años– y de recuperar el método creativo que Marx y Engels usaran en el Dieciocho Brumario y en las Guerras Campesinas, y que aparece diseñado –creemos que por primera vez en la teoría de habla española– en el ensayo (1943) en que proponemos una escritura de la historia de Cuba que utilice no las supuestas categorías estériles de un marxismo esclerosado, sino la forma vivaz, rica y bullente de los propios clásicos”.


En diversos trabajos del libro al que nos referimos, no solo se encuentran sesudos análisis de la estructura económica de la Cuba prerrevolucionaria, sino polémicas esclarecedoras -como la sostenida con el Dr. Raimundo Lazo, viejo liberal, profesor y miembro del Partido Ortodoxo- sobre el verdadero contenido de los conceptos marxistas de la libertad, el individuo, la democracia, el Estado y la revolución. Hoy vale la pena releerlos, porque tras la crisis y el derrumbe de la Unión Soviética y el llamado “socialismo real”, el combate por un verdadero socialismo democrático y representativo está a la orden del día.


En 1971 fungía yo como director de relaciones internacionales en el ministerio de la industria alimentaria (MINAL), bajo la dirección de José A. (Pepín) Naranjo y había asistido, en esa capacidad, a una reunión de la comisión respectiva del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) que tuvo lugar en Checoslovaquia. El director de esta rama en el Consejo, me invitó a visitarle en la sede del CAME en Moscú, donde obtuve valiosas informaciones para nuestra industria. De aquella conversación nació mi interés por impulsar la colaboración del MINAL con los países miembros.


Al conocer que el Departamento CAME del MINCEX sería atendido, en lo adelante, por la Comisión de Colaboración Económica y Científico Técnica (CNCECT), que presidía Carlos Rafael, aproveché un encuentro fortuito, en el velorio del viejo revolucionario, amigo de Mella y médico de Rubén Martínez Villena, doctor Gustavo Aldereguía, para preguntarle si podría serle de utilidad en ese ámbito. Repuso que podría ser su Director, pero que yo mismo debía obtener la anuencia de Pepín Naranjo, pues no se dedicaba “a piratear cuadros”.


Obtenida la autorización, que Carlos confirmó telefónicamente, pasé a formar parte del “pequeño ejército loco”, como lo denominaba –burlas veras– su vicepresidente, Francisco (Pancho) García Valls, lamentablemente fallecido hace pocos años, con quien anudé entrañable amistad. Carlos me citó a su despacho y me advirtió, de inicio: “Los verdaderos revolucionarios, como tu padre, como yo, tenemos enemigos; algún compañero de la dirección –pero no de las más alta dirección– manifestó su inconformidad con tu traslado a mis oficinas. Siempre que tengas razón, puedes contar con mi apoyo, pero si fallas, pedirán tu cabeza. Te lo digo ahora, que ya formas parte de la Comisión.” Agradecí siempre su franqueza y, como pueden ver, mantengo todavía la testa sobre mis hombros.


La idea de Carlos Rafael no era que Cuba ingresara de inmediato como miembro pleno a la organización integracionista del campo socialista. De hecho, al iniciar mis estudios sobre como mejor colaborar con el CAME me dijo: “no debemos aspirar a una relación tan intensa como la de Polonia, ni tan tenue como la de Yugoslavia, que era miembro asociado; podría ser como la de Mongolia, pero teniendo en cuenta nuestro mayor nivel de desarrollo relativo”.


Al ser invitados en 1972 a la sesión del CAME en Moscú, esa fue la posición aprobada por nuestro gobierno. Sin embargo, tras el brillante discurso de Carlos Rafael, en que asentaba nuestra colaboración con ellos en la triple condición de país latinoamericano, socialista y no alineado que podría servir de puente en el futuro para la integración con nuestro continente y de este con el CAME, el primer ministro de la URSS, Alexei Kosiguin, propuso nuestro ingreso como miembro pleno, lo que fue adoptado por aclamación.


Los años de Cuba en el CAME son harto conocidos; a esta colaboración, pero sobre todo a la sostenida con la URSS, debe en gran parte nuestro país el desarrollo de varias ramas industriales nuevas (máquinas herramientas, implementos agrícolas, combinadas cañeras, alzadoras de caña, nueva planta de níquel, termoeléctricas, fábricas de cemento y otras más), el crecimiento de nuestras exportaciones e importaciones a precios justos, la coordinación de planes y la cooperación en la producción y en los planes de especialización de la producción, a escala del campo socialista.


Durante cinco años trabajé con Carlos Rafael como secretario permanente para los asuntos del CAME y no puedo ahora –no es la ocasión– referirles cuánto aprendí de él y del trabajo conjunto con los compañeros que dirigían otros sectores de la CNCECT. Como jefe, Carlos Rafael era exigente, pero dejaba “volar” a sus subordinados. Prefería aquellos que pensaban con cabeza propia, aunque discutía sus ideas rigurosamente. A la hora de hacer valoraciones era más bien parco. Un día se lo dije y me dio la razón: “antes de la revolución mi jefe (Blas Roca) fue siempre poco dado al elogio; tampoco lo es Fidel. Por eso, tal vez, mis evaluaciones sean como son”. Repuse que de todos modos una palmadita en el hombro de vez en cuando no vendría mal, y estuvo conteste, pero siguió siendo austero en el uso de adjetivos.


Estaba previsto que yo remplazara a García Valls –nombrado Ministro Presidente del Comité Estatal de Finanzas (CEF)– como Vice representante en el CAME; en una ocasión, volando hacia Moscú a una reunión de su comité ejecutivo, indiqué a Carlos que no obstante hallarme preparado para asumir esas funciones, preferiría quedarme trabajando con él en sus nuevas tareas como Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Se alegró, pero me puso como condición buscar un sustituto adecuado.


Resuelta la sustitución de García Valls, me estrené en 1977 en el cargo de asesor de política internacional del también jefe del sector de Relaciones Exteriores de nuestro gobierno, desde el cual colaboré en las múltiples tareas de Carlos Rafael durante dos años, al cabo de los cuales fui designado nuevamente embajador, representante permanente ante las Naciones Unidas. Resulta ocioso decir que el “asesor” sacó más provecho de aquella relación que su jefe, aunque tampoco fue inútil mi “contribución”.


En el período de 1978 a 1984, mis relaciones con Carlos no fueron menos intensas, tanto por las reuniones preparatorias de la 6ta cumbre de los países no alineados, celebrada en La Habana en septiembre de 1979, que él presidía, como en las siguientes cumbres, a las cuales asistí, sostenidas en la India y Zimbabwe, así como las reuniones extraordinarias de la Asamblea General de la ONU sobre Desarme, a las que encabezó nuestra delegación.
En años anteriores, Carlos Rafael, quien desde 1974 supervisaba el sector de Relaciones Internacionales como Vicepresidente del Consejo de Ministros, realizó importantes gestiones en la ONU, sobre todo en materia económica. Así, dirigió la elección de Cuba a la Junta de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) y luego al Consejo de Administración del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), lo que constituyó una gran victoria política, subrayando las modificaciones que tenían lugar en la ONU tras el advenimiento de nuevas repúblicas o estados independientes en Africa, Asia y el Caribe. Ya no tenían los Estados Unidos aquella mayoría mecánica que en los años 50 les permitía hacer y deshacer en la arena internacional. Surgía entonces, como asevera Oscar Oramas en su trabajo titulado Carlos Rafael Rodríguez el Diplomático, una nueva mayoría que nos acompañó desde las primeras votaciones contra el bloqueo hasta garantizar el apoyo casi universal con que contamos hoy.


Carlos Rafael defendió entonces la tesis de que los países desarrollados, en particular las potencias coloniales, eran responsables del subdesarrollo; el concepto de desarrollo frente al del crecimiento económico, que muchos confundían; y la necesidad de que el desarrollo tuviese un contenido social imprescindible, así como la necesidad de crear un nuevo orden económico internacional, justo y equitativo.


Fueron los tiempos en que Cuba había sido excluida arbitrariamente del Grupo Latinoamericano (GRULA), en los organismos internacionales del sistema de Naciones Unidas y, por ende, no pudo integrar el Grupo de los 77, creado durante la Primera UNCTAD, en Ginebra. No fue hasta 1972, tras una “complicada negociación que incluyó etapas en Ginebra y Nueva York y un forcejeo a distancia con Brasil”, que Cuba fue reconocida como miembro de los 77, pero no del GRULA, cosa que sucedió años más tarde, una vez que el aislamiento de Cuba en el subcontinente comenzó su “progresivo y rápido desmoronamiento”.


Cuba ingresó al Movimiento de los Países No Alineado en 1961 durante su primera cumbre efectuada en Belgrado, Yugoslavia. El Canciller Roa había sugerido dicha participación, como medio para romper el aislamiento que el imperialismo quería imponernos no sólo en nuestra América, sino en el resto del mundo. El Presidente Osvaldo Dorticós -cienfueguero ilustre también y hombre de gran talento- iba al frente de nuestra delegación. La Patria de Martí fue la única de América Latina en participar con pleno derecho; Bolivia y Brasil asistieron como observadores y México como invitado.


Allí se reconocía , por primera vez en un Foro Internacional a nivel de Jefes de Estado y Gobierno, el derecho de Cuba a recuperar el territorio ilegalmente ocupado en Caimaneras por la Base Naval de Guantánamo, impuesta a la república mediatizada en virtud de la Enmienda Platt; se anudaron vínculos con los nuevos estados emergentes de Africa y Asia; y colaboramos con los revolucionarios del African National Congress (ANC) de Sudáfrica, el Movimento pela Libertaçao de Angola (MPLA), el Frente de Libertaçao de Mozambique (FRELIMO) y el Front National de Libération Algérien (FNLA). Todos ellos conquistaron, pocos años después, la independencia de sus países respectivos.


El MNOAL, cuyos guías originales fueron Josip Broz Tito, de Yugoslavia; Jawaharlal Nehru, de la India; Gamal Abdel Nasser, de Egipto; Kwame N’Kruma, de Ghana; y Ahmed Sukarno, de Indonesia, tuvo un antecedente en la Cumbre de Países Afroasiáticos sostenida en Bandung en 1955. Pero había una diferencia notable: a la de Bandung no asistió Yugoslavia, pero sí la República Popular China, mientras que a la de Belgrado ésta no asistió. En 1955, antes de aflorar las divergencias chino-soviéticas, la RPCH formaba parte del campo socialista; en 1959, Yugoslavia hacía años que nada, o casi nada, tenía que ver con éste, sin embargo, ambas reuniones se pronunciaron por la paz, el desarme general y completo, la coexistencia pacífica, contra el racismo, la discriminación racial, el colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo. Dichos principios guían la acción del Movimiento hasta nuestros días, a pesar de los cambios trascendentales que han tenido lugar en el mundo.


Carlos Rafael desempeñó un papel importante en ese período en el que tuvieron lugar cumbres no alineadas fundamentales, como la 4ta en Argel, a la que asistió Fidel, presidiendo nuestra delegación, que dio un giro antiimperialista decidido al movimiento, a pesar del ingreso de países cercanos a los imperialistas franceses, británicos y norteamericanos, y a la 5ta Cumbre, celebrada en Sri Lanka que propuso a Cuba como sede de la 6ta. Carlos Rafael encabezó nuestra delegación a Colombo.


Desde su posición como dirigente del Partido y el gobierno, Carlos Rafael mantuvo una fecunda actividad. Si en sus años mozos, como todos los militantes del PC, no dejó a veces de ser dogmático y sectario, su calidad humana, sólida cultura e inconmovible adhesión a la revolución encabezada por Fidel, hizo que no fuera remiso a revisar viejos criterios y a incorporar nuevos, forjados en la lucha por la defensa de la independencia y la soberanía nacionales. Partícipe indispensable en las relaciones con los partidos comunistas y obreros de los países socialistas, así como con sus gobiernos, sostuvo los criterios de nuestro Partido (PCC) y de Fidel en discusiones, muchas veces escabrosas, con estos.


Salvaguardó los intereses de Cuba en todas las negociaciones y discutió con pasión en el seno del CAME y en conversaciones bilaterales con aquellos gobiernos que se resistían a aceptar nuestra concepción de la colaboración socialista, del internacionalismo socialista, más bien.


Al producirse el desmoronamiento del “campo socialista” y siendo yo viceministro de relaciones exteriores, le llamé en vano. Días después, nos encontramos en la graduación del Instituto superior de Relaciones Internacionales (ISRI) y reconoció haber recibido mi recado. “No te he llamado –dijo– porque sé que deseabas verme para comentar los terribles acontecimientos de Europa oriental y yo no estaba en condiciones de hacerlo. Ha sido un golpe sumamente duro. Llámame mañana y nos pondremos de acuerdo para vernos.”


Así fue. Para un combatiente de toda la vida, como Carlos, pero no sólo para él, lo acontecido en Checoslovaquia, Hungría y Polonia, pero sobre todo en la RDA, cuyo Partido Socialista Obrero (PSOA) consideraba el más sólido de las democracias populares, fue un batacazo inesperado, de consecuencias históricas sumamente graves. Más tarde lo serían el fin del régimen socialista en Rumanía y el “desmerengamiento” de la URSS en tiempos de Gorbachov, que golpeó a millones de comunistas y luchadores antiimperialistas en todo el mundo.


Carlos Rafael, como otros comunistas, había afirmado más de una vez, contradiciendo a los cronistas burgueses que tildaban de “experimento” al régimen establecido por Lenin sobre los escombros de la Rusia zarista en 1917, que el sistema socialista era irreversible, que Lenin y Stalin habían demostrado que sí podía construirse el socialismo en un solo país, no obstante el cerco imperialista.


Sin embargo, Fidel había avizorado esa posibilidad en los años ochenta, cuando afirmó que si un día amanecíamos con la noticia de la desaparición del socialismo en la URSS, Cuba seguiría defendiendo las banderas del socialismo aunque fuéramos los únicos en hacerlo.


No podemos hoy intentar un análisis, ni quiera somero, de lo acaecido entonces. Baste señalar que la experiencia socialista iniciada por Lenin tuvo, luego de su muerte, quiebras profundas; que el debate libre en el seno del partido y la sociedad fue yugulado, como la democracia socialista; que se agostó la libertad de creación, se diezmaron los espíritus independientes, aquellos que pensaban con cabeza propia y proclamaban sus discrepancias leal y abiertamente; se sometió la voluntad de los partidos comunistas y obreros a los intereses de Estado de la URSS; se impuso el socialismo manu militari a los países de Europa Oriental, convirtiéndolos en satélites; y se reprimió todo intento de independencia de estos, tronchándose así los sueños de incontables hombres y mujeres que lucharon y murieron empeñados en construir una sociedad de nuevo tipo.


Al mismo tiempo, debemos afirmar que aquello no fue el fin de la historia como proclamaron los epígonos del capital, y que aquella lucha titánica no fue estéril, porque hoy somos millones los que seguimos convencidos de que la única alternativa al fracaso evidente del capitalismo como solución de los problemas que enfrenta la humanidad y al del llamado “socialismo real” es el socialismo democrático y participativo que proclama nuestro pueblo bajo la guía de Fidel y de Raúl y del pensamiento bolivariano y martiano que compartimos con otros países de nuestra América, así como en varias naciones asiáticas que defienden esta opción.


Durante los últimos años de su vida, visité a Carlos Rafael un par de veces, dado que mi trabajo como embajador en la UNESCO primero, y en Francia después, me permitían venir de vacaciones sólo una vez al año. En esas ocasiones sufrí la profunda conmoción de hablar con alguien que mantenía viva su poderosa inteligencia, animada la vista, firme sus ideas, pero se hallaba impedido de comunicarlas a viva voz. A pesar de la dificultad para entenderle, le entendí; no obstante el tono bajo de la voz, su pensamiento diáfano hizo posible que comentáramos mis tareas en Francia, la situación internacional y otros temas que nunca le fueron ajenos.


Supe de su deceso en Paris. Sentí que había perdido al maestro a quien más admiré después de mi padre, porque Fidel es cosa aparte. En realidad, como podemos constatar, no lo hemos perdido. Con nosotros continúa la batalla desde su aleccionadora, empero polémica Letra con filo, su fructífera herencia como gobernante y su claro pensamiento revolucionario, siempre actual. Porque Carlos Rafael –según el dictum de Mella– es de esos hombres que aún después de muertos siguen siendo útiles.


Raúl Roa Kourí
La Habana 20 de mayo 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por opinar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...