En las últimas semanas me he encontrado varias veces conversando con liberales que niegan con la cabeza entristecidos y manifiestan su desilusión con el presidente Barack Obama. ¿Por qué? Sospecho que les está influyendo, a menudo sin que se den cuenta, la retórica que domina los medios de comunicación.
La verdad es que, en estos momentos, muchos de los comentarios que leemos sobre el Gobierno de Obama —y gran parte de la información también— resaltan lo negativo: el contraste entre las desmesuradas esperanzas de 2008 y las prosaicas realidades de la guerra de trincheras política, los problemas en el Departamento de Excombatientes, el desastre de Irak y todo lo demás. Parece que lo que está bien visto es presentar la imagen de un Obama que se tambalea y describir su presidencia no como turbulenta, sino como un fracaso.
Pero todo esto es un error. Debemos juzgar a los dirigentes por sus logros, no por la prensa que tengan, y en materia política Obama está teniendo un año considerablemente bueno. De hecho, es muy probable que 2014 pase a la historia por ser uno de esos años en los que Estados Unidos dio un giro importante en la dirección adecuada.
Primero, la reforma sanitaria es ya una realidad; y a pesar de unos comienzos caóticos, parece que está teniendo mucho éxito. ¿Recuerdan que se decía que nadie iba a registrarse? El número de registros del primer año ha superado las previsiones. ¿Recuerdan que se decía que la gente que se registrase en realidad no iba a pagar sus primas? La inmensa mayoría lo ha hecho.
Todavía no tenemos una imagen completa de las consecuencias que ha tenido la reforma para quienes antes no estaban asegurados, pero todo lo que ya sabemos apunta a un gran avance. Los sondeos, como el que realiza Gallup cada mes, muestran una caída en picado del porcentaje de estadounidenses que declaran no tener seguro. A los Estados que han ampliado Medicaid y fomentado activamente los nuevos mercados les ha ido especialmente bien; por ejemplo, un nuevo estudio sobre Minnesota muestra un descenso del 40% en el número de habitantes no asegurados.
Y hay buenas razones para esperar muchos más avances el año que viene. Un hecho importante es que hay más aseguradoras que están participando en los mercados, lo que indica que estas empresas creen que las cosas marchan bien y que hay motivos para esperar más competencia y crecimiento el próximo año.
Luego está la política climática. Las nuevas normas del Gobierno de Obama que afectan a las centrales eléctricas no bastarán por sí solas para salvar el planeta, pero son un verdadero comienzo (y, con diferencia, la iniciativa medioambiental más importante desde la Ley para un Aire Limpio). Yo añadiría que este es un asunto en el que Obama está dando muestras de auténtica pasión.
Ah, y la reforma financiera, aunque sea mucho más débil de lo que debería haber sido, es un hecho; si no, pregúntenselo a todos esos tipos de Wall Street que, enfurecidos por las nuevas restricciones impuestas a sus tejemanejes, han dado la espalda a los demócratas.
Si lo tenemos todo en cuenta, Obama parece ciertamente un presidente de mucha trascendencia. Hubo enormes oportunidades perdidas al comienzo de su mandato (un estímulo económico que se quedó corto, el no haber ofrecido una ayuda significativa a los propietarios de vivienda con dificultades). Además, desperdició varios años tratando de alcanzar un gran acuerdo presupuestario que, aparte de resultar imposible, habría llevado a Estados Unidos por el mal camino. Pero en su segundo mandato está cumpliendo la promesa de un verdadero cambio a mejor. Entonces, ¿a qué se debe la mala prensa?
Puede que parte de la respuesta radique en el relativamente bajo índice de popularidad de Obama. Pero, básicamente, esto es un reflejo de la polarización política (un considerable apoyo de los demócratas, pero una oposición radical por parte de los republicanos), la cual es más un signo de los tiempos que un problema con el presidente. En todo caso, se supone que debemos juzgar a los presidentes por lo que hacen, no por una opinión pública voluble.
Una respuesta más general, supongo, es el síndrome de Simpson-Bowles, la creencia de que las cosas buenas deben ser fruto del consenso bipartidista y de que la honradez fiscal es el problema más importante de esta época. Muchos autoproclamados centristas padecen este síndrome, aunque para cualquiera que haya prestado atención está clarísimo que: a) los republicanos de hoy día sencillamente se niegan a alcanzar un consenso con un presidente demócrata, y b) la supuesta crisis fiscal se ha exagerado muchísimo.
La consecuencia de la eterna prevalencia de este síndrome es que buena parte de la clase dirigente de Washington no acaba de captar los grandes logros de Obama. Se suponía que debía salvar el presupuesto, no el planeta, y que tenía que conseguir de algún modo que los republicanos cooperasen.
Pero ¿a quién le importa lo que opinen los centristas? La reforma sanitaria es un asunto de primer orden; y si a uno le preocupa el futuro, las medidas para combatir el cambio climático son mucho más importantes que posponer la edad de jubilación. Y si resulta que estos logros se han hecho realidad sin el apoyo republicano, ¿qué más da?
Supongo que a algunos les decepcionará que Obama no haya sido capaz de conseguir que nuestra política esté menos enconada y polarizada. Pero lograr eso nunca fue muy probable. La verdadera incógnita era si (con la ayuda de Nancy Pelosi y otros) podía conseguir avances reales en asuntos importantes. Y me alegra decir que la respuesta es que sí, ha podido.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
Traducción de News Clips.
© 2014 New York Times Service.
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