"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

sábado, 25 de julio de 2015

Un hereje en el convento. Conversación con Aurelio Alonso



Foto: CubaxDentro


Cuando vino el segundo papa a Cuba ya usaba un bastón. Tres años después usa dos. Las rodillas le fallan, el cerebro no. A sus 76 años, Aurelio Alonso da señales de un pensamiento a prueba de dogmas, riesgo que suele venir tomado de la mano del tiempo.

“…Si un marxista asume que todo lo que dijo Marx es válido, entonces no podrá serlo”, asegura en una de sus ideas polémicas que definen a este agudo intelectual, subdirector de la revista Casa de las Américas, y Premio Nacional de Ciencias Sociales 2013.

Alonso sostiene que, como otros de su generación, fue obligado a vivir un exilio intelectual dentro de Cuba como consecuencia de la imposición de un marxismo de corte soviético, que desplazó a las posturas heterodoxas de los espacios de enseñanza y difusión mediática.

La fecha de partida hacia ese exilio llegó para el sociólogo con el cierre, en los años setenta, de la revista Pensamiento Crítico (de cuyo consejo editorial era miembro) y del departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (donde impartía clases) como consecuencia de un cerrado compromiso con la ideología del Kremlin asumido entonces por el proyecto cubano.

P.- ¿Por qué usted cree que la universidad cubana es todavía un reservorio residual de aquella ortodoxia, cuando debería ser lo contrario?

R.-Pienso que la universidad sufrió mucho un estancamiento muy fuerte en los setenta. No sé hasta qué punto se ha logrado recuperar. Hay espacios en la universidad que muestran esa recuperación, pero el cuerpo institucional en general, a mi juicio, no se ha recuperado todavía.

P.- ¿Existe un pensamiento marxista cubano en la diáspora?

R.- Hay un pensamiento cubano en la diáspora, pero no conozco un pensamiento marxista cubano en la diáspora. Creo que hay un pensamiento cubano en la diáspora que tiene mucho de positivo; incluso, a veces, aquel que es crítico hacia la Revolución. Estimo que es un pensamiento que no se puede desechar y que nosotros tenemos que incorporar; tenemos que incorporar un pensamiento de oposición también en este país, tenemos que habituarnos a eso, a que exista un espacio de legitimidad para el que piensa en contrario, no solamente distinto, que pueda polemizar, debatir, publicar, que pueda existir.

P.- ¿Eso explica su respaldo a una iniciativa como Cuba posible?

R.-Eso explica la forma en que me he manifestado en todo lo que puedo decir. Tengo en mi trayectoria personal un exilio intelectual, se puede decir, como todos los compañeros de mi generación. No hubo exilio total porque seguí haciendo cosas, pero a mí se me vedó la entrada al aula universitaria, como a todos mis compañeros del grupo de Pensamiento Crítico. Es decir, para mí los setenta excluían la posibilidad de enseñar cualquier asignatura ideológica en un aula.

Entonces me moví hacia las relaciones internacionales y eso me llevó incluso a la diplomacia. Afortunadamente en Cuba no hubo estalinismo al extremo, como en la Unión Soviética, pero tuve que pasar una especie de exilio académico y entonces realicé un retorno a principios de los noventa, y algunos de mis compañeros un poco antes, porque se creó el Centro de Estudios de América bajo la dirección, desde el Partido, del comandante Manuel Piñeiro.

Se me posibilita unirme a ese grupo y también a otros compañeros de la vieja guardia; tal vez eso incidió en que el Centro de Estudios de América volviera a ser un foco de preocupación y tuviésemos que afrontar, veinticinco años después, otra situación de exilio interior, aunque en esta ocasión con un final menos dramático que la anterior.

De ahí fui a parar al Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, donde trabajé nueve años, con todos los reconocimientos por parte dfe mis compañeros, hasta que Roberto Fernández Retamar me propuso venir para la Casa de las Américas. O sea, que mi vida académica no ha tenido la continuidad que hubiera podido tener si hubiera hecho una vida universitaria nada más, como había sido mi aspiración.

Si lees mi expediente, verás que hay una producción que empieza a edad muy temprana, pero el corte dePensamiento Crítico nos sacó a nosotros del juego muy jóvenes y todavía con muy poca obra. De más de doscientos trabajos que tengo publicados, unos ciento setenta, quizás más, son de 1989 hacia acá.

Lo que pasó con nosotros pasó con la Sociología, que cerró como carrera universitaria. Por otra parte la carrera de Antropología nunca se creó. Hay muchas carreras del mundo de las ciencias sociales que no existen en la Universidad de La Habana, ni en la academia cubana, porque durante años se pensó que la sociología era una ciencia burguesa y que el materialismo histórico, que la había reemplazado, daba la respuesta a todo lo que había que responder desde el punto de vista sociológico.

Si bien es cierto que la producción de la ciencia social cubana ha tenido que formarse dentro del marco de esa situación contradictoria, de esas secuencias de coyunturas adversas, se ha formado una generación de investigadores muy capaces, a contrapelo de las circunstancias.

P.- ¿Por qué las instancias, digamos que ejecutivas, prestan poca atención a los científicos sociales?

R.- Hay un dilema entre el político y el científico, que Max Weber estudió muy bien y le dedicó un libro, precisamente, el cual es un aporte a la ciencia social, porque no todos los aportes a las disciplinas que estudian la sociedad vienen desde dentro del marxismo. Para los políticos es muy difícil aceptar que ellos no sean la expresión de la sabiduría política ante cada respuesta a la realidad; es decir, aunque teóricamente estuvieran dispuestos a equivocarse, nunca van a estar dispuestos a que otra persona tenga razón cuando opina en discrepancia de lo que se ha asumido como visión oficial.

P.-Eso es muy vanidoso.

R.- Sí, la política es…

P.- ¿Muy vanidosa?

R.-Sí. Bueno, también el mundo intelectual es vanidoso. Es un pecado compartido; no es un pecado exclusivo. Cuba revolucionaria nace y se declara socialista y se hace socialista bajo el paraguas ideológico, no solamente de un nacionalismo cubano, sino de un socialismo cuya expresión institucional estaba en las filas del Partido Socialista Popular. Los de Pensamiento Crítico no éramos la posición oficial; la posición oficial la dominaba más bien la posición ortodoxa, como todavía la domina en cierta medida.

Aunque hoy hay mucha más apertura y comprensión que antes, no puedo decir que eso se haya terminado, ni va a terminar hasta que no pasen una o dos generaciones.

P.-Y el estalinismo, ¿está muerto y enterrado?

R.-El estalinismo nunca se eliminó del todo, porque lo que hizo la crítica del culto a la personalidad fue reducir el estalinismo a un problema psicológico, es decir, someterlo a un tratamiento de psicoanálisis. En todo caso había que criticarle los crímenes a Stalin, porque esa fue a una perversión propia de Stalin.

Pero no era un problema solo de culto a la personalidad, era un problema mucho más complejo, pues que ese personaje llamado Stalin –que no se puede negar que también hizo cosas brillantes– condujo a la Unión Soviética como un monarca, como un zar, como un emperador, que deformó el Estado soviético institucionalmente, y creó una noción de todopoderoso; una visión partidocrática para manejar la sociedad. Deformación de la cual nosotros hemos heredado mucho.

Pienso que en Cuba el Partido también tiene que generar un cambio. Yo no estoy a favor del pluripartidismo, y no creo que se trate de cambiar en esta dirección. El pluripartidismo preconizado el esquema liberal, es simplemente una subasta institucionalizada del poder. La diferencia esencial entre el pluripartidismo y el unipartidismo no es una diferencia cuantitativa; es cualitativa. La cuestión radica en cómo pensamos al partido, qué función le debemos atribuir al partido. Creo que no puede ser la función de poder que tiene ahora, pero tampoco creo que deba limitarse a expresar de una función de contienda dentro del esquema electoral. Creo acercarme más a la idea de un partido revolucionario como lo veía Martí que como lo diseñó Lenin. Y no lo digo por nacionalismo sino en búsqueda de una coherencia conceptual.

P.- Para conducir una guerra, pero no una república…

R.- No se puede afirmar que Martí estuviera a favor del unipartidismo, pero es evidente que estaba a favor de un partido revolucionario para la guerra, y no solo para la guerra sino para formar la república; un partido que tuviera una visión ética.

Pienso que en Chibás había algo de eso también sin que fuera marxista; y en la juventud ortodoxa de la época hay un proyecto de programa redactado por Max Lesnik y otros jóvenes ortodoxos, el cual en algunos aspectos estaba a la izquierda del programa del Moncada.

El programa del Moncada tiene un significado enorme: es el programa de los revolucionarios que han tomado las armas y que han mostrado el camino en la práctica. Esa idea de que el programa del Moncada fue superado rápidamente por la Revolución me parece muy discutible; más bien diría que el programa del Moncada fue reemplazado por un programa más afín a un socialismo estatista, que confundió la socialización con la estatización de la propiedad, y que fue poco realista en varios sentidos, que asumió esquemas ajenos y experiencias de otros, a falta de otras experiencias que dieran diversidad en los antecedentes. Y también debido a la influencia que ya tenían esas experiencias de otros en el país.

P.-Buscando caminos exitosos, ¿debemos mirar hacia el modelo asiático de socialismo?

R.- No sé, no sé. Creo que tenemos que crearlo nosotros a nuestra imagen y semejanza. El hecho de que los vietnamitas hayan hecho una evolución partiendo de un modelo pluralista debe inspirarnos a una apertura socioeconómica más importante a los sectores no estatales; mucho mayor, quiero decir, al sector cooperativo, y cuando digo mayor estoy pensando en grandes áreas de la industria; la industria textil, por ejemplo, la industria de confecciones, no tiene por qué ser estatal, puede ser mayoritariamente cooperativa.

Hay sectores de la industria y del comercio que pueden ser cooperativos, y sectores también de la producción, de los servicios, que como mejor funcionan es siendo privados. Entonces, hay que lograr una configuración en que el mercado no se trague el poder de la economía, y en que el Estado pueda mantener su control por vía de la política fiscal. En eso hay que aprender de los Estados Unidos: hay que pagar impuestos. Pero se trata de transferir la función de control de la economía a la política fiscal (que sería el modelo norteamericano para sostener el Estado), sino también por vía del Estado empresario –cuya eficiencia no es una ilusión, pero tiene que ser asegurada– donde este represente el dominio socializado de la economíasí es muy eficiente.

P.-No está muy de moda…

R.-Pues al contrario de lo que se dice, sí ha demostrado en muchos casos ser muy eficiente, porque cuando más eficiente fue la Renault en Francia fue cuando era empresa totalmente estatal. Y hay otros ejemplos significativos: el Ente Nacional de Hidrocarburos (ENI) que creo que se mantiene estatal en Italia, y que sigue siendo monopolio energético. Hay muchas muestras de las capacidades del Estado de generar eficiencia en sus empresas, porque tiene la posibilidad de también controlar. Cuando sea un Estado que responda a los intereses de los trabajadores, facilitando su particiàción efectiva en la toma de decisiones, va a tener más capacidad de impedir la corrupción en la empresa estatal.

Un Estado aislado de los trabajadores es terrible porque se enquista, se anquilosa, y eso ha pasado en el socialismo en el siglo XX. En Cuba también los casos mayores de corrupción estatal tienen que ver con ese distanciamiento de una empresa que se supone que es propiedad de todo el pueblo, pero que el pueblo no se ha enterado que es de su propiedad.

P.- ¿Y las apetencias políticas emergentes?

R.-Apetencias políticas siempre va a haber. ¿Cuáles apetencias políticas, habría que comenzar por preguntarse?

P.-De los nuevos actores económicos.

R.- “Apetencia política” suena una cosa muy fea, porque ya lo estás calificando con un despectivo. Hay vocación a la política. Creo que hay aspiraciones legítimas y hay aspiraciones que no lo son y se pueden demostrar en la práctica, en la historia. Mira, el Partido tendría que ayudar más a discernir cuáles son aspiraciones legítimas y cuáles ilegítimas y proveer de cuadros, y ayudar a la educación, más que tratar de decirle a quienes manejan la industria lo que tiene que hacer, y a quienes manejan la economía lo que tiene que hacer. Eso es falso: me lo represento como un ejercicio artificial; no creo que los problemas de la producción se resuelvan de ese modo.

Aquí no se va a producir más azúcar porque un dirigente, por alto que esté, visite los centrales todas las semanas y salga en la televisión diciendo que aquí hay que hacer esto y aquí hay que hacer lo otro; después el dirigente se va y lo que queda es lo mismo que había antes de que el dirigente llegara.

Eso no se resuelve así; ahí hay problemas de estructura, de normas productivas, de métodos de dirección, etc. Ah, el dirigente se ocupa, va a la fábrica, va a la base; bueno, está bien, eso es una virtud; puede ser ejemplo, muy austero en su vida personal, y eso es otra virtud; puede ser modesto en su trato -eso es más difícil de encontrar- pero bueno, esa sería otra virtud. Pero nada de eso…, todo eso metido en un paquete no basta para resolver el problema de la economía, que es, implacablemente matemático, y para que el resto funcione, tiene que funcionar la economía.

¿Por qué lo que hicimos en los 60 no se pudo sostener? ¿Por qué se derrumbó? ¿Por qué hubo una bancarrota económica? Bueno, porque nos metieron un bloqueo encima, que encarecía todas las importaciones, entre otros males. Pero hay más.

Nosotros nos lanzamos a las grandes reformas. Cuando decidimos en el año 1961, después de la Campaña de Alfabetización, que la educación iba a ser gratuita, hasta la universitaria, nadie se preguntó con qué economía se iban a pagar las escuelas. Y cuando decidimos que la salud iba a ser gratuita, en el 1965, nadie se preguntó cómo se iban a pagar los hospitales. Entonces, en Cuba fuimos acumulando ese default (si es que se me permite decirlo así) que las grandes transformaciones sociales trajeron aparejado.

P.-Pero eso era inevitable, si no para qué una Revolución…

R.- Claro: hay que llegar entonces a la conclusión de que no fue un error de políticas. No, porque si no se hacen esas transformaciones sociales no responde a las prioridades del proyecto ni se mantiene el consenso de la población; entonces, había que hacerlas. Pero hubo que afiliarse al CAME para poder costearlas, porque todo eso se costeó después que Cuba entró en el CAME. Gracias a su ingreso al CAME Cuba costeó, no solamente el desarrollo de la economía que se iba a producir desde entonces, sino los grandes saltos que se habían dado con la justicia social, desde los sesemta. La economía cubana no está llena de fracasos como suponen muchos; está llena de aciertos, logrados bajo una presión excepcional. De lo contrario, no estaríamos aquí parados y el país no tendría una esperanza de vida, después de veinticinco años de crisis ininterrumpida, de cerca de 80 años. De lo contrario, yo no estaría aquí, hablando contigo, con 76 años.

Post scríptum

“Y si Marx aparece por esa puerta, ¿qué le diría?”. La pregunta, un intento por conseguir como plusvalía una humorada de último minuto, bailaba en la punta de la lengua, pero no osé a más atrevimiento.

Diestro en sutilezas, me había hecho saber- indagando con la secretaria el destino malogrado de su ticket de comedor- que la hora del almuerzo era una raya roja que no iba a ser violada. Le ofrecí buscar un sándwich de la cafetería más cercana, pero dispuso que se iría a casa. Al fin y al cabo, los sociólogos también tienen un estómago que defender.

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