Por: Quintín Pino Machado, Destacado luchador revolucionario, nacido en Baez, Santa Clara 21 de Diciembre 1931 Fallecido el 2 de julio de 1986 en La Habana, a la edad de 54 años.
El destacado combatiente e historiador revolucionario Quintín Pino Machado, en su libro “La Batalla de Girón, razones de una victoria”, destaca en su primer capítulo la ardua lucha librada en el campo diplomático y el destacado papel que desempeñó el Canciller de la Dignidad en sus contundentes denuncias ante la ONU. En ocasión del aniversario 56 de la Victoria de Girón y el 110 del nacimiento de Raúl Roa García reproducimos fragmentos de ese texto
Cuando la noticia del sorpresivo bombardeo sufrido por Cuba fue esparcida por el mundo, en las primeras horas del día 15 de abril, los miembros del Comité Justo Trato para Cuba de Nueva York, grupo creado por norteamericanos que estaban en desacuerdo con las agresiones a Cuba, comenzaron a congregarse frente al edificio de las Naciones Unidas, en Primera Ave. y 47, e iniciaron un desfile que duró todo el día. Una consigna se repetía en sus voces y en las pancartas improvisadas: “Cuba sí, yankis no”; otros lemas llamaban a detener la agresión.
Alrededor de las diez de la mañana pasaba cerca de ellos —de hecho algunos lo reconocieron— el delgado Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba. Después de abandonar su automóvil oficial entró, con su paso presuroso de siempre, en el Magno Fórum Internacional, construido en el terreno donado por Rockefeller cuando planificaba iniciar la transformación urbanística del East-Side de Nueva York, hasta ese entonces un cascarón de edificios malolientes, agobiados en su vejez por las proximidades de pantanos y mosquitos.
Esta era la primera salida de su casa en varios días, después de una ligera indisposición que lo había obligado a solicitar el aplazamiento del debate sobre la Reclamación del Gobierno Revolucionario de Cuba por los actos intervencionistas del Gobierno de Estados Unidos.
Las instrucciones que llevaba eran claras y precisas: tenía que informar en la plenaria de la Asamblea General —Decimoquinto periodo de Sesiones— del ataque aéreo que apenas unas horas antes había sufrido su patria en tres puntos distintos, y acusar ante el mundo a Estados Unidos como el estado agresor.
Un obstáculo procesal y formal se le interponía. Ese día había un solo punto en el orden del día: la situación de la República del Congo.
La radio y los cables de las agencias internacionales transmitían la noticia del bombardeo y las declaraciones del presunto desertor de las Fuerzas Aéreas Revolucionarias, que había aterrizado en Miami.
Cuando la representación norteamericana se enteró de la presencia del doctor Raúl Roa, hubo una ligera sorpresa. ¿A qué se debía la presencia de un hombre al que se consideraba enfermo y que se sabía era un polemista agresivo y brillante? La confusión fue disipada de inmediato: no podría referirse al bombardeo, pues la organización de la reunión se lo prohibía, y alguien señaló que como se discutiría la situación del Congo —hacía solo unas semanas del asesinato de Patricio Lumumba— él buscaría la fórmula de atacar a Estados Unidos, y probablemente, hacer una alusión a su país.
Cuando a las 10:30 horas se inició la Sesión y su presidente —el irlandés Frederick H. Boland— anunció, antes que todo, que daba la palabra al representante de Cuba para una cuestión de orden, la representación de Estados Unidos no pudo evitar una aprensiva corazonada, mientras avanzaba hacia la tribuna el Ministro de Relaciones Exteriores cubano.
Roa sabía que solo como una cuestión de orden podía solicitar la palabra y así lo hizo.
Después de aclarar brevemente que no era una cuestión formal, sino vital, lo que señalaría ante ese órgano “encargado de conocer todas las cuestiones que afectan la paz y la seguridad internacional”, denunció los bombardeos a las ciudades de La Habana, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, por aviones de fabricación norteamericana y procedentes de Estados Unidos o de países centroamericanos satélites del mismo. Y cuando con voz vibrante añadía: “La delegación de Cuba acusa…”, el Presidente de la Asamblea golpeó la mesa y exclamó: “¡Orden!”, y a continuación advirtió al Ministro cubano que el punto que tocaba era de fondo y no de orden y, por tanto, no podía hacerlo de esa forma, aunque reconocía la importancia del mismo.
El doctor Raúl Roa, con voz tranquila, le dio las gracias “por su observación y ruego”, pero le señaló que no le era posible retirarse de ese alto foro sin acusar, de manera formal y solemne, al gobierno imperialista de Estados Unidos de esos hechos “que ponían en gravísimo riesgo la paz y seguridad internacionales”.
El Presidente volvió a interrumpirlo y lo exhortó a regresar a su escaño.
El Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba abandonó la tribuna después de expresar, de forma audible para todos: “Ya lo he dicho y me retiro”.
La delegación norteamericana se movía inquieta en sus asientos. Hablaron en voz baja entre sí. La situación se les iba de las manos; se planteaba cuarenta y ocho horas antes de lo esperado, pues estaba previsto que el debate sobre la reclamación de Cuba se realizara el lunes 17.
Cuando Roa volvió a su escaño, el señor ValerianZorín, representante de la Unión Soviética, pidió y obtuvo la palabra por una cuestión de orden.
Planteó que llamaba la atención a la Asamblea sobre lo comunicado a la misma por el doctor Roa y que era necesario entrar a discutir de inmediato el tema de la agresión contra Cuba.
El señor Frederick H. Boland señaló que en la Primera Comisión —Política y Seguridad— había un punto relacionado con lo informado por el Ministro cubano, dado lo cual consideraba que no debía entrar a examinarse ese punto, y esperar a la reunión de la Comisión que sería el lunes próximo.
El representante de la Unión Soviética retomó la palabra para aceptar las dificultades procesales que señalaba el Presidente. Luego propuso una reunión urgente de la Primera Comisión en la tarde de ese día para debatir el problema, rogándole al Presidente hacer los trámites correspondientes.
El señor Boland aclaró que para ello era necesario consultar el parecer del Presidente de la Primera Comisión y, después, someterlo a votación, pues era imprescindible tener las dos terceras partes de los presentes a favor de la propuesta para que fuese aprobada.
El Presidente de la Primera Comisión —JiriKurka, de Checoslovaquia— dio rápidamente su aprobación y la representación norteamericana, perpleja ante el desarrollo de los acontecimientos, no pudo evitar que más de las dos terceras partes de la Asamblea votaran por la proposición soviética. La reunión tendría lugar a las 3:00 p.m. de ese mismo día.
El señor Stevenson no perdió su ecuanimidad; ordenó a su secretaria que le cancelara algunos asuntos personales relacionados con el inicio de su weekend, y dio instrucciones a sus ayudantes principales referentes al discurso que debía pronunciar por la tarde, para replicar a Roa.
La representación de Cuba en la ONU había cumplido la misión encomendada. La dirección de la Revolución estaba satisfecha. La segunda contraofensiva contra el ataque norteamericano ya se había puesto en marcha. La primera, por supuesto, había quedado en manos de los artilleros antiaéreos cubanos.
Cerca de las 14:00 h, Roa estaba de vuelta en el edificio de la ONU. Estaba inquieto.
A las 3:00 p.m. comenzó la reunión extraordinaria de la Primera Comisión y su presidente, el señor JiriKurka, dio la palabra al primer orador inscrito en la lista, que era el doctor Raúl Roa.
Este, en un discurso breve y conciso, señaló en primer lugar los artículos de la Carta de las Naciones Unidas que Estados Unidos había violado al ordenar los bombardeos contra Cuba. Más adelante dijo:
“Este es, sin duda, el prólogo de la invasión en gran escala, urdida, organizada, avituallada, armada y financiada por el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, con la complicidad de las dictaduras satélites del hemisferio occidental y el concurso de cubanos traidores y mercenarios de toda laya, entrenados en territorio norteamericano y en Guatemala por técnicos del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia.
“El Gobierno Revolucionario de Cuba acusa solemnemente al gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, ante la Comisión Política y de Seguridad y la opinión pública mundial, de haber recurrido al uso de la fuerza para dirimir sus diferencias con un Estado Miembro de la Organización.
“Llamo la atención de los representantes sobre los cínicos esfuerzos de la propaganda oficial norteamericana para presentar una versión distorsionada de los sucesos…”
Terminó su alegato, diciendo:
“Además, está el hecho de que los pilotos criminales se han venido a refugiar en el Estado de la Florida. Queremos advertir a los representantes que los mercenarios alquilados por el gobierno de los Estados Unidos han anunciado que esta noche a las 10 volverán a bombardear las ciudades cubanas.
“Sin perjuicio de ejercitar el derecho inmanente de la legítima defensa, el Gobierno Revolucionario de Cuba se reserva el uso oportuno de las atribuciones y facultades que le otorgan la Carta de las Naciones Unidas.”
Cuando Roa volvió a su escaño y se dispuso a fumar un cigarrillo —con ese gesto tan característico que detuvo en el tiempo e inmortalizó el caricaturista cubano Juan David—, el señor Adlai Stevenson se dirigía a la tribuna con gestos pausados y ademanes de Harvard, para replicar al representante cubano.
Inició su discurso con el estilo irónico e impecable que lo caracterizó en sus dos arduas y frustradas campañas en pos de la Primera Magistratura de su país.
“Mucho me satisface que el doctor Roa se haya recuperado súbitamente de su enfermedad. Esta es la primera oportunidad que tengo de escuchar al doctor Roa sobre los pecados de los Estados Unidos y las virtudes de la Cuba de Fidel Castro, y debo decir que es una experiencia notable.”
Más adelante se lanzó a fondo:
“En primer término, como dijo el Presidente de los Estados Unidos hace algunos días, en ninguna condición habrá intervención alguna de parte de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.
“En segundo término, los Estados Unidos harán todo lo que les sea posible para asegurar que ningún americano participe en ninguna acción contra Cuba.
“En tercer término, con respecto a los acontecimientos que se alega ocurrieron esta mañana, los Estados Unidos los considerarán de acuerdo con las prácticas corrientes en las solicitudes de asilo político.
“Yo tengo aquí una fotografía de uno de esos aviones. En la cola tiene las marcas de la Fuerza Aérea de Castro, y ustedes podrán verlos por sí mismos. La estrella cubana y las iniciales F.A.R. (Fuerza Aérea Revolucionaria) están claramente visibles. Tendré mucha satisfacción en exhibir estas fotos a los miembros de la Comisión después de estas manifestaciones.
“Como es bien sabido, los Estados Unidos hace tiempo que tienen bajo vigilancia los aeropuertos de la parte sudeste del país, con el fin de evitar estos alegados despegues hacia Cuba. Continuaremos manteniendo estos aeropuertos bajo permanente vigilancia.”
En ese momento consideró oportuno leer las declaraciones del piloto que había aterrizado en Miami y que recién había transmitido el cable de la AP:
“Yo soy uno de los 12 pilotos de B-26 que permanecieron en la Fuerza Aérea de Castro después de la defección de Díaz Lanz, y de las purgas que siguieron. Tres de mis compañeros pilotos, y yo veníamos planeando desde hace tiempo cómo escapar de la Cuba de Castro. Antes de ayer yo escuché que uno de los tres, el teniente Álvaro Galo que es piloto del B-26 No. F.A.R. 915 había sido visto conversando con un agente de Ramiro Valdés, el jefe del G-2. Yo alerté a los otros dos y decidimos que probablemente Álvaro Galo, que siempre había actuado algo así como un cobarde, nos había traicionado. Decidimos tomar acción inmediatamente. Ayer de mañana yo estaba asignado a una patrulla de rutina desde mi base en San Antonio de los Baños sobre una sección de Pinar del Río y alrededor de Isla de Pinos. Se lo dije a mis amigos de Ciudad Libertad, y ellos estuvieron de acuerdo en que debíamos actuar. Uno de ellos iba a volar a Santiago. El otro presentó la excusa de que deseaba verificar su altímetro y ellos despegaron de Ciudad Libertad a las seis de la mañana. Yo despegué a las seis y cinco. Debido a la traición de Álvaro Galo, decidimos darle una lección, y entonces volé a San Antonio donde su avión estaba estacionado e hice dos descargas de metralla a su avión así como a otros tres estacionados en las cercanías. A la salida fui tocado por algunas pequeñas descargas y traté de irme. Mis compañeros habían partido más temprano para atacar los aeropuertos que habíamos acordado atacar. Como me quedaba poco combustible tuve que ir a Miami, ya que no podía llegar al destino convenido. Es posible que hayan ido a ametrallar otro aeropuerto antes de irse, tal como Playa Baracoa, donde Fidel guarda su helicóptero.
“Desearía —continuó Stevenson— que los miembros de esta Comisión tomen nota de que se han dado los pasos necesarios para embargar los aviones cubanos que aterrizaron en la Florida, y que no se les permitirá despegar para volver a Cuba.
“Deseo hacer una observación, a título de conclusión, de carácter general y antes de entrar en una discusión más extensa sobre este asunto el lunes. Como dijo el presidente Kennedy hace unos días, la cuestión fundamental no es entre los Estados Unidos y Cuba, sino entre los cubanos mismos…”
Y calificó de tiránico “el gobierno del Sr. Castro” antes de finalizar su réplica.
Después, tomó la palabra el representante de Guatemala para declarar de forma categórica que era falso que su país se hubiese prestado para entrenar fuerzas dispuestas a atacar al Gobierno cubano, y dejaba constancia “de la más enérgica protesta”.
Raúl Roa retornó a la tribuna expresando que por ser una persona bien educada “debo agradecer al representante de Estados Unidos su complacencia, por la ‘súbita’ recuperación de mi salud”. Añadió que era también la primera vez que oía a Stevenson en la ONU; que había leído con anterioridad sus libros y que ahora le constaba que existían dos Stevenson: antes y después de ser parte del gobierno del presidente Kennedy.
Señaló que cualquiera podía pintar un avión con los colores de Cuba, y que eso era un truco habitual en la piratería internacional; y recordó que con anterioridad, en la Asamblea General, había declarado que en el aeropuerto de Retalhuleu, en Guatemala, existían numerosos aviones B-26 que exhibían el emblema de los aviones de la Fuerza Área de Cuba.
Más adelante afirmó enfáticamente que la declaración del presidente Kennedy asegurando que las Fuerzas Armadas de Estados no intervendrían en los asuntos internos de Cuba, no ofrecía garantía de ninguna clase. “Esas declaraciones las formulan usualmente los altos dirigentes de las potencias imperialistas y colonialistas”.
Terminó diciendo:
“El Sr. Stevenson se ha permitido de calificar de ‘tiránico’ al Gobierno de Cuba, a sabiendas que falsea los hechos. Permítaseme que yo, ajustándome a los hechos, califique al gobierno de Estados Unidos de régimen totalitario, angelicalmente disfrazado de ‘democracia representativa’.”
Luego intervinieron otros representantes, la mayoría en solidaridad con Cuba.
Este ataque a fondo en el frente diplomático —por lo a tiempo y seguro del mismo— desempeñó un importante papel en la psicología de la Dirección norteamericana. Basta leer los diversos escritos de norteamericanos al respecto, en los que se trasluce la indignación de Kennedy por la propaganda negativa —para el proyecto—que se desató en la prensa internacional el domingo 16 de abril. Cuentan que los oficiales de la CIA que dirigían la operación llegaron a temer su suspensión, y que respiraron con alivio cuando los barcos que transportaban a los invasores traspasaron la hora cero, a partir de la cual ya no era posible retroceder.
Además, los vacilantes de siempre en el orden internacional, comprendieron, sin ningún género de dudas, que el Gobierno revolucionario de Cuba estaba dispuesto a combatir en cualquier terreno hasta el final. Y que las consecuencias, por empecinamiento de Washington o dejadez de otros, no serían nunca responsabilidad de Cuba, que estaba demostrando que sabía defender su soberanía con la razón y con las armas.
El 17 de abril comenzó en Washington con las declaraciones del Departamento de Estado, del Pentágono y de la Casa Blanca. El primero en hablar fue un vocero del Departamento de Estado. “El Departamento de Estado no tiene noticias de invasión alguna”. El Pentágano dijo que no sabía nada y la Casa Blanca, por boca de su Secretario de Prensa, afirmó: “Todo lo que sabemos sobre Cuba es lo que leemos en los partes de las agencias de noticias”.
Así las cosas, a las 10:30 h —casi a la misma hora en que las Milicias Revolucionarias, con la toma de Pálpite, garantizaban una entrada a la playa— se dio inicio a la Sesión prevista de la Comisión Política y de Seguridad para el 17 de abril.
Había tres puntos en la agenda, pero Roa pidió inmediatamente la palabra por una cuestión de orden y solicitó que como primer punto se discutiera el presentado por Cuba debido a la urgencia que provocaban los hechos.
No hubo objeción por parte de los integrantes de la Comisión y le fue concedida la palabra.
Comenzó haciendo un recuento de las veces que Cuba había acudido a los Organismos Internacionales con idénticos propósitos.
Enfatizó que Cuba no obtuvo garantía ni justicia de los Organismos Internacionales en su batalla contra el Gobierno de Washington.
Después, hizo un largo y laborioso resumen de las actividades norteamericanas contra Cuba, señalando de forma concreta y con abundancia de pruebas, cada una de sus acusaciones.
Apuntó que el advenimiento de la Administración demócrata había alentado ciertas esperanzas en el Gobierno Revolucionario cubano de que cambiarían los rumbos de la política externa norteamericana con respecto a Cuba. Recordó que el mismo día en que Kennedy tomó posesión de su cargo, el Primer Ministro Fidel Castro en un discurso había dicho: “Hoy ha hablado el nuevo Presidente. Su discurso tuvo algunos aspectos positivos. Nosotros, los cubanos, no queremos prejuzgar, ni queremos juzgar… sabremos esperar con calma. A nosotros no nos invadió nunca el odio, a nosotros no nos invadió nunca la histeria, ni cuando sobre nosotros se cernía el tremendo peligro que implicaba el golpe de un enemigo poderoso. ¿Qué decir ante la perspectiva de hallar paz para nuestro país y para el mundo? Bienvenida sea esa oportunidad y bienvenida sea esa paz. Nosotros sabemos lo que tiene por delante el nuevo Presidente de los Estados Unidos. Si emprende un sendero honesto en bien del mundo y su propio país, le deseamos éxito. Mientras, esperaremos por los hechos que son más elocuentes que sus palabras”.
Pero, aclaró el Ministro cubano, la esperanza se evaporó: “La política de fuerza de la administración republicana fue sobrepujada por la administración demócrata”. Refiriéndose al Libro blanco, publicado como documento oficial por el Departamento de Estado y escrito por Arthur Schelinger Jr., dijo que en él se formalizaba la guerra política, económica, diplomática y militar de Estados Unidos contra Cuba.
Y como respuesta clara a la referencia del Libro blanco, del Departamento de Estado, de que la Revolución, después de derrocar a Batista, había planteado nuevas metas, recordó que la revolución norteamericana no se había detenido cuando consiguió la derogación del impuesto del té, el papel timbrado y la melaza. Si los norteamericanos se hubieran contraído a esos únicos puntos y no hubieran continuado la lucha para liberar las fuerzas sociales y económicas, reprimidas por el monopolio británico, entonces será correcto calificarlos de traidores a la revolución. Refresca algunos detalles: “que la tercera parte de la población de las trece colonias permaneció fiel a Su Majestad Jorge III; que se expatriaron 100 000 habitantes confiscándoles sus bienes y prohibiéndoles el regreso, exceptuando los que fueron ahorcados. Las primeras elecciones generales tuvieron lugar trece años más tarde y con un solo candidato a Presidente. Y no tuvieron derecho al voto las mujeres ni mucho menos los esclavos que ascendían a 1 000 000 en una población que no llegaba a los 4 000 000. (…) La revolución no es un acto —explicó el antiguo Profesor de la Universidad de la Habana al antiguo Profesor de la Universidad de Harvard— sino un proceso”.
Recordó que el presidente Kennedy durante su campaña electoral había enarbolado la siguiente consigna: “Hagamos con Cuba lo que hicimos en Guatemala, pero diciéndolo”.
En un momento apuntó que el presidente Kennedy había dicho que evitaría la presencia del norteamericano en cualquier acción contra Cuba, pero que no había negado que ayudaría, como es notorio que lo había estado haciendo. “Y tampoco negó que ayudaría a las invasiones indirectas o desde territoríos extranjeros”.
Expone que los planes de la CIA se han filtrado, y se sabe que en las campos de Guatemala se construyó una pista de 4 500 pies donde han concentrado paracaidistas, aviones de transporte y bombarderos B-26.
Expresa que informaciones parecidas a estas las dio el New York Times de los días 8 y 14 de abril. Y señala otros ejemplos concretos publicados en la prensa norteamericana.
Los sólidos argumentos de Cuba golpeaban, como obuses de 122 mm, en los oídos atónitos de los miembros de la Comisión: ¡Nunca antes se había presentado una acusación tan sustentada contra Estados Unidos en la ONU!
Raúl Roa terminó diciendo: “Un clamor unánime estremece hoy a toda Cuba, resuena en nuestra América y repercute en Asia, África y Europa. Mi pequeña y heroica Patria está reeditando la clásica pugna entre David y Goliat. Soldado de esa noble causa en el frente de batalla de las relaciones internacionales, permitidme que yo difunda ese clamor en el severo areópago de las Naciones Unidas: ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!”
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