"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

viernes, 18 de mayo de 2018

Realengo 18

La pluma ríspida y viva de un periodista excepcional Pablo de la Torriente Brau cubano nacido en Puerto Rico recogió en 1934 el drama del campesino cubano y de su lucha a muerte por la tierra. Granma reproduce hoy fragmentos del extraodinario reportaje para invitar a su lectura, y como recordatorio del pasado ominoso que no volverá

Autor: Pablo de la Torriente Brau 



«La necesidad ha sido siempre líder oculto de todas las revoluciones y, como siempre, ella ha sido quien ha movilizado a los campesinos del Realengo 18 a una lucha por la posesión de la tierra, su único patrimonio», escribió Pablo. foto: archivo de Granma

EL ESCENARIO

El que quiera conocer otro país, sin ir al extranjero, que se vaya a Oriente; que se vaya a las montañas de Oriente donde está el Realengo 18 y en donde se extienden otros, como el de Macurijes, el de Caujerí, El Vínculo, el Bacuney, Zarza, Picada, Palmiján y algunos más. Que se vaya a Oriente, a las montañas de Oriente. El que quiera conocer otro país. Que monte en una mula pequeña y de cascos firmes y se adentre por los montes donde la luz es poca a las tres de la tarde y los ríos, de precipitado correr, se deslizan claros por el fondo de los barrancos, con las aguas frías como si vinieran del monte.

Allí encontrará no solo una naturaleza distinta, sino también costumbres diferentes y hasta hombres con sentido diverso de la vida.
Y, aunque acaso a un occidental no le sea grato, encontrará también el orgullo de una historia considerada como propia; la satisfacción de que no haya río por el que no hubiera corrido sangre mambí, ni monte donde no pueda encontrarse el esqueleto de algún héroe. (...)

TIERRA O SANGRE

Los campesinos del Realengo 18 que tanta nombradía han merecido alcanzar con su protesta rotunda y viril ante las ansias geofásicas de compañías de nativos y extranjeros, han celebrado durante tres días, con un son interminable, unas cuantas botellas de ron y unos cuantos «machos» y chivos asados, la tregua de un año ofrecida por el Gobierno y el coronel Fulgencio Batista, por boca del gobernador de Oriente, doctor Ángel Pérez André en la Asamblea celebrada en Lima, al lado del río Jaimo, de aguas frías como si saliera de un refrigerador. Cerca de mil agrarios bajaron de las montañas para participar de la Asamblea y allí desde temprano, aguardaron la llegada del Gobernador, que tuvo que demorarse a causa del entierro del mayor general Capote, verificado en Bayamo el mismo día.

Ante la Asamblea, el doctor Pérez André celebró un cambio de impresiones con la Directiva de la «Asociación de Productores Agrícolas del Realengo 18 y colindantes» y en ella le dirigió la palabra Lino Álvarez, el Presidente, hombre de singular personalidad, de quien hablaré más adelante con detenimiento. Le habló con la energía que le ha valido la real jefatura del Realengo. Y sobre lo que le dijo, como sucede con las cosas de los individuos de personalidad, existe ya la leyenda y la historia (...). Baste con decir ahora, que Lino Álvarez le aseguró al Gobernador que ellos no querían guerra ninguna; que lo que querían era la tierra, solamente la tierra, que era suya porque la habían conquistado para la República y la República se la debía (...).

Con esa esperanza, los hombres del Realengo, que son hombres de trabajo y no de guerra, y que llevaban varios meses sin trabajo, partieron hacia las montañas entre cantos, décimas y rasgueos de «tres» y golpes de bongó, a divertirse un rato después de tanta espera. (...)

De los labios del propio Lino Álvarez recogí la historia íntegra de las luchas por la posesión del Realengo 18; su aporte personal a las mismas; el relato de las celadas que le han tendido; todo el proceso de leguleyerías al que se han prestado desde el Juzgado de Guantánamo hasta el Tribunal Supremo; el deseo ferviente de ellos de acogerse a la justicia y a la decisión final de hacerse la justicia ellos mismos, porque como dice él mismo, con maravillosa certeza, ellos no le deben esa tierra más que al Estado y el Estado son ellos (...).

De sus labios recogí también acusaciones concretas contra las empresas imperialistas que los han cercado y contra los individuos –no tan extranjeros– que han servido de testaferros a esas patrañas. (...)

A LAS ÓRDENES DE JOSÉ MACEO

Hoy Lino Álvarez tiene 57 años, y es un negro bien negro, de pequeña estatura, pero bien musculado, fuerte; y tiene los ojos silenciosos y profundamente oscuros. Habla con lentitud, como el hombre a quien no le gusta rectificar. Y nunca ha estudiado. Su firma, que aprendió a trazar no hace mucho, se enreda como un bejuco del monte. (...)

Cuando Lino Álvarez tenía 18 años, vino la revolución y se fue a ella, incorporándose en Morón de Oriente el 13 de mayo de 1895, al Regimiento Moncada que mandaba entonces el Coronel No me Friegues... Pronto pasó a las órdenes de José Maceo y peleó en El Triunfo, Sabana, Hato del Medio, Dos Caminos de San Luis, Jiguaní, Cascorro y otros combates hasta que murió aquel león, enamorado del machete, y entonces se puso bajo las órdenes de Calixto García, combatiendo en las Yerbas de Guinea. Y en todos los tres años de guerra no recibió una sola herida, terminando la campaña con el grado de teniente.

De estos recuerdos de «tres años haciendo patria», Lino ha sacado estas conclusiones: «No han hecho más que política con nosotros (...) Y ya no tenemos fe en los ofrecimientos de los gobernantes, porque hasta estas tierras que conquistamos nosotros, los extranjeros nos las quieren arrebatar en complicidad con los gobiernos (...)Pero aquí habrá que venir a buscarnos a la Sierra (...)».

Después de la lucha por la libertad, Lino Álvarez solo peleó en La Chambelona (...).

EL QUIMBUELERO DE ALMEYDA

Cuando vino la paz, Lino, que era un hombre de campo, volvió al campo. Se consiguió unos bueyes, unos quimbuelos y unas carretas y empezó a tirar caña para los ingenios en la zafra y madera para las líneas en el tiempo muerto. Y como los tiempos fueron buenos y él trabajaba de sol a sol, fue reuniendo bueyes y carretas y quimbuelos y dinero y llegó a tener varias yuntas magníficas y unos cuantos miles de pesos. Por este tiempo fue que Lino Álvarez llegó a ser quimbuelero de Almeyda, de Federico Almeyda, el isleño avaricioso que reunió tierras y amontonó millones en la provincia de Oriente.

Pero allá, por el año 1920 más o menos, Federico Almeyda, que había extendido sus tentáculos hacia las tierras del Realengo y colindantes, por medio de uno de sus altos empleados, Manuel Delgado, le trasmitió la orden de que notificara a los vecinos que fueran desalojando aquellos montes (...).

Entonces Lino Álvarez partió para el Realengo y dio comienzo a la lucha que le costó su dinero, sus bueyes, sus carretas y sus quimbuelos, aparte de tres balazos, pero que le ha dado la oportunidad para figurar acaso con desusada brillantez, en las páginas de la historia de Cuba. Porque en las luchas del Realengo 18, de las cuales él es el máximo sostén, no hay otra cosa que la rebelión campesina, la revolución agraria que comienza a germinar y que habrá de arrancar algún día a los «propietarios» las tierras obtenidas «legalmente», para la explotación de los hombres.

HOMBRES DE LEYES Y HOMBRES DE GUERRA

Lino Álvarez, en las luchas por obtener la libre posesión de las tierras del Realengo 18 y colindantes para los campesinos que las trabajan y viven de ellas, ha demostrado ser, a la par, un «hombre de leyes y un hombre de guerra». Conocedor instintivo de todas las triquiñuelas de la ley y –sobre todo– de los leguleyos, no vaciló en entablar la batalla por la vía legal. (...) En cambio, de Luis Echeverría, Presidente de la Audiencia de Oriente, a quien llaman «el hombre bueno de Almeyda», solo hablan despectivamente, por considerarlo el mejor servidor de las empresas latifundistas de la provincia. (...)

¡Un año, él y José Pradas recibieron 244 citaciones para declarar! (...) ¡En solo un año! Pero como las luchas legales eran rotas a trechos por las incursiones violentas de las compañías, entonces aparecía en Lino el «hombre de guerra» y fue él quien, al mando de los realenguistas, se apareció en las trochas comenzadas, a encararse con los ingenieros y los soldados para impedirles, por la fuerza si era necesario, la continuación de los trabajos. Estos son los momentos dramáticos de la lucha por la tierra. Fue el 3 de agosto cuando en el Charco de los Palos, en el lindero de Macurijes, 160 hombres con sus machetes le notificaron al ingeniero Félix Barrera que no podía continuar la trocha de los deslindes.

Y el 20 de octubre en El Saíto vino el primer choque con las fuerzas del cabo Danger, a las que impidieron los montunos continuar la marcha; y a los tres días después vino el choque, que no terminó sangrientamente, porque los soldados comprendieron que iban a ser aplastados. Este es el clímax de la lucha de la que seguiré dando cuenta lo más exacta posible. De la lucha que desde aquel día tiene por lema Tierra o sangre.

El autor de este texto fue Periodista, escritor y revolucionario cubano (Puerto Rico, 1901-España, 1936)

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