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Por Rob Curran
Por Rob Curran
Sólo verla en el mapa alteró mi corazón.
La Carretera Interoceánica: más de 2.400 kilómetros de asfalto que corren
desde la costa de Perú, a través de los Andes en el corazón del antiguo imperio
inca, hasta lo profundo de la Amazonía brasileña. Completada en julio de 2011,
la carretera es la versión moderna de la famosa Ruta 66 de Estados Unidos, una
carretera que conecta regiones y cumple con cientos de años de ambiciones de
expansión.
Incluso los incas, que allanaron caminos desde Colombia hasta el centro de
Chile, no pudieron trazar una vía a la Amazonía brasileña. Pocos de los
conquistadores españoles del siglo XVI que descendieron a la selva desde los
Andes peruanos en busca de El Dorado sobrevivieron el viaje. Durante décadas,
los políticos sudamericanos han hablado sobre vincular la costa industrial
atlántica de Brasil y su interior rico en recursos con los puertos del Pacífico
de Perú.
A mediados del año pasado, dos amigos y yo pasamos 10 días manejando más de
3.200 kilómetros desde Lima a Brasil, ida y vuelta. En el camino, visitamos
aldeas donde la antigua lengua inca, el quechua, se sigue hablando, nos quedamos
en un monasterio convertido, nos divertimos en la selva, dormimos en nuestro
auto cerca de Machu Picchu y nadamos en una playa desierta del Pacífico.
Tras reunirnos en el aeropuerto, salimos de inmediato en auto junto a mis
amigos Pan y Milton hacia el sur a la ciudad de Nazca, donde tomaríamos la
opción norte de las dos vertientes de la Carretera Interoceánica que van de la
costa hacia el este, conectándose en lo alto de los Andes, cerca de Cusco, la
capital colonial española e inca.
Al principio, sentíamos que estábamos pasando por una playa gigante, con
dunas a ambos lados y el Océano Pacífico ocasionalmente audible. En Nazca,
giramos al este para ingresar a la Carretera Interoceánica y nos dirigimos hacia
el interior.
No sabíamos que la ruta de Nazca a Cusco era conocida por sus
narcotraficantes, avalanchas y reparaciones mal hechas. Ni sospechamos, a medida
que empezamos a escalar las faldas de las montañas, que nos tomaría 10 horas
cubrir los 560 kilómetros a Cusco.
Cuando llegamos a Cusco, vimos un lugar que parecía congelado en el siglo
XVI. Las calles estrechas y muchos edificios estaban hechos con la misma piedra
gris. Pero los hoteles y restaurantes alrededor de las plazas centrales de Cusco
tenían interiores, menúes y clientes tan modernos como en Brooklyn o Berlín.
La mañana siguiente, anduvimos a caballo alrededor de las ruinas de
Sacsayhuamán, la fortaleza con vista a Cusco donde los incas tuvieron su última
batalla contra los españoles. Después manejamos nueve horas, descendiendo
lentamente por curvas a través de las montañas. Al anochecer, alcanzamos el
nivel del mar y más tarde llegamos a Puerto Maldonado, 480 kilómetros al este de
Cuzco.
Puerto Maldonado parecía un pueblito mexicano, con una calle tras otra de
farmacias, ferreterías y restaurantes de pollo casi idénticos. A los habitantes
locales les encanta bailar. El viento húmedo de la jungla transporta el sonido
de cumbia y salsa, y era difícil resistirse a su ritmo. Bailamos hasta la
madrugada.
Tomamos un barco para una aventura de un día organizada por una agencia de
viajes local. Caminamos por la selva, nos deslizamos en cables entre los árboles
e hicimos kayak.
Al día siguiente, manejamos 225 kilómetros hacia Brasil por un tramo desierto
de la carretera. La ciudad fronteriza peruana de Iñapari es tan pequeña que no
nos dimos cuenta de que estábamos ingresando a Brasil hasta que los carteles de
la ruta cambiaron a portugués.
Regresamos a nuestro hotel en Perú. Cuando volvíamos a Cusco, visitamos Machu
Picchu. Dormimos en el auto la noche anterior para no perdernos el amanecer en
las ruinas. Tomamos la parte sur de la Carretera Interoceánica en el viaje de
regreso a Lima, que hace un recorrido el doble de largo pero nos llevó poco
tiempo más. No sólo está pavimentada sino que gran parte se extiende por el
Altiplano.
La última noche, nos quedamos en Arequipa. Con sus bares vibrantes, su cocina
ecléctica y la mezcla de arquitectura colonial y moderna, la ciudad podría ser
una capital regional española.
Antes de ir al aeropuerto, paramos en una playa entre Arequipa y Nazca. La
costa estaba vacía por kilómetros. Pan y yo salimos del auto y corrimos al mar.
Algún día, decidí, volveríamos a terminar el viaje.
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ResponderEliminarSaludos,
Daniela
Muchas Gracias Daniela
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