"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 28 de julio de 2013

Perú, una aventura por la Interoceánica

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Por Rob Curran

Sólo verla en el mapa alteró mi corazón.

La Carretera Interoceánica: más de 2.400 kilómetros de asfalto que corren desde la costa de Perú, a través de los Andes en el corazón del antiguo imperio inca, hasta lo profundo de la Amazonía brasileña. Completada en julio de 2011, la carretera es la versión moderna de la famosa Ruta 66 de Estados Unidos, una carretera que conecta regiones y cumple con cientos de años de ambiciones de expansión.

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Incluso los incas, que allanaron caminos desde Colombia hasta el centro de Chile, no pudieron trazar una vía a la Amazonía brasileña. Pocos de los conquistadores españoles del siglo XVI que descendieron a la selva desde los Andes peruanos en busca de El Dorado sobrevivieron el viaje. Durante décadas, los políticos sudamericanos han hablado sobre vincular la costa industrial atlántica de Brasil y su interior rico en recursos con los puertos del Pacífico de Perú.


La construcción de la Carretera Interoceánica, el vínculo que faltaba entre los sistemas de caminos de ambos países, comenzó finalmente en 2006. La carretera es aborrecida por los activistas que se oponen a la tala de árboles y elogiada por los economistas a favor del desarrollo. La carretera parece haberles facilitado la vida a muchos peruanos; ha tenido el mismo efecto con los narcotraficantes, los mineros ilegales de oro y los desarrolladores sin principios.

A mediados del año pasado, dos amigos y yo pasamos 10 días manejando más de 3.200 kilómetros desde Lima a Brasil, ida y vuelta. En el camino, visitamos aldeas donde la antigua lengua inca, el quechua, se sigue hablando, nos quedamos en un monasterio convertido, nos divertimos en la selva, dormimos en nuestro auto cerca de Machu Picchu y nadamos en una playa desierta del Pacífico.

Tras reunirnos en el aeropuerto, salimos de inmediato en auto junto a mis amigos Pan y Milton hacia el sur a la ciudad de Nazca, donde tomaríamos la opción norte de las dos vertientes de la Carretera Interoceánica que van de la costa hacia el este, conectándose en lo alto de los Andes, cerca de Cusco, la capital colonial española e inca.

Al principio, sentíamos que estábamos pasando por una playa gigante, con dunas a ambos lados y el Océano Pacífico ocasionalmente audible. En Nazca, giramos al este para ingresar a la Carretera Interoceánica y nos dirigimos hacia el interior.

No sabíamos que la ruta de Nazca a Cusco era conocida por sus narcotraficantes, avalanchas y reparaciones mal hechas. Ni sospechamos, a medida que empezamos a escalar las faldas de las montañas, que nos tomaría 10 horas cubrir los 560 kilómetros a Cusco.

Antes del atardecer, nos detuvimos en una aldea de la montaña para comprar mate de coca, un té hecho con la planta que es la materia prima de la cocaína. No tiene ninguno de los efectos de la droga; simplemente queríamos prevenir el mal de altura: en el punto más alto del viaje, estuvimos a 4.570 metros sobre el nivel del mar. La vista me arrebató el poco aliento que me quedaba.

Cuando llegamos a Cusco, vimos un lugar que parecía congelado en el siglo XVI. Las calles estrechas y muchos edificios estaban hechos con la misma piedra gris. Pero los hoteles y restaurantes alrededor de las plazas centrales de Cusco tenían interiores, menúes y clientes tan modernos como en Brooklyn o Berlín.

La mañana siguiente, anduvimos a caballo alrededor de las ruinas de Sacsayhuamán, la fortaleza con vista a Cusco donde los incas tuvieron su última batalla contra los españoles. Después manejamos nueve horas, descendiendo lentamente por curvas a través de las montañas. Al anochecer, alcanzamos el nivel del mar y más tarde llegamos a Puerto Maldonado, 480 kilómetros al este de Cuzco.

Puerto Maldonado parecía un pueblito mexicano, con una calle tras otra de farmacias, ferreterías y restaurantes de pollo casi idénticos. A los habitantes locales les encanta bailar. El viento húmedo de la jungla transporta el sonido de cumbia y salsa, y era difícil resistirse a su ritmo. Bailamos hasta la madrugada.

Tomamos un barco para una aventura de un día organizada por una agencia de viajes local. Caminamos por la selva, nos deslizamos en cables entre los árboles e hicimos kayak.

Al día siguiente, manejamos 225 kilómetros hacia Brasil por un tramo desierto de la carretera. La ciudad fronteriza peruana de Iñapari es tan pequeña que no nos dimos cuenta de que estábamos ingresando a Brasil hasta que los carteles de la ruta cambiaron a portugués.

Regresamos a nuestro hotel en Perú. Cuando volvíamos a Cusco, visitamos Machu Picchu. Dormimos en el auto la noche anterior para no perdernos el amanecer en las ruinas. Tomamos la parte sur de la Carretera Interoceánica en el viaje de regreso a Lima, que hace un recorrido el doble de largo pero nos llevó poco tiempo más. No sólo está pavimentada sino que gran parte se extiende por el Altiplano.

La última noche, nos quedamos en Arequipa. Con sus bares vibrantes, su cocina ecléctica y la mezcla de arquitectura colonial y moderna, la ciudad podría ser una capital regional española.

Antes de ir al aeropuerto, paramos en una playa entre Arequipa y Nazca. La costa estaba vacía por kilómetros. Pan y yo salimos del auto y corrimos al mar. Algún día, decidí, volveríamos a terminar el viaje.

2 comentarios:

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    Saludos,
    Daniela

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