"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

jueves, 19 de septiembre de 2013

¿Desiguales en Cuba?

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Por MARJORIE PEREGRÍN Y ONEDYS CALVO



Los avatares de la sociedad cubana en los últimos años, a partir de la década de 1990, las limitaciones de la economía y a la vez los nuevos rumbos en ese ámbito han creado realidades complejas ante las que hoy se manejan conceptos como desigualdad y redistribución de la riqueza, economía solidaria y compromiso social, temas que aborda en esta entrevista la doctora Mayra Espina, socióloga e investigadora en temas de pobreza y desigualdad social, y oficial de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, COSUDE.
Primero que todo, doctora, ¿podría definir el concepto de desigualdad?
-El término desigualdad, como palabra común, no tiene connotación negativa alguna, pues significa diferencia, diversidad; compara objetos, personas… Pero en el ámbito social sí tiene una carga de negatividad, pues su significado es que en una sociedad concreta, histórica, los diferentes grupos sociales tienen niveles diferentes de acceso al bienestar, oportunidades de vida y de ascenso social, y se marcan entonces relaciones de inequidad.
Dado que el tema incita a la polémica y genera muchas opiniones, queremos mencionar algunas de las impresiones que recogimos en las calles de La Habana. Por ejemplo: la aparente igualdad genera desigualdad; el hecho de que algunos tengan acceso a cosas como autos o casas de calidad crea una desigualdad, y es algo normal en cualquier sociedad, porque está el hecho de que unos tienen mejores salarios o ingresos que otros; es algo que existe en cualquier sociedad, y es natural, y atañe a todo, incluido el pensamiento, los gustos… Hay sectores de la población muy desprotegidos. Hay que mejorar la situación del salario y que las cosas estén más equilibradas, pues hay una gran desproporción entre ingresos y lo que se debe pagar por servicios y productos. Unos opinaron que en Cuba hay desigualdad social y otros que no, porque hay igualdad de derechos, como el acceso a la educación y a la salud… ¿Es ciertamente algo intrínseco de las sociedades la existencia de la desigualdad?
-Me ha sorprendido que algunos consideren la desigualdad como algo normal, natural. No me gusta usar términos técnicos que enrarezcan la conversación, pero en sociología llamamos a esto un proceso de naturalización. Es decir, las sociedades comienzan a aceptar procesos que son negativos y los asumen como la única manera en que puede existir la sociedad.
Lo primero que me gustaría comentar es que en lo social no hay nada natural. No es un orden natural. Somos seres biológicos pero esa es sólo una parte de nuestra esencia. Todo lo que existe en la sociedad es construido, humanamente construido, cultural; es una manera de relacionarse, y no la única.
Sobre esa idea de que siempre ha habido desigualdad de pensamiento, de filosofía: no nos estamos refiriendo a eso; claro que hay diversidad de maneras de pensar, de gustos, de necesidades, intereses, ideas, y esa diversidad es lo típicamente social. Lo que pasa es que esa diversidad no debe implicar diferentes accesos al bienestar. Casi siempre se le ponen apellidos: desigualdad socioeconómica, desigualdad racial, de género… Y lo que está queriendo decirse con esa desigualdad al comparar grupos es que hay una ventaja para unos y una desventaja para otros. Esa ventaja y esa desventaja no siempre están justamente explicadas, no siempre tienen como base la justicia, sino que, como regla, hay una situación de injusticia social. Y hacia ahí va la crítica, no a la diversidad de pensamiento, de gustos, de ideas, de manera de vivir, sino a la desigualdad que implica desventaja para uno.
Si comparamos a la Cuba de hoy con la de los ´80, con el ideal social de la Revolución, pues podemos encontrar que las desigualdades son ahora sustantivas
Algunos entrevistados en la calle dijeron que sí hay desigualdad en Cuba; otros que no…
-Mi punto de vista es que en Cuba en estos momentos existe un grado se desigualdad significativo y creciente. Claro que aquí valdría aclarar que cuando uno mide desigualdad también depende de con qué se compara. En la literatura y en la prensa siempre se habla de Brasil como el campeón de la desigualdad; lo que quiere decir es que la distancia entre las personas que mejor viven y las que peor viven es muy grande, y hay desde la pobreza más extrema hasta la riqueza más conspicua. Entonces, si comparamos a Cuba con casos como el de Brasil, nuestro nivel de desigualdad podría ser pequeño; si comparamos a Cuba con otras sociedades más de nuestra escala, digamos Centroamérica o República Dominicana, nuestro grado de desigualdad es relativamente pequeño.
Pero si comparamos a la Cuba de hoy con la de los ´80, con el ideal social de la Revolución, pues podemos encontrar que las desigualdades son ahora sustantivas. Y le pediría a quienes consideran que no hay desigualdad, por ejemplo habaneros y habaneras, que miren a su alrededor, y se fijen en tres cosas: las casas, el medio de transporte y (en la sociología hay una especialidad llamada “sociología de la basura”, que estudia las desigualdades a partir de los desechos de los barrios) los basureros, su contenido en los distintos barrios o en las casas. Mi respuesta es esa: los estudios sociológicos indican que somos hoy mucho más desiguales que en la década de 1980, si compramos niveles de ingresos, salarios… Pero no hay que ser sociólogo. Caminando por la ciudad uno puede ver a simple vista esas desigualdades.
Muchos mencionan los años de 1980 como un referente, un tiempo en que se vivió de mejor manera y en el que se veía menos desigualdad… ¿Sería una salida re-mirar a los ´80, replantearse el modelo de esa época?
-La nostalgia de los ´80 tiene una cierta justificación, y todos los que tenemos memoria de entonces, sobre todo los que fuimos adolescentes y jóvenes, no podemos evitar cierta nostalgia, especialmente porque era una sociedad muy diferente. La época de los ´80 es probablemente la expresión culminante de ese logro del proyecto social cubano de alcanzar la satisfacción de las necesidades básicas a un nivel decoroso para las grandes mayorías, prácticamente la totalidad de la población. Y eso hace una diferencia, porque cuando la sociedad no tiene que luchar individualmente por la subsistencia, las relaciones sociales son menos violentas, menos competitivas… Creo que quienes podemos recordar los ´80 sentimos esa añoranza: necesidades básicas cubiertas y un nivel de competitividad relativamente bajo.
En ese sentido, sí, los ´80 representan un avance de igualdad grande. Algunos estudios señalan que en los ´80 la franja de población en situación de desventaja, lo que podríamos llamar pobreza (quienes no pueden satisfacer sus necesidades básicas a partir de sus ingresos y necesitan asistencia, amparo) era del 5-6%. Era un momento de políticas sociales muy robustas: esas personas estaban protegidas, tenían bajos ingresos, tenían necesidades no cubiertas pero había una protección. La diferencia de ingresos entre las personas que eran trabajadores estatales estaba entre 1 y 4,5%, lo que quiere decir que quienes más ganaban lo hacían en un máximo de 4,5 veces por encima de los que menos ganaban. Es una diferencia muy pequeña, y si además todos tienen cubiertas las necesidades básicas, se convierte en una diferencia insignificante.
Es un reto que hoy está más vivo que nunca: la necesidad de que las políticas sociales y el avance de la igualdad estén respaldados por una economía fuerte.
Hay que anotar un “pero”. ¿Por qué los ´80 no son un modelo para volver? Primeramente, no son “reconstruibles”. Fueron fruto de una situación internacional hoy inexistente. Y aun si pudieran reconstruirse, sigo pensando que no es el modelo, por muchas razones, pero dos fundamentales: primero, no había un sostén económico para esos avances sociales, y cuando uno revisa los estudios económicos de aquellos años ve que la economía se iba debilitando, la productividad del trabajo decaía… Hoy hablamos de la seguridad alimentaria, pero los problemas de la productividad agraria venían de los ´80, y los de la producción industrial… No había una economía robusta para sostener esos logros sociales. Es un reto que hoy está más vivo que nunca: la necesidad de que las políticas sociales y el avance de la igualdad estén respaldados por una economía fuerte.
Segundo, era una igualdad con poca sensibilidad para la diversidad. Parece un trabalenguas, pero explico brevemente. En esa época, la igualdad estaba un poco sostenida por una distribución igualitarista, una libreta de abastecimientos que consideraba que todos tenían las mismas necesidades, y que incluso daba ron y cigarros como productos subvencionados. Es un avance de igualdad que desconoce la diversidad, el hecho de que no todo el mundo tiene las mismas necesidades.
Estos dos elementos indican que deberíamos ir hacia otro modelo para avanzar en la igualdad.
En las entrevistas con ciudadanos en la calle algunos mencionaron temas como el salario, los sectores más desprotegidos y el acceso a los productos básicos. ¿Cuál es su visión al respecto?
-La desigualdad en Cuba tiene hoy un patrón de distribución que hace que algunos grupos sociales soporten el mayor peso. ¿Qué pasó desde los ´80 a la fecha?: Una crisis muy profunda en los ´90, que afectó la capacidad del Estado para mantener a plenitud aquel rol de amparo total, y que hizo que prácticamente de la noche a la mañana todas las familias cubanas tuvieran que comenzar a vivir de cara al mercado. Disminuyó considerablemente aquella parte de bienes y servicios gratuitos o subvencionados y aumentó la proporción de las necesidades que debemos satisfacer a través de nuestros ingresos y según las reglas del mercado. Esto hace que no todos los grupos estén en la misma situación para enfrentar tal circunstancia.
Cuando uno mira cuáles son los grupos más afectados, la primera consideración que se puede hacer es la de la historia: grupos que tienen una desventaja y que de los ´60 a los ´80 lograron avanzar, pero que regresan a la situación de desventaja con la crisis. Los que más se vieron afectados por la situación de los ´90, y que aún padecen esa situación de desventaja, son ancianos, negros y mestizos, mujeres (especialmente las mujeres jefas de hogar, de baja calificación y con varios hijos y pocas oportunidades para hallar un buen empleo).
La desigualdad también tiene una distribución territorial inequitativa. Por ejemplo, la zona oriental del país acumula el mayor peso de estas desventajas. Y dentro de las propias provincias, en las ciudades, hay zonas más desfavorecidas que otras. Ese es el sentido de la desigualdad: no todo el mundo la padece igual, no está igualmente repartida, hay ganadores y perdedores.
Alguien hablaba del tema del salario. Esa fue una de las grandes consecuencias de la crisis. Un salario que deja de tener capacidad para satisfacer esas necesidades individuales y familiares… Se ve incluso en la emergencia de verbos como “resolver”, “luchar”, que apuntan a que la gente no puede vivir ya su vida de la manera en que la vivía antes yendo a trabajar, cobrando su salario regular…
La idea de la pirámide invertida, de la que se hablaba mucho en los ´90, y que quiere decir que la sociedad se organiza teniendo arriba a los que más tienen y abajo a los que menos. En los ´80, esa pirámide se distribuía más bien por calificación –si usted tenía una alta calificación, tenía un buen trabajo y ganaba más. De los ´90 en adelante, arriba puede estar el que tiene algo que vender, el que monta un negocio, etcétera, y algunas profesiones muy significativas para la sociedad, como la de maestro o médico, se han devaluado en términos de retribución material.
Se empezaron a legitimar conductas que antes hubieran sido inaceptables, socialmente negativas. Me parece que lo que hizo el lenguaje fue “bajarle” carga crítica a esas conductas.
Hablaba de la pirámide invertida, y de los términos como “resolver” y “luchar”, que también llevan implícitos cambios de valores…
-Es una de las consecuencias de la crisis de los ´90 de mayor impacto, o más compleja para superarla, aun cuando logremos levantarnos desde el punto de vista económico. Hablamos de una sociedad que sufre un impacto muy grande, una interrupción muy brusca de una realidad como la de los ´80, con un nivel decoroso de satisfacción de las necesidades básicas para las grandes mayorías. Hay una definición sociológica de crisis según la cual una crisis social es una situación en que las prácticas cotidianas de las personas dejan de ser eficientes para satisfacer sus necesidades básicas, para vivir una vida normal. La nueva situación de los ´90 fue tan brusca, tan violenta, tan inesperada, generó un escenario de incertidumbre tan grande, que las personas empezaron entonces, con sus propios recursos, a encontrar maneras de satisfacer sus necesidades. Se empezaron a legitimar conductas que antes hubieran sido inaceptables, socialmente negativas. Me parece que lo que hizo el lenguaje fue “bajarle” carga crítica a esas conductas.
¿Dónde estaría el modelo de igualdad legítimo?
-En una sociedad de recursos limitados, donde no todos pueden acceder de igual forma a esos recursos, pues la regla para acceder debería ser ese esfuerzo personal, esa contribución al bien común… Hay otra regla de que no hemos hablado, que es la solidaridad. No todo el mundo puede aportar al bien común, por vejez, por incapacidad, por diferentes condiciones. Esas personas deben ser atendidas, tener las mismas oportunidades. Digamos que ese aporte al bien común y la solidaridad serían como las dos reglas para una igualdad legítima, o una igualdad con un grado mínimo de injusticia social.
Estamos viviendo un momento de expansión de oportunidades, a mi modo de ver aún limitadas; creo que el listado de actividades por cuenta propia está por debajo de las posibilidades de la sociedad cubana, que acumula tanta calificación y creatividad. Creo que es un proceso, y pienso que el espectro se va a seguir ampliando.
Es fácil comprobar cómo este nuevo momento está cambiando la ciudad, no siempre para bien: el proceso ha estado acompañado de desorden, arbitrariedad, apropiación privada de espacios públicos y otros problemas, pero quiero pensar que se trata de un momento inicial y que todo esto se someterá a un orden para que esas nuevas oportunidades e iniciativas, además de proveer ingresos a quienes lo hacen, generen un impacto más positivo en la sociedad.
Creo que aquí hay una ventana de oportunidad que la sociedad cubana está aprovechando con los recursos que tiene, sobre toda la ingeniosidad, el no dejarse derrotar, el buscar siempre opciones. La parte preocupante es la desventaja que se va acumulando en el otro polo. Permite que algunos prosperen, y es una tendencia positiva que alguien pueda mejorar su vida y la de otros con su trabajo, pero, por otra parte, se van acumulando estas desventajas de algunos grupos que están en el otro lado de la línea.
Lo importante en términos de política social es que ese acumulado de desventajas no es casual: se acumula porque hay grupos que no pueden aprovechar las nuevas oportunidades. Para avanzar, para hacer una movilidad social (cambiar de ubicación en la sociedad para mejorar o empeorar) ascendente hay que tener algunas cosas que se pueden presentar en el mercado: casa para alquilar, carro para transportar, un familiar en el extranjero que mande un capital para iniciar un negocio… Hay que tener un patrimonio, o dotes personales, conocimientos o habilidades específicas con gran demanda. Nada de esto es ilegítimo, pero no se puede olvidar que en el otro extremo hay grupos que no tienen ninguna de estas condiciones, o ventajas. Estas son personas que necesitan un apoyo especial: necesitan calificarse, pero no como todo el mundo, sino tomando en cuenta sus especificidades (por ejemplo, cursos que tomen en cuenta que las mujeres con niños pequeños no pueden ir a la misma hora que los demás, o métodos que faciliten créditos con intereses muy bajos y muchas facilidades de pago…). Hay herramientas para apoyar políticas que amparen especialmente a aquellos con las menores condiciones para aprovechar las nuevas oportunidades.
En ese escenario de nuevos emprendimientos, algunos especialistas e incluso emprendedores piensan que éste es el momento de crear el compromiso social en todo ese nuevo sector no estatal emergente, con su comunidad, con las personas que le rodean, con la sociedad de forma general…
-Creo que es necesario. El momento que estamos viviendo exige un nuevo consenso social o una nueva articulación entre el Estado, la ciudadanía y este pequeño sector de emprendedores, el nuevo sector cooperativo, que implica un compromiso solidario por el bien de la sociedad en su conjunto. Y hay muchas maneras de hacerlo. Creo que el Estado requiere nuevos roles para apoyar a personas en desventaja, mientras que los nuevos grupos deben tomar conciencia de que ellos también viven beneficios de una sociedad que ampara: dígase gratuidades, salud y educación para todos. Creo que ahí está el eje de ese compromiso: no es pedirles un compromiso en el vacío, sino de una sociedad que también tiene compromisos con ellos.
Hay muchas maneras de retribuir, la primera es la de los impuestos, pero también una mirada de lo que se llama la economía solidaria, la responsabilidad social: estas pequeñas iniciativas tienen lugar en entornos comunitarios donde hay grupos variados, y pueden mejorar sus ingresos y a la vez mejorar su comunidad. Creo que es el camino, no es fácil pero debemos emprenderlo de esta manera solidaria.
Tener sensibilidad para encontrar las desigualdades, para hallar que vivimos con ellas, y movilizarnos para superarlas es parte del compromiso individual de cada uno.

 

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