"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 8 de diciembre de 2013

CONSUMO DE ALCOHOL.Cubanos entre líneas


Aparecen en la Isla nuevos patrones de consumo de alcohol: no solo se bebe más que antes, sino en lugares impensables tiempo atrás. Crece el número de mujeres y de jóvenes bebedores. Líneas y más líneas de ron se asocian a hábitos culturales así como condicionamientos sociales, familiares y personales. Según expertos, esa adicción figura entre los peligros más graves que hoy enfrenta el país por vincularse a la corrupción y otros males. Se trata de un fenómeno reversible en tanto exista profundo convencimiento de su gravedad, del cual derive un actuar consecuente

POR VLADIA RUBIO y YOHANA LEZCANO
Bohemia

En medio de la sala oscura, silenciosa, el balanceo del sillón y el sonido del minutero en el reloj de pared se han puesto de acuerdo para hacer sentir a la madre que espera cómo el tiempo puede convertirse en una melaza de agonía.

Los patrones de consumo cambian. Para beber ya no son lugares
privilegiados los bares y cantinas. (Foto: Archivo de BOHEMIA)

Con la mirada perdida quién sabe en qué coordenadas de esa madrugada, la mujer se alisa de modo mecánico una vez más el blanco cabello y vuelve a preguntarse desde el centro mismo de la angustia: ¿cómo vendrá esta vez?

“Lo que no sabe la gente es que al igual que hay fumadores pasivos, también hay alcohólicos pasivos, y su daño no es por el humo, sino por elsufrimiento”. Así afirma aBOHEMIA el Doctor en Ciencias Ricardo González Menéndez, reconocido nacional e internacionalmente como experto en el tratamiento a las adicciones.

Movido por el dolor que causa el consumo excesivo de alcohol y por el modo en que esa nociva práctica parece estar entronizándose en la vida de muchos cubanos, este equipo salió en busca de explicaciones. No fuimos a bares ni cantinas, sino a las calles, a parques, hogares, centros de trabajo… porque, lamentablemente y desde hace unas dos décadas, la bebida ha cruzado las fronteras de la cotidianidad.

Se bebe más, pero sobre todo, se bebe en todas partes: El patrón de consumo se ha ido modificando.

“En todos los pueblos de este país había un borracho, uno solo; y a lo mejor alguien que alguna vez se pasaba de tragos, armaba un escándalo y al otro día estaba muerto de vergüenza. Pero eso no es lo que está pasando ahora. La cantidad de personas que consumen alcohol irresponsablemente nos hace ver el fenómeno de forma magnificada”, asegura la psicóloga María Esther Ortiz Quesada, especializada en adicciones y conocida por los programas televisivos difundidos sobre el tema.

La Tercera Encuesta Nacional de Factores de Riesgo para la Salud y Enfermedades no Transmisibles, realizada a finales del año 2010 por el Instituto Nacional de Higiene, Epidemiología y Microbiología junto a la Oficina Nacional de Estadísticas, indicó que 41.7 por ciento de la población mayor de 15 años bebió en algún momento del año anterior, lo cual no es alarmante.

Muchos jóvenes beben por contagio grupal.
(Foto: JUVENTUD REBELDE)

Pero si a ello se agregan los resultados de otro estudio (dispensarización) de bebedores de riesgo y alcohólicos, acometido en 2011, entonces sí se enciende la luz roja: por cada diez mil habitantes, 18.7 son bebedores de riesgo y 12.4 son alcohólicos. En comparación con los resultados de II Encuesta Nacional de Factores de Riesgo para la Salud, de 2001, los números van cuesta arriba.

¿Quiénes son los marea’os?

“Aquí mi vida para los marea’os”, dice una canción de moda. Y para indagar quiénes son esos “marea’os”, BOHEMIA dialogó no solo con expertos, sino con pobladores de diversas provincias, quienes sin cortapisas reconocieron su gusto, pasado o presente, por “calentarse el pico”.

Yamil R.P*, trabajador de una empresa estatal capitalina, reconoce que bebe todos los fines de semana: “Cuando yo me entero que es viernes, me entra una cosa que no lo puedo resistir. También yo vivo solo, me tocan todos los quehaceres de la casa sin ayuda de nadie, y para sobrellevar, me gusta hacerlos tomando. Prefiero beber solo que con la gente, y me puedo tomar un litro entero de ron, y dos; pero sin apuro. Eso sí, a mí nunca me han tenido que traer cargado, sí he caminado en zigzag, pero nunca me han cartereado, ni me he quedado dormido en una guagua o me he orinado en los pantalones, esas cosas que les pasan a los borrachos”.

En Cuba, por cada cinco hombres, una mujer toma.
(Foto: CLAUDIA RODRÍGUEZ HERRERA)

Aun cuando no lo sabe, este hombre de 42 años clasifica dentro de ese 18.7 de los llamados bebedores de riesgo, aquellos que consumen alcohol de manera excesiva, dañina. No como los bebedores sociales, pero tampoco al nivel de los alcohólicos, dependientes totalmente de la bebida.

En ese segmento de los que están en peligro de caer cuesta abajo hasta quedar esclavizados al trago, se ha hecho notable la presencia de jóvenes. La psicóloga María Esther ratifica a estas reporteras que “la edad de comienzo del consumo ha disminuido, pero no porque nuestros adolescentes y jóvenes sean especialmente desviados, sino porque ha disminuido la supervisión familiar.

Disposiciones como la de prohibir a menores de 18 años la entrada a discotecas y centros nocturnos, o la de no venderles bebidas alcohólicas, se violan continuamente. Otro problema es la presencia de adultos significativos para niños y adolescentes (padres u otros familiares, maestros, médicos) que beben junto o frente a ellos. Paradójicamente son aquellos que en nuestro imaginario están para protegerlos”.

Si es notable la cantidad de jóvenes, a veces adolescentes, “echándose unos drinkis”, también llama la atención el aumento de muchachas y mujeres en esas lides, sobre todo a partir del período especial.

La ingeniera Irma G.* no duda desde sus 27 años para asegurar que toma casi todos los días, “para relajar; pero en la casa lo tengo que hacer a escondidas cuando mi mamá está de visita porque enseguida se pone con la matraquilla de que en su tiempo a ninguna mujer decente se le ocurría beber. Hay que dejarla, yo sé que unos tragos no tienen nada que ver con la decencia”.

La psicóloga Ortiz Quesada ratifica que hoy las mujeres están bebiendo mucho más que antes, aunque no más que los varones. En ocasiones, detalla, son quienes los incitan a ellos a tomar. Por cada cinco hombres que beben de manera irresponsable, una mujer lo hace.

La psicóloga María Esther Ortiz Quesada, conocida
por su programa televisivo especializado en adicciones
En Línea Directa, advierte que los niños crecen viendo
tomar alcohol como algo natural, hasta en las fiestas
infantiles se ha hecho norma entre los adultos.
(Foto: RANDY RODRÍGUEZ PAGÉS)

Va alejándose de la realidad el criterio de que en el oriente del país se bebe más que occidente. Esa es la opinión del doctor González Menéndez, quien precisa que sí continúa siendo más notable la diferencia de consumo de alcohol entre las zonas rurales y las urbanas.

Aplausos para entristecer


Darse un palo, un trancazo, un fuetazo; echarse unos buches… son algunas de las expresiones usadas en el país como sinónimo de tomar un trago de ron, la bebida alcohólica más consumida por los cubanos además de la cerveza. El vino, a diferencia de los europeos, no sube al podio.

Aventurarse sobre cuáles rones son los más consumidos por bebedores de riesgo y alcohólicos es difícil atendiendo a las diferencias en el poder adquisitivo. Cuando la billetera les anda boqueando transan sin dudar por rones destilados artesanalmente como el chispa’e tren, bajatelblúmer, azuquín, hueso’e tigre, ocalambuco, particularmente populares durante el período especial.

Ese fue el caso de Ramón*, plomero trabajador por cuenta propia, quien declara orgulloso que no bebe hace tres años pero confiesa haber tomado en sus peores momentos “cualquier cosa”. 

Tan cualquiera, que asegura: “De no ser por mi rehabilitación, yo podría haber estado entre los pobladores de La Lisa que lamentablemente tomaron alcohol de madera. Porque el alcohol no me podía faltar, y para adquirirlo llegué a vender lo que encontraba, hasta mi ropa, mis zapatos, artículos de la casa… Lo único que yo quería era beber”.

A pesar de que más de una vez amaneció tirado en un portal y de que sus vecinos y amigos conocían de sus andanzas para conseguir bebida, no recuerda haber recibido de alguno de ellos una crítica, ni siquiera una mirada de reconvención, pero sí expresiones admirativas al estilo de “machote, usted sí que aguanta,” como siempre le decía el bodeguero.

¿Por qué si lo que vende son rositas de maíz, anuncia Bucanero?
No pocas veces el entorno comunicacional inclina la balanza
hacia el lado equivocado. (Foto: CLAUDIA RODRÍGUEZ HERRERA)

Ocurre que, según expertos, en Cuba existe una tolerancia incondicionada al consumo de alcohol, sea en la magnitud que sea. Antes, argumenta el doctor Ricardo, el día del cumpleaños era un motivo para beber, ahora, es el día del no cumpleaños; por lo tanto se está celebrando 364 días del año.

El camino no está en prohibir, sentencia el especialista, sino en lograr la tolerancia condicionada que existe en algunos países: tolerancia a beber pero intolerancia total a la embriaguez, y eso, claro está, no se consigue por decreto.

Para tragar en seco
“Me refugié en el alcohol para aliviar el dolor por la pérdida de mi primer hijo. Cuando llegaba cada aniversario de su muerte, que era justo el día de mi cumpleaños, empezaba a beber y ya no podía parar. Por poco me cuesta la vida. Dejé de trabajar, no comía, y vendía lo que encontrara. Lo perdí todo”. Como en el caso de Julio*, la búsqueda de la enajenación ante problemas familiares sigue contando entre las causas fundamentales de consumo de alcohol en nuestro país.

Una buena parte de los bebedores empezó ese camino
por imitación. Así se forman las creencias, y uno actúa
según lo que cree. (Foto: Archivo de BOHEMIA)

La evasión por razones microsociales, como le llama el doctor González Menéndez, es denominador común en las historias de muchos de sus pacientes. La mayoría de ellos poseen experiencias relacionadas con la muerte de seres queridos, divorcios cruentos, abandono por parte de sus padres, enfermedades invalidantes de su persona o de algún miembro de la familia, entre otras.

Aunque quizás esos puedan estar entre los motivos más reconocidos dentro del imaginario social, la costumbre y el hedonismo (intento de encontrar placer a toda costa), califican hoy como las dos primeras razones por las cuales beben los cubanos.

Las drogas de todo tipo actúan en el circuito de las gratificaciones, una zona del cerebro donde está el llamado núcleo del placer. Cuando se estimula ese circuito, la persona siente una recompensa, y eso es lo que le hace continuar tomando.

“Buscar placer es algo legítimo -añade el profesor- pero si en el afán de encontrarlo se olvidan las responsabilidades, los valores, la ética; enseguida llega la corrupción del ser humano. Ahí sí hay que alarmarse”.

La creciente flexibilización de las normas sociales convierte en fenómeno “normal, natural” el hábito de darse unos tragos en cuanto acabe el trabajo, durante el juego de dominó o mientras está la comida.

Algunos no se sobresaltan demasiado ante estas prácticas cotidianas asociadas al consumo de alcohol, más bien las entienden como “parte de la idiosincrasia del cubano”.

Para el habanero Pedro Moreno Martínez, la ingestión de bebidas alcohólicas es una suerte de herencia cultural. “Hasta los mambises tomaban aguardiente con miel. Cuba es un país productor de caña de azúcar, de ron, eso ha condicionado el consumo, y creo que lo seguirá haciendo, porque al cubano promedio no hay quien le quite lo de buena gente, guarachero, vivaracho y tomador”.

Sin embargo, la psicóloga María Esther Ortiz Quesada, quien cuenta más de 30 años de trabajo con personas adictas, defiende otro punto de vista: “No creo que tomar sea una muestra de nuestro acervo identitario, quizás dentro de un tiempo formará parte de los grandes defectos del cubano si seguimos como vamos. Se debe no solo a la ruptura de valores, sino a la ausencia de supervisión adecuada tanto de la familia como de las instituciones estatales”.

Quitar las vendas

Sentados a un costado de la avenida 51, justo en la parada de La Vereda, en el capitalino municipio de La Lisa; una treintena de hombres y un puñado de mujeres rodean la misma pipa de cerveza de todos los fines de semana. El chofer del “almendrón” azul compra un “pepino” lleno antes de recoger a sus pasajeros, mientras aquel adolescente irreverente alardea con el plancha’ito que le vendieron en el kiosco de la esquina. Escenas similares a estas se han vuelto habituales en espacios urbanos y rurales.

“En mi bodega dejan sistemáticamente un tanque de no sé cuántos litros de ron y lo venden a granel a 20 pesos la botella. Entonces ahí viene el desorden: si una muchacha pasa se meten con ella, orinan detrás de las matas y además están próximos a las escuelas. Estos mecanismo de venta propician que se beba. Quien quiera consumir debe ir a lugares establecidos para eso”, explica a BOHEMIA Jesús Martínez, de Nuevo Vedado.

¿Recordará mañana esa imperdonable patada con olor
a alcohol? (Foto: Archivo de BOHEMIA)

Por su parte, Marvin Cruz, gastronómico en el poblado pinareño de La Güira, apoya abiertamente iniciativas como esas. “No veo mal que se trate de ayudar con esa variante a la gente que no tiene para comprarse un Habana Club o ni siquiera un ron de 60 pesos. Quitar las pipas sería una discriminación hacia quien gana un salario básico. Por ejemplo, si a mi abuelo no le dieran la botella por la libreta, porque pertenecemos al Plan Turquino, no se podría dar ni un cañangazo.

“Pero sí veo mal la falta de control sobre los que compran bebida a granel para revender y la adulteran con cualquier tipo de sustancia o la echan en tanques contaminados”, agrega el joven.

A la polémica se suma la ya tradicional y lamentable concepción de que el ron y la cerveza funcionan como recompensa laboral o como apoyo para acometer faenas rudas.

“Por ejemplo, en mi trabajo, que está en un campo del centro de la Isla, cuando dan una jabita por destacado, no le hacen caso a los jabones ni a la pintura de uñas para la mujer, lo que busca el campesino es la botella de ron sellada, si falta es como si no dieran estímulo”, expone Francisco*, trabajador de la industria cañera, quien decidió buscar ayuda médica porque cuando tomaba “no servía ni pa’orinar, me quedaba en estambay y tenía yo solo la responsabilidad de cuidar a mi viejo, de 83 años”.

Al andar las calles de esta Isla cualquiera puede tropezarse con quien monta la guagua asomándole la canequita por el bolsillo, con la pareja que ostenta latas de Bucanero como trofeo, o con el muchacho menor de edad que entra sin limitaciones a la discoteca, y allí bebe hasta donde pueda pagar.

“Se está creando una visión formal y oficial del consumo de alcohol -advierte ante estas reporteras la doctora María Esther-. ¿Quién lleva las cajas de cerveza, las pipas, o las botellas de ron cuando se quiere homenajear a un deportista? No es el primo, ni el vecino, son las instituciones. ¿Cómo es posible que se diseñen envases pequeños de ron para personas con bajo nivel adquisitivo en un país donde se le subió el precio a la bebida para proteger a su población?

“Es un problema que no solo se ha escapado de las manos, sino también de la mente -enfatiza-. El deber ser está en blanco y negro en algún lugar, pero ejecutivamente no funciona. Necesitamos desarrollar sentidos críticos en las personas”. Para ello se requieren estrategias más efectivas en el sistema educativo, laboral, legal.

Tapar la botella

Según expertos, las carencias materiales no son la causa fundamental por la que beben los cubanos, se toma en exceso lo mismo en países pobres que en aquellos donde reina la bonanza económica. No obstante, vale apuntar que un bajo poder adquisitivo, dificultades con la vivienda, el transporte y para satisfacer necesidades básicas también inciden en algunos a la hora de empinar el codo. Por supuesto, no son todos; más de la mitad de la población cubana vive sin consumir alcohol.

Rafael* intenta hacerlo y ya lleva nueve años sin probar un sorbo. “Nunca olvidaré la amarga experiencia de casi perder mis pies cuando se me reventaron durante una recaída. Tuve que pasar por eso para darme cuenta de que tenía que encauzar mi vida”, dice mientras levanta ligeramente el pantalón para mostrar los hematomas que le quedaron como huellas.

“Gracias a las consultas en la sala Rogelio Paredes del Hospital Psiquiátrico de La Habana y al grupo de Alcohólicos Anónimos, vivo sin miedo al alcohol y a quienes lo consumen”, expresa con orgullo.

“Uno solo no puede salir de las drogas. Ir a los grupos y ver a los demás me hace no virar para atrás. Por eso intento ayudarlos. Ser humilde, aplastar el orgullo, confiar siempre, son las garantías para tapar la botella. Esa es mi carta de triunfo”.

* Los nombres utilizados no son reales para proteger la identidad de los entrevistados.

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