Por Robert Skidelsky
LONDRES – El mundo desarrollado está saliendo lentamente de la Gran Recesión, pero en el aire sigue pendiendo una pregunta: ¿cuál será el alcance y el ritmo de la recuperación? Un importante motivo del pesimismo ha sido la idea de que nos estamos quedando sin oportunidades de inversión, incluso desde antes de la crisis de 2008. ¿Es verdad?
La última gran fuente de innovación fue la revolución de Internet, cuyos productos se volvieron disponibles masivamente en los años 90. Tras el colapso de las puntocom a principios de la década del 2000, las economías occidentales fueron creciendo gracias a la especulación en bienes raíces y activos financieros, la que fue posible por el bajo precio del dinero. La caída posterior al 2008 simplemente puso en evidencia la falta de solidez de ese boom; si se piensa fríamente, la mediocridad de la recuperación refleja la mediocridad de las perspectivas previas. Ahora el riesgo es que ese pico de activos generado a punta de endeudamiento no haga más que perpetuar el ciclo de auges y caídas.
El economista Larry Summers ha vuelto a introducir el término “estancamiento permanente” para describir lo que nos espera. En una conferencia reciente del Fondo Monetario Internacional, planteó que a mediados de la década del 2000 el rendimiento previsto promedio de las nuevas inversiones en Estados Unidos había caído por debajo de cualquier reducción de la tasa de interés de referencia que la Reserva Federal pudiera aplicar de manera factible.
Y eso sigue siendo cierto hoy en día. Es posible que nos encontremos en una trampa de liquidez permanente en que las tasas de interés nominales no pueden ser inferiores a cero, pero la tasa esperada de rendimiento de la inversión sigue siendo negativa. Las políticas monetarias poco convencionales, como la flexibilización cuantitativa, pueden inflar una nueva generación de burbujas de activos, pero no se habrá resuelto el problema subyacente (los rendimientos negativos de las nuevas inversiones) para el momento en que ocurra la siguiente crisis.
Por consiguiente, el problema son las malas perspectivas de la inversión. ¿Por qué? En los años 30, el economista Alvin Hansen argumentó que en los países que ya eran ricos se estaban acabando las oportunidades de nuevas inversiones. El crecimiento de la inversión había dependido del crecimiento demográfico, la innovación tecnológica y la expansión hacia occidente.
Con el fin de las posibilidades de expansión y la reducción del crecimiento demográfico, el desarrollo tendría que depender de la innovación, pero esta requeriría en el futuro menos capital y mano de obra que en el pasado. En otras palabras, los rendimientos de la inversión estarían condenados a disminuir a medida que el capital se volviera más abundante en relación con la población. En esta situación, solo sería posible mantener el pleno empleo mediante déficits fiscales constantes.
John Maynard Keynes opinaba diferente. En 1945, escribió a T. S. Eliot: “La política del pleno empleo mediante la inversión es solamente una aplicación particular de un teorema intelectual. Se pueden lograr los mismos resultados consumiendo más o trabajando menos. En lo personal, veo la política de inversión como un método de primeros auxilios… Menos trabajo es la solución más deseable.”
El fuerte rendimiento de la inversión en el periodo de postguerra en los países desarrollados disipó los temores de que se produjera un estancamiento permanente, pero eso fue así porque había ocurrido una guerra mundial que generó una inmensa demanda insatisfecha de nuevos equipos, infraestructura de transporte y electrodomésticos, junto a un complejo militar-industrial que armó a Occidente durante la Guerra Fría.
La tasa real de rendimiento del capital puede haber comenzado a disminuir a principios de los 70, y ciertamente el crecimiento de la productividad ha bajado de ritmo desde entonces. También se pueden ver bajo esta perspectiva algunos cambios cruciales en la economía política de Occidente de los años 80: el ascenso de la ideología neoliberal, la creciente desigualdad de la riqueza y los ingresos, el aumento del desempleo estructural, el desarrollo de los servicios financieros, la globalización, la invención de amenazas posteriores a la Guerra Fría para sostener el gasto militar, y así siguiendo.
La pregunta hoy en día es si se producirá un aumento importante de la inversión que pueda salvar la situación. Los optimistas dirigen la mirada a la revolución energética del esquisto en Estados Unidos.
El Instituto Global McKinsey ha identificado este tipo de energía como un elemento que “cambia las reglas del juego” en la economía mundial, y estima que podría elevar el PIB estadounidense en hasta un 4% ($690 mil millones) al año, creando 1,7 millones de puestos de trabajo permanentes para 2020. De 2007 a 2012 su producción creció a un ritmo anual de más del 50%, haciendo que la proporción del gas de esquisto en la producción general de gas de Estados Unidos pasara de ser apenas un 5% en 2007 a un 36% en 2012. EE. UU. va en camino de la autonomía energética: ha pasado de importar el 16,5% de su consumo de gas natural en 2007 al 11% en 2010.
De manera similar, un informe dado a conocer en septiembre de 2013 por IHS concluye que los sectores industriales intermedios (como el transporte) y los finales (como la manufactura y los productos químicos) también están recibiendo un enorme estímulo. Como resultado del auge de la energía del esquisto, de 2012 a 2025 se habrán invertido “más de $216 mil millones en los sectores industriales intermedios y finales relacionados con los hidrocarburos”. En estas áreas se crearon cerca de 380.000 de los 2,1 millones de empleos generados por estas industrias.
Más allá de esto, el efecto más notable de los hidrocarburos de esquisto sobre la economía ha sido la caída de los precios de la energía. En Estados Unidos, el precio del gas natural ha bajado hasta llegar a los $4 por MMBtu, en comparación con los $13 de 2008, con lo que ha dado un fuerte impulso al poder de compra de los hogares. IHS estima que en 2012 los avances de este sector elevaron el ingreso disponible real de los hogares en más de $1.200. De este modo, la revolución del esquisto significa un inmenso estímulo para Estados Unidos, tanto en términos de inversión como de exportaciones y reducción de los costes de la energía.
No estoy en posición de evaluar el impacto cuantitativo de la energía de hidrocarburos del esquisto sobre la economía estadounidense e indirectamente sobre el resto del planeta, ni de comentar sus consecuencias geopolíticas o el efecto neto sobre las emisiones de carbono. Pero sí creo que los apóstoles contemporáneos del estancamiento permanente, como Summers o Paul Krugman, deberían tener en cuenta esta revolución energética.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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