La revista digital VoxEU, que edita mi antiguo alumno Richard Baldwin, contiene dos fantásticos artículos sobre la desigualdad.
En primer lugar, Andrew Oswald, catedrático de economía de la Universidad de Warwick, en Reino Unido, y Nattavudh Powdthavee, investigador del Instituto de Economía Aplicada e Investigación Social de Melbourne, han indagado en el efecto que tiene la riqueza en las actitudes políticas observando a personas que se han enriquecido no como resultado de su esfuerzo o por herencia, sino ganando la lotería. Como era de esperar, las personas que ganan la lotería se vuelven más de derechas. A lo mejor esto no tiene nada de extraño, pero en caso de que tuviera dudas sobre si ser o no desconfiado, esto debería disiparlas.
Todavía más interesante: a los que les tocaba la lotería también se volvían más propensos a elogiar la actual distribución desigual de los ingresos. Piensen en ello por un instante. Cabe imaginar que, discurriendo a partir de su propia experiencia, un hombre hecho a sí mismo pueda llegar a la conclusión de que la gente tiene lo que merece. Pero aquí se trata de personas que de forma irrefutable, por definición, se han hecho (más) ricas por puro azar, por un medio que nada tiene que ver con sus capacidades ni con su esfuerzo, y a las que, sin embargo, el aumento de su riqueza ha convencido de que la sociedad es justa.
En el segundo artículo,
Davide Furceri y Prakash Loungani, economistas del Fondo Monetario
Internacional, utilizan la metodología del esquema de caso – observando
qué ocurre por término medio después de que se produzcan cambios
políticos claros – para evaluar los efectos de los cambios políticos
neoliberales (aunque ellos no lo expresen así) en la desigualdad. Como
era de esperar, descubren que tanto la austeridad fiscal como la
liberalización de los movimientos internacionales de capital van
seguidas por incrementos patentes de la desigualdad de ingresos.
Así que, si usted fuese un izquierdista que no para de despotricar,
podría afirmar que las actitudes políticas están determinadas por la
clase social, y que las justificaciones ideológicas de la elevada
desigualdad son tan solo un velo que oculta los intereses de clase.
También podría afirmar que las políticas económicas “saneadas” en
realidad son solo políticas que redistribuyen la renta hacia arriba.
Y resulta que le evidencia econométrica respalda más o menos ese despotrique.
El apartamento de los 2.000 años
Bloomberg informaba recientemente acerca de los precios en alza de los apartamentos de superlujo en Manhattan. Hasta ahora, la venta más alta ha sido la del apartamento de Sandy Weill, expresidente de Citigroup, quien lo vendió por 88 millones de dólares a la hija de un oligarca ruso. Pero por ahí hay ofertas de 100 millones de dólares.
Bloomberg informaba recientemente acerca de los precios en alza de los apartamentos de superlujo en Manhattan. Hasta ahora, la venta más alta ha sido la del apartamento de Sandy Weill, expresidente de Citigroup, quien lo vendió por 88 millones de dólares a la hija de un oligarca ruso. Pero por ahí hay ofertas de 100 millones de dólares.
Para tener un poco de perspectiva: en Estados Unidos, el trabajador
medio a jornada completa gana unos 40.000 dólares anuales. Por lo tanto,
el trabajador típico necesitaría 2.000 años para ganar lo suficiente
como para comprar el apartamento de Weill.
Aun así, la gente como Weill son el paradigma del libre mercado en
acción. Trabajan en un sector que aporta un claro valor a la economía y
que nunca ha dependido de la ayuda financiera estatal. Oh, un momento...
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times.
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