Hace unos meses, Jamie Dimon, consejero delegado de JPMorgan Chase, y Marlene Seltzer, consejera delegada de Jobs for the Future, publicaron un artículo en Politico titulado Cerrar la brecha de las cualificaciones. El comienzo era pasmoso: “Actualmente, 11 millones de estadounidenses están desempleados. Sin embargo, al mismo tiempo, hay cuatro millones de puestos de trabajo por cubrir”, lo cual supuestamente demostraba “el abismo existente entre las aptitudes reales de los que buscan empleo y las que requieren las empresas”.
En realidad, en una economía en constante cambio siempre hay puestos por cubrir, aunque haya trabajadores sin empleo, y el índice actual de puestos vacantes con respecto a personas desempleadas está muy por debajo de lo normal. Al mismo tiempo, numerosos estudios minuciosos no han logrado descubrir nada que dé la razón a quienes aseguran que la falta de cualificaciones adecuadas de los trabajadores explica el elevado desempleo.
Pero la creencia de que Estados Unidos sufre un grave “déficit de cualificaciones” es una de esas cosas que toda la gente importante sabe que tiene que ser verdad porque todos sus conocidos lo dicen. Se trata de un excelente ejemplo de una idea zombi, una idea que debería morir a manos de la evidencia, pero que se niega a hacerlo.
Y es algo muy perjudicial. Pero, antes de entrar en ello, ¿qué sabemos realmente de las cualificaciones y el empleo?
Pensemos en lo que esperaríamos encontrarnos si el déficit de capacidades fuese real. Sobre todo, deberíamos ver que a los trabajadores con las aptitudes adecuadas les va bien, mientras que solo les va mal a los que no las tienen. Y no lo vemos.
Efectivamente, entre los trabajadores con una buena formación reglada hay menos desempleo que entre los que tienen menos, pero eso es verdad siempre, tanto en los buenos tiempos como en los malos. La cuestión crucial es que el paro sigue siendo mucho más alto entre los trabajadores con cualquier nivel de formación que antes de la crisis financiera. Y lo mismo ocurre con los niveles de ocupación: a los trabajadores de todas las categorías principales las cosas les van peor que en 2007.
Algunas empresas se quejan de que les resulta difícil encontrar personas con las capacidades que ellos necesitan. Pero, ¿qué hay del dinero? Si las empresas realmente están pidiendo a gritos determinadas aptitudes, deberían estar dispuestas a ofrecer salarios más altos para atraer a los trabajadores que las tienen. En la práctica, sin embargo, es muy complicado descubrir grupos de trabajadores con aumentos salariales importantes, y los casos que se encuentran no cuadran en absoluto con la creencia general. Por ejemplo, es cierto que los salarios de los operarios que saben manejar una máquina de coser están aumentando significativamente, pero dudo mucho que esa sea la clase de aptitudes que tienen en mente los que montan tanto escándalo con la supuesta brecha.
Y la evidencia con respecto al desempleo y los salarios no es la única que contradice el argumento de la brecha de las cualificaciones. Las encuestas realizadas en las empresas —como las que dirigieron hace poco los investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts y el Boston Consulting Group— revelan también, como manifestaba el grupo asesor, que “la inquietud por una brecha crítica de las cualificaciones son exageradas”.
La única prueba que se podría alegar a favor del argumento de la brecha es el pronunciado aumento del paro de larga duración, que podría ser la demostración de que muchos trabajadores no tienen lo que las empresas quieren. Pero no lo es. A estas alturas, ya sabemos mucho sobre los parados de larga duración, y en lo que a capacitación se refiere, son prácticamente indistinguibles de los despedidos que no tardan encontrar un nuevo empleo. Entonces, ¿cuál es su problema? Es el mismo hecho de estar sin trabajo, que hace que las empresas ni siquiera estén dispuestas a echar un vistazo a sus capacidades.
Entonces, ¿cómo es que el mito del déficit de cualificaciones no solo pervive, sino que sigue formando parte de lo que “todo el mundo sabe”? Bien, el pasado otoño hubo una bonita ilustración del proceso cuando algunos medios de comunicación informaron de que el 92% de los altos ejecutivos afirmaba que, desde luego, existía una brecha de cualificaciones. ¿En qué se basaban para afirmarlo? En una encuesta telefónica en la que se preguntaba a los ejecutivos: “¿Cuál de las siguientes considera que describe mejor la brecha del déficit de cualificación de la fuerza laboral en Estados Unidos?”, a lo que seguía una lista de alternativas. Dada la pregunta capciosa, resulta realmente sorprendente que el 8% de los entrevistados estuviese dispuesto a afirmar que no existía tal brecha.
La cuestión es que la gente influyente se mueve en círculos en los que repetir el argumento del déficit de cualificaciones —o, mejor todavía, escribir sobre los desajustes de las cualificaciones en un medio de comunicación como Politico— es un emblema de seriedad, una afirmación de identidad tribal. Y el zombi sigue adelante, arrastrando los pies.
Por desgracia, el mito de las cualificaciones —como el mito de la inminencia de una crisis de la deuda— está teniendo efectos perniciosos en la política real. En lugar de fijarse en cómo la desastrosamente desencaminada política fiscal y la insuficiencia de medidas de la Reserva Federal han paralizado la economía y están exigiendo que se pase a la acción, la gente importante se retuerce las manos con fingida aflicción por las carencias de los trabajadores estadounidenses.
Es más, al culpar a los trabajadores de sus propios apuros, el mito de la cualificación desvía la atención del espectáculo de los beneficios y las primas en aumento aun cuando el empleo y los salarios se estancan. Por supuesto, esa puede ser otra razón por la que el mito gusta tanto a los altos ejecutivos.
Así que hay que acabar con este zombi, si es posible, y dejar de poner excusas para una economía que penaliza a los trabajadores.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
Traducción de News Clips.
© 2014 New York Times Service.
En realidad, en una economía en constante cambio siempre hay puestos por cubrir, aunque haya trabajadores sin empleo, y el índice actual de puestos vacantes con respecto a personas desempleadas está muy por debajo de lo normal. Al mismo tiempo, numerosos estudios minuciosos no han logrado descubrir nada que dé la razón a quienes aseguran que la falta de cualificaciones adecuadas de los trabajadores explica el elevado desempleo.
Pero la creencia de que Estados Unidos sufre un grave “déficit de cualificaciones” es una de esas cosas que toda la gente importante sabe que tiene que ser verdad porque todos sus conocidos lo dicen. Se trata de un excelente ejemplo de una idea zombi, una idea que debería morir a manos de la evidencia, pero que se niega a hacerlo.
Y es algo muy perjudicial. Pero, antes de entrar en ello, ¿qué sabemos realmente de las cualificaciones y el empleo?
Pensemos en lo que esperaríamos encontrarnos si el déficit de capacidades fuese real. Sobre todo, deberíamos ver que a los trabajadores con las aptitudes adecuadas les va bien, mientras que solo les va mal a los que no las tienen. Y no lo vemos.
Efectivamente, entre los trabajadores con una buena formación reglada hay menos desempleo que entre los que tienen menos, pero eso es verdad siempre, tanto en los buenos tiempos como en los malos. La cuestión crucial es que el paro sigue siendo mucho más alto entre los trabajadores con cualquier nivel de formación que antes de la crisis financiera. Y lo mismo ocurre con los niveles de ocupación: a los trabajadores de todas las categorías principales las cosas les van peor que en 2007.
Algunas empresas se quejan de que les resulta difícil encontrar personas con las capacidades que ellos necesitan. Pero, ¿qué hay del dinero? Si las empresas realmente están pidiendo a gritos determinadas aptitudes, deberían estar dispuestas a ofrecer salarios más altos para atraer a los trabajadores que las tienen. En la práctica, sin embargo, es muy complicado descubrir grupos de trabajadores con aumentos salariales importantes, y los casos que se encuentran no cuadran en absoluto con la creencia general. Por ejemplo, es cierto que los salarios de los operarios que saben manejar una máquina de coser están aumentando significativamente, pero dudo mucho que esa sea la clase de aptitudes que tienen en mente los que montan tanto escándalo con la supuesta brecha.
Y la evidencia con respecto al desempleo y los salarios no es la única que contradice el argumento de la brecha de las cualificaciones. Las encuestas realizadas en las empresas —como las que dirigieron hace poco los investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts y el Boston Consulting Group— revelan también, como manifestaba el grupo asesor, que “la inquietud por una brecha crítica de las cualificaciones son exageradas”.
La única prueba que se podría alegar a favor del argumento de la brecha es el pronunciado aumento del paro de larga duración, que podría ser la demostración de que muchos trabajadores no tienen lo que las empresas quieren. Pero no lo es. A estas alturas, ya sabemos mucho sobre los parados de larga duración, y en lo que a capacitación se refiere, son prácticamente indistinguibles de los despedidos que no tardan encontrar un nuevo empleo. Entonces, ¿cuál es su problema? Es el mismo hecho de estar sin trabajo, que hace que las empresas ni siquiera estén dispuestas a echar un vistazo a sus capacidades.
Entonces, ¿cómo es que el mito del déficit de cualificaciones no solo pervive, sino que sigue formando parte de lo que “todo el mundo sabe”? Bien, el pasado otoño hubo una bonita ilustración del proceso cuando algunos medios de comunicación informaron de que el 92% de los altos ejecutivos afirmaba que, desde luego, existía una brecha de cualificaciones. ¿En qué se basaban para afirmarlo? En una encuesta telefónica en la que se preguntaba a los ejecutivos: “¿Cuál de las siguientes considera que describe mejor la brecha del déficit de cualificación de la fuerza laboral en Estados Unidos?”, a lo que seguía una lista de alternativas. Dada la pregunta capciosa, resulta realmente sorprendente que el 8% de los entrevistados estuviese dispuesto a afirmar que no existía tal brecha.
La cuestión es que la gente influyente se mueve en círculos en los que repetir el argumento del déficit de cualificaciones —o, mejor todavía, escribir sobre los desajustes de las cualificaciones en un medio de comunicación como Politico— es un emblema de seriedad, una afirmación de identidad tribal. Y el zombi sigue adelante, arrastrando los pies.
Por desgracia, el mito de las cualificaciones —como el mito de la inminencia de una crisis de la deuda— está teniendo efectos perniciosos en la política real. En lugar de fijarse en cómo la desastrosamente desencaminada política fiscal y la insuficiencia de medidas de la Reserva Federal han paralizado la economía y están exigiendo que se pase a la acción, la gente importante se retuerce las manos con fingida aflicción por las carencias de los trabajadores estadounidenses.
Es más, al culpar a los trabajadores de sus propios apuros, el mito de la cualificación desvía la atención del espectáculo de los beneficios y las primas en aumento aun cuando el empleo y los salarios se estancan. Por supuesto, esa puede ser otra razón por la que el mito gusta tanto a los altos ejecutivos.
Así que hay que acabar con este zombi, si es posible, y dejar de poner excusas para una economía que penaliza a los trabajadores.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
Traducción de News Clips.
© 2014 New York Times Service.
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