"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

domingo, 4 de mayo de 2014

Entrevista con el Profesor Mesa Lago.

WILFREDO CANCIO ISLA/ DLA

wcancio@diariolasamericas.com
@wcancioisla

El economista cubano Carmelo Mesa Lago arriba a los 80 años con la persistencia de su laboriosidad, que parece infinita.

Profesor Emérito de la Universidad de Pittsburgh, autor de más de 60 libros y monografías, e investigador galardonado internacionalmente por sus contribuciones en materia de seguridad social en América Latina, Mesa Lago sobresale hoy como una patriarca del mundo académico estadounidense y un adelantado de los estudios cubanos fuera de la isla.

Mesa Lago acaba de ser nominado para recibir el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales de 2014, avalado por prestigiosas personalidades e instituciones como la Sociedad Internacional de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, y el Instituto Max Planck de Munich. Después del Nobel, el Príncipe de Asturias es el más importante reconocimiento en Europa para las ciencias sociales y requiere de una aportación de reconocida trascendencia en beneficio de la humanidad. Su nominación se basa en 55 años de labor en seguridad y protección sociales en 30 países con más de 400 publicaciones en siete idiomas.

A raíz de esta nominación, DIARIO LAS AMÉRICAS conversó con el laureado intelectual cubano sobre los hitos de una vida de trabajo y dedicación, y también de amor por Cuba, forzosamente desde la distancia.

Cuando se llega a los 80 años, con una vida tan laboriosa y familiarmente en equilibrio, ¿cuáles son los retos que todavía usted se impone?

Tras mi “retiro” en 2000, he trabajado nueve horas diarias de lunes a viernes -a veces los sábados- en investigación, consultorías internacionales y conferencias. Es imposible seguir con ese ritmo y he dicho que no publicaré más libros (algunos amigos se ríen de esto), tampoco haré asesorías en el extranjero por un período largo. Pero tengo que ejercitar el cerebro y voy a continuar escribiendo artículos en revistas académicas y capítulos de libros, que no llevan mucho tiempo y no generan tanta ansiedad como un libro; dos de ellos tomaron 10 años de labor. Voy a escribir con más frecuencia artículos sobre temas sociales para El País y otros periódicos. Además, dedicaré más tiempo a mi familia, especialmente a mi esposa Elena que ha sido el puntal de mi carrera. El reto es lograr un equilibrio ideal: mantenerme activo y útil a par de disfrutar los años que me quedan.

¿Qué es lo que más recuerda de su infancia? ¿Fue un muchacho de estudios desde temprano o la dedicación a los libros vino mucho después?

Fui un estudiante mediocre hasta el final de bachillerato, me entretenía en las clases, me aburría y no prestaba atención, por lo que tuve que repetir dos asignaturas. Al entrar en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, descubrí que me interesaban los temas y estaba en un grupo de “expedientes” muy competitivo; obtuve sobresaliente en todas las asignaturas menos en economía política (¡), que la enseñaba un terrible profesor al que todos temíamos. Al final gané un Premio Dolz y quedé en tercer lugar entre 200 alumnos de mi curso. Mi primer libro fue mi tesis de grado que se publicó en La Habana y ganó el Premio José Antolín del Cueto del Colegio de Abogados al mejor libro de derecho. De ahí en adelante se intensificó mi dedicación al estudio, la investigación, las publicaciones y la enseñanza.

¿Cómo se siente más cómodo cuando llega la hora de presentarlo: como un académico que estudia la economía o como un economista que escribe y da clases?

Me siento más útil como un economista que hace investigación, lo cual es la base para la enseñanza, especialmente a nivel de posgrado aunque siempre dictaba un curso en la licenciatura. Una de mis mayores satisfacciones es haber entrenado a estudiantes brillantes que ahora ocupan puestos clave en organismos internacionales, universidades y gobiernos. El actual ministro de Hacienda de Chile, Alberto Arenas de Mesa, fue mi estudiante en el doctorado, asistente de investigación y escribió una tesis -que dirigí- sobre la reforma de las pensiones en Chile que se hizo ley en 2006 en la primera presidencia de Michelle Bachelet.

Aunque a usted se le reconoce como uno de los más agudos analistas de la economía cubana, su aporte y dedicación más extensa está en el área de la seguridad y protección social en América Latina. ¿Qué países van a la delantera y cuáles están peor en este campo?

En mis trabajos he usado como indicadores de avance los principios de seguridad social (pensiones, salud) de la Organización Internacional del Trabajo: cobertura universal, suficiencia de las prestaciones, solidaridad social, equidad de género, unidad, eficiencia y costo administrativo razonable, participación laboral en la administración, y sostenibilidad financiera-actuarial. Basado en esos indicadores, van a la delantera Costa Rica, Chile, Uruguay, Argentina, Brasil y Panamá. Los peores son los países menos desarrollados, como Haití, Bolivia, Honduras y Paraguay. En mis asesorías he recomendado la creación de una pensión asistencial para los ancianos sin recursos, la cual se ha implantado en la mayoría de la región. En El Salvador y Panamá directamente por mi consejo, como atestiguan cartas de los presidentes de esos países.

Otro tema importante en su carrera es el estudio comparado de economías en América Latina. ¿Cuáles son los países que han avanzado más en la región y por qué?

Los países más avanzados son aquellos que han combinado desarrollo económico, con equidad social dentro de un sistema democrático, entre ellos, Chile, Costa Rica, Brasil, Uruguay y más recientemente Panamá y Perú. Los países en peor estado son los que han instaurado sistemas con total o excesivo control estatal de la propiedad y la economía, que anula el incentivo individual indispensable para progresar, y con regímenes autoritarios o totalitarios. Para mí el modelo ideal es una economía de mercado combinada con adecuada regulación del gobierno y un Estado de Bienestar, como la democracia social de los países escandinavos.

¿Cuál es su visión sobre estos dos tópicos en Estados Unidos? ¿Cree que se recuperará la economía y sobrevivirá el sistema de seguridad social tal y como van las cosas?

Estados Unidos ha descendido de la posición prominente que gozaba hace tres decenios y se ordena por indicadores económico-sociales por debajo de varios países desarrollados. Hay una creciente desigualdad en el ingreso; un estudio recién publicado demuestra que EEUU continúa teniendo el producto bruto per cápita promedio mayor del mundo, pero los pobres tienen un ingreso inferior al de Canadá, Suecia, Noruega, Finlandia y Holanda (lo opuesto era cierto en 1980); además el ingreso promedio no ha crecido desde 2000 y el de la clase media es inferior al de Holanda, Gran Bretaña y Canadá. Los ricos pagan menos impuestos que sus contrapartes en otros países y hay una menor distribución del ingreso hacia la clase media y los pobres.

La teoría neoliberal del “goteo” no se ha materializado, pues los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Además hay una dependencia excesiva en las importaciones, ha aumentado el déficit fiscal y la deuda pública, y había una pobre regulación-ejecución de las normas del mercado de valores que provocó la Gran Recesión. La educación primaria y secundaria se ha erosionado (no la universitaria que sigue a la cabeza) y faltaba un seguro universal de salud. Las pensiones de seguridad social y el Medicare requieren una reforma que los haga sostenibles a largo plazo pero ha sido imposible crear una comisión bilateral que emprenda esa tarea como se logró en los años ochenta. Hay una tasa de crecimiento adecuada, altísima productividad y muy baja inflación pero se mantiene una alta tasa de desempleo aunque reducida.

Las políticas de Barack Obama para enfrentar la crisis, regular los mercados y cubrir a la población sin seguro de salud son pasos importantes, pero hay que avanzar mucho más, incluyendo una ley de inmigración abarcadora. Lo peor es la polarización entre los dos partidos y la postura crecientemente conservadora del Republicano encabezado por el Tea Party.

Su último libro se dedica a las reformas económico-sociales en Cuba. ¿Cuál es su evaluación sobre sus resultados?

Mi libro prueba que las reformas son las más avanzadas bajo la revolución, están correctamente orientadas hacia el mercado, son racionales y necesarias, pero están lastradas por excesivas regulaciones, impuestos y trabas, por lo cual no han logrado hasta ahora aumentar el crecimiento económico y la producción agrícola.

Por otra parte, las reformas han generado algunos efectos sociales adversos: no han cumplido la meta de despedir 1.8 millones de empleados estatales innecesarios debido a la insuficiente expansión del sector no estatal; a pesar de aumentos del salario nominal, el salario real -ajustado a la inflación- cayó 72% desde 1989; han suprimido muchas gratuidades costosas y reducido el racionamiento, al costo de agravar la situación social; han recortado los gastos de salud y hay un deterioro en acceso y calidad; han cerrado programas educativos ineficientes y mejorado la matrícula en carreras clave, todo lo cual es positivo; la reforma de pensiones era necesaria, pero no ha logrado reducir el déficit sufragado por el fisco y la pensión real cayó 50%; la compraventa de viviendas es una acertada medida pero las ventas sólo llegan a 7% del stock y la construcción estatal bajó; y la asistencia social es clave para paliar los efectos adversos de las reformas pero se ha reducido sustancialmente. Las últimas reformas (Zona Especial de Desarrollo del Mariel, unificación de la moneda, reforma de precios, ley de inversión extranjera) son las más importantes hasta ahora, pero hay que ver sus resultados.

¿Pensó alguna vez, cuando salió en 1961 de Cuba, que era un viaje para siempre o pensaba regresar? ¿Cuál ha sido su principal frustración?
Después de la crisis de los cohetes en 1962 llegué a la conclusión que nuestra estadía iba ser muy larga, así que me dediqué a estudiar economía. Muchos amigos me reprocharon que perdiera el tiempo pues pronto regresaríamos; después hice mi doctorado en la Universidad de Cornell y, desde que lo terminé han pasado 46 años y ellos siguen aquí. La mayor frustración en mi carrera, especialmente en los decenios del 60 y 70, era la polarización extrema sobre el tema de Cuba: para unos todo antes de la revolución era jauja y después un infierno, para otros Cuba, en 1958, era unos de los países más subdesarrollados y la revolución un paraíso. Los libros y artículos existentes, salvo alguna excepción honrosa (Theodore Draper) eran ideológicos y con poquísima evidencia científica. Me hice el propósito de mejorar esa situación con trabajos objetivos y bien documentados, basados en estadísticas, reportes técnicos y citas; se me atribuye -dentro y fuera de Cuba- un cambio que elevó la profesionalidad, el nivel y la profundidad del debate, lo cual es un motivo de gran satisfacción.

Del Miami cubano que usted conoció en los 60, ¿cuáles son sus diferencias fundamentales con el Miami actual?
Viví en Miami de 1962 a 1965 y entonces era un páramo cultural, salvo por la Universidad de Miami. El cambio ha sido extraordinario: numerosas universidades, tres auditorios magníficos para conciertos, ballet, opera, danza, etc., un festival internacional de cine, múltiples museos de primera calidad y enorme desarrollo económico. Por otra parte el tráfico es horrendo, hay un efecto de demostración pernicioso y un declive en la cortesía. Respecto al tema cubano, hemos avanzado mucho, de una intolerancia que se tocaba con la de Cuba, a una mayor pluralidad y respeto a opiniones diversas, aunque queda tela por cortar.

¿Cuántos años más le da al embargo? ¿Se atreve a pronosticar?

Desde 1968 he estado en contra del embargo, porque no ha logrado su objetivo de cambiar el régimen cubano y ha sido utilizado como un chivo expiatorio para justificar errores económicos por más de medio siglo. He aprendido en mi carrera que hay que tener mucho cuidado con las predicciones, aunque acerté la de que Cuba no seguiría el efecto dominó del colapso del socialismo europeo. Debido a los múltiples y serios retos que enfrenta Obama en el resto de su período presidencial y, a pesar de los pasos positivos que ha dado, creo que es muy difícil que gaste sus escasas municiones políticas para intentar aprobar en el Congreso una reforma o anulación de la Ley Helms-Burton. Además hace falta dos para bailar el tango y cada vez que un presidente norteamericano ha intentado un rapprochement con Cuba (Ford, Carter y Clinton), lo que se generado es un conflicto. Raúl Castro ha ofrecido en varias oportunidades conversar, pero advirtiendo que no habrá cambio político en Cuba.

De todos los premios y satisfacciones que le ha dado su carrera, ¿con cuál se quedaría?

Con el Premio de la OIT al Trabajo Decente (o sea, protegido socialmente), que tuve el honor de compartir con Nelson Mandela en 2007; al año siguiente se lo otorgaron al Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Si me conceden el Premio Príncipe de Asturias este año sería la culminación de mi carrera de 55 años y un reconocimiento a la importancia de la seguridad y protección social para conseguir un mundo mejor.

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