Por Oscar Villar Barroso
[1]. Julio Parra, Principales problemas de la economía soviética y su incidencia en el final de la URSS, 2013, disponible en Rebelión, www.rebelion.org/docs/169450.pdf; Roger Keeran y Thomas Kenny, Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.
[2]. Vitali Vorotnikov, Mi verdad, Casa Editora Abril, La Habana, 1995. Vorotnikov fue miembro del Buró Político del PCUS y presidente del Soviet Supremo de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. También fue embajador de la URSS en Cuba.
[3]. David Hoffman, Los oligarcas. Poder y dinero en la nueva Rusia, Grupo Editorial Random House Mondadori, S. L., Barcelona. 2003.
[4]. Entre ellos, Guennadi Yanáyev, ex vicepresidente de la URSS; Yegor Ligachov, miembro del Buró Político y del Secretariado del CC del PCUS; Nikolai Rizhkov, ex presidente del Consejo de Ministros de la URSS, así como oficiales superiores de la KGB, como los generales de Ejército Filipp Bobkov y Valentín Varennikov y el General Mayor Viacheslav Shironin. A este grupo habría que agregar académicos como Nikolai Starikov, Vadim Udilov, Nikolai Anisin, Anatoli Utkin, Alexander Ostrovski, Boris Oleinik, Valentin Pavlov, Yuri Prokofiev e Igor Panarin.
[5]. Al respecto, véase Ernesto Che Guevara, Apuntes críticos a la economía política, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
[6]. Igor Panarin, La guerra de la información y la geopolítica, Editorial Pokolienie, Moscú, 2012, disponible en www.x-libri.ru/elib/panrn001/index.htm.
[7]. Yegor Ligachov, ¿Quién traicionó a la URSS?, Moscú, 2010, disponible en www.x-libri.ru/elib/ligch000/index.htm.
[8]. Dimitri Kiseliov, URSS: derrumbe, serie documental en 8 partes, ВГТРК, Moscú, 2011.
[9]. Viacheslav Shironin, Los agentes de la Perestroika. Desclasificando archivos de la KGB, Moscú, 1996, disponible en www.x-libri.ru/elib/shirn001/index.htm.
[10]. En 1999, en una intervención en la Universidad Americana de Turquía, Gorbachov aseguró que su propósito había sido siempre desmontar el comunismo y que para ello lo inspiraba su esposa Raiza; que por eso se esforzó por llegar a la primera magistratura del país y se apoyó en personas como Alexander Yákovlev; Eduard Shevardnadze y Boris Yeltsin, quienes pensaban igual que él, solo que la ambición de este último lo condujo a desbordarlo a él mismo.
[11]. Michael Beschloss y Strobe Talbott, At the Highest Levels: The Inside Story of the End of the Cold War, Little Brown, Boston, 1994.
[12]. Peter Shveitzer, Victoria, Eksmo, Moscú, 2010.
[13]. Esto incluyó la condena de todo criterio contrario a la línea del PCUS de lo que no escaparon ni siquiera los trabajos de Antonio Gramsci, Ernesto Che Guevara e István Meszarov.
[14]. Véase al respecto Andrei Fursov, La corporatocracia y el colapso de la URSS, documental, 2012, disponible en http://soubory.com/en/video/--AXE-mutzQL4.
[15]. Se trata de una entidad fundada en julio de 1973 por iniciativa de David Rockefeller, que consolida la alianza entre el poder de las trasnacionales, el de las finanzas y el de la política, gracias a una tupida red de influencias cuyas ramificaciones se extienden a los principales sectores de la sociedad estadounidense y mundial. Entre sus «cerebros» fundadores se encuentra Zbigniew Brzezinski, articulador estratégico de la política exterior de James Carter, gurú «ideológico» del lobby sionista que acompañó a William Clinton, y mentor doctrinario en las sombras de la campaña electoral del actual secretario de Estado John Kerry. La comisión se autodefine como un organismo de «carácter privado», que Brzezinski calificó como «el mayor conjunto de potencias financieras e intelectuales que el mundo haya conocido nunca». La Comisión Trilateral representaba la síntesis del proyecto que terminaría con los residuos ideológicos del capitalismo conservador tradicional, destinado a morir a plazo fijo junto con la Guerra fría y la URSS. Su principio básico fue perfectamente enunciado por Rockefeller: «De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos, por la soberanía de una élite de técnicos y de financieros mundiales».
[16]. En el caso guatemalteco no se puede olvidar el papel de la transnacional estadounidense United Fruit Company en el derrocamiento de Jacobo Arbenz.
[17]. Ello está relacionado con el enfoque del idealismo internacionalista surgido en los años 20 y los 30, con raíces en la tradición ética del Occidente cristiano, del humanismo liberal cuyo propósito era desarrollar una especie de «ciencia para la paz». El resultado fue muy endeble y nunca se constituyó como un verdadero paradigma científico y alternativo de las relaciones internacionales.
[18]. En algunos textos como el de Ariel Dacal y Francisco Brown, Rusia. Del socialismo real al capitalismo real (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005), se le denomina la «clase imprevista».
[19]. Sin embargo, los productos fundamentales para llevar una vida digna no faltaban. A los rusos lo que les preocupaba era que en los estantes de las tiendas no había ropa de mezclilla ni de la que llamaban «de marca» u otras cosas similares.
[20]. Término ruso que empleaba la población para referirse a la adquisición de determinado producto o servicio por vías irregulares a través de relaciones, favores o cosas similares.
[21]. Véase Alexei Pimanov, Los secretos palaciegos de la época de Leonid Brezhnev, documental, en Repositorio de Audiovisuales Rusos, disponible en www.russia.ru.
[22]. No se puede olvidar que en 1987 el índice Dow Jones tuvo una caída récord de 500 puntos en los Estados Unidos y que esto significó una importante sacudida a la economía de ese país que dejó secuelas en otros escenarios.
[23]. Andrei Fursov, ob. cit.
[24]. Julio Parra, ob. cit., p. 112.
[25]. Erich Honecker, Notas desde la cárcel, 1992-1993, disponible en Rebelión, www.rebelion.org/docs/29955.pdf.
[26]. Según datos del BM y el FMI que citan a su vez a fuentes rusas de la época de la «privatización». Véase Evelio Díaz Lezcano, Breve historia de Europa contemporánea (1914-2001), Editorial Félix Varela, La Habana, 2008.
[27]. Se dice que un millón de jóvenes ucranianas y una cantidad similar de rusas están en esta situación. En un trabajo publicado por RIA-Novosti en 2011 (http://sp.ria.ru) se aseguraba que una encuesta realizada en Kiev arrojó que la cuarta parte de las estudiantes ucranianas soñaban con viajar a Occidente en calidad de prostitutas y que las grandes ciudades de dicho país estaban llenas de «mujeres de la vida».
[28]. Véase Frei Betto, «El socialismo ha cometido el error de privatizar los sueños» (fragmentos del intercambio sostenido por Frei Betto con estudiantes y trabajadores de la Universidad de las Ciencias Informáticas, en La Habana, el 13 de febrero de 2014), disponible en Cuba x Dentro, https://cubaxdentro.wordpress.com//2014/03/18/frei-betto-universidad-uci.
Fuente Temas # 78
En diciembre de 2011, en ocasión del vigésimo aniversario del derrumbe de la URSS, vio la luz un considerable número de materiales que no solo han aportado respuestas a muchas de las interrogantes sobre su colapso, sino también generado otras preguntas relacionadas con el trabajo de las instituciones y las organizaciones políticas en la era del imperialismo globalizado, principal consecuencia de la debacle soviética. A partir de ello, han quedado en entredicho todos los mitos sobre la supuesta implosión de la URSS y algunas de sus causas.
Para arribar a tal sentencia hemos utilizado como apoyo dos textos publicados en 2013, resultado de profundas investigaciones y en los que se pueden identificar importantes coincidencias con nuestros enfoques; se trata dePrincipales problemas de la economía soviética y su incidencia en el final de la URSS, del colombiano Julio Parra, ySocialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991, de los norteamericanos Roger Keeran y Thomas Kenny.[1] A las problemáticas relacionadas con el derrumbe y su lugar en el mundo globalizado trataremos de dar respuesta a la luz de nuevos hallazgos bibliográficos y documentales.
Es, sin embargo, lamentable que muchos de estos materiales no hayan tenido una adecuada difusión por no contar con traducciones al español, en el caso de los que están en ruso, y por haber sido calificados como defensores de la «teoría de la conspiración», que siempre produce rechazo, muchas veces justificado, en virtud del sensacionalismo que suele acompañar a estas producciones, obstáculo epistemológico importante para su uso.
El objetivo de este trabajo es compartir algunas consideraciones sobre lo que ocurrió en el multinacional Estado de los soviets y hacer una aproximación a algunos de los elementos que contribuyeron a su desenlace, para lo que se utilizarán algunas de las fuentes mencionadas.
Haber vivido en la URSS durante la etapa final del mandato de Leonid Brezhnev y hasta los inicios de la perestroikadejaron en este autor más interrogantes que luz sobre lo que estaba ocurriendo en aquel país. Era imposible comprenderlo porque las cuestiones fundamentales del proceso tenían lugar tras bastidores.
Las primeras luces sobre algunas de las disfuncionalidades del Estado soviético se pudieron conocer a través de Mi verdad, de Vitali Vorotnikov.[2] Una década después de su publicación apareció el texto Los oligarcas. Poder y dinero en la nueva Rusia, de David Hoffman,[3] concebido a partir de entrevistas a los propios sujetos del «cambio», donde se ilustra, con descarnado realismo, el complejo proceso de desmontaje del socialismo, la falta de principios de estos personajes, así como las consecuencias que ello acarreó. Este documentado trabajo, y su versión cinematográfica, sirvieron a nuestra interpretación de estos hechos, tan poco explicados en Cuba, y posibilitaron adecuar texto y contexto sobre un fenómeno que ha intentado desvirtuar el carácter creador de la política y cuestionar los postulados del marxismo-leninismo.
Estas, y las otras obras mencionadas se han apoyado en las experiencias de sus autores[4] y en un importante cúmulo de documentos desclasificados recientemente, en los que se incluyen archivos del Comité de Seguridad del Estado (KGB), del Buró Político del Partido Comunista de la URSS (PCUS) y del gobierno soviético, sobre todo de la presidencia y del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo cual les concede a estos materiales mucho crédito y legitimidad para la investigación científica.
Así mismo ocurre con el bien argumentado documental, en ocho partes, СССР: Крушение (La URSS: derrumbe), del analista político Dimitri Kiseliov, que fue estrenado en diciembre de 2011 en Rusia y provocó allí significativas reacciones y justificados temores en otros escenarios, hostiles a Moscú. Este material sirve para confirmar que la desintegración de la URSS y el desmantelamiento del socialismo real en los países de Europa del Este, con todos sus componentes políticos, ideológicos, geopolíticos, económicos y sociales, fue sin dudas, tal y como lo refrenda Vladimir Putin, «la más grande catástrofe geopolítica del siglo xx», así como para evidenciar que no sucumbieron de muerte natural.
El fin de la URSS: algunas consideraciones necesarias
El proceso de crisis y disolución de la sociedad soviética, que muchos asocian con el inicio y ejecución del programa de reformas de la perestroika, está profundamente relacionado con la incapacidad de la dirección de ese país de avanzar dentro del modelo posindustrial de desarrollo y de mantener el carácter revolucionario de su proceso de construcción del socialismo. A este período se le suele denominar «etapa del inmovilismo» y es, a su vez, en extremo controvertido, pues sirvió de base para la irrupción de una burocracia parasitaria que se encargó, primero, de frenar el desarrollo del país y, finalmente, de conducirlo a la debacle.
Para muchos investigadores, el proceso de descomposición en la cúpula soviética se venía operando desde el momento en que Lenin tuvo que abandonar la dirección del país. Estos aseguran que tal proceso se agravó durante el período de Nikita Jruschov, teniendo en cuenta que las reformas que este pretendió introducir estuvieron signadas por el voluntarismo y la falta de objetividad. A ello habría que añadir garrafales errores en política exterior, como la errática conducción de los vínculos con la República Popular China, los excesos en sus relaciones con el campo socialista y finalmente, los desatinos reiterados, antes, durante y después de la Crisis de Octubre en Cuba, que provocaron su deposición, a la soviética, de la dirección del país en octubre de 1964.
Como secretario general del Comité Central del PCUS fue designado Leonid Brezhnev y al frente del gobierno, Alexei Kosiguin, quienes pretendieron, con métodos que ya habían dado resultado durante la época de Josef Stalin, dar un empujón al socialismo soviético que poco a poco acusaba agotamiento y se estancaba. La URSS ya había demostrado con creces poseer un potencial de desarrollo extraordinario. Fue el primer país de Eurasia en alcanzar, después de concluida la Primera guerra mundial, su producción de 1913, a pesar de que, en su caso, la situación bélica se extendió unos años más, por la intervención extranjera y la guerra civil.
En la década de los 50, no obstante haber soportado los mayores embates de la Segunda guerra mundial, obtuvo éxitos incuestionables y se puso al frente en la producción de varios rubros y en algunas ramas de la ciencia y la técnica, como las aeroespaciales. Fueron soviéticos los primeros en desarrollar la cibernética y en dar los primeros pasos de lo que luego sería conocido como Biotecnología e Ingeniería genética que, con el desarrollo de la microelectrónica y las comunicaciones, constituyeron el motor impulsor del avance de las sociedades capitalistas del Primer mundo; pero la dirección soviética consideró este proceso ajeno a la ideología comunista y calificó estas ciencias de «burguesas» y, por tanto, de burgueses a quienes se dedicaban a su desarrollo en el país. Ello dio origen a la gran brecha tecnológica que se mantiene hasta hoy, entre las naciones occidentales y Japón, y Rusia.
Durante los años 60 y los 70, la dirección soviética fue incapaz de comprender el cambio de paradigma productivo y continuó apelando al modelo fordista tradicional y a la economía extensiva. De ahí que resulte paradójico el hecho de que en la URSS trabajara la tercera parte de los científicos del mundo y no se aplicara en la economía el resultado de sus investigaciones.
A pesar de ello, Leonid Brezhnev estaba realmente entusiasmado con la idea de derrotar al capitalismo en la competencia pacífica que se habían propuesto, pero equivocó la política para conseguirlo. En el Pleno del CC del PCUS de septiembre de 1965, en vistas de que no se avanzaba en el cumplimiento de los planes, se decidió realizar algunas reformas. Fue entonces que la línea «economicista», de tipo tecnocrática, se impuso sobre la «socialista» como motor motivacional de la sociedad, y el estímulo material comenzó a prevalecer sobre el moral, lo que se expresó en las acciones promovidas entonces por dicho cónclave partidista.
La dirección soviética apostó por incrementar las exportaciones, pero en esta etapa, contradictoriamente, las producciones industriales acabadas, otrora competitivas, comenzaron a ceder frente a las de productores occidentales y japoneses, quienes sí asumieron e introdujeron los nuevos paradigmas tecnológicos, creados, algunos de ellos, por científicos soviéticos.
Así fue cómo, desde diferentes aproximaciones, se hizo evidente el caos en el que se adentraba la URSS, lo que se fue agravando por los altos índices de burocratización que frenaban el avance de la sociedad. En ese contexto, no fue posible disminuir los costos de las producciones ni aumentar la calidad de los productos, a pesar de que, a diferencia de Occidente, empleaban su propia materia prima de altísima calidad.
En lo político ocurrió algo similar; los cambios de conceptos y el estancamiento de la política de cuadros durante el mandato de Brezhnev sirven para explicar lo que estaba sucediendo. Paralelamente, es este el momento en que dejaba de existir en la URSS, por la errática dirección del PCUS, el sueño revolucionario de las masas. Inspirados en ese sueño, los pueblos soviéticos construyeron y reconstruyeron ese país en la década de los 30 y derrotaron al fascismo en 1945. Pero lo que se hizo en los años 70 y los 80 vino acompañado de un discurso marcadamente tecnócrata[5] de parte de sus dirigentes, ajeno y contrario a aquel otro, de carácter revolucionario, que les había permitido ganar dos guerras y recuperarse, desarrollarse y ayudar a hacerlo a un grupo importante de naciones.
Por otra parte, la juventud soviética de los años 70, nacida después de la Guerra Patria, había recibido una educación sistemática, y accedido a una instrucción de altísimo nivel en la impresionante red de universidades y politécnicos del país, lo que contradice los magros resultados en la política y en la economía y, por extensión, que no se avanzara en el nuevo paradigma tecnológico. Ello resulta otra paradoja inexplicable, pues dicha población, mucho mejor preparada, fue injustificadamente enajenada de la vida política y excluida de la dirección de sus propias entidades económicas. Esto denota incoherencia en la planificación y en la dirección de la actividad política con lo que se frustró el necesario proceso de socialización.
Lo anterior nos permite señalar, en primer lugar, que el derrumbe del sistema soviético se debió a causas fundamentalmente políticas; y, en segundo, que tal debacle no puede verse como algo aislado del contexto en el que tuvo lugar el reordenamiento y desarrollo del sistema capitalista mundial en su etapa posindustrial. Entonces, para los líderes de Occidente una cosa estaba clara: derrotar a la URSS en el terreno militar y en el económico, no era posible, de ahí que buscaran otras vías más «factibles»[6] como la política.
Yegor Ligachov, secretario del CC del PCUS, describe en su libro ¿Quién traicionó a la URSS? las acciones políticas del segmento dirigente presidido por Gorbachov y lo culpa de conspirar, traicionar al país y venderlo a Occidente.[7]Esto trasciende los presupuestos de teoría de la conspiración y fluye a los de las ciencias históricas desde el momento mismo en que Ligachov demuestra con hechos y documentos lo que aconteció durante la época de la perestroika, que analiza con un evidente espíritu crítico y autocrítico.
Ligachov explica con honestidad su entusiasmo inicial por las propuestas preliminares de la perestroika y recuerda haberle sugerido a Gorbachov prudencia y realismo, con el argumento de que era descabellado afirmar que en la URSS no se había hecho nada durante el gobierno de Brezhnev, lo que explica en su texto y retoma en una entrevista para el documental La URSS: derrumbe. En esa ocasión le repitió a Kiseliov, director del filme, la misma pregunta que le había hecho entonces a Gorbachov:
¿Qué clase de inmovilismo fue ese, si en los dieciocho años de dirección de Leonid Brezhnev en la URSS la producción industrial creció tres veces, la agrícola una vez y media, se construyeron cinco centrales electronucleares y dos gigantes para la construcción de maquinarias, entre otras obras importantes?[8]
Y concluye sentenciando que Mijaíl Gorbachov, muy influenciado por Occidente y por su esposa Raiza, llegó al Kremlin con dos propósitos muy concretos: establecer en la URSS un sistema pluripartidista y una economía de mercado como en Occidente; y lo consiguió.
Mijaíl Gorbachov, a quien se atribuye toda la culpa del derrumbe soviético y se le acusa de traición, no fue más que un representante tardío de la inerte nomenclatura de la URSS, que, aprovechándose de las disfuncionalidades del sistema, abandonó el camino de la Revolución de Octubre y luego de apartar de los puestos de dirección a quienes se podían oponer a su política, promovió a sus acólitos y condujo al país a la quiebra. Las consecuencias son aún evidentes y nadie sabe hasta cuándo se seguirán manifestando en los territorios postsoviéticos.
Así, el derrumbe soviético no puede considerarse como una cuestión acabada, desde ningún punto de vista. Forma parte de un proceso, todavía en dinámica, muy interesante en lo teórico y en lo práctico, que ha sido sistemáticamente evadido. Es el resultado, entre otras cosas, de una colosal conspiración externa e interna, de la que existen incontables elementos probatorios y de la traición al socialismo de un grupo de dirigentes soviéticos, encabezados por Gorbachov, quienes luego de minar las bases políticas, económicas, sociales y morales del país, lo condujeron a la quiebra.
Este evento está todavía a la espera de ser investigado de manera objetiva. Lamentablemente, es magra la producción científica en torno a este fenómeno a pesar de que ha descolocado todo a escala planetaria. Para comprender en toda su extensión dicho proceso se impone percibir primero la dinámica de desarrollo de la URSS durante sus últimos veinticinco años en relación con el proceso de reorganización y funcionamiento del mundo capitalista en esa etapa.
Por ello es relevante un texto como Los agentes de la perestroika. Desclasificando archivos de la KGB, del General Mayor de ese órgano, Viacheslav Shironin.[9] Este no se reduce a la mera publicación de una parte de los expedientes secretos abiertos por la dirección de la KGB a los promotores de la perestroika. Su autor los explica y revela las relaciones de estos altos cargos con Occidente.[10]
Shironin revela cómo la KGB estaba al tanto del acercamiento de los servicios especiales occidentales a la figura del futuro Secretario general del PCUS desde fecha tan temprana como 1966, en ocasión de un viaje a Francia junto a su esposa Raiza, contacto que se mantuvo, sobre todo a través de ella. El autor, además, explica cómo estos servicios de inteligencia sacaron provecho del hecho de la eliminación física de los abuelos de la «primera dama» durante las purgas de Stalin, para desarrollar en ella sentimientos de animadversión hacia el sistema soviético, lo que se combinó con su gusto por la ropa y las joyas de lujo —vestía de manera exclusiva trajes Christian Dior— y no es secreto el influjo que Raiza Gorbachova ejercía en su esposo.
Uno de los dossiers más abultados y sustanciosos en los archivos de la seguridad soviética era el de Alexander Yákovlev, «arquitecto» de la perestroika, por sus actividades en contra del país y a favor de los servicios especiales estadounidenses, lo que él mismo confirmó en varias ocasiones. Su reclutamiento se produjo en 1957, según el expediente, cuando fue enviado a realizar una pasantía en los Estados Unidos.
De ahí que el volumen resulte una fuente inestimable para comprender las interioridades de los círculos de poder soviéticos, las tensiones internas del aparato de dirección del país, y el comportamiento público, y a veces privado, de sus integrantes.
El valor de las revelaciones de los autores rusos reside en que prácticamente todo está documentado, y además se puede comprobar en la obra de autores norteamericanos, con diferentes perspectivas. Tal es el caso de Michael Beschloss y Strobe Talbott, en At the Highest Levels: The Story of the End of the Cold War.[11] El texto es resultado del estudio de una serie de documentos de las administraciones de Ronald Reagan y George Bush padre, sobre sus relaciones con la URSS. En él se explica, tomando como base los protocolos de los acuerdos secretos entre ambos países, cómo Gorbachov y Eduard Zhevarnadze, a espaldas del resto de la dirección soviética y, a cambio de muy poco, entregaron cada pedazo de la URSS y del campo socialista. Los autores tildan a estos dirigentes soviéticos de inescrupulosos especuladores, que en lugar de asumir una actitud de defensa de los intereses nacionales de su país ante las acciones de Washington para debilitarlo, se dedicaron a negociar a cambio de retribuciones personales, que en muchos casos son calificadas de ridículas.
Por su parte, Victoria, del exagente de la CIA Peter Shveitzer,[12] también pone al descubierto una estrategia secreta elaborada por el presidente Reagan y el director de la CIA William J. Casey, cuyo propósito era debilitar a la URSS y derrotarla en la Guerra fría. El autor expone cómo la diplomacia secreta de Washington actuó en tres direcciones principales: el mercado petrolero, la guerra de Afganistán, y Polonia. Hoy es conocido que en todas consiguieron propinar potentes golpes a la legitimidad e integridad de la URSS y en la actualidad «negocian» nuevamente con Arabia Saudita para repetir ese escenario contra Rusia.
En calidad de fuentes documentales, Shveitzer incluye un grupo de entrevistas exclusivas realizadas a personas que estuvieron ligadas a la concepción y ejecución de estos planes antisoviéticos y también a exfuncionarios de la KGB, del Buró Político del CC del PCUS y del gobierno soviético; todos confirman los hechos. De la parte estadounidense se reconocen los planes y las acciones y de la soviética sus consecuencias.
Así funcionaba el sistema capitalista durante la Guerra fría; sin embargo, resulta llamativo que en la URSS se abandonara el estudio serio y responsable de ese sistema desde mediados de los 50 y que no se tomaran en cuenta las investigaciones que, con un enfoque marxista, realizaban analistas occidentales. Ello condujo a una paralización de la producción científica en el campo socialista y de la divulgación de lo que se realizaba en otros contextos.[13]
En esos mismos momentos, en el seno del mundo capitalista desarrollado se gestaba una nueva casta dentro de la clase burguesa a escala planetaria, que se proponía —y lo consiguió con creces— cambiar todas las reglas de funcionamiento del sistema. A este grupo, nucleado en torno a las corporaciones transnacionales, se le denomina «plutocracia» o «corporatocracia».[14]
Esta élite no constituye una nueva clase social, sino más bien un nuevo estamento integrado por funcionarios y tecnócratas ultrapragmáticos, procedentes de distintos sectores como la burocracia política y empresarial, militares y agentes de los servicios especiales, especialistas de publicidad y de los medios masivos de comunicación y hombres de negocios y financistas, que desde finales de los 50 se habían propuesto eliminar y suplantar a la clase burguesa tradicional y de paso, salir de la URSS, lo que al parecer cuajó a partir de la implementación de la Comisión Trilateral.[15]
De tal manera, y a tenor de los presupuestos del enfoque de la «interdependencia», todos estos elementos se nuclearon en torno a las corporaciones transnacionales cuando estas desbordaron los límites de los Estados nacionales. Algunos ubican su debut internacional entre 1953 y 1954 durante la «democión» de los mandatarios en Irán y Guatemala. Resulta llamativa la participación de esas corporaciones, más que la de la propia CIA, aunque esta es asaz evidente.[16]
Por otra parte, esta «corporatocracia» global, no estaba preparada para la convivencia con la URSS y el campo socialista, a diferencia de la burguesía monopolista tradicional,[17] dispuesta a hacerlo. El problema era que para que la primera se realizara como proyecto a escala planetaria, tenía que hacerlo de manera absoluta y universal, sin compartir espacios con nadie.
Coincidentemente con la irrupción en los asuntos globales de este grupo de poder, y en sintonía con los acuerdos de la Comisión Trilateral, la URSS comenzó a participar de forma creciente y sistemática en el comercio mundial, con la venta de considerables volúmenes de petróleo y gas natural. Ello le permitió a Moscú desempeñar un papel más activo en esa importante esfera de la economía global y con ello se convirtió en un obstáculo evidente para las compañías occidentales que se habían propuesto copar este escenario. Lo anterior hizo posible que en la URSS se conformara una suerte de estamento,[18] integrado por un segmento de la nomenclatura estato-partidista soviética que estableció una suerte de enlace carnal con los de la élite capitalista por su participación en la venta de petróleo, gas natural, piedras y metales preciosos a los Estados Unidos y Europa.
De este modo, en los años 60 y los 70 se comenzó a estructurar en la URSS el segmento soviético de la «corporatocracia» global, una entidad que no conoce fronteras y que, una vez destruido el multinacional Estado, estuvo en condiciones de apropiarse de la riqueza construida por el trabajo del pueblo. En calidad de «quinta columna» actuó allí un grupo de funcionarios del Partido, del Estado, de la KGB y de la intelectualidad, que se asociaron a los zares de la economía sumergida y contaron con el apoyo y la complicidad de sus contrapartes occidentales.
Sin embargo, visto desde la óptica del funcionamiento de los procesos globales, lo que ocurrió en la URSS entre los años 60 y 70 fue que allí finalmente cuajó la conformación del segmento soviético de esa élite mundial, situación que alcanzó su clímax durante la crisis de la perestroika. Vale decir que la idea era participar en igualdad de condiciones en el gobierno mundial y no como «parientes pobres», pero la «integración» no resultó ni entre todos ni para todos, y los elementos más activos de este grupo en la URSS no recibieron más que algunas migajas de esas cuotas de poder.
En otras palabras, el derrumbe de la URSS hay que entenderlo como parte fundamental del desarrollo del sistema capitalista mundial globalizado, lo que no quiere decir que la Unión Soviética estaba condenada a desaparecer. Allí solo existía una crisis estructural que podía o no transformarse en una del sistema.
En los 80, los errores en la política económica y la propia situación internacional propiciaron carencias materiales y desabastecimiento de algunos productos[19] en el país y, como resultado, ganaron espacios la corrupción, la economía sumergida y el blat,[20] los cuales dieron pie al surgimiento de mafias locales, como la denominada «mafia uzbeka», una estructura criminal con la que el yerno del propio Brezhnev, el general Yuri Churbanov,[21] estuvo muy involucrado.
El grupo de estadounidenses mencionado, expertos del área económica, trabajó en la URSS durante los años 1988 y 1989 y estuvo dirigido por el Premio Nóbel de Economía Vasili Leontiev. Al finalizar su estudio emitieron un informe que todavía hoy suscita comentarios. Significaron que, evidentemente, en la URSS había algunos problemas económicos como en cualquier otra parte, incluyendo los Estados Unidos.[22] Leontiev aseguró que los que enfrentaba la economía soviética no eran de los que exigían profundos cambios en el sistema. Ello corrobora lo expresado por Egor Ligachov al contradecir los argumentos de los sepultureros del Estado soviético. Esto explica la suerte corrida por el informe de este Premio Nóbel y por él mismo cuando, de regreso a los Estados Unidos, le cerraron el acceso a los periódicos y a otros medios; es decir, lo obligaron a callar.
Las conclusiones de Leontiev fueron ratificadas en el verano de 1991, por Margaret Thatcher, en un discurso en Houston, Texas, donde aseguró que a finales de ese año la URSS no representaba para Occidente un peligro en la esfera militar, sino en la económica,[23] pues la proyección de dicho país y sus potencialidades reales indicaban una tendencia al alza y un considerable avance en el mercado mundial, lo que hubiese obligado a Occidente a realizar importantes reformas sociales de corte izquierdista o a desatar una nueva guerra mundial para frenar a Moscú.
Tal situación habría constituido un gran obstáculo para el liderazgo mundial de Occidente y para el proyecto de los representantes de la «corporatocracia» global, que se proponía alcanzar ese liderazgo y, por extensión, desmontar el Estado de bienestar.
Otro estudio sobre el tema es el del economista colombiano Julio Parra, quien en concordancia con los criterios de Leontiev y de Thatcher asegura:
Se han tratado los principales problemas de la economía soviética y pese a su gran cantidad y complejidad, ha podido verse que eran solucionables. Nos hemos detenido en varias de las falencias y puntos débiles de la economía soviética, con el fin de escudriñar su real peso y posibilidad de superación o agravamiento, y se ha podido apreciar, no sobra reiterar, que sus dificultades eran vadeables, algunas de manera sencilla, otras de forma más compleja, pero no eran, de ninguna manera, inabordables.[24]
Mijaíl Gorbachov facilitó la ascensión, en la cúspide del Estado soviético, de los elementos del segmento nacional de la «corporatocracia» global, quienes se dedicaron a destruir el orden constitucional, a apropiarse de la propiedad social y a transformar la URSS en un caos. Para ello se aprobaron cinco leyes que no resolvieron ningún problema; dos de las cuales resultaron fundamentales para el desmontaje del sistema soviético. La primera fue la del trabajo individual, que legalizó toda la economía sumergida y a sus agentes; y la segunda la de las empresas privadas, que hizo quebrar a la estatal socialista.
Al respecto, el líder germanodemocrático Erich Honecker expresó:
"Todos nosotros queríamos un socialismo que fuese aún mejor. Lo que se había alcanzado nunca nos bastó. Todos estos pequeños «reformadores» no lograron sino entregar el socialismo a sus enemigos porque prestaron oídos al gran «reformador». En seis años, este logró desarmar al PCUS, del que era Secretario General, y llevar a la URSS a la aniquilación. La RDA fue sacrificada en el altar de la «Casa Común Europea» por la cual Gorbachov luchaba con tanto ahínco. Fue el hecho más doloroso de mi existencia así como de la de numerosos camaradas. Estamos obligados hoy a reconocer que esto fue facilitado por nuestra actitud habitual ante Moscú, hecha ante todo de disciplina y respeto de la tradición".[25]
El aventurerismo político de los «reformadores» del imperfecto «socialismo real» provocó el paso de un régimen extremadamente rígido y burocratizado, a otro ultraliberal y caóticamente desregulado. Para conseguirlo, se apoyaron en los errores efectivos de aquel, en ocasiones hiperbolizados o inventados. Lo cierto es que desmontaron un sistema que había convertido al vetusto imperio de los zares en una potencia mundial, y liquidaron —por la irrisoria suma de 55 000 millones de dólares y con dinero no siempre limpio—[26] la riqueza de toda la URSS, valorada según los expertos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en unos 550 000 millones de dólares. Esta colosal estafa empobreció hasta la indigencia a la mayoría de los trescientos millones de soviéticos y trajo a las nuevas sociedades males desconocidos entre ellos, como la drogadicción, el éxodo masivo de sus profesionales y científicos, y de muchas jóvenes que hoy ejercen la prostitución[27] en disímiles rincones del mundo.
Solo entonces se hizo evidente la crisis del sistema, pero ya estaban desmontados sus fundamentos políticos y económicos. De ahí que Mijaíl Gorbachov quedara para la historia como el triste ejemplo de la incompetencia y la traición que condujeron al derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Sin embargo, la desaparición del socialismo real y de la URSS —el «eje del mal»— no solo no significó una victoria mundial para la paz y la democracia, sino que generó una creciente avalancha de guerras y una ola de fundamentalismos y nacionalismos inmanejables, que tienen lugar en la periferia y en la semiperiferia del mundo capitalista desarrollado. Ha provocado, además, que los políticos del Primer mundo comenzaran a desmantelar las políticas sociales, en su mayoría, concesiones al pueblo de esos países por miedo al reto que representaba la utopía socialista. Desde ese momento, el enfrentamiento Este-Oeste fue sustituido por el de Norte-Sur, y la carrera armamentista no ha cesado.
Así, a propósito del vigésimo aniversario de la desaparición de la URSS se desclasificaron documentos, se publicaron libros, se realizaron entrevistas a los protagonistas de los hechos y aparecieron materiales audiovisuales que han estremecido la sociedad rusa y postsoviética, por develar imágenes inéditas de la traición de una parte de la élite que negoció con Occidente tal rendición.
El resultado de esta producción intelectual ha propiciado que en Rusia, y por extensión en toda la región postsoviética incluido el Báltico, hayan surgido significativos espacios de reflexión y debate, y hasta un trascendente movimiento social, de muchísimo impacto entre los jóvenes menores de 25 años, grupo etario muy interesado en conocer la verdad sobre los motivos que condujeron a la pérdida de «su» país.
Consideraciones finales
Errores como la represión y las purgas injustificadas contra personas honestas, el encumbramiento de un sector burocrático y parasitario dentro del Partido y el Estado, la proliferación de la doble moral y la corrupción, contrarios al ideal socialista, no solo frustraron la experiencia soviética en 1991, sino que han provocado un rechazo hacia el término «socialismo» de los pueblos postsoviéticos, que asocian a su práctica elementos que obligatoriamente tendrían que ser contrarios a su esencia. De ahí la urgencia de reflexionar críticamente sobre la construcción y deconstrucción de la URSS, sobre sus aciertos y sus errores.
La incapacidad de la dirección soviética de avanzar dentro del modelo posindustrial de desarrollo y de mantener el carácter revolucionario del proceso de construcción del socialismo dieron al traste con la experiencia socialista en la URSS al propiciar el surgimiento de un segmento burocrático, conservador y contrarrevolucionario que se desligó de las masas y del proyecto socialista, cuyos representantes, una vez en el poder, condujeron el país a su destrucción.
Recientemente Frei Betto expresó que el error más grande del socialismo real había sido privatizar los sueños.[28]
Por su parte, Eric Hobsbawm, uno de los primeros en escribir sobre el tema, aseguró que lo fundamental en la debacle soviética fue la conjugación de glasnost y perestroika. La primera porque quebró la autoridad y la confianza en el sistema y la moral, y la segunda porque desorganizó la economía hasta el extremo, al crear inflación, desabastecimiento y otros problemas. La debacle económica se produjo entonces cuando se había abandonado la economía planificada y centralizada.
El socialismo soviético fue un experimento político que se malogró por incompatibilidad, en muchas ocasiones, con los preceptos mismos del socialismo y de la época contemporánea. Sus dirigentes, una vez desaparecido Lenin, intentaron construir una sociedad «no capitalista» empleando algunas de sus herramientas, lo que, aunque constituyó un desacierto político, podía haber sido superado si la perestroika hubiese estado orientada a ello.
Los años de desaceleración y de la crisis de estas reformas coinciden con un período en el que el país contaba con una población mucho mejor preparada. Sin embargo, no se produjo el inevitable y necesario proceso de socialización, que era el que debía conducir a un estadio superior en la construcción del socialismo. En su lugar, el sector burocrático se consolidó en la cúpula y se desconectó de las bases sociales y quebró la lógica sistémica del socialismo.
Los privilegios de los dirigentes desconectados por completo de la población, provocaron en las masas un creciente desencanto que se tradujo en la adopción de una perniciosa apatía política y en el surgimiento de manifestaciones «antisoviéticas», que fueron en aumento hasta el derrumbe.
Este fue obra de un segmento de la burocracia soviética, conectado con el mundo de las corporaciones para obtener ganancia individual sin responsabilidad de este tipo. Para la realización de los intereses de este segmento era imprescindible destruir la URSS y entregarla al mejor postor a cambio de algunas cuotas de participación en las nuevas estructuras de dominio global. En ello desempeñó un papel fundamental la orientación de las reformas de Gorbachov, encaminadas a destruir el sistema.
El proyecto antisoviético del capitalismo tardío occidental se articuló como parte sustancial de la propia doctrina sobre la globalización concebida en el esquema estadounidense de hegemonía unipolar. Este fue dirigido en contra de los fundamentos y las estructuras esenciales de toda la sociedad soviética para dar fin a su experiencia civilizatoria. Ello se consumó, en parte, luego de que la URSS se desmoronara y se estableciera en Rusia un régimen ultraliberal absolutamente desregulado, que desplazó el país hacia la periferia del sistema mundo globalizado con sus consiguientes consecuencias políticas, económicas, sociales y psicológicas. Así Rusia vio disminuida, durante los tres lustros siguientes al derrumbe soviético, casi hasta la nulidad, su poder de influencia en la arena internacional.
Notas
Para arribar a tal sentencia hemos utilizado como apoyo dos textos publicados en 2013, resultado de profundas investigaciones y en los que se pueden identificar importantes coincidencias con nuestros enfoques; se trata dePrincipales problemas de la economía soviética y su incidencia en el final de la URSS, del colombiano Julio Parra, ySocialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991, de los norteamericanos Roger Keeran y Thomas Kenny.[1] A las problemáticas relacionadas con el derrumbe y su lugar en el mundo globalizado trataremos de dar respuesta a la luz de nuevos hallazgos bibliográficos y documentales.
Es, sin embargo, lamentable que muchos de estos materiales no hayan tenido una adecuada difusión por no contar con traducciones al español, en el caso de los que están en ruso, y por haber sido calificados como defensores de la «teoría de la conspiración», que siempre produce rechazo, muchas veces justificado, en virtud del sensacionalismo que suele acompañar a estas producciones, obstáculo epistemológico importante para su uso.
El objetivo de este trabajo es compartir algunas consideraciones sobre lo que ocurrió en el multinacional Estado de los soviets y hacer una aproximación a algunos de los elementos que contribuyeron a su desenlace, para lo que se utilizarán algunas de las fuentes mencionadas.
Haber vivido en la URSS durante la etapa final del mandato de Leonid Brezhnev y hasta los inicios de la perestroikadejaron en este autor más interrogantes que luz sobre lo que estaba ocurriendo en aquel país. Era imposible comprenderlo porque las cuestiones fundamentales del proceso tenían lugar tras bastidores.
Las primeras luces sobre algunas de las disfuncionalidades del Estado soviético se pudieron conocer a través de Mi verdad, de Vitali Vorotnikov.[2] Una década después de su publicación apareció el texto Los oligarcas. Poder y dinero en la nueva Rusia, de David Hoffman,[3] concebido a partir de entrevistas a los propios sujetos del «cambio», donde se ilustra, con descarnado realismo, el complejo proceso de desmontaje del socialismo, la falta de principios de estos personajes, así como las consecuencias que ello acarreó. Este documentado trabajo, y su versión cinematográfica, sirvieron a nuestra interpretación de estos hechos, tan poco explicados en Cuba, y posibilitaron adecuar texto y contexto sobre un fenómeno que ha intentado desvirtuar el carácter creador de la política y cuestionar los postulados del marxismo-leninismo.
Estas, y las otras obras mencionadas se han apoyado en las experiencias de sus autores[4] y en un importante cúmulo de documentos desclasificados recientemente, en los que se incluyen archivos del Comité de Seguridad del Estado (KGB), del Buró Político del Partido Comunista de la URSS (PCUS) y del gobierno soviético, sobre todo de la presidencia y del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo cual les concede a estos materiales mucho crédito y legitimidad para la investigación científica.
Así mismo ocurre con el bien argumentado documental, en ocho partes, СССР: Крушение (La URSS: derrumbe), del analista político Dimitri Kiseliov, que fue estrenado en diciembre de 2011 en Rusia y provocó allí significativas reacciones y justificados temores en otros escenarios, hostiles a Moscú. Este material sirve para confirmar que la desintegración de la URSS y el desmantelamiento del socialismo real en los países de Europa del Este, con todos sus componentes políticos, ideológicos, geopolíticos, económicos y sociales, fue sin dudas, tal y como lo refrenda Vladimir Putin, «la más grande catástrofe geopolítica del siglo xx», así como para evidenciar que no sucumbieron de muerte natural.
El fin de la URSS: algunas consideraciones necesarias
El proceso de crisis y disolución de la sociedad soviética, que muchos asocian con el inicio y ejecución del programa de reformas de la perestroika, está profundamente relacionado con la incapacidad de la dirección de ese país de avanzar dentro del modelo posindustrial de desarrollo y de mantener el carácter revolucionario de su proceso de construcción del socialismo. A este período se le suele denominar «etapa del inmovilismo» y es, a su vez, en extremo controvertido, pues sirvió de base para la irrupción de una burocracia parasitaria que se encargó, primero, de frenar el desarrollo del país y, finalmente, de conducirlo a la debacle.
Para muchos investigadores, el proceso de descomposición en la cúpula soviética se venía operando desde el momento en que Lenin tuvo que abandonar la dirección del país. Estos aseguran que tal proceso se agravó durante el período de Nikita Jruschov, teniendo en cuenta que las reformas que este pretendió introducir estuvieron signadas por el voluntarismo y la falta de objetividad. A ello habría que añadir garrafales errores en política exterior, como la errática conducción de los vínculos con la República Popular China, los excesos en sus relaciones con el campo socialista y finalmente, los desatinos reiterados, antes, durante y después de la Crisis de Octubre en Cuba, que provocaron su deposición, a la soviética, de la dirección del país en octubre de 1964.
Como secretario general del Comité Central del PCUS fue designado Leonid Brezhnev y al frente del gobierno, Alexei Kosiguin, quienes pretendieron, con métodos que ya habían dado resultado durante la época de Josef Stalin, dar un empujón al socialismo soviético que poco a poco acusaba agotamiento y se estancaba. La URSS ya había demostrado con creces poseer un potencial de desarrollo extraordinario. Fue el primer país de Eurasia en alcanzar, después de concluida la Primera guerra mundial, su producción de 1913, a pesar de que, en su caso, la situación bélica se extendió unos años más, por la intervención extranjera y la guerra civil.
En la década de los 50, no obstante haber soportado los mayores embates de la Segunda guerra mundial, obtuvo éxitos incuestionables y se puso al frente en la producción de varios rubros y en algunas ramas de la ciencia y la técnica, como las aeroespaciales. Fueron soviéticos los primeros en desarrollar la cibernética y en dar los primeros pasos de lo que luego sería conocido como Biotecnología e Ingeniería genética que, con el desarrollo de la microelectrónica y las comunicaciones, constituyeron el motor impulsor del avance de las sociedades capitalistas del Primer mundo; pero la dirección soviética consideró este proceso ajeno a la ideología comunista y calificó estas ciencias de «burguesas» y, por tanto, de burgueses a quienes se dedicaban a su desarrollo en el país. Ello dio origen a la gran brecha tecnológica que se mantiene hasta hoy, entre las naciones occidentales y Japón, y Rusia.
Durante los años 60 y los 70, la dirección soviética fue incapaz de comprender el cambio de paradigma productivo y continuó apelando al modelo fordista tradicional y a la economía extensiva. De ahí que resulte paradójico el hecho de que en la URSS trabajara la tercera parte de los científicos del mundo y no se aplicara en la economía el resultado de sus investigaciones.
A pesar de ello, Leonid Brezhnev estaba realmente entusiasmado con la idea de derrotar al capitalismo en la competencia pacífica que se habían propuesto, pero equivocó la política para conseguirlo. En el Pleno del CC del PCUS de septiembre de 1965, en vistas de que no se avanzaba en el cumplimiento de los planes, se decidió realizar algunas reformas. Fue entonces que la línea «economicista», de tipo tecnocrática, se impuso sobre la «socialista» como motor motivacional de la sociedad, y el estímulo material comenzó a prevalecer sobre el moral, lo que se expresó en las acciones promovidas entonces por dicho cónclave partidista.
La dirección soviética apostó por incrementar las exportaciones, pero en esta etapa, contradictoriamente, las producciones industriales acabadas, otrora competitivas, comenzaron a ceder frente a las de productores occidentales y japoneses, quienes sí asumieron e introdujeron los nuevos paradigmas tecnológicos, creados, algunos de ellos, por científicos soviéticos.
Así fue cómo, desde diferentes aproximaciones, se hizo evidente el caos en el que se adentraba la URSS, lo que se fue agravando por los altos índices de burocratización que frenaban el avance de la sociedad. En ese contexto, no fue posible disminuir los costos de las producciones ni aumentar la calidad de los productos, a pesar de que, a diferencia de Occidente, empleaban su propia materia prima de altísima calidad.
En lo político ocurrió algo similar; los cambios de conceptos y el estancamiento de la política de cuadros durante el mandato de Brezhnev sirven para explicar lo que estaba sucediendo. Paralelamente, es este el momento en que dejaba de existir en la URSS, por la errática dirección del PCUS, el sueño revolucionario de las masas. Inspirados en ese sueño, los pueblos soviéticos construyeron y reconstruyeron ese país en la década de los 30 y derrotaron al fascismo en 1945. Pero lo que se hizo en los años 70 y los 80 vino acompañado de un discurso marcadamente tecnócrata[5] de parte de sus dirigentes, ajeno y contrario a aquel otro, de carácter revolucionario, que les había permitido ganar dos guerras y recuperarse, desarrollarse y ayudar a hacerlo a un grupo importante de naciones.
Por otra parte, la juventud soviética de los años 70, nacida después de la Guerra Patria, había recibido una educación sistemática, y accedido a una instrucción de altísimo nivel en la impresionante red de universidades y politécnicos del país, lo que contradice los magros resultados en la política y en la economía y, por extensión, que no se avanzara en el nuevo paradigma tecnológico. Ello resulta otra paradoja inexplicable, pues dicha población, mucho mejor preparada, fue injustificadamente enajenada de la vida política y excluida de la dirección de sus propias entidades económicas. Esto denota incoherencia en la planificación y en la dirección de la actividad política con lo que se frustró el necesario proceso de socialización.
Lo anterior nos permite señalar, en primer lugar, que el derrumbe del sistema soviético se debió a causas fundamentalmente políticas; y, en segundo, que tal debacle no puede verse como algo aislado del contexto en el que tuvo lugar el reordenamiento y desarrollo del sistema capitalista mundial en su etapa posindustrial. Entonces, para los líderes de Occidente una cosa estaba clara: derrotar a la URSS en el terreno militar y en el económico, no era posible, de ahí que buscaran otras vías más «factibles»[6] como la política.
Yegor Ligachov, secretario del CC del PCUS, describe en su libro ¿Quién traicionó a la URSS? las acciones políticas del segmento dirigente presidido por Gorbachov y lo culpa de conspirar, traicionar al país y venderlo a Occidente.[7]Esto trasciende los presupuestos de teoría de la conspiración y fluye a los de las ciencias históricas desde el momento mismo en que Ligachov demuestra con hechos y documentos lo que aconteció durante la época de la perestroika, que analiza con un evidente espíritu crítico y autocrítico.
Ligachov explica con honestidad su entusiasmo inicial por las propuestas preliminares de la perestroika y recuerda haberle sugerido a Gorbachov prudencia y realismo, con el argumento de que era descabellado afirmar que en la URSS no se había hecho nada durante el gobierno de Brezhnev, lo que explica en su texto y retoma en una entrevista para el documental La URSS: derrumbe. En esa ocasión le repitió a Kiseliov, director del filme, la misma pregunta que le había hecho entonces a Gorbachov:
¿Qué clase de inmovilismo fue ese, si en los dieciocho años de dirección de Leonid Brezhnev en la URSS la producción industrial creció tres veces, la agrícola una vez y media, se construyeron cinco centrales electronucleares y dos gigantes para la construcción de maquinarias, entre otras obras importantes?[8]
Y concluye sentenciando que Mijaíl Gorbachov, muy influenciado por Occidente y por su esposa Raiza, llegó al Kremlin con dos propósitos muy concretos: establecer en la URSS un sistema pluripartidista y una economía de mercado como en Occidente; y lo consiguió.
Mijaíl Gorbachov, a quien se atribuye toda la culpa del derrumbe soviético y se le acusa de traición, no fue más que un representante tardío de la inerte nomenclatura de la URSS, que, aprovechándose de las disfuncionalidades del sistema, abandonó el camino de la Revolución de Octubre y luego de apartar de los puestos de dirección a quienes se podían oponer a su política, promovió a sus acólitos y condujo al país a la quiebra. Las consecuencias son aún evidentes y nadie sabe hasta cuándo se seguirán manifestando en los territorios postsoviéticos.
Así, el derrumbe soviético no puede considerarse como una cuestión acabada, desde ningún punto de vista. Forma parte de un proceso, todavía en dinámica, muy interesante en lo teórico y en lo práctico, que ha sido sistemáticamente evadido. Es el resultado, entre otras cosas, de una colosal conspiración externa e interna, de la que existen incontables elementos probatorios y de la traición al socialismo de un grupo de dirigentes soviéticos, encabezados por Gorbachov, quienes luego de minar las bases políticas, económicas, sociales y morales del país, lo condujeron a la quiebra.
Este evento está todavía a la espera de ser investigado de manera objetiva. Lamentablemente, es magra la producción científica en torno a este fenómeno a pesar de que ha descolocado todo a escala planetaria. Para comprender en toda su extensión dicho proceso se impone percibir primero la dinámica de desarrollo de la URSS durante sus últimos veinticinco años en relación con el proceso de reorganización y funcionamiento del mundo capitalista en esa etapa.
Por ello es relevante un texto como Los agentes de la perestroika. Desclasificando archivos de la KGB, del General Mayor de ese órgano, Viacheslav Shironin.[9] Este no se reduce a la mera publicación de una parte de los expedientes secretos abiertos por la dirección de la KGB a los promotores de la perestroika. Su autor los explica y revela las relaciones de estos altos cargos con Occidente.[10]
Shironin revela cómo la KGB estaba al tanto del acercamiento de los servicios especiales occidentales a la figura del futuro Secretario general del PCUS desde fecha tan temprana como 1966, en ocasión de un viaje a Francia junto a su esposa Raiza, contacto que se mantuvo, sobre todo a través de ella. El autor, además, explica cómo estos servicios de inteligencia sacaron provecho del hecho de la eliminación física de los abuelos de la «primera dama» durante las purgas de Stalin, para desarrollar en ella sentimientos de animadversión hacia el sistema soviético, lo que se combinó con su gusto por la ropa y las joyas de lujo —vestía de manera exclusiva trajes Christian Dior— y no es secreto el influjo que Raiza Gorbachova ejercía en su esposo.
Uno de los dossiers más abultados y sustanciosos en los archivos de la seguridad soviética era el de Alexander Yákovlev, «arquitecto» de la perestroika, por sus actividades en contra del país y a favor de los servicios especiales estadounidenses, lo que él mismo confirmó en varias ocasiones. Su reclutamiento se produjo en 1957, según el expediente, cuando fue enviado a realizar una pasantía en los Estados Unidos.
De ahí que el volumen resulte una fuente inestimable para comprender las interioridades de los círculos de poder soviéticos, las tensiones internas del aparato de dirección del país, y el comportamiento público, y a veces privado, de sus integrantes.
El valor de las revelaciones de los autores rusos reside en que prácticamente todo está documentado, y además se puede comprobar en la obra de autores norteamericanos, con diferentes perspectivas. Tal es el caso de Michael Beschloss y Strobe Talbott, en At the Highest Levels: The Story of the End of the Cold War.[11] El texto es resultado del estudio de una serie de documentos de las administraciones de Ronald Reagan y George Bush padre, sobre sus relaciones con la URSS. En él se explica, tomando como base los protocolos de los acuerdos secretos entre ambos países, cómo Gorbachov y Eduard Zhevarnadze, a espaldas del resto de la dirección soviética y, a cambio de muy poco, entregaron cada pedazo de la URSS y del campo socialista. Los autores tildan a estos dirigentes soviéticos de inescrupulosos especuladores, que en lugar de asumir una actitud de defensa de los intereses nacionales de su país ante las acciones de Washington para debilitarlo, se dedicaron a negociar a cambio de retribuciones personales, que en muchos casos son calificadas de ridículas.
Por su parte, Victoria, del exagente de la CIA Peter Shveitzer,[12] también pone al descubierto una estrategia secreta elaborada por el presidente Reagan y el director de la CIA William J. Casey, cuyo propósito era debilitar a la URSS y derrotarla en la Guerra fría. El autor expone cómo la diplomacia secreta de Washington actuó en tres direcciones principales: el mercado petrolero, la guerra de Afganistán, y Polonia. Hoy es conocido que en todas consiguieron propinar potentes golpes a la legitimidad e integridad de la URSS y en la actualidad «negocian» nuevamente con Arabia Saudita para repetir ese escenario contra Rusia.
En calidad de fuentes documentales, Shveitzer incluye un grupo de entrevistas exclusivas realizadas a personas que estuvieron ligadas a la concepción y ejecución de estos planes antisoviéticos y también a exfuncionarios de la KGB, del Buró Político del CC del PCUS y del gobierno soviético; todos confirman los hechos. De la parte estadounidense se reconocen los planes y las acciones y de la soviética sus consecuencias.
Así funcionaba el sistema capitalista durante la Guerra fría; sin embargo, resulta llamativo que en la URSS se abandonara el estudio serio y responsable de ese sistema desde mediados de los 50 y que no se tomaran en cuenta las investigaciones que, con un enfoque marxista, realizaban analistas occidentales. Ello condujo a una paralización de la producción científica en el campo socialista y de la divulgación de lo que se realizaba en otros contextos.[13]
En esos mismos momentos, en el seno del mundo capitalista desarrollado se gestaba una nueva casta dentro de la clase burguesa a escala planetaria, que se proponía —y lo consiguió con creces— cambiar todas las reglas de funcionamiento del sistema. A este grupo, nucleado en torno a las corporaciones transnacionales, se le denomina «plutocracia» o «corporatocracia».[14]
Esta élite no constituye una nueva clase social, sino más bien un nuevo estamento integrado por funcionarios y tecnócratas ultrapragmáticos, procedentes de distintos sectores como la burocracia política y empresarial, militares y agentes de los servicios especiales, especialistas de publicidad y de los medios masivos de comunicación y hombres de negocios y financistas, que desde finales de los 50 se habían propuesto eliminar y suplantar a la clase burguesa tradicional y de paso, salir de la URSS, lo que al parecer cuajó a partir de la implementación de la Comisión Trilateral.[15]
De tal manera, y a tenor de los presupuestos del enfoque de la «interdependencia», todos estos elementos se nuclearon en torno a las corporaciones transnacionales cuando estas desbordaron los límites de los Estados nacionales. Algunos ubican su debut internacional entre 1953 y 1954 durante la «democión» de los mandatarios en Irán y Guatemala. Resulta llamativa la participación de esas corporaciones, más que la de la propia CIA, aunque esta es asaz evidente.[16]
Por otra parte, esta «corporatocracia» global, no estaba preparada para la convivencia con la URSS y el campo socialista, a diferencia de la burguesía monopolista tradicional,[17] dispuesta a hacerlo. El problema era que para que la primera se realizara como proyecto a escala planetaria, tenía que hacerlo de manera absoluta y universal, sin compartir espacios con nadie.
Coincidentemente con la irrupción en los asuntos globales de este grupo de poder, y en sintonía con los acuerdos de la Comisión Trilateral, la URSS comenzó a participar de forma creciente y sistemática en el comercio mundial, con la venta de considerables volúmenes de petróleo y gas natural. Ello le permitió a Moscú desempeñar un papel más activo en esa importante esfera de la economía global y con ello se convirtió en un obstáculo evidente para las compañías occidentales que se habían propuesto copar este escenario. Lo anterior hizo posible que en la URSS se conformara una suerte de estamento,[18] integrado por un segmento de la nomenclatura estato-partidista soviética que estableció una suerte de enlace carnal con los de la élite capitalista por su participación en la venta de petróleo, gas natural, piedras y metales preciosos a los Estados Unidos y Europa.
De este modo, en los años 60 y los 70 se comenzó a estructurar en la URSS el segmento soviético de la «corporatocracia» global, una entidad que no conoce fronteras y que, una vez destruido el multinacional Estado, estuvo en condiciones de apropiarse de la riqueza construida por el trabajo del pueblo. En calidad de «quinta columna» actuó allí un grupo de funcionarios del Partido, del Estado, de la KGB y de la intelectualidad, que se asociaron a los zares de la economía sumergida y contaron con el apoyo y la complicidad de sus contrapartes occidentales.
Sin embargo, visto desde la óptica del funcionamiento de los procesos globales, lo que ocurrió en la URSS entre los años 60 y 70 fue que allí finalmente cuajó la conformación del segmento soviético de esa élite mundial, situación que alcanzó su clímax durante la crisis de la perestroika. Vale decir que la idea era participar en igualdad de condiciones en el gobierno mundial y no como «parientes pobres», pero la «integración» no resultó ni entre todos ni para todos, y los elementos más activos de este grupo en la URSS no recibieron más que algunas migajas de esas cuotas de poder.
En otras palabras, el derrumbe de la URSS hay que entenderlo como parte fundamental del desarrollo del sistema capitalista mundial globalizado, lo que no quiere decir que la Unión Soviética estaba condenada a desaparecer. Allí solo existía una crisis estructural que podía o no transformarse en una del sistema.
En los 80, los errores en la política económica y la propia situación internacional propiciaron carencias materiales y desabastecimiento de algunos productos[19] en el país y, como resultado, ganaron espacios la corrupción, la economía sumergida y el blat,[20] los cuales dieron pie al surgimiento de mafias locales, como la denominada «mafia uzbeka», una estructura criminal con la que el yerno del propio Brezhnev, el general Yuri Churbanov,[21] estuvo muy involucrado.
El grupo de estadounidenses mencionado, expertos del área económica, trabajó en la URSS durante los años 1988 y 1989 y estuvo dirigido por el Premio Nóbel de Economía Vasili Leontiev. Al finalizar su estudio emitieron un informe que todavía hoy suscita comentarios. Significaron que, evidentemente, en la URSS había algunos problemas económicos como en cualquier otra parte, incluyendo los Estados Unidos.[22] Leontiev aseguró que los que enfrentaba la economía soviética no eran de los que exigían profundos cambios en el sistema. Ello corrobora lo expresado por Egor Ligachov al contradecir los argumentos de los sepultureros del Estado soviético. Esto explica la suerte corrida por el informe de este Premio Nóbel y por él mismo cuando, de regreso a los Estados Unidos, le cerraron el acceso a los periódicos y a otros medios; es decir, lo obligaron a callar.
Las conclusiones de Leontiev fueron ratificadas en el verano de 1991, por Margaret Thatcher, en un discurso en Houston, Texas, donde aseguró que a finales de ese año la URSS no representaba para Occidente un peligro en la esfera militar, sino en la económica,[23] pues la proyección de dicho país y sus potencialidades reales indicaban una tendencia al alza y un considerable avance en el mercado mundial, lo que hubiese obligado a Occidente a realizar importantes reformas sociales de corte izquierdista o a desatar una nueva guerra mundial para frenar a Moscú.
Tal situación habría constituido un gran obstáculo para el liderazgo mundial de Occidente y para el proyecto de los representantes de la «corporatocracia» global, que se proponía alcanzar ese liderazgo y, por extensión, desmontar el Estado de bienestar.
Otro estudio sobre el tema es el del economista colombiano Julio Parra, quien en concordancia con los criterios de Leontiev y de Thatcher asegura:
Se han tratado los principales problemas de la economía soviética y pese a su gran cantidad y complejidad, ha podido verse que eran solucionables. Nos hemos detenido en varias de las falencias y puntos débiles de la economía soviética, con el fin de escudriñar su real peso y posibilidad de superación o agravamiento, y se ha podido apreciar, no sobra reiterar, que sus dificultades eran vadeables, algunas de manera sencilla, otras de forma más compleja, pero no eran, de ninguna manera, inabordables.[24]
Mijaíl Gorbachov facilitó la ascensión, en la cúspide del Estado soviético, de los elementos del segmento nacional de la «corporatocracia» global, quienes se dedicaron a destruir el orden constitucional, a apropiarse de la propiedad social y a transformar la URSS en un caos. Para ello se aprobaron cinco leyes que no resolvieron ningún problema; dos de las cuales resultaron fundamentales para el desmontaje del sistema soviético. La primera fue la del trabajo individual, que legalizó toda la economía sumergida y a sus agentes; y la segunda la de las empresas privadas, que hizo quebrar a la estatal socialista.
Al respecto, el líder germanodemocrático Erich Honecker expresó:
"Todos nosotros queríamos un socialismo que fuese aún mejor. Lo que se había alcanzado nunca nos bastó. Todos estos pequeños «reformadores» no lograron sino entregar el socialismo a sus enemigos porque prestaron oídos al gran «reformador». En seis años, este logró desarmar al PCUS, del que era Secretario General, y llevar a la URSS a la aniquilación. La RDA fue sacrificada en el altar de la «Casa Común Europea» por la cual Gorbachov luchaba con tanto ahínco. Fue el hecho más doloroso de mi existencia así como de la de numerosos camaradas. Estamos obligados hoy a reconocer que esto fue facilitado por nuestra actitud habitual ante Moscú, hecha ante todo de disciplina y respeto de la tradición".[25]
El aventurerismo político de los «reformadores» del imperfecto «socialismo real» provocó el paso de un régimen extremadamente rígido y burocratizado, a otro ultraliberal y caóticamente desregulado. Para conseguirlo, se apoyaron en los errores efectivos de aquel, en ocasiones hiperbolizados o inventados. Lo cierto es que desmontaron un sistema que había convertido al vetusto imperio de los zares en una potencia mundial, y liquidaron —por la irrisoria suma de 55 000 millones de dólares y con dinero no siempre limpio—[26] la riqueza de toda la URSS, valorada según los expertos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en unos 550 000 millones de dólares. Esta colosal estafa empobreció hasta la indigencia a la mayoría de los trescientos millones de soviéticos y trajo a las nuevas sociedades males desconocidos entre ellos, como la drogadicción, el éxodo masivo de sus profesionales y científicos, y de muchas jóvenes que hoy ejercen la prostitución[27] en disímiles rincones del mundo.
Solo entonces se hizo evidente la crisis del sistema, pero ya estaban desmontados sus fundamentos políticos y económicos. De ahí que Mijaíl Gorbachov quedara para la historia como el triste ejemplo de la incompetencia y la traición que condujeron al derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Sin embargo, la desaparición del socialismo real y de la URSS —el «eje del mal»— no solo no significó una victoria mundial para la paz y la democracia, sino que generó una creciente avalancha de guerras y una ola de fundamentalismos y nacionalismos inmanejables, que tienen lugar en la periferia y en la semiperiferia del mundo capitalista desarrollado. Ha provocado, además, que los políticos del Primer mundo comenzaran a desmantelar las políticas sociales, en su mayoría, concesiones al pueblo de esos países por miedo al reto que representaba la utopía socialista. Desde ese momento, el enfrentamiento Este-Oeste fue sustituido por el de Norte-Sur, y la carrera armamentista no ha cesado.
Así, a propósito del vigésimo aniversario de la desaparición de la URSS se desclasificaron documentos, se publicaron libros, se realizaron entrevistas a los protagonistas de los hechos y aparecieron materiales audiovisuales que han estremecido la sociedad rusa y postsoviética, por develar imágenes inéditas de la traición de una parte de la élite que negoció con Occidente tal rendición.
El resultado de esta producción intelectual ha propiciado que en Rusia, y por extensión en toda la región postsoviética incluido el Báltico, hayan surgido significativos espacios de reflexión y debate, y hasta un trascendente movimiento social, de muchísimo impacto entre los jóvenes menores de 25 años, grupo etario muy interesado en conocer la verdad sobre los motivos que condujeron a la pérdida de «su» país.
Consideraciones finales
Errores como la represión y las purgas injustificadas contra personas honestas, el encumbramiento de un sector burocrático y parasitario dentro del Partido y el Estado, la proliferación de la doble moral y la corrupción, contrarios al ideal socialista, no solo frustraron la experiencia soviética en 1991, sino que han provocado un rechazo hacia el término «socialismo» de los pueblos postsoviéticos, que asocian a su práctica elementos que obligatoriamente tendrían que ser contrarios a su esencia. De ahí la urgencia de reflexionar críticamente sobre la construcción y deconstrucción de la URSS, sobre sus aciertos y sus errores.
La incapacidad de la dirección soviética de avanzar dentro del modelo posindustrial de desarrollo y de mantener el carácter revolucionario del proceso de construcción del socialismo dieron al traste con la experiencia socialista en la URSS al propiciar el surgimiento de un segmento burocrático, conservador y contrarrevolucionario que se desligó de las masas y del proyecto socialista, cuyos representantes, una vez en el poder, condujeron el país a su destrucción.
Recientemente Frei Betto expresó que el error más grande del socialismo real había sido privatizar los sueños.[28]
Por su parte, Eric Hobsbawm, uno de los primeros en escribir sobre el tema, aseguró que lo fundamental en la debacle soviética fue la conjugación de glasnost y perestroika. La primera porque quebró la autoridad y la confianza en el sistema y la moral, y la segunda porque desorganizó la economía hasta el extremo, al crear inflación, desabastecimiento y otros problemas. La debacle económica se produjo entonces cuando se había abandonado la economía planificada y centralizada.
El socialismo soviético fue un experimento político que se malogró por incompatibilidad, en muchas ocasiones, con los preceptos mismos del socialismo y de la época contemporánea. Sus dirigentes, una vez desaparecido Lenin, intentaron construir una sociedad «no capitalista» empleando algunas de sus herramientas, lo que, aunque constituyó un desacierto político, podía haber sido superado si la perestroika hubiese estado orientada a ello.
Los años de desaceleración y de la crisis de estas reformas coinciden con un período en el que el país contaba con una población mucho mejor preparada. Sin embargo, no se produjo el inevitable y necesario proceso de socialización, que era el que debía conducir a un estadio superior en la construcción del socialismo. En su lugar, el sector burocrático se consolidó en la cúpula y se desconectó de las bases sociales y quebró la lógica sistémica del socialismo.
Los privilegios de los dirigentes desconectados por completo de la población, provocaron en las masas un creciente desencanto que se tradujo en la adopción de una perniciosa apatía política y en el surgimiento de manifestaciones «antisoviéticas», que fueron en aumento hasta el derrumbe.
Este fue obra de un segmento de la burocracia soviética, conectado con el mundo de las corporaciones para obtener ganancia individual sin responsabilidad de este tipo. Para la realización de los intereses de este segmento era imprescindible destruir la URSS y entregarla al mejor postor a cambio de algunas cuotas de participación en las nuevas estructuras de dominio global. En ello desempeñó un papel fundamental la orientación de las reformas de Gorbachov, encaminadas a destruir el sistema.
El proyecto antisoviético del capitalismo tardío occidental se articuló como parte sustancial de la propia doctrina sobre la globalización concebida en el esquema estadounidense de hegemonía unipolar. Este fue dirigido en contra de los fundamentos y las estructuras esenciales de toda la sociedad soviética para dar fin a su experiencia civilizatoria. Ello se consumó, en parte, luego de que la URSS se desmoronara y se estableciera en Rusia un régimen ultraliberal absolutamente desregulado, que desplazó el país hacia la periferia del sistema mundo globalizado con sus consiguientes consecuencias políticas, económicas, sociales y psicológicas. Así Rusia vio disminuida, durante los tres lustros siguientes al derrumbe soviético, casi hasta la nulidad, su poder de influencia en la arena internacional.
Notas
[1]. Julio Parra, Principales problemas de la economía soviética y su incidencia en el final de la URSS, 2013, disponible en Rebelión, www.rebelion.org/docs/169450.pdf; Roger Keeran y Thomas Kenny, Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917-1991, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.
[2]. Vitali Vorotnikov, Mi verdad, Casa Editora Abril, La Habana, 1995. Vorotnikov fue miembro del Buró Político del PCUS y presidente del Soviet Supremo de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. También fue embajador de la URSS en Cuba.
[3]. David Hoffman, Los oligarcas. Poder y dinero en la nueva Rusia, Grupo Editorial Random House Mondadori, S. L., Barcelona. 2003.
[4]. Entre ellos, Guennadi Yanáyev, ex vicepresidente de la URSS; Yegor Ligachov, miembro del Buró Político y del Secretariado del CC del PCUS; Nikolai Rizhkov, ex presidente del Consejo de Ministros de la URSS, así como oficiales superiores de la KGB, como los generales de Ejército Filipp Bobkov y Valentín Varennikov y el General Mayor Viacheslav Shironin. A este grupo habría que agregar académicos como Nikolai Starikov, Vadim Udilov, Nikolai Anisin, Anatoli Utkin, Alexander Ostrovski, Boris Oleinik, Valentin Pavlov, Yuri Prokofiev e Igor Panarin.
[5]. Al respecto, véase Ernesto Che Guevara, Apuntes críticos a la economía política, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
[6]. Igor Panarin, La guerra de la información y la geopolítica, Editorial Pokolienie, Moscú, 2012, disponible en www.x-libri.ru/elib/panrn001/index.htm.
[7]. Yegor Ligachov, ¿Quién traicionó a la URSS?, Moscú, 2010, disponible en www.x-libri.ru/elib/ligch000/index.htm.
[8]. Dimitri Kiseliov, URSS: derrumbe, serie documental en 8 partes, ВГТРК, Moscú, 2011.
[9]. Viacheslav Shironin, Los agentes de la Perestroika. Desclasificando archivos de la KGB, Moscú, 1996, disponible en www.x-libri.ru/elib/shirn001/index.htm.
[10]. En 1999, en una intervención en la Universidad Americana de Turquía, Gorbachov aseguró que su propósito había sido siempre desmontar el comunismo y que para ello lo inspiraba su esposa Raiza; que por eso se esforzó por llegar a la primera magistratura del país y se apoyó en personas como Alexander Yákovlev; Eduard Shevardnadze y Boris Yeltsin, quienes pensaban igual que él, solo que la ambición de este último lo condujo a desbordarlo a él mismo.
[11]. Michael Beschloss y Strobe Talbott, At the Highest Levels: The Inside Story of the End of the Cold War, Little Brown, Boston, 1994.
[12]. Peter Shveitzer, Victoria, Eksmo, Moscú, 2010.
[13]. Esto incluyó la condena de todo criterio contrario a la línea del PCUS de lo que no escaparon ni siquiera los trabajos de Antonio Gramsci, Ernesto Che Guevara e István Meszarov.
[14]. Véase al respecto Andrei Fursov, La corporatocracia y el colapso de la URSS, documental, 2012, disponible en http://soubory.com/en/video/--AXE-mutzQL4.
[15]. Se trata de una entidad fundada en julio de 1973 por iniciativa de David Rockefeller, que consolida la alianza entre el poder de las trasnacionales, el de las finanzas y el de la política, gracias a una tupida red de influencias cuyas ramificaciones se extienden a los principales sectores de la sociedad estadounidense y mundial. Entre sus «cerebros» fundadores se encuentra Zbigniew Brzezinski, articulador estratégico de la política exterior de James Carter, gurú «ideológico» del lobby sionista que acompañó a William Clinton, y mentor doctrinario en las sombras de la campaña electoral del actual secretario de Estado John Kerry. La comisión se autodefine como un organismo de «carácter privado», que Brzezinski calificó como «el mayor conjunto de potencias financieras e intelectuales que el mundo haya conocido nunca». La Comisión Trilateral representaba la síntesis del proyecto que terminaría con los residuos ideológicos del capitalismo conservador tradicional, destinado a morir a plazo fijo junto con la Guerra fría y la URSS. Su principio básico fue perfectamente enunciado por Rockefeller: «De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos, por la soberanía de una élite de técnicos y de financieros mundiales».
[16]. En el caso guatemalteco no se puede olvidar el papel de la transnacional estadounidense United Fruit Company en el derrocamiento de Jacobo Arbenz.
[17]. Ello está relacionado con el enfoque del idealismo internacionalista surgido en los años 20 y los 30, con raíces en la tradición ética del Occidente cristiano, del humanismo liberal cuyo propósito era desarrollar una especie de «ciencia para la paz». El resultado fue muy endeble y nunca se constituyó como un verdadero paradigma científico y alternativo de las relaciones internacionales.
[18]. En algunos textos como el de Ariel Dacal y Francisco Brown, Rusia. Del socialismo real al capitalismo real (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005), se le denomina la «clase imprevista».
[19]. Sin embargo, los productos fundamentales para llevar una vida digna no faltaban. A los rusos lo que les preocupaba era que en los estantes de las tiendas no había ropa de mezclilla ni de la que llamaban «de marca» u otras cosas similares.
[20]. Término ruso que empleaba la población para referirse a la adquisición de determinado producto o servicio por vías irregulares a través de relaciones, favores o cosas similares.
[21]. Véase Alexei Pimanov, Los secretos palaciegos de la época de Leonid Brezhnev, documental, en Repositorio de Audiovisuales Rusos, disponible en www.russia.ru.
[22]. No se puede olvidar que en 1987 el índice Dow Jones tuvo una caída récord de 500 puntos en los Estados Unidos y que esto significó una importante sacudida a la economía de ese país que dejó secuelas en otros escenarios.
[23]. Andrei Fursov, ob. cit.
[24]. Julio Parra, ob. cit., p. 112.
[25]. Erich Honecker, Notas desde la cárcel, 1992-1993, disponible en Rebelión, www.rebelion.org/docs/29955.pdf.
[26]. Según datos del BM y el FMI que citan a su vez a fuentes rusas de la época de la «privatización». Véase Evelio Díaz Lezcano, Breve historia de Europa contemporánea (1914-2001), Editorial Félix Varela, La Habana, 2008.
[27]. Se dice que un millón de jóvenes ucranianas y una cantidad similar de rusas están en esta situación. En un trabajo publicado por RIA-Novosti en 2011 (http://sp.ria.ru) se aseguraba que una encuesta realizada en Kiev arrojó que la cuarta parte de las estudiantes ucranianas soñaban con viajar a Occidente en calidad de prostitutas y que las grandes ciudades de dicho país estaban llenas de «mujeres de la vida».
[28]. Véase Frei Betto, «El socialismo ha cometido el error de privatizar los sueños» (fragmentos del intercambio sostenido por Frei Betto con estudiantes y trabajadores de la Universidad de las Ciencias Informáticas, en La Habana, el 13 de febrero de 2014), disponible en Cuba x Dentro, https://cubaxdentro.wordpress.com//2014/03/18/frei-betto-universidad-uci.
Fuente Temas # 78
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