Por Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, was Chairman of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank.
NUEVA YORK – “Si los hechos no encajan en la teoría, cambia la teoría”, dice el viejo adagio. Pero muy a menudo, es más fácil mantener la teoría y cambiar los hechos – o eso es lo que parece creer la canciller alemana Ángela Merkel y otros líderes europeos pro-austeridad. Aunque los hechos siguen mirándoles a la cara, ellos continúan negando la realidad.
La austeridad ha fracasado. Pero sus defensores están dispuestos a cantar victoria sobre la base de la evidencia más débil posible: la economía ya no está colapsando; por lo tanto, ¡la austeridad debe estar funcionando! Pero si ese es el punto de referencia, podríamos decir que saltar desde un acantilado es la mejor manera de bajar de una montaña; al fin de cuentas, el descenso ha sido detenido.
Sin embargo, cada crisis llega a su fin. El éxito no se debe medir por el hecho de que la recuperación se produce con el transcurso del tiempo, sino que se debe medir según la rapidez con la que dicha recuperación se afianza y según cuán extensos son los daños causados por la caída.
Visto en estos términos, la austeridad ha sido un desastre total y absoluto, desastre que se ha hecho cada vez más evidente a medida que las economías de la Unión Europea se enfrentan una vez más al estancamiento, si es que no se enfrentan ya a una recesión de triple inmersión, con un desempleo que persiste en niveles récord y, en muchos países, con un PIB real per cápita (ajustado según la inflación) en niveles que permanecen por debajo de los niveles pre-recesión. Incluso en las economías de mejor desempeño, como la de Alemania, el crecimiento desde la crisis de 2008 ha sido tan lento que, en cualquier otra circunstancia, sería clasificado como pobre.
Los países más afectados se encuentran en una depresión. No hay otra palabra para describir una economía como la de España o Grecia, donde casi una de cada cuatro personas – y más del 50% de los jóvenes – no puede encontrar trabajo. Decir que el medicamento está funcionando porque la tasa de desempleo se ha reducido en un par de puntos porcentuales, o porque uno puede ver un atisbo de magro crecimiento, es similar a que un barbero medieval diga que una sangría está funcionando, porque el paciente aún no ha muerto.
Extrapolando el modesto crecimiento de Europa a partir del año 1980 hacia adelante, mis cálculos indican que en la actualidad la producción en la eurozona está más del 15% por debajo de donde hubiese tenido que estar en caso de que no se hubiese producido la crisis financiera del año 2008, lo que implica una pérdida de aproximadamente 1,6 millones de millones de dólares solamente este año, y una pérdida acumulada de más de 6,5 millones de millones de dólares. Aún más preocupante es el hecho que la brecha se está ampliando, en vez de cerrarse (como sería de esperar después de una crisis, cuando el crecimiento suele típicamente ser más rápido de lo normal ya que la economía trata de ganar el terreno perdido).
En pocas palabras, la larga recesión está reduciendo el crecimiento potencial de Europa. Los jóvenes quienes deberían estar acumulando habilidades, no las están acumulando. Hay pruebas abrumadoras de que dichos jóvenes enfrentan la perspectiva de alcanzar ingresos durante su período de vida que llegarían a ser significativamente menores que los que hubiesen alcanzado, si hubieran llegado a la mayoría de edad en un período de pleno empleo.
Mientras tanto, Alemania está obligando a otros países a seguir políticas que debilitan sus economías – y sus democracias. Cuando los ciudadanos votan repetitivamente por un cambio de políticas – y pocas políticas les importan más a dichos ciudadanos que aquellas que afectan a su nivel de vida – pero se les dice que estos asuntos se determinan en otro lugar o que ellos no tienen otra opción, tanto la democracia como la fe en el proyecto europeo sufren un deterioro.
Francia votó a favor de un cambio de curso hace tres años. En cambio, a los votantes se les ha dado otra dosis de austeridad pro-empresarial. Una de las propuestas más antiguas en economía es el multiplicador del presupuesto equilibrado – el aumento de los impuestos y los gastos, uno tras otro, para estimular la economía. Y, cuando los impuestos se dirigen a gravar a los ricos, y los gastos se dirigen a beneficiar a los pobres, el multiplicador puede ser especialmente alto. Sin embargo, el llamado gobierno socialista de Francia está bajando los impuestos corporativos y reduciendo los gastos – una receta que de manera casi garantizada va a debilitar la economía, pero es una receta que gana elogios provenientes de Alemania.
La esperanza es que los impuestos corporativos más bajos estimularán la inversión. Esta idea es un auténtico disparate. Lo que está frenando la inversión (tanto en Estados Unidos como en Europa) es la falta de demanda, no los altos impuestos. En efecto, teniendo en cuenta que la mayor parte de la inversión se financia con deuda, y que los pagos de intereses son deducibles de los impuestos, el nivel de impuestos corporativos tiene poco efecto sobre la inversión.
Del mismo modo, se está alentando a que Italia acelere la privatización. Pero el primer ministro Matteo Renzi tiene el buen sentido de reconocer que la venta de los bienes nacionales a precios de remate no tiene mucho sentido. Son las consideraciones de largo plazo, no las exigencias financieras de corto plazo, las que deberían determinar qué actividades se producen en el sector privado. La decisión debería basarse sobre dónde se llevan a cabo las actividades de manera más eficiente, sirviendo de la mejor manera a los intereses de la mayoría de los ciudadanos.
La privatización de las pensiones, por ejemplo, ha demostrado ser costosa en los países que han intentado el experimento. El sistema de atención de salud estadounidense que en su mayoría es privado es el menos eficiente en el mundo. Estas son preguntas difíciles, pero es fácil demostrar que la venta de activos estatales a precios bajos no es una buena manera de mejorar la solidez financiera a largo plazo.
Todo el sufrimiento en Europa – infligido al servicio de un artificio hecho por el hombre, el euro – es aún más trágico por ser innecesario. No obstante que la evidencia sobre que la austeridad no funciona sigue en aumento, Alemania y los otros halcones han doblado sus apuestas relativas a dicha austeridad, apostando el futuro de Europa sobre la base de una teoría que está desacreditada desde hace ya mucho tiempo atrás. ¿Por qué se tendría que suministrar a los economistas con más hechos para demostrar este punto?
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Read more at http://www.project-syndicate.org/commentary/joseph-e--stiglitz-wonders-why-eu-leaders-are-nursing-a-dead-theory/spanish#E0sqxZlx4YSW3lW1.99
La austeridad ha fracasado. Pero sus defensores están dispuestos a cantar victoria sobre la base de la evidencia más débil posible: la economía ya no está colapsando; por lo tanto, ¡la austeridad debe estar funcionando! Pero si ese es el punto de referencia, podríamos decir que saltar desde un acantilado es la mejor manera de bajar de una montaña; al fin de cuentas, el descenso ha sido detenido.
Sin embargo, cada crisis llega a su fin. El éxito no se debe medir por el hecho de que la recuperación se produce con el transcurso del tiempo, sino que se debe medir según la rapidez con la que dicha recuperación se afianza y según cuán extensos son los daños causados por la caída.
Visto en estos términos, la austeridad ha sido un desastre total y absoluto, desastre que se ha hecho cada vez más evidente a medida que las economías de la Unión Europea se enfrentan una vez más al estancamiento, si es que no se enfrentan ya a una recesión de triple inmersión, con un desempleo que persiste en niveles récord y, en muchos países, con un PIB real per cápita (ajustado según la inflación) en niveles que permanecen por debajo de los niveles pre-recesión. Incluso en las economías de mejor desempeño, como la de Alemania, el crecimiento desde la crisis de 2008 ha sido tan lento que, en cualquier otra circunstancia, sería clasificado como pobre.
Los países más afectados se encuentran en una depresión. No hay otra palabra para describir una economía como la de España o Grecia, donde casi una de cada cuatro personas – y más del 50% de los jóvenes – no puede encontrar trabajo. Decir que el medicamento está funcionando porque la tasa de desempleo se ha reducido en un par de puntos porcentuales, o porque uno puede ver un atisbo de magro crecimiento, es similar a que un barbero medieval diga que una sangría está funcionando, porque el paciente aún no ha muerto.
Extrapolando el modesto crecimiento de Europa a partir del año 1980 hacia adelante, mis cálculos indican que en la actualidad la producción en la eurozona está más del 15% por debajo de donde hubiese tenido que estar en caso de que no se hubiese producido la crisis financiera del año 2008, lo que implica una pérdida de aproximadamente 1,6 millones de millones de dólares solamente este año, y una pérdida acumulada de más de 6,5 millones de millones de dólares. Aún más preocupante es el hecho que la brecha se está ampliando, en vez de cerrarse (como sería de esperar después de una crisis, cuando el crecimiento suele típicamente ser más rápido de lo normal ya que la economía trata de ganar el terreno perdido).
En pocas palabras, la larga recesión está reduciendo el crecimiento potencial de Europa. Los jóvenes quienes deberían estar acumulando habilidades, no las están acumulando. Hay pruebas abrumadoras de que dichos jóvenes enfrentan la perspectiva de alcanzar ingresos durante su período de vida que llegarían a ser significativamente menores que los que hubiesen alcanzado, si hubieran llegado a la mayoría de edad en un período de pleno empleo.
Mientras tanto, Alemania está obligando a otros países a seguir políticas que debilitan sus economías – y sus democracias. Cuando los ciudadanos votan repetitivamente por un cambio de políticas – y pocas políticas les importan más a dichos ciudadanos que aquellas que afectan a su nivel de vida – pero se les dice que estos asuntos se determinan en otro lugar o que ellos no tienen otra opción, tanto la democracia como la fe en el proyecto europeo sufren un deterioro.
Francia votó a favor de un cambio de curso hace tres años. En cambio, a los votantes se les ha dado otra dosis de austeridad pro-empresarial. Una de las propuestas más antiguas en economía es el multiplicador del presupuesto equilibrado – el aumento de los impuestos y los gastos, uno tras otro, para estimular la economía. Y, cuando los impuestos se dirigen a gravar a los ricos, y los gastos se dirigen a beneficiar a los pobres, el multiplicador puede ser especialmente alto. Sin embargo, el llamado gobierno socialista de Francia está bajando los impuestos corporativos y reduciendo los gastos – una receta que de manera casi garantizada va a debilitar la economía, pero es una receta que gana elogios provenientes de Alemania.
La esperanza es que los impuestos corporativos más bajos estimularán la inversión. Esta idea es un auténtico disparate. Lo que está frenando la inversión (tanto en Estados Unidos como en Europa) es la falta de demanda, no los altos impuestos. En efecto, teniendo en cuenta que la mayor parte de la inversión se financia con deuda, y que los pagos de intereses son deducibles de los impuestos, el nivel de impuestos corporativos tiene poco efecto sobre la inversión.
Del mismo modo, se está alentando a que Italia acelere la privatización. Pero el primer ministro Matteo Renzi tiene el buen sentido de reconocer que la venta de los bienes nacionales a precios de remate no tiene mucho sentido. Son las consideraciones de largo plazo, no las exigencias financieras de corto plazo, las que deberían determinar qué actividades se producen en el sector privado. La decisión debería basarse sobre dónde se llevan a cabo las actividades de manera más eficiente, sirviendo de la mejor manera a los intereses de la mayoría de los ciudadanos.
La privatización de las pensiones, por ejemplo, ha demostrado ser costosa en los países que han intentado el experimento. El sistema de atención de salud estadounidense que en su mayoría es privado es el menos eficiente en el mundo. Estas son preguntas difíciles, pero es fácil demostrar que la venta de activos estatales a precios bajos no es una buena manera de mejorar la solidez financiera a largo plazo.
Todo el sufrimiento en Europa – infligido al servicio de un artificio hecho por el hombre, el euro – es aún más trágico por ser innecesario. No obstante que la evidencia sobre que la austeridad no funciona sigue en aumento, Alemania y los otros halcones han doblado sus apuestas relativas a dicha austeridad, apostando el futuro de Europa sobre la base de una teoría que está desacreditada desde hace ya mucho tiempo atrás. ¿Por qué se tendría que suministrar a los economistas con más hechos para demostrar este punto?
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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