Por Samuel Faber
La reanudación de las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba es una verdadera victoria, pero los trabajadores cubanos se enfrentan a la renovada liberalización económica con poca apertura política.
El 17 de diciembre de 2014, Washington y La Habana acordaron realizar un alto y cambiar las relaciones que durante más de cincuenta años estuvieron caracterizadas por los esfuerzos de Estados Unidos para derrocar al Gobierno cubano, incluyendo el apoyo de invasiones, bloqueos navales, sabotaje económico, intentos de asesinato y ataques terroristas.
El nuevo acuerdo liberó a los tres restantes miembros del grupo de “Los Cinco”, que permanecían en cárceles estadounidenses desde 1998 y, a cambio, Cuba liberó al estadounidense Alan Gross y a Rolando Sarraf Trujillo, un desconocido agente de la inteligencia estadounidense encarcelado en la Isla durante casi 20 años, además de más de 50 presos políticos cubanos. Lo más importante es la reanudación oficial de las relaciones diplomáticas y la significativa relajación de las restricciones de viajes y de remesas a Cuba.
El acuerdo abarca la normalización política, pero no la completa normalidad económica de las relaciones: que requeriría que el Congreso derogara la Ley Helms-Burton, refrendada por el presidente Clinton en 1996.
Los fracasos del pasado
Anteriormente se realizaron esfuerzos para reanudar las relaciones políticas y económicas entre los dos países desde que Estados Unidos rompió con la Isla a principios de 1961. Los más importantes fueron llevados a cabo por la Administración Carter, que prosiguiendo una iniciativa original Nixon, renovó negociaciones secretas con Castro en 1977, cuando el exilio cubano de derecha en el sur de la Florida todavía era una fuerza política insignificante.
Ambas naciones realizaron concesiones mutuas que incluían el establecimiento de relaciones diplomáticas “secciones de intereses” en Washington y en La Habana y el levantamiento de la prohibición de los viajes turísticos a la Isla, una restricción que más tarde fue reinstaurada por Reagan en 1982. A raíz de las negociaciones Carter-Castro, el líder cubano puso en libertad a la mayoría de los presos políticos, de los cuales unos mil se fueron a Estados Unidos, y en 1979, a los cubano-americanos se les permitió por primera vez visitar a sus familiares en Cuba.
Sin embargo, el restablecimiento de relaciones se detuvo. Mientras Washington tomó por sentado que la presencia de tropas estadounidenses en todo el mundo era un derecho imperial, el despliegue de fuerzas cubanas en África se convirtió en un obstáculo para la normalización de las relaciones.
Muchos en Estados Unidos culparon la participación extranjera de Castro como la razón decisiva para el fracaso de las negociaciones, tanto durante el mandato de Nixon, como el de Carter. Pero existían otros factores mucho más importantes.
Por un lado, el Gobierno de Carter estaba dividido en este asunto. El secretario de Estado, Cyrus Vance, apoyaba la reanudación de relaciones normales con Cuba, mientras Zbigniew Brzezinski, poderoso asesor de seguridad nacional de Carter, se opuso a esta movida. Pero fueron los desarrollos políticos internos en EE.UU. sin relación alguna con Cuba, lo que detuvo en última instancia el proceso.
La derecha estadounidense se estaba agitando sobre las negociaciones relacionadas con la transferencia del canal de Panamá de regreso a los panameños. En septiembre de 1977, Carter suspendió las negociaciones con Cuba hasta después de que los tratados del Canal fueran ratificados por el Senado.
La suspensión resultó ser indefinida. Ante la oposición sobre Panamá, el gobierno de Carter decidió apuntalar su flanco derecho, adoptando una postura más dura con Cuba, posición que poco después fue reforzada por el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, y por el debilitamiento político de la Administración Carter como resultado de la invasión soviética a Afganistán y la crisis de los rehenes estadounidenses en Iran.
Capitalistas norteamericanos lo aprueban
¿Por qué Obama tuvo éxito donde administraciones anteriores fracasaron? Más que cualquier otra cosa, el fin de la Guerra Fría, la salida de las tropas cubanas de África, y la postura menos militante de Cuba en América Latina, a través de los años, han reducido cualitativamente la importancia de la Isla en la política exterior de Estados Unidos, como lo demuestra el hecho de que prácticamente todos los estudios estratégicos del Gobierno de Estados Unidos en las últimas dos décadas ni siquiera la mencionan.
Al mismo tiempo, sin embargo, la clase capitalista estadounidense, a excepción de su franja más derechista, ha apoyado no solo el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, sino también la eliminación del bloqueo económico.
Esta ha sido la posición adoptada por la Cámara de Comercio estadounidense y la National Association of Manufacturers durante los últimos años, y también la posición general adoptada por la prensa económica. Columnistas de negocios han estado planteando, con más de un poco de veracidad, que la masiva inversión estadounidense y el comercio con la Isla “subvertirían” y, finalmente, derrotarían al sistema económico comunista, como ha estado sucediendo en China y en Vietnam.
Por otra parte, después de las excepciones al bloqueo económico, que permiten la exportación a Cuba de productos agrícolas y de determinadas mercancías procesadas fueran autorizadas por la Ley de Sanciones Comerciales y Fomento de las Exportaciones de 2000, empresas como Cargill, Archer Daniel Midland y Tyson Foods se involucraron en el comercio con Cuba. Después del actual acuerdo del 17 de diciembre, otras empresas, como Caterpillar y Pepsico se unieron en apoyo a esto.
Durante los últimos años, decenas de hombres de negocio y políticos, en particular del sur, del medio oeste y del suroeste han visitado la Isla y discutido con el Gobierno cubano sobre las futuras perspectivas económicas, sobre todo si se suprimía el bloqueo.
Como reflejo de la actitud de su base política empresarial, muchos políticos demócratas y republicanos, como el senador de Arizona Jeff Flake, han estado promoviendo el establecimiento de las relaciones políticas y económicas entre los dos países. Queda por ver si estas fuerzas serán lo suficientemente fuertes como para modificar, si no eliminar la Ley Helms-Burton y permitir una plena normalización de las relaciones económicas y políticas con Cuba.
El exilio está cambiando
Como el tema de Cuba perdió importancia después que finalizara la Guerra Fría, e importantes sectores empresariales han comenzado a favorecer las relaciones económicas y políticas con el país, la dirigencia derechista de los exiliados cubanos en el sur de la Florida se mantiene como la única fuerza política que defiende el bloqueo con firmeza. Su influencia política ha sido especialmente importante en un estado estrechamente dividido como la Florida, donde los cubano-estadounidenses representan alrededor del cinco por ciento del electorado.
Pero la generación conservadora del exilio de los años 60 se ha ido muriendo y ahora la creciente mayoría de los cubanos que residen en la Florida llegó a los Estados Unidos a partir de los años 80.
En contraste con los exiliados más viejos, muchas de estas personas visitan regularmente la Isla y están más preocupados por el bienestar de sus familiares cubanos que con la política del exilio. No es de extrañar, entonces, que las encuestas de opinión han mostrado que la mayoría de los cubanos y cubano-americanos que residen en la Florida están a favor de un cambio en la política estadounidense que lleve a relaciones plenas con Cuba.
Sin embargo, muchas de estas personas todavía no son ciudadanos americanos y los cubanos ricos y conservadores todavía tienen gran poder sobre los medios de comunicación y el sistema político. Los tres representantes de la Florida en el Congreso, que son de origen cubano, siguen siendo republicanos de derecha fuertemente comprometidos con el bloqueo.
El hecho de que Barack Obama, en las elecciones de 2012, ganara el 48 por ciento del voto cubano (y mayores proporciones entre los cubanos más jóvenes) es una clara indicación que las tendencias políticas entre los cubano-americanos van tomando distancia de las posiciones de derecha con respecto a Cuba.
Igualmente, como ha indicado el sociólogo cubano-estadounidense Alex Portes, los cubanos que han llegado después de 1980 provienen, generalmente, de una clase cubana modesta y difícilmente se puedan distinguir de otros inmigrantes latinoamericanos en términos socioeconómicos. En ese caso, ¿cuál será el futuro del “modelo de minoría” latinoamericano?.
El camino de China para Cuba
El Gobierno cubano, por su lado, ha tenido la intención de encontrar una manera de reanudar las relaciones diplomáticas con Estados Unidos a pesar de que esto puede, a la larga, socavar su legitimidad, ya que no podrá seguir culpando al bloqueo de la continuación de la represión política y las aflicciones económicas.
Desde que Raúl Castro asumió el poder -de manera informal en 2006 y formalmente en 2008- se ha estado moviendo hacia la adopción del modelo chino-vietnamita, es decir, un capitalismo de estado que conserva el monopolio del poder político a través del Partido Comunista, y que controla los sectores estratégicos de la economía, como la banca, mientras comparte el resto con un sector privado nacional y extranjero. Pero esto ha sido un camino contradictorio en el que el Estado ha tratado de “tener su pastel y comérselo también,” acompañando cada cambio económico con restricciones que limitan su eficacia.
A pesar del panorama color de rosa dibujado por los simpatizantes de Castro, tales como Emily Morris en la New Left Review, los resultados de las nuevas políticas su Gobierno han sido pocos e incapaces de superar definitivamente la prolongada crisis económica que se ha apoderado del país desde el colapso de la Unión Soviética. Los salarios reales de los empleados estatales, que aún constituyen la gran mayoría de la fuerza de trabajo, habían alcanzado en 2013 solo el 27 por ciento de sus niveles en 1989.
Desde 2008, los gastos en educación, salud, bienestar social y vivienda han disminuido como proporción del presupuesto del Estado y del producto interno bruto (PIB). Por otra parte, durante los últimos años el crecimiento económico ha sido bajo (1,2 por ciento en 2014) y la inversión de capital ha sido un magro 10 por ciento del PIB en comparación con el 20 por ciento promedio para América Latina.
No es de extrañar que Marino Murillo, ministro de Economía de Cuba, haya dicho que la Isla necesita al menos dos mil millones de dólares al año en inversiones para lograr un despegue económico. Esta es la clave de la buena voluntad de Castro para reanudar relaciones con su vecino del norte, especialmente a la luz de los graves problemas políticos y económicos que Venezuela (principal aliado de Cuba) y Rusia enfrentan en la actualidad, junto con la relativa disminución en el crecimiento de la economía china.
Castro no tiene nada que perder, ya que incluso si la ley Helms-Burton no se modificara o derogara, la economía cubana va a beneficiarse con la liberalización de los viajes y de las remesas decretada recientemente por Obama.
Para el líder cubano, cualquier beneficio que obtenga del acuerdo puede ser la palanca que necesita para vencer la resistencia en su propio aparato burocrático y lograr la completa aplicación del modelo chino-vietnamita.
Obama, por su lado, seguramente debe estar consciente de la oportunidad de reafirmar la influencia política de su país, así como su poder económico en Cuba, además de otros beneficios políticos reales que pueden obtener en América Latina y el resto del hemisferio sur por este nuevo acuerdo.
La alternativa en Cuba
Independientemente de las razones que han conducido a ambos gobiernos a llegar a este acuerdo, esto es un beneficio importante para el pueblo cubano.
En primer lugar, porque reconoce que el poder imperial de EE.UU. no fue capaz de obligar a la imposición de su sistema socio-económico y político, obteniendo una victoria para el principio de la autodeterminación nacional. Corresponde a los cubanos, y solamente a los cubanos, decidir el destino de su país.
En segundo lugar, porque en la práctica, se puede mejorar el nivel de vida de los isleños y ayudar en la liberalización, aunque no necesariamente la democratización de las condiciones de opresión política y explotación económica, por lo cual sería más fácil organizar y actuar para defender los intereses de forma autónoma contra el Estado y los nuevos capitalistas.
Este ha sido el caso de China, donde se producen miles de protestas cada año para proteger el nivel de vida y los derechos de la población, a pesar de la persistencia de un partido único estatal.
Contrariamente a lo que muchos liberales pensaron justo después del triunfo de la revolución cubana, la cuestión nunca fue si el fin del bloqueo llevaría a los hermanos Castro a ser más democráticos.
Esa posibilidad nunca ha existido, excepto para aquellos que creen que el establecimiento del comunismo cubano no fue más que una reacción al imperialismo estadounidense, en lugar de lo que el Che Guevara admitió era mitad el resultado de la coacción imperialista y mitad resultado del deseo de los dirigentes cubanos.
Lo que sí es real es la probabilidad de que el levantamiento del bloqueo socave el apoyo al gobierno de Castro, facilitando la resistencia y formulación de políticas alternativas a su dominio.
Es poco probable que Cuba quede libre de las garras del imperialismo yanqui, incluso aunque el bloqueo económico llegue a su fin. El poderío imperialista más “normal” experimentado en el Sur reemplazará la era más coercitiva y criminal del bloqueo, especialmente si se desarrolla una alianza exitosa entre el capital estadounidense y los capitalistas estatales nativos del emergente modelo chino-vietnamita, como sucedió en China y en Vietnam.
Incluso al nivel puramente político, existen muchos conflictos que son claramente previsibles, como por ejemplo, uno que no fue mencionado en el acuerdo entre Obama y Castro y que implica el retorno de exiliados revolucionarios, como Assata Shakur, a las carceles norteamericanas.
Con la desaparición de la generación histórica de líderes revolucionarios dentro de la próxima década, surgirá un nuevo ambiente político donde podría revivir la acción de la oposición izquierdista y dar fuerza a la izquierda naciente y crítica.
Algunos pueden decir que no hay razón de abogar por tal perspectiva, debido a que el socialismo de orientación democrática y revolucionaria no está en la agenda inmediata. Pero es esta visión política que aboga por la autogestión democrática de la sociedad cubana la que puede formar una resistencia de peso a la liberalización económica que probablemente llegue a Cuba.
Al invocar la solidaridad con los más vulnerables, y llamando a la igualdad racial, de género y de clase, un movimiento puede cimentar la unidad en contra, tanto de la antigua, como de la emergente opresión.
Samuel Farber nació y se crió en Cuba. Su último libro es Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment (Haymarket Books)
La reanudación de las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba es una verdadera victoria, pero los trabajadores cubanos se enfrentan a la renovada liberalización económica con poca apertura política.
El 17 de diciembre de 2014, Washington y La Habana acordaron realizar un alto y cambiar las relaciones que durante más de cincuenta años estuvieron caracterizadas por los esfuerzos de Estados Unidos para derrocar al Gobierno cubano, incluyendo el apoyo de invasiones, bloqueos navales, sabotaje económico, intentos de asesinato y ataques terroristas.
El nuevo acuerdo liberó a los tres restantes miembros del grupo de “Los Cinco”, que permanecían en cárceles estadounidenses desde 1998 y, a cambio, Cuba liberó al estadounidense Alan Gross y a Rolando Sarraf Trujillo, un desconocido agente de la inteligencia estadounidense encarcelado en la Isla durante casi 20 años, además de más de 50 presos políticos cubanos. Lo más importante es la reanudación oficial de las relaciones diplomáticas y la significativa relajación de las restricciones de viajes y de remesas a Cuba.
El acuerdo abarca la normalización política, pero no la completa normalidad económica de las relaciones: que requeriría que el Congreso derogara la Ley Helms-Burton, refrendada por el presidente Clinton en 1996.
Los fracasos del pasado
Anteriormente se realizaron esfuerzos para reanudar las relaciones políticas y económicas entre los dos países desde que Estados Unidos rompió con la Isla a principios de 1961. Los más importantes fueron llevados a cabo por la Administración Carter, que prosiguiendo una iniciativa original Nixon, renovó negociaciones secretas con Castro en 1977, cuando el exilio cubano de derecha en el sur de la Florida todavía era una fuerza política insignificante.
Ambas naciones realizaron concesiones mutuas que incluían el establecimiento de relaciones diplomáticas “secciones de intereses” en Washington y en La Habana y el levantamiento de la prohibición de los viajes turísticos a la Isla, una restricción que más tarde fue reinstaurada por Reagan en 1982. A raíz de las negociaciones Carter-Castro, el líder cubano puso en libertad a la mayoría de los presos políticos, de los cuales unos mil se fueron a Estados Unidos, y en 1979, a los cubano-americanos se les permitió por primera vez visitar a sus familiares en Cuba.
Sin embargo, el restablecimiento de relaciones se detuvo. Mientras Washington tomó por sentado que la presencia de tropas estadounidenses en todo el mundo era un derecho imperial, el despliegue de fuerzas cubanas en África se convirtió en un obstáculo para la normalización de las relaciones.
Muchos en Estados Unidos culparon la participación extranjera de Castro como la razón decisiva para el fracaso de las negociaciones, tanto durante el mandato de Nixon, como el de Carter. Pero existían otros factores mucho más importantes.
Por un lado, el Gobierno de Carter estaba dividido en este asunto. El secretario de Estado, Cyrus Vance, apoyaba la reanudación de relaciones normales con Cuba, mientras Zbigniew Brzezinski, poderoso asesor de seguridad nacional de Carter, se opuso a esta movida. Pero fueron los desarrollos políticos internos en EE.UU. sin relación alguna con Cuba, lo que detuvo en última instancia el proceso.
La derecha estadounidense se estaba agitando sobre las negociaciones relacionadas con la transferencia del canal de Panamá de regreso a los panameños. En septiembre de 1977, Carter suspendió las negociaciones con Cuba hasta después de que los tratados del Canal fueran ratificados por el Senado.
La suspensión resultó ser indefinida. Ante la oposición sobre Panamá, el gobierno de Carter decidió apuntalar su flanco derecho, adoptando una postura más dura con Cuba, posición que poco después fue reforzada por el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, y por el debilitamiento político de la Administración Carter como resultado de la invasión soviética a Afganistán y la crisis de los rehenes estadounidenses en Iran.
Capitalistas norteamericanos lo aprueban
¿Por qué Obama tuvo éxito donde administraciones anteriores fracasaron? Más que cualquier otra cosa, el fin de la Guerra Fría, la salida de las tropas cubanas de África, y la postura menos militante de Cuba en América Latina, a través de los años, han reducido cualitativamente la importancia de la Isla en la política exterior de Estados Unidos, como lo demuestra el hecho de que prácticamente todos los estudios estratégicos del Gobierno de Estados Unidos en las últimas dos décadas ni siquiera la mencionan.
Al mismo tiempo, sin embargo, la clase capitalista estadounidense, a excepción de su franja más derechista, ha apoyado no solo el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, sino también la eliminación del bloqueo económico.
Esta ha sido la posición adoptada por la Cámara de Comercio estadounidense y la National Association of Manufacturers durante los últimos años, y también la posición general adoptada por la prensa económica. Columnistas de negocios han estado planteando, con más de un poco de veracidad, que la masiva inversión estadounidense y el comercio con la Isla “subvertirían” y, finalmente, derrotarían al sistema económico comunista, como ha estado sucediendo en China y en Vietnam.
Por otra parte, después de las excepciones al bloqueo económico, que permiten la exportación a Cuba de productos agrícolas y de determinadas mercancías procesadas fueran autorizadas por la Ley de Sanciones Comerciales y Fomento de las Exportaciones de 2000, empresas como Cargill, Archer Daniel Midland y Tyson Foods se involucraron en el comercio con Cuba. Después del actual acuerdo del 17 de diciembre, otras empresas, como Caterpillar y Pepsico se unieron en apoyo a esto.
Durante los últimos años, decenas de hombres de negocio y políticos, en particular del sur, del medio oeste y del suroeste han visitado la Isla y discutido con el Gobierno cubano sobre las futuras perspectivas económicas, sobre todo si se suprimía el bloqueo.
Como reflejo de la actitud de su base política empresarial, muchos políticos demócratas y republicanos, como el senador de Arizona Jeff Flake, han estado promoviendo el establecimiento de las relaciones políticas y económicas entre los dos países. Queda por ver si estas fuerzas serán lo suficientemente fuertes como para modificar, si no eliminar la Ley Helms-Burton y permitir una plena normalización de las relaciones económicas y políticas con Cuba.
El exilio está cambiando
Como el tema de Cuba perdió importancia después que finalizara la Guerra Fría, e importantes sectores empresariales han comenzado a favorecer las relaciones económicas y políticas con el país, la dirigencia derechista de los exiliados cubanos en el sur de la Florida se mantiene como la única fuerza política que defiende el bloqueo con firmeza. Su influencia política ha sido especialmente importante en un estado estrechamente dividido como la Florida, donde los cubano-estadounidenses representan alrededor del cinco por ciento del electorado.
Pero la generación conservadora del exilio de los años 60 se ha ido muriendo y ahora la creciente mayoría de los cubanos que residen en la Florida llegó a los Estados Unidos a partir de los años 80.
En contraste con los exiliados más viejos, muchas de estas personas visitan regularmente la Isla y están más preocupados por el bienestar de sus familiares cubanos que con la política del exilio. No es de extrañar, entonces, que las encuestas de opinión han mostrado que la mayoría de los cubanos y cubano-americanos que residen en la Florida están a favor de un cambio en la política estadounidense que lleve a relaciones plenas con Cuba.
Sin embargo, muchas de estas personas todavía no son ciudadanos americanos y los cubanos ricos y conservadores todavía tienen gran poder sobre los medios de comunicación y el sistema político. Los tres representantes de la Florida en el Congreso, que son de origen cubano, siguen siendo republicanos de derecha fuertemente comprometidos con el bloqueo.
El hecho de que Barack Obama, en las elecciones de 2012, ganara el 48 por ciento del voto cubano (y mayores proporciones entre los cubanos más jóvenes) es una clara indicación que las tendencias políticas entre los cubano-americanos van tomando distancia de las posiciones de derecha con respecto a Cuba.
Igualmente, como ha indicado el sociólogo cubano-estadounidense Alex Portes, los cubanos que han llegado después de 1980 provienen, generalmente, de una clase cubana modesta y difícilmente se puedan distinguir de otros inmigrantes latinoamericanos en términos socioeconómicos. En ese caso, ¿cuál será el futuro del “modelo de minoría” latinoamericano?.
El camino de China para Cuba
El Gobierno cubano, por su lado, ha tenido la intención de encontrar una manera de reanudar las relaciones diplomáticas con Estados Unidos a pesar de que esto puede, a la larga, socavar su legitimidad, ya que no podrá seguir culpando al bloqueo de la continuación de la represión política y las aflicciones económicas.
Desde que Raúl Castro asumió el poder -de manera informal en 2006 y formalmente en 2008- se ha estado moviendo hacia la adopción del modelo chino-vietnamita, es decir, un capitalismo de estado que conserva el monopolio del poder político a través del Partido Comunista, y que controla los sectores estratégicos de la economía, como la banca, mientras comparte el resto con un sector privado nacional y extranjero. Pero esto ha sido un camino contradictorio en el que el Estado ha tratado de “tener su pastel y comérselo también,” acompañando cada cambio económico con restricciones que limitan su eficacia.
A pesar del panorama color de rosa dibujado por los simpatizantes de Castro, tales como Emily Morris en la New Left Review, los resultados de las nuevas políticas su Gobierno han sido pocos e incapaces de superar definitivamente la prolongada crisis económica que se ha apoderado del país desde el colapso de la Unión Soviética. Los salarios reales de los empleados estatales, que aún constituyen la gran mayoría de la fuerza de trabajo, habían alcanzado en 2013 solo el 27 por ciento de sus niveles en 1989.
Desde 2008, los gastos en educación, salud, bienestar social y vivienda han disminuido como proporción del presupuesto del Estado y del producto interno bruto (PIB). Por otra parte, durante los últimos años el crecimiento económico ha sido bajo (1,2 por ciento en 2014) y la inversión de capital ha sido un magro 10 por ciento del PIB en comparación con el 20 por ciento promedio para América Latina.
No es de extrañar que Marino Murillo, ministro de Economía de Cuba, haya dicho que la Isla necesita al menos dos mil millones de dólares al año en inversiones para lograr un despegue económico. Esta es la clave de la buena voluntad de Castro para reanudar relaciones con su vecino del norte, especialmente a la luz de los graves problemas políticos y económicos que Venezuela (principal aliado de Cuba) y Rusia enfrentan en la actualidad, junto con la relativa disminución en el crecimiento de la economía china.
Castro no tiene nada que perder, ya que incluso si la ley Helms-Burton no se modificara o derogara, la economía cubana va a beneficiarse con la liberalización de los viajes y de las remesas decretada recientemente por Obama.
Para el líder cubano, cualquier beneficio que obtenga del acuerdo puede ser la palanca que necesita para vencer la resistencia en su propio aparato burocrático y lograr la completa aplicación del modelo chino-vietnamita.
Obama, por su lado, seguramente debe estar consciente de la oportunidad de reafirmar la influencia política de su país, así como su poder económico en Cuba, además de otros beneficios políticos reales que pueden obtener en América Latina y el resto del hemisferio sur por este nuevo acuerdo.
La alternativa en Cuba
Independientemente de las razones que han conducido a ambos gobiernos a llegar a este acuerdo, esto es un beneficio importante para el pueblo cubano.
En primer lugar, porque reconoce que el poder imperial de EE.UU. no fue capaz de obligar a la imposición de su sistema socio-económico y político, obteniendo una victoria para el principio de la autodeterminación nacional. Corresponde a los cubanos, y solamente a los cubanos, decidir el destino de su país.
En segundo lugar, porque en la práctica, se puede mejorar el nivel de vida de los isleños y ayudar en la liberalización, aunque no necesariamente la democratización de las condiciones de opresión política y explotación económica, por lo cual sería más fácil organizar y actuar para defender los intereses de forma autónoma contra el Estado y los nuevos capitalistas.
Este ha sido el caso de China, donde se producen miles de protestas cada año para proteger el nivel de vida y los derechos de la población, a pesar de la persistencia de un partido único estatal.
Contrariamente a lo que muchos liberales pensaron justo después del triunfo de la revolución cubana, la cuestión nunca fue si el fin del bloqueo llevaría a los hermanos Castro a ser más democráticos.
Esa posibilidad nunca ha existido, excepto para aquellos que creen que el establecimiento del comunismo cubano no fue más que una reacción al imperialismo estadounidense, en lugar de lo que el Che Guevara admitió era mitad el resultado de la coacción imperialista y mitad resultado del deseo de los dirigentes cubanos.
Lo que sí es real es la probabilidad de que el levantamiento del bloqueo socave el apoyo al gobierno de Castro, facilitando la resistencia y formulación de políticas alternativas a su dominio.
Es poco probable que Cuba quede libre de las garras del imperialismo yanqui, incluso aunque el bloqueo económico llegue a su fin. El poderío imperialista más “normal” experimentado en el Sur reemplazará la era más coercitiva y criminal del bloqueo, especialmente si se desarrolla una alianza exitosa entre el capital estadounidense y los capitalistas estatales nativos del emergente modelo chino-vietnamita, como sucedió en China y en Vietnam.
Incluso al nivel puramente político, existen muchos conflictos que son claramente previsibles, como por ejemplo, uno que no fue mencionado en el acuerdo entre Obama y Castro y que implica el retorno de exiliados revolucionarios, como Assata Shakur, a las carceles norteamericanas.
Con la desaparición de la generación histórica de líderes revolucionarios dentro de la próxima década, surgirá un nuevo ambiente político donde podría revivir la acción de la oposición izquierdista y dar fuerza a la izquierda naciente y crítica.
Algunos pueden decir que no hay razón de abogar por tal perspectiva, debido a que el socialismo de orientación democrática y revolucionaria no está en la agenda inmediata. Pero es esta visión política que aboga por la autogestión democrática de la sociedad cubana la que puede formar una resistencia de peso a la liberalización económica que probablemente llegue a Cuba.
Al invocar la solidaridad con los más vulnerables, y llamando a la igualdad racial, de género y de clase, un movimiento puede cimentar la unidad en contra, tanto de la antigua, como de la emergente opresión.
Samuel Farber nació y se crió en Cuba. Su último libro es Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment (Haymarket Books)
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