Por Jesus Arboleya
LA HABANA. El presidente Barack Obama y otros propugnadores de los cambios ocurridos en la política de Estados Unidos hacia Cuba, han dicho claramente que solo buscan aplicar nuevos métodos para lograr los mismos objetivos. Es decir, lograr un cambio de régimen en el país mediante la “promoción de la democracia”, cuya articulación no se reduce a la difusión espontánea de los valores del American Way of Life, sino que se instrumenta mediante planes de naturaleza política, que en Cuba se denominan “proyectos de subversión política e ideológica”.
Tal posición no ha dejado de despertar preocupaciones en sectores revolucionarios dentro y fuera de Cuba, los cuales han planteado la interrogante de si el sistema socialista cubano está debidamente preparado para enfrentar los retos que implica el incremento de las relaciones con Estados Unidos. Conviene entonces que analicemos las premisas que sustentan la nueva política norteamericana y sus posibilidades de éxito en Cuba.
En primer lugar, vale decir que se trata de un escenario ineludible para Cuba. La revolución cubana no tiene otra opción que plantearse su sostenimiento y desarrollo en las condiciones que impone un sistema mundial regido por la hegemonía norteamericana, especialmente en el plano cultural. Con bloqueo o sin bloqueo esa influencia resulta inevitable y contrarrestarla constituye un objetivo básico del proyecto revolucionario en sí mismo.
No se trata de un dilema nuevo para Cuba, sino que ha sido el origen en una cultura de la resistencia que ha acompañado la historia de la nación cubana y estado presente durante todo el proceso revolucionario. La nueva política de Obama no es entonces tan nueva como aparenta, sino el remante de un conjunto de acciones muy abarcadoras, que además incluían la guerra económica, el terrorismo y el aislamiento internacional.
Estamos, por tanto, hablando de la continuidad de una política que ahora se refugia en la posible influencia resultante de la ampliación de los contactos, porque no tiene otras alternativas. Obama, con todo el mérito que puede tener su actuación, no le regaló a Cuba una “nueva política” por razones humanitarias, sino que trata de adaptarla a la realidad, en la esperanza de que sirva mejor a los intereses de Estados Unidos.
Quizás lo único novedoso del nuevo diseño es que apuesta a “cautivar” a los emergentes empresarios privados cubanos, con la intención de que devengan la quinta columna que, según algunos políticos y analistas norteamericanos, requiere la restauración del capitalismo en la Isla.
Sin embargo, tampoco esta premisa goza de garantías que justifiquen sus pretensiones.
El desarrollo del sector privado es una decisión tomada a plena conciencia por el Estado cubano, con vista a adecuar la gestión económica a las necesidades del país. Está concebido para que los nuevos gestores económicos se integren al sistema socialista y no existen factores objetivos que lo impidan, si se desarrolla una política acertada con este fin.
Por otro lado, en su inmensa mayoría, estas personas son las mismas que han acompañado al proceso revolucionario a lo largo de sus vidas. Nada indica que sus valores patrióticos y solidarios se modifiquen automáticamente por trabajar por cuenta propia.
La apatía política, las deformaciones culturales y la pérdida de valores cívicos en realidad presentes en ciertos sectores de la sociedad cubana, no radican en la implantación de estas opciones económicas (más bien resultan de problemas acumulados que se agudizaron durante la crisis de los años 90). Por el contrario, su adopción puede resultar una solución para un problema mayor, relacionado con el agotamiento de un modelo económico excesivamente centralizado en manos del Estado, cuyas consecuencias negativas podían resultar mucho más graves, porque aparecen relacionadas con la eficacia del sistema para resolver los problemas de la población.
La batalla económica es la madre de las luchas políticas e ideológicas de la sociedad cubana contemporánea y lo alcanzado en el proceso de mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos contribuye a ese fin, al margen de cuales sean los propósitos del gobierno norteamericano.
Por otro lado, si algo demuestra la experiencia cubana frente a la política norteamericana es que “querer no es poder”. Los nuevos planes del gobierno de Estados Unidos hacia Cuba tendrán que continuar enfrentando la resistencia de la mayoría del pueblo cubano, el rechazo de otros gobiernos y movimientos populares en diversas partes del mundo, así como las propias contradicciones domésticas de ese país, donde conviven infinidad de intereses particulares y existe un alto grado de polarización política.
Nadie puede asegurar que cada norteamericano que pise suelo cubano será un agente de los planes desestabilizadores, ni que a todos los empresarios que decidan hacer negocios con Cuba les interese un cambio de régimen. Como se ha demostrado hasta ahora, en el contacto pueblo a pueblo puede ocurrir todo lo contrario.
Efectivamente, la cultura norteamericana ha tenido y seguirá teniendo mucha influencia en Cuba, pero no siempre es intrínsecamente mala y muchas veces no ha sido capaz de resistirse al “embrujo” de la cultura cubana. Precisamente, algo que ha caracterizado a la cultura cubana y articulado su resistencia, ha sido su capacidad para metabolizar lo que llega de todas partes y convertirlo en cubano. Por eso los cubanos nunca hemos sido xenófobos.
Alcanzar la normalización de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y avanzar en el desmontaje de las acciones más agresivas de su política, especialmente el bloqueo económico, constituye el mejor escenario posible para Cuba en las actuales condiciones y es el resultado de una victoria cubana con la compañía de la solidaridad internacional, especialmente en América Latina. Desde esta perspectiva es que debe comenzar el análisis de la nueva coyuntura, todo lo demás resulta secundario.
Foto de portada: Esteban Fernández García.
Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente y el autor.
Tal posición no ha dejado de despertar preocupaciones en sectores revolucionarios dentro y fuera de Cuba, los cuales han planteado la interrogante de si el sistema socialista cubano está debidamente preparado para enfrentar los retos que implica el incremento de las relaciones con Estados Unidos. Conviene entonces que analicemos las premisas que sustentan la nueva política norteamericana y sus posibilidades de éxito en Cuba.
En primer lugar, vale decir que se trata de un escenario ineludible para Cuba. La revolución cubana no tiene otra opción que plantearse su sostenimiento y desarrollo en las condiciones que impone un sistema mundial regido por la hegemonía norteamericana, especialmente en el plano cultural. Con bloqueo o sin bloqueo esa influencia resulta inevitable y contrarrestarla constituye un objetivo básico del proyecto revolucionario en sí mismo.
No se trata de un dilema nuevo para Cuba, sino que ha sido el origen en una cultura de la resistencia que ha acompañado la historia de la nación cubana y estado presente durante todo el proceso revolucionario. La nueva política de Obama no es entonces tan nueva como aparenta, sino el remante de un conjunto de acciones muy abarcadoras, que además incluían la guerra económica, el terrorismo y el aislamiento internacional.
Estamos, por tanto, hablando de la continuidad de una política que ahora se refugia en la posible influencia resultante de la ampliación de los contactos, porque no tiene otras alternativas. Obama, con todo el mérito que puede tener su actuación, no le regaló a Cuba una “nueva política” por razones humanitarias, sino que trata de adaptarla a la realidad, en la esperanza de que sirva mejor a los intereses de Estados Unidos.
Quizás lo único novedoso del nuevo diseño es que apuesta a “cautivar” a los emergentes empresarios privados cubanos, con la intención de que devengan la quinta columna que, según algunos políticos y analistas norteamericanos, requiere la restauración del capitalismo en la Isla.
Sin embargo, tampoco esta premisa goza de garantías que justifiquen sus pretensiones.
El desarrollo del sector privado es una decisión tomada a plena conciencia por el Estado cubano, con vista a adecuar la gestión económica a las necesidades del país. Está concebido para que los nuevos gestores económicos se integren al sistema socialista y no existen factores objetivos que lo impidan, si se desarrolla una política acertada con este fin.
Por otro lado, en su inmensa mayoría, estas personas son las mismas que han acompañado al proceso revolucionario a lo largo de sus vidas. Nada indica que sus valores patrióticos y solidarios se modifiquen automáticamente por trabajar por cuenta propia.
La apatía política, las deformaciones culturales y la pérdida de valores cívicos en realidad presentes en ciertos sectores de la sociedad cubana, no radican en la implantación de estas opciones económicas (más bien resultan de problemas acumulados que se agudizaron durante la crisis de los años 90). Por el contrario, su adopción puede resultar una solución para un problema mayor, relacionado con el agotamiento de un modelo económico excesivamente centralizado en manos del Estado, cuyas consecuencias negativas podían resultar mucho más graves, porque aparecen relacionadas con la eficacia del sistema para resolver los problemas de la población.
La batalla económica es la madre de las luchas políticas e ideológicas de la sociedad cubana contemporánea y lo alcanzado en el proceso de mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos contribuye a ese fin, al margen de cuales sean los propósitos del gobierno norteamericano.
Por otro lado, si algo demuestra la experiencia cubana frente a la política norteamericana es que “querer no es poder”. Los nuevos planes del gobierno de Estados Unidos hacia Cuba tendrán que continuar enfrentando la resistencia de la mayoría del pueblo cubano, el rechazo de otros gobiernos y movimientos populares en diversas partes del mundo, así como las propias contradicciones domésticas de ese país, donde conviven infinidad de intereses particulares y existe un alto grado de polarización política.
Nadie puede asegurar que cada norteamericano que pise suelo cubano será un agente de los planes desestabilizadores, ni que a todos los empresarios que decidan hacer negocios con Cuba les interese un cambio de régimen. Como se ha demostrado hasta ahora, en el contacto pueblo a pueblo puede ocurrir todo lo contrario.
Efectivamente, la cultura norteamericana ha tenido y seguirá teniendo mucha influencia en Cuba, pero no siempre es intrínsecamente mala y muchas veces no ha sido capaz de resistirse al “embrujo” de la cultura cubana. Precisamente, algo que ha caracterizado a la cultura cubana y articulado su resistencia, ha sido su capacidad para metabolizar lo que llega de todas partes y convertirlo en cubano. Por eso los cubanos nunca hemos sido xenófobos.
Alcanzar la normalización de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y avanzar en el desmontaje de las acciones más agresivas de su política, especialmente el bloqueo económico, constituye el mejor escenario posible para Cuba en las actuales condiciones y es el resultado de una victoria cubana con la compañía de la solidaridad internacional, especialmente en América Latina. Desde esta perspectiva es que debe comenzar el análisis de la nueva coyuntura, todo lo demás resulta secundario.
Foto de portada: Esteban Fernández García.
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