Hay muchas matemáticas imprecisas en la política estadounidense, pero el representante republicano por Texas Pete Sessions, presidente de la Comisión de Normas de la Cámara de Representantes, establecía recientemente un nuevo nivel al calificar de "desmesurado" el coste de la atención sanitaria introducida por Obama, el Obamacare. Haciendo una "simple multiplicación", insistía, se llega a la conclusión de que la ampliación de la cobertura cuesta 5 millones de dólares por perceptor. Pero este cálculo estaba un poco errado, a saber, por un factor superior a mil. El coste real por cada nuevo asegurado estadounidense ronda los 4.000 dólares.
Cierto que todo el mundo comete errores. Pero este no ha sido un error perdonable. Sea cual sea la opinión que cualquiera tenga sobre la Ley de Atención Sanitaria Asequible, un hecho indiscutible es que está costando a los contribuyentes mucho menos de lo esperado, aproximadamente un 20% menos, según la Oficina Presupuestaria del Congreso. Un miembro veterano del Congreso debería saberlo, y ciertamente no tiene derecho a hacer discursos sobre un tema si no se molesta en leer los informes de la oficina presupuestaria.
Pero con el Obamacare, cómo no, es lo que ha pasado siempre. Antes de que la ley entrase en vigor, los que se oponían a ella predecían un desastre en todos los planos. Pero lo que ha sucedido por el contrario es que la ley está funcionando muy bien. ¿Y cómo han respondido los profetas del desastre? Fingiendo que lo malo que ellos habían predicho que ocurriría ha ocurrido de hecho.
Los costes no son la única área en la que los enemigos de la reforma prefieren hablar de los desastres imaginarios y no de los verdaderos relatos de éxito. Recuerden que también se suponía que el Obamacare destruiría una enorme cantidad de puestos de trabajo. En 2011, la Cámara de Representantes aprobó incluso una propuesta de ley denominada Revocación de la Ley de Atención Sanitaria Destructora de Empleo. La reforma sanitaria, declaraban sus detractores, perjudicaría la economía y, en concreto, haría que las empresas obligasen a sus trabajadores a aceptar empleos a tiempo parcial.
Pues bien, la reforma sanitaria entró en vigor plenamente a principios de 2014, y el empleo en el sector privado se aceleró de hecho, a un ritmo no visto desde los años de Clinton. Por otra parte, el empleo a tiempo parcial involuntario —el número de trabajadores que desean un trabajo a tiempo completo pero no lo consiguen— ha caído drásticamente. Pero los sospechosos de rigor hablan como si sus terribles predicciones se hubiesen hecho realidad. El Obamacare, declaraba Jeb Bush hace unas semanas, "es el mayor destructor de empleo en la llamada recuperación".
Por último, está la interminable caza de criaturas inexistentes, los estadounidenses corrientes y hacendosos que están en la penuria por culpa de la reforma sanitaria. Como acabamos de ver, los detractores del Obamacare no hacen números por lo general (y se arrepienten cuando lo intentan). Pero todo lo que necesitan en realidad son unas cuantas historias lacrimosas, relatos de individuos simpáticos que se han visto empobrecidos por algún aspecto de la ley.
Asombrosamente, sin embargo, no han logrado encontrar esos relatos. A comienzos del año pasado, Estadounidenses por la Prosperidad, un grupo financiado por los hermanos Koch, pagó una serie de anuncios presentando supuestas víctimas del Obamacare, pero ninguno de esos relatos de infortunio soportó un examen minucioso. Más recientemente, la representante republicana por Washington Cathy McMorris entró en Facebook para pedir historias de horror del Obamacare. Lo que recibió, por el contrario, fue un torrente de testimonios de personas cuya vida ha mejorado, y en algunos casos se ha salvado, gracias a la reforma sanitaria.
En realidad, los únicos perjudicados por la reforma sanitaria son los estadounidenses con rentas muy altas, que han visto subir sus impuestos, y un número relativamente pequeño de personas cuya prima ha subido porque son jóvenes y sanos (de modo que las aseguradoras los veían antes como riesgos buenos) y ricos (de modo que no tienen derecho a las subvenciones). Ninguno de estos grupos aporta víctimas adecuadas para los anuncios en contra.
En resumen, en lo que a hechos se refiere, el ataque a la reforma sanitaria no tiene nada que ofrecer. Pero la ciudadanía no sabe esto. La buena noticia sobre los costes no se ha difundido en absoluto: según un sondeo reciente llevado a cabo por Vox.com, solo el 5% de los estadounidenses sabe que el Obamacare cuesta menos de lo previsto, mientras que el 42% piensa que la Administración está gastando más de lo esperado.
Y las experiencias favorables de los aproximadamente 16 millones de estadounidenses asegurados hasta el momento han tenido poco efecto en las percepciones ciudadanas. En parte se debe a que la Ley de Atención Sanitaria Asequible, adrede, casi no ha tenido efecto sobre aquellos que ya tenían un buen seguro sanitario: antes de la ley, la gran mayoría de los estadounidenses estaban ya cubiertos por sus empresas, por el servicio de atención a jubilados (Medicare), o por el servicio de atención a personas sin recursos (Medicaid), y no han experimentado cambio alguno en su situación.
Sin embargo, en un plano más profundo, lo que observamos aquí es el impacto de la política posverdad. Vivimos en una era en la que los políticos y los supuestos expertos que los sirven nunca se sienten obligados a reconocer los datos incómodos, en la que jamás se abandona ningún argumento, por muy abrumadoras que sean las pruebas de que está errado.
Y la consecuencia es que los desastres imaginarios pueden ensombrecer los éxitos reales. El Obamacare no es perfecto, pero ha mejorado drásticamente la vida de millones de personas. Alguien debería decírselo a los votantes.
Paul Krugman es profesor de Economía en la universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.
© 2015, New York Times Service.
Traducción de News Clips.
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