"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

sábado, 11 de abril de 2015

Poder y sueldos

Por Paul Krugman



El miércoles, McDonald’s —cuyos empleados llevan un tiempo protestando por sus bajos salarios— anunció que les subiría el sueldo a los trabajadores. La subida no supondrá mucho en sí misma: el nuevo sueldo mínimo está solo un dólar por encima del salario mínimo nacional y, además, esta medida solamente afecta a los restaurantes que son propiedad directa de McDonald’s, no a los muchos establecimientos cuyos propietarios son franquiciados. Pero, al menos, es posible que esta última declaración, como la que realizó Walmart hace un par de meses al anunciar una subida de salarios mucho mayor, sea el presagio de un cambio importante en las relaciones laborales estadounidenses.

A lo mejor no es tan difícil subirles el sueldo a los trabajadores de EE UU, después de todo.

Seguramente, la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que el estancamiento de los salarios y, en términos más generales, la reducción del número de puestos de trabajo capaces de mantener a la clase media son dos grandes problemas para Estados Unidos. Pero la actitud general ante la disminución del empleo de calidad es fatalista. ¿No es una cuestión de oferta y demanda? ¿No es cierto que la competencia mundial y la tecnología que ahorra mano de obra han imposibilitado que se paguen sueldos dignos a los empleados, a menos que estos tengan mucha formación?

Por extraño que resulte, sin embargo, cuanto más sabe uno sobre la economía del trabajo, menos inclinado se siente a compartir ese fatalismo. Para empezar, la influencia de la competencia mundial sobre el mercado laboral está sobrevalorada; sí, la manufacturación se enfrenta a mucha más competencia que antes, pero la gran mayoría de los empleados estadounidenses trabajan en el sector de los servicios y no les afecta el comercio internacional. Y la prueba de que la tecnología está reduciendo los salarios está mucho menos clara de lo que se podría deducir de todos esos comentarios sobre el "desfase formativo".

Y aún más importante es el hecho de que el mercado laboral no es como el mercado de la soja o el de la panceta. Los trabajadores son personas: las relaciones entre los empresarios y sus empleados son más complejas que una simple relación entre oferta y demanda. Y esta complejidad hace que exista mucho más margen para fijar los salarios de lo que generalmente se cree. De hecho, podemos subir los sueldos considerablemente si queremos.

¿Cómo sabemos que el mercado laboral es diferente? Empecemos por las consecuencias del salario mínimo. Hay muchas pruebas sobre los efectos que tiene: cada vez que un estado sube el salario mínimo pero los estados vecinos no lo hacen, está, de hecho, llevando a cabo un experimento controlado. Y la inmensa mayoría de las veces, la conclusión que se extrae de esas pruebas es que el efecto que se podría esperar —que la subida del salario mínimo destruya empleo— es débil o inexistente. Subir el salario mínimo mejora la calidad del empleo; no parece que lo haga más escaso.

¿Cómo es eso posible? Al menos una parte de la respuesta radica en que los trabajadores no son, de hecho, materias primas. A una fanega de soja no le importa cuánto paguemos por ella; pero unos empleados con un sueldo digno tienden a trabajar mejor - por no mencionar que es menos probable que se marchen y haya que sustituirlos - que unos trabajadores que reciban la cantidad mínima que un empresario pueda pagar impunemente. En consecuencia, la subida del salario mínimo, aunque encarece la mano de obra, tiene ventajas que tienden a reducir los costes, lo que compensa el posible efecto negativo sobre el empleo.

Hay factores similares que explican otro de los enigmas del mercado laboral: el hecho de que distintas empresas que aparentemente se dedican a lo mismo, puedan pagar sueldos muy diferentes. Se suele comparar a Walmart (con sus salarios bajos, el escaso entusiasmo de sus trabajadores y su elevada rotación de personal) con Costco (que ofrece sueldos más altos y mejores prestaciones, y compensa la diferencia con más productividad y una mayor lealtad de los trabajadores). Es verdad que ambos minoristas prestan servicio a mercados diferentes; los productos de Costco son superiores y sus clientes tienen más dinero. Pero, no obstante, la comparación indica que pagar sueldos más altos le cuesta al empresario mucho menos de lo que se podría pensar.

Y esto, a su vez, indica que no debería ser tan difícil subir los sueldos de forma generalizada. Imaginen que les diésemos a los trabajadores cierta capacidad de negociación aumentando el salario mínimo, haciendo que les resultase más fácil organizarse y, lo que es fundamental, aspirando al pleno empleo en vez de buscar razones para estrangular la recuperación a pesar de la baja tasa de inflación. Teniendo en cuenta lo que ahora sabemos sobre el mercado laboral, los resultados podrían ser sorprendentemente notables; porque quizás un pequeño empujón sea todo lo que necesiten muchas empresas estadounidenses para alejarse de esa estrategia de sueldos bajos que se ha impuesto en nuestra sociedad desde hace ya muchos años.

Hay precedentes históricos de este tipo de subida salarial. La sociedad de clase media que ahora vemos reducirse y perderse en la distancia no surgió de manera espontánea; nació en gran medida gracias a la "gran compresión" salarial que se produjo durante la Segunda Guerra Mundial y cuyos efectos se prolongaron durante más de una generación.

¿Podríamos repetir ese logro? Las subidas de sueldos de Walmart y McDonald’s —que se ha materializado gracias a un mercado laboral más tenso y a la presión de los activistas— nos dan una pequeña idea de lo que podría ocurrir a una escala inmensamente mayor. No hay excusas para el fatalismo salarial. Si queremos, podemos subirles el sueldo a los trabajadores estadounidenses.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips

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