La semana pasada, un zombi fue a New Hampshire y reivindicó su derecho a ser nombrado candidato republicano a la presidencia. Bueno, vale, en realidad se trataba del gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie. Pero es prácticamente lo mismo.
Verán, Christie dio un discurso con el que trató de dar una imagen de realista fiscal inflexible. Sin embargo, el hecho es que su propuesta política supuestamente inflexible es un típico ejemplo de idea zombi, es decir, una idea que debería haber muerto hace mucho tiempo dadas las pruebas que contradicen su premisa fundamental, pero que, de algún modo, todavía sigue por ahí arrastrando los pies.
Pero no seamos demasiado severos con Christie. Parece ser que a todos los republicanos destacados se les exige sentir un profundo apego por ideas refutadas hace mucho tiempo. Quienquiera que sea nombrado finalmente candidato en 2016 tendrá muchos zombis como compañeros de candidatura.
Empecemos por Christie, quien se creía listo y audaz por proponer que se aumente hasta los 69 años la edad en la que empezaríamos a tener derecho a la Seguridad Social y Medicare. ¿Acaso no tiene sentido, ahora que los estadounidenses viven más años?
Pues no, no lo tiene. Toda esta línea de argumentación debería haber desaparecido en 2007, cuando la Administración de la Seguridad Social publicó un informe en el que se ponía de manifiesto que casi todo el incremento de la esperanza de vida se ha producido entre la población más adinerada. En el caso de los trabajadores en la mitad inferior de la escala de ingresos, que son precisamente los estadounidenses que más dependen de la Seguridad Social, la esperanza de vida a los 65 años solo ha aumentado poco más de un año desde la década de 1970. Además, aunque a los abogados y los políticos les pueda parecer que trabajar hasta cerca de los 70 años no entraña ninguna dificultad, los trabajadores corrientes lo ven de una forma un tanto diferente, puesto que muchos de ellos siguen realizando trabajos de tipo manual.
Y mientras que un aumento de la edad de jubilación impondría un sufrimiento considerable, nos ahorraría una cantidad de dinero notablemente pequeña. De hecho, en un informe de 2013 de la Oficina Presupuestaria del Congreso ya se comprobó que, en el caso de Medicare, el aumento de la edad de jubilación apenas ahorraría dinero alguno.
Pero es evidente que Christie —como Jeb Bush, que enseguida se hizo eco de su propuesta— no sabe nada de esto. Las ideas zombis han devorado su cerebro.
Y hay muchos otros zombis por ahí. Piensen, por ejemplo, en la zombificación del debate sobre la reforma sanitaria.
Antes de que la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible entrase plenamente en vigor, los conservadores hicieron una serie de predicciones terribles sobre lo que pasaría cuando se aplicase la ley. Reduciría, en la práctica, el número de estadounidenses con seguro sanitario; provocaría una “crisis tarifaria” al ponerse las primas por las nubes; le costaría a la Administración mucho más de lo previsto, y dispararía el déficit; destruiría una enorme cantidad de puestos de trabajo.
En realidad, la ley ha reducido drásticamente el número de adultos sin seguro sanitario; las primas han aumentado mucho más despacio que durante los años previos a la reforma; el coste de las medidas es mucho más bajo de lo que se preveía; y 2014, el primer año de plena vigencia de la ley, ha tenido las mejores cifras de empleo registradas desde 1999.
¿Y en qué ha cambiado esto el discurso político? Entre la derecha, en nada en absoluto. Por lo que yo sé, todos los republicanos destacados hablan de Obamacare como si todos los desastres que se predijeron se hubieran materializado en la práctica.
Finalmente, uno de los acontecimientos políticos interesantes de este ciclo electoral ha sido el retorno triunfal de la economía vudú: la afirmación, propia de la “economía de la oferta”, de que las rebajas de impuestos a los ricos impulsan tanto la economía que se amortizan por sí solas.
En el mundo real, esta doctrina tiene un inmaculado historial de fracasos. A pesar de las confiadas predicciones catastrofistas de la derecha, ni la subida de impuestos de Clinton en 1993 ni la de Obama en 2013 destruyeron la economía (ni mucho menos), mientras que la “expansión de Bush” que tuvo lugar tras las bajadas de impuestos de 2001 y 2003 era mediocre ya antes de que culminase en una crisis financiera. Kansas, cuyo gobernador prometió un “experimento práctico” que probaría que la doctrina de la economía de la demanda estaba en lo cierto, ni siquiera ha conseguido igualar la tasa de crecimiento de los Estados vecinos.
Sin embargo, en el mundo de la política republicana, la fascinación por el vudú nunca ha sido tan grande. Los aspirantes a candidato presidencial deben hacer una prueba delante de destacados defensores de la economía de la demanda para demostrar su lealtad a esta doctrina fallida. Propuestas fiscales como la de Marco Rubio generarían un agujero enorme en el presupuesto y luego nos asegurarían que el agujero se llenaría gracias a un milagroso y repentino repunte de la economía. A estas alturas queda claro que la economía de la demanda es el zombi por antonomasia: no hay pruebas ni razonamientos lógicos, tengan la magnitud que tengan, capaces de destruirlo.
¿Y por qué el Partido Republicano ha sufrido un Apocalipsis zombi? Seguramente, una de las razones resida en el hecho de que la mayoría de los políticos republicanos representan a Estados o distritos que nunca jamás votarán a un demócrata, así que lo único que temen es una posible amenaza de la extrema derecha. Otro motivo es la necesidad de decirles a los dueños del dinero lo que quieren oír: un candidato que diga algo realista sobre el Obamacare o las rebajas de impuestos no sobreviviría a las primarias de Sheldon Adelson y los hermanos Koch.
Sean cuales sean las razones, el resultado está claro. Los expertos tratarán de fingir que tenemos un debate político serio, pero, si todo sigue como hasta ahora, los comicios de 2016 tienen todas las papeletas para convertirse en las elecciones de los muertos vivientes.
Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.
© The New York Times Company, 2015.
Traducción de News Clips.
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