Por Harold Meyerson
Los demócratas se fueron anoche de Filadelfia después de una convención en general exitosa que transmitió tres mensajes.
El primero fue simplemente que, tal como afirma ad nauseum la campaña, juntos somos más fuertes, y que los esfuerzos de Donald Trump por separarnos, pues, bueno…nos separarán. Ninguna convención ha puesto nunca tan de relieve la tolerancia y la igualdad —así como los costes de la intolerancia y la negación de derechos— como ésta. Nunca se había presentado de manera tan destacada a las minorías y a los grupos de excluídos. En las dos primeras horas (de 4 a 6 de la tarde, hora del Este) de la sesión del jueves [28 de julio], se acercaron al estrado más de 25 oradores, y ninguno de ellos era varón blanco heterosexual. La más demoledoramente eficaz de estas presentaciones llegó, sin embargo, en tiempo de maxima audiencia, cuando el padre de un inmigrante musulmán árabe-americano que se hizo oficial del ejército y murió en Irak por salvar a sus tropas, preguntó indignado a Donald Trump si había leído alguna vez la Constitución. Orador tras orador, culminando con la misma Hillary Clinton, todos denunciaron la intolerancia de Trump y ensalzaron los avances hacia la igualdad entre los que no son varones blancos heteros que los demócratas han abanderado y que seguirán abanderando.
El segundo mensaje se dirigía a todos esos grupos de excluídos, cuyo número va creciendo de modo regular y que el encuestador Stan Greenberg ha denominado el Electorado Norteamericano en Ascenso, y a ese grupo de excluídos nouveau, la clase obrera blanca, cuyas cifras (y esperanza de vida) están menguando, y que podríamos calificar Electorado Norteaméricano Encogido. Después de las 6 de la tarde, los oradores se fueron alternando entre los que seguían refiriéndose a la desigualdad social, los que trataban de la desigualdad económica, o de ambas cosas. Representante del Rust Belt [el “cinturón del óxido”, los estados industriales en decadencia del Medio Oeste], la ex-gobernadora de Michigan, Jennifer Granholm, censuró la deslocalización empresarial y habló de los planes de Clinton para dedicar fondos federales a infraestructuras y manufacturas. Indicativo sorprendente de hasta qué punto el Partido se ha movido a la izquierda en cuestiones económicas, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo—hablando más de su historial que del de Clinton, en un intento de colocarse con vistas a una futura carrera presidencial—señaló la legislación progresista firmada por él en los últimos dos años: salario mínimo de 15 dólares, permiso de enfermedad remunerado e igualdad en el matrimonio antes de que el Trubunal Supremo lo convirtiera en ley general. Cuomo ha sido uno de los demócratas de Wall Street por excelencia y flagelo de la izquierda; que se presentara ante la Convención como progresista renacido es una clara señal del giro a la izquierda del Partido a consecuencia del derrumbe de 2008, de Occupy Wall Street, de la campaña de Bernie Sanders y el achicamiento de la clase media.
Fue a estas preocupaciones —las dificultades de los trabajadores blancos que se ven desplazados hacia abajo, los inmigrantes de salarios pobres, y los estudiantes abrumados por las deudas —a las que Clinton otorgó lugar de honor cuando delineó sus programas en su discurso de aceptación. Ofreció un menú amplio: invertir en infrastructuras, elevar el salario mínimo, crear exenciones tributarias a las empresas que compartan sus beneficios con los empleados, hacer obligatorio el permiso familiar pagado, financiar universidades con matrícula gratis y ayudas para el pago de los préstamos a estudiantes, imponer sanciones a las empresas que se marchen fuera, exigir acuerdos de comercio más justos, aplicar mano dura a las violaciones chinas de las condiciones comerciales, imponer una regulación más estricta a Wall Street y subirles los impuestos a las empresas y a los ricos.
Lo que es igualmente importante, hizo recaer la culpa del estancamiento salarial y el aumento de la desigualdad, no en fuerzas impersonales e imparables como la tecnología y la globalización, sino en la forma en que el mucho dinero domina la política y el gobierno con el fin de asegurarse medidas políticas que garanticen que toda la renta fluya a lo más alto. “Creo que nuestra economía no está funcionando como debiera porque nuestra democracia no está funcionando como debiera”, declaró. “Y por eso nos hace falta designar jueces del Tribunal Supremo que saquen el dinero de la política y extiendan el derecho al voto, no que lo restrinjan. Y aprobaremos una enmienda constitucional para anular Citizens United.” [Decisión del Supremo que allanó el camino a una financiación sin trabas de las campañas elctorales].
Eso no significa un Bernie Sanders al completo, pero se trata de un gran paso hacia la desplutocratización del gobierno y la economía.
Está por ver que la economía progresista de Clinton le vaya a reportar votos blancos suficientes en el Medio Oeste post-industrial como para ganar sus estados en noviembre. Pero Clinton y los demócratas avanzaron también durante la convención un tercer argumento que yo creo que puede ser el más potente. El argumento se refiere a al temperamento de Trump: narcisista, authoritario, inseguro, y, sin más, demasiado impulsivo como para que se le permita gobernar en la era nuclear.
Imaginemos a Trump, declaró Clinton, “en el Despacho Oval teniendo que enfrentarse a una crisis de verdad. Un hombre al que puedes hacer morder un anzuelo con un tuit no es un hombre al que podamos confiar armas atómicas. No puedo decirlo mejor de lo que lo dijo Jackie Kennedy tras la crisis de los misiles cubanos. Afirmó que lo que le preocupaba al presidente Kennedy durante ese peligrosísimo periodo era que pudiera iniciarse una Guerra, no por parte de hombretones dotados de autocontrol y contención sino de hombrecillos movidos por el miedo y el orgullo”.
Al igual que Obama y varios oradores más durante la convención, Clinton también se cebó en las palabras acaso casi fatales que escogió Trump en su discurso de aceptación: “Sólo yo puedo arreglar el sistema”.
Trump mismo puede demostrar que es el as en la manga de los demócratas.
El discurso de Clinton no fue ninguna maravilla oratoria, pero cubrió todos los elementos de sus mensajes de manera diestra capaz y de forma entusiasta. Culminó una convención que, sobre todo en sus últimas dos noches, llegó de manera eficaz a la basé del Partido y a ese electorado clave de indecisos, los blancos de educación universitaria más conservadores (de ahí Michael Bloomberg y los funcionarios de la antigua administración de Reagan). Si una convención de tanto éxito como esta no pone de nuevo a Clinton en lo más alto en las encuestas, los demócratas tendrán razones de envergadura para preocuparse.
columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión, "uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario senador por el estado de Vermont).
Fuente:
The American Prospect, 29 de julio de 2016
Traducción:Lucas Antón
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