“Y si el presidente y los halcones de Estados Unidos se quejan de tener un país comunista a sólo 90 millas… pues que se muden de enfrente.”
Lo dijo Fidel Castro, pero no recuerdo cuándo. Tiene que haber sido durante una de aquellas madrugadas en las que los jóvenes de América nos levantábamos para escucharlo en Radio Habana, Cuba. Entre las 4 y las 5 de la mañana, se oía el silbido característico de esa emisora que anunciaba estar transmitiendo desde “Cuba, territorio libre de América.”
Creo que yo tenía 16 años y era estudiante en la Universidad Nacional de Trujillo. Al igual que muchos de mis compañeros, prendía el receptor y le bajaba el volumen porque lo que estábamos haciendo era peligroso, muy peligroso...
En obediencia servil de los dictados de Washington, los gobiernos peruanos que se sucedieron durante esas épocas habían prohibido escuchar esas transmisiones como lo hacían por ejemplo con la canción de Gilbert Bécaud llamada “Natalie”. En sus letras, un francés declaraba su amor por una guía de ese nombre que lo había llevado a conocer Moscú. El delirio de los gobiernos conservadores consideraba sedicioso mencionar la Plaza Roja, la universidad, el nombre de la capital soviética.
Ver la película “Morir en Madrid” estaba prohibido como también lo estaba “El acorazado Potenkim”. Los cuartos de los estudiantes podían ser invadidos por la policía en busca de material rebelde. La tenencia del libro “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset provocó el encarcelamiento de un amigo mío. Por su parte, el poeta Elqui Burgos y dos amigos suyos permanecieron encerrados por haber publicado una revista en cuya portada se presentaba la efigie de William Shakespeare. “Ah, barbitas, no”- dijo el comisario, y se los llevaron.
Y a pesar de todo esto, los muchachos de entonces nos atrevimos a eso y a todo. Ahora ya sé por qué. Nos atrevimos porque necesitábamos un estímulo moral. Nos atrevimos porque requeríamos un modelo de comportamiento. Nos atrevimos porque el socialismo –proclamado por la revolución cubana- era mucho más que una opción política. Era y es una forma ética de vivir.
La propaganda oficial dividía al mundo en dos campos. Uno era el capitalismo supuestamente occidental y cristiano. El otro era el presuntamente anticristiano socialismo. Era exactamente al revés. Lo supimos cuando vimos países aplastados y pueblos paupérrimos envenenados por la avidez demoníaca de los capitalistas en pos del petróleo, del oro y el resto de las materias naturales. La teología de la Liberación entonces y las proclamas papales en nuestro tiempo demuestran que el capitalismo es infernal.
Cuba era un pequeño país que había escogido su destino socialista a pesar de las amenazas de la potencia más poderosa del mundo. Era David contra Goliat. Los jóvenes de entonces apostamos por David.
No solamente éramos los muchachos latinoamericanos. También los europeos y los norteamericanos generosos que distinguían bien entre las tradiciones libertarias de los fundadores de su patria y la gula insaciable de las corporaciones multimillonarias.
Entre complots contra la vida de Fidel, la invasión de Bahía Cochinos y el cierre de los mercados, le dieron con todo a Cuba, En los 60, nadie le daba un año más a la revolución cubana. Pero año tras año un pueblo de héroes se sobrepuso y- con sus carros modelo 1950- apostó por el futuro.
La utopía tarda un poco en llegar, pero llega. El presidente Obama reconoció que el bloqueo ha sido una brutalidad innecesaria, y ha restablecido relaciones con Cuba. ¿Para qué nos sirvió la utopía? … Para ser gente con dignidad. ¿Quién venció a la utopía? Nadie. Ella está siempre adelante. ¿Quién la derrotará? Solamente el que camine dos pasos más adelante
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