CreditIlustración de Doug Chayka; foto de Stephen Crowley / The New York Times
El presidente Donald Trump se ha convertido en un problema para quienes conciben la política en términos de ideologías sistemáticas. Trump se muestra reacio o es incapaz de establecer su agenda de esa manera. Así que ha sido inevitable que sus oponentes invoquen a su principal estratega, Stephen Bannon, quien sí tiene el don de pensar sistemáticamente. No solo lo necesitan para que sea el blanco de su odio, sino también como heurística. Puede que jamás haya un “trumpismo” y, a menos que surja uno, el punto más cercano al que podríamos llegar para entender esta administración sería acuñar una expresión como “bannonismo”.
Bannon, de 63 años, se ha ganado la reputación de mostrar su corrosiva genialidad en casi todos los cargos de su carrera poco ortodoxa: como oficial naval, especialista de fusiones en Goldman Sachs, financista de la industria del entretenimiento, director y guionista de documentales, empresario de ciberpropaganda en Breitbart News y director ejecutivo de la campaña presidencial de Trump. Uno de sus compañeros en la Escuela de Negocios de Harvard le dijo a The Boston Globe que Bannon era “una de las tres personas más intelectuales de nuestra generación… quizá el más inteligente”.
Benjamin Harnwell, del Instituto para la Dignidad Humana —una organización católica en Roma—, dice que es una “bibliografía andante”. Quizá porque Bannon llegó tarde al conservadurismo, ya que solo se enfocó plenamente en los asuntos políticos después de los ataques del 11 de septiembre, irradia una emoción que la mayoría de sus contemporáneos conservadores perdieron hace años.
Después de un mes de la administración de Trump, Bannon ya ha hecho que se sienta su influencia. Ayudó a redactar el discurso inaugural del presidente, consiguió un lugar en el Consejo de Seguridad Nacional y, según reportes, fue la fuerza principal tras el veto migratorio del presidente contra los ciudadanos de siete países predominantemente musulmanes. Los informes que dicen que el gobierno de Trump ha considerado designar a los Hermanos Musulmanes como una organización terrorista hacen eco de la preocupación que ese grupo le genera a Bannon desde hace tiempo.
Muchas descripciones lo pintan como un villano de caricatura, un troll de internet de carne y hueso, intolerante, antisemita, misógino o criptofascista. La expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosy, y el diputado demócrata de Nueva York, Jerrold Nadler, incluso lo han calificado como un “nacionalista blanco”. Aunque ciertamente es un conservador de línea dura, las evidencias de que sea un extremista problemático por lo general han sido manipuladas, malinterpretadas o exageradas.
Puede que haya motivos para preocuparse por Bannon, pero el hecho de que sepa quién es el extremista italiano del siglo XX Julius Evola no lo convierte en un fascista. Que haya descrito a Breitbart como “una plataforma para la extrema derecha” —un término burdo e impreciso aplicable a una amplia gama de radicales y no solo a ciertos grupos de supremacistas blancos— no lo hace un racista.
Bannon tampoco es un personaje peligroso por haber organizado paneles de discusión como “The Uninvited”, durante la Conferencia de Acción Política Conservadora en 2013 y 2014; aunque con ello sí mostró su gusto por adoptar el papel del chico malo de la ideología. Los paneles incluyeron a personajes tan institucionales como Newt Gingrich y Michael Mukasey, el antiguo fiscal general de la administración de Bush. En ellos se habló de típicas preocupaciones republicanas como la preparación del ejército y los ataques de 2012 contra la misión estadounidense en Bengasi, Libia. No fue muy distinto de ver Fox News.
Donde Bannon sí se distancia drásticamente del republicanismo convencional es en su nacionalismo generalizado. Habla de soberanía, nacionalismo económico, oposición a la globalización y de encontrar puntos en común con los simpatizantes del Brexit y otros grupos hostiles a la Unión Europea. En la Conferencia de Acción Política Conservadora de este año, dijo que el “núcleo central” de la filosofía de la administración de Trump era la creencia de que Estados Unidos es más que una unidad económica en un mundo sin fronteras. Es una “nación con una cultura” y “una razón para existir”.
Stephen K. Bannon dirigiéndose a la Oficina Oval de la Casa Blanca CreditAl Drago / The New York Times
Algunas de las raíces de la ideología de Bannon, al igual que el origen de la popularidad de Trump, se encuentran en las promesas incumplidas de la economía global. Sin embargo, a diferencia de Trump, Bannon tiene una idea detallada, una explicación de cómo se perdió la soberanía estadounidense y qué hacer al respecto. Es la misma idea que tienen los activistas del Tea Party: los reguladores del gobierno les han robado a los estadounidenses sus prerrogativas democráticas. Esa clase ahora constituye un “Estado administrativo” que opera para empoderarse y enriquecer a sus aliados, quienes practican el capitalismo clientelar.
Cuando Bannon habló recientemente de “deconstruir el Estado administrativo”, eso pudo haber sonado raro para quienes desconocen su ideario, pero para sus fanáticos fue una electrizante declaración de fe. Bannon puede lograr que el trumpismo deje de ser un conjunto de quejas y lamentos nostálgicos para transformarse en un programa que reforme al gobierno.
Él le añade su toque personal e idiosincrático a esta mezcla del Tea Party. Tiene una teoría sobre los ciclos históricos que puede considerarse simple de una manera elegante o peligrosamente simplista. Es un modelo desarrollado por William Strauss y Neil Howe en dos libros publicados en los años noventa. Su argumento supone un ciclo de 80 a 100 años dividido en “altas”, “despertares”, “revelaciones” y “crisis” de 20 años. La Revolución Estadounidense, la Guerra Civil, el Nuevo Trato de Roosevelt, la Segunda Guerra Mundial… Bannon ha dicho durante años que ha llegado la hora de vivir otra crisis. Su documental acerca del colapso financiero de 2008 Generation Zero, lanzado en 2010, utiliza el modelo de Strauss-Howe para explicar qué pasó, y concluye: “La historia se divide en estaciones, y el invierno está por venir”.
Las opiniones de Bannon reflejan una transformación del conservadurismo a lo largo de la última década. Este cambio puede rastrearse en los filmes que ha hecho. Su documental In the Face of Evil (2004) es un tributo ortodoxo a Ronald Reagan, el héroe del Partido Republicano. Sin embargo, media década después, Generation Zero es un extraño híbrido. El colapso financiero ha intervenido. El filme de Bannon cuenta con entrevistas predecibles con simpatizantes provenientes de grupos de expertos y adeptos al libre mercado que expresan su preocupación por el gran gobierno. Sin embargo, también se filtran voces menos ortodoxas como las del locutor proteccionista Lou Dobbs y el gestor de inversiones Barry Ritholtz. Ellos cuestionan si el libre mercado es realmente libre. Ritholtz dice que el resultado de la crisis financiera ha sido “el socialismo para los ricos y el capitalismo para todos los demás”.
Para 2014, la ideología de Bannon se había enfocado en esta desconfianza. “Piénsenlo”, dijo en una charla organizada por el Instituto para la Dignidad Humana. “No se ha presentado ningún cargo criminal contra algún ejecutivo bancario relacionado con la crisis de 2008”. Advirtió sobre “la Escuela Objetivista, o de Ayn Rand, del capitalismo libertario”, es decir, “un capitalismo que en verdad busca hacer que la gente sea mercancía y que convierte a las personas en objetos”. El capitalismo, dijo, debe basarse en un fundamento “judeocristiano”.
Si es así, estas eran malas noticias para el Partido Republicano. Para cuando Bannon habló, el capitalismo al estilo de Ayn Rand era todo lo que quedaba de su agenda de la era Reagan. El pensamiento del libre mercado se había tragado a todo el partido, junto con sus preocupaciones judeocristianas (“una nación con una cultura” y “una razón para existir”). Una orientación empresarial era lo que querían los donantes.
Sin embargo, los votantes no hicieron más que tolerarlo. Fue Buchanan quien en su candidatura a la presidencia en 1992 hizo un llamado a los republicanos para darle prioridad a los empleos y las comunidades por encima de las ganancias. Un debate acerca de si esta era una visión más contundente de la sociedad o si solo se trataba del berrinche de un reaccionario devoró al partido. Después de una generación, Buchanan ha ganado la discusión. Para 2016, sus opiniones sobre el comercio y la migración que alguna vez fueron rechazadas como ideas descabelladas se han extendido tan rápidamente que todos las han adoptado. Excepto los funcionarios electos y los candidatos presidenciales provenientes de la clase dirigente.
Bannon no suele explicar en detalle qué es la cultura judeocristiana, pero sabe qué no es: el islam. Como la mayoría de los estadounidenses, cree que el islamismo —el movimiento político extremista— es un adversario peligroso. Algo más controvertido es su creencia de que, puesto que este movimiento político se genera dentro de la esfera del islam, el crecimiento de esa religión es un problema que deberían enfrentar las autoridades estadounidenses. Esta es una opinión que los presidentes Obama y George W. Bush repudiaron de forma enfática.
Al parecer, las opiniones de Bannon sobre este tema se basan en lecturas intensas pero no necesariamente variadas. Los pensadores a los que se ha apegado en este campo tienden a ser polémicos y controvertidos en vez de imparciales y objetivos. Incluyen a la provocadora Pamela Geller, quien hizo campaña contra la “Mezquita en la Zona Cero”, y quien alguna vez insinuó que el Departamento de Estado “básicamente era dirigido por supremacistas islámicos”; Robert Spencer, el director del sitio web Jihad Watch que a veces colabora con Geller y encabeza una organización llamada Stop Islamization of America; así como un antiguo oficial del Departamento de Seguridad Nacional, Philip Haney, quien ha afirmado que los funcionarios de la administración de Obama pusieron en peligro “la seguridad de los ciudadanos debido a la rigidez ideológica de la corrección política”.
Como el presidente Trump es poco popular entre los intelectuales, cualquier pensador de su gabinete será, en algún nivel, un inconforme, un rebelde o un individualista. Puede que eso haga que las cosas sean interesantes para el país. Ciertamente hará que Washington sea un ambiente hostil para Bannon. En la capital, muchos intelectuales han pagado un precio elevado (al tragarse sus recelos e ignorar sus convicciones) para llegar al lugar que tiene Bannon, pero él jamás tuvo que poner en riesgo sus principios. Su jefe ni siquiera obtuvo la mayoría del voto popular. Los conservadores de la clase dirigente podrían llegar a confundir su envidia con la certeza de que Bannon es peligroso y carece de preocupaciones sociales.
¿Realmente es así? El verano pasado, el historiador Ronald Radosh contribuyó a esta imagen con su recuerdo (después refutado) de que hace años tuvo una conversación con Bannon en la que este se describió como un “leninista” que quería “que todo colapsara”.
Sin embargo, la ideología de Bannon, cualquiera que sea, no captura del todo qué lo impulsa, dice la guionista Julia Jones. A principios de los noventa, Jones y Bannon empezaron a escribir guiones y lo hicieron durante una década y media. Ella es una de las pocas personas que ha colaborado con él durante muchos años de su carrera. Según Jones, en su servicio militar podría haber una clave mucho más confiable para conocer su cosmovisión. “Le tiene respeto al deber”, dijo a principios de febrero. “La palabra que usa mucho es ‘dharma’”. Bannon conoció ese concepto en el Bhagavad Gita, recuerda. Puede usarse para describir el camino de un individuo en la vida o su lugar en el universo.
Cuando Bannon llegó a Hollywood, cuenta Jones, era menos político. Durante dos años, ambos trabajaron en el esbozo de una serie televisiva de 26 episodios acerca de un grupo que iba tras los secretos del yo humano, desde Arthur Connan Doyle hasta Nietzche, Madame Blavatsky, Ramakrishna, el Baal Shem Tov o Gerónimo. “Esa era su idea”, dijo. “Reunió a todos esos personajes”.
Sin embargo, los ataques del 11 de septiembre lo cambiaron y la colaboración de Jones no sobrevivió al creciente interés de Bannon por la política. En relación con sus filmes, Jones dice que “desarrolló una suerte de voz propagandística” que le pareció ofensiva. Ella lamenta que Bannon “haya encontrado un hogar en el nacionalismo”. Pero no cree que sea ningún tipo de anarquista y mucho menos un racista.
Quienes se enfocan en la ideología de Bannon quizá le están rezando al santo equivocado. Hay muchas razones para preocuparse por él, pero tienen menos que ver con su opinión sobre esos temas que con quién es como persona. Es un novato en el poder político y, de hecho, su interés por la política es algo relativamente nuevo. Está dispuesto a alejarse de la autoridad. Aunque no acepta ninguna de las ideologías desacreditadas del siglo pasado, se apega a una teoría de ciclos históricos que, por decirlo amablemente, no ha sido comprobada. Lo más inquietante: es un intelectual en la política al que le emocionan las teorías grandilocuentes. Una combinación que ya ha producido resultados impredecibles en el pasado.
Ya veremos cómo resulta. De manera similar, Barack Obama solía referirse a la dirección y el “arco” de la historia. A algunos les podría parecer que estas dos teorías de la historia son igual de ingenuas y poco realistas. Otros podrían ver un elemento atenuante en la naturaleza cíclica de la opinión de Bannon.
Un progresista que cree que la historia es más o menos lineal lucha por la inmortalidad cuando entra a la arena política. Un conservador que cree que la historia es cíclica solo está luchando por un papel para administrar los siguientes 20 u 80 años. Después su trabajo se desbaratará, como terminará pasando con el de todos.
Christopher Caldwell, editor sénior en The Weekly Standard, está escribiendo un libro sobre el ascenso y la caída del orden político después de los sesenta.
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