Desde hace un tiempo, estamos presenciando un despliegue de opiniones sobre la “tercera vía” o a lo que también le llaman, de forma más vulgar y frívola, la “nueva contra”. Son análisis que, en el mejor de los casos, se aproximan a cuestiones de forma y pocas veces de fondo. Ambas “etiquetas” delimitan el escenario político de forma polarizadora; es solo en ese escenario donde el “ellos” (quienes usan estos labels) crean el piso sobre el cual legitiman el uso de recursos del Estado en contra de ciudadanos cubanos que podrían comulgar con algunas de las ideas que se erigen en grupos clasificados como “la tercera vía” o la “nueva contra”.
La realidad, sin embargo, es que estos discursos polarizadores (donde el “ellos” y el “nosotros” son enemigos antagónicos y no adversarios políticos; donde ambos polos pretenden aniquilarse el uno al otro), son simplemente una manera muy vieja de hacer política (a la que podemos referirnos como “política de guerra”). En una dinámica como esa, el entendimiento solo es alcanzable, según el grupo que detenta el poder, si el debate entra dentro del marco que ellos delimitan; marco que, por demás, viene a ser “un orden” que les permite reproducir su poder y mantener sus privilegios de grupo. Tanto la noción de “tercera vía”, como de “nueva contra”, reflejan una cosa en última instancia: que estos señores entienden la política desde la premisa de que al adversario hay que aniquilarlo, y que la política no es la administración efectiva del poder, sino una batalla desleal, sin reglas, y que solo sirve para mandar (si ganas) y obedecer (si pierdes).
Ante este escenario, la respuesta debe ser la construcción de nuevos escenarios de debate. El eje “izquierda-derecha” no refleja todas las sensibilidades políticas correctamente y, menos aún, refleja la realidad política cubana. La centralidad del tablero a la que hago referencia no alude a este “eje”, donde las piezas, desde una visión metafísica, no están separadas en dos flancos (derecha e izquierda), al principio de la partida. La centralidad del tablero refleja la realidad de una partida en desarrollo, donde las piezas están dispersas ocupando columnas, diagonales y casillas en todos los sectores del tablero. La centralidad resulta, entonces, un intento de hacer política desde la transversalidad.
Elijo, en lo personal, ocupar la centralidad del tablero no en el sentido tradicional de la socialdemocracia europea, que es donde quedaría la “tercera vía”, sino en el sentido estrictamente estratégico. Esto es, la centralidad del tablero es defender todo lo que es defendible, conservar todo lo que lo amerita, cambiar lo que así deba serlo, y crear todo lo que pueda ser hermoso y digno. No se puede estar en la centralidad del tablero y defender un Parlamento que se reúne unas pocas veces al año y solo para levantar la mano en unanimidad; o defender un Consejo de Estado que usurpa las competencias del legislativo y crea decretos a placer sin rendir cuentas a nadie, sin conferencias de prensa, sin enfrentarse a auditoria alguna desde fuera, sin contra-poder que le regule y demande transparencia. Eso no es defendible desde la centralidad del tablero.
Tampoco es defendible un marco legal que le permite a compañías extranjeras invertir en Cuba y contar con propiedad privada dentro de la Isla, mientras que ciudadanos cubanos son marginados de tal derecho y se les niega la personalidad jurídica a sus pequeños negocios, con el único objeto de no garantizarles derechos a sus negocios. Es defendible, sin embargo, que la salud y la educación sean un derecho; pero un derecho inalienable, donde el Estado jamás pueda eliminar otros derechos en su nombre; porque entonces estaría convirtiendo la educación y la salud en privilegios disponibles solo para aquellos que estén dispuestos a sacrificar otros derechos. Un Estado que requiere que sus ciudadanos renuncien a sus derechos de libre expresión, asociación, etc., para poder acceder a la educación, no está garantizando la educación como derecho; y eso no lo defiendo. Desde la centralidad del tablero podemos y debemos promover nuestras visiones del mundo y maneras de hacer política, pero no imponerlas ni dentro ni fuera de Cuba; tampoco acepto que se me sean impuestas. El imperialismo, sea cultural, económico o territorial, es inaceptable precisamente porque se funda en imposiciones, en la asfixia del más pequeño o débil, en la homogenización, en la anulación de minorías. Desde la centralidad del tablero deberíamos abrir el juego, pero bajo la premisa de contar antes con un marco justo, donde cada grupo y actor social pueda acceder a un “fair shot”.
La centralidad del tablero implica retomar las premisas del proyecto de la Ilustración, los valores republicanos que de allí emergieron donde, en palabras de Carlos Fernández Liria, “la ley estará siempre por encima del pueblo. No porque la hayan enviado los dioses, sino porque el pueblo no puede cambiarla de cualquier manera, sino que tiene que cambiarla con coherencia y siendo consecuente, es decir, razonando (…) Esta es la distancia de un pueblo respecto de sí mismo, la distancia que convierte a un pueblo en una República”[1]. La centralidad del tablero toma todas las ideas que fundaron los principios de lo que hoy conocemos como Estado de Derecho y el contrato social que este permite respetar. La centralidad del tablero es defender las ideas modernistas que buscan el continuo progreso de la especie y el uso de la razón y el análisis científico al servicio de la especie y del planeta que habitamos. Sin embargo, la centralidad del tablero no se divorcia de ideas post-modernistas que son también defendibles; ideas que rompen con tradiciones a veces esquemáticas, que fallan en entender la diversidad de sensibilidades; ideas post-estructuralistas que se desmarcan de la arbitraria esquematización de los dogmas desarrollistas.
La centralidad del tablero es radical, pero no extremista. Va a la raíz del problema, pero no rompe con todo desde posiciones dogmáticas. El radicalismo que defiendo entiende que ni la propiedad privada, ni la cooperativa, ni la pública, son formas de gestión negativas en sí mismas, sino que su efectividad (o no) dependen de un contexto más amplio. Todas las formas de propiedad deben ser aprovechadas y, en ningún caso, rechazadas de facto en el contexto que atravesamos hoy. La centralidad del tablero entiende, además, que una Asamblea Nacional, un poder judicial y un Consejo de Estado son herramientas de gestión del poder y de justicia solo si se articulan bajo un consenso social donde todos tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades de acceder a dichas herramientas.
La Asamblea Nacional del Poder Popular cubana sería una herramienta efectiva en la medida que logre representar a todas las sensibilidades políticas de la nación (siempre y cuando estos cubanos no tengan sus manos manchadas de sangre terrorista o hayan intentado doblegar al país mediante políticas de bloqueo y asfixia contra nuestro pueblo). La forma legal en la que se enmarca el Estado cubano llegará a ser una herramienta efectiva para la nación, cuando deje de excluir a una parte de esta. ¡Qué desperdicio para una nación el dejar fuera de la participación política a varios segmentos de sí misma! La discriminación de cualquier tipo, incluida la política, es, además de moralmente repudiable, inefectiva y retrasa el desarrollo nacional. Excluir a cualquier grupo despilfarra la capacidad creadora del mismo y previene a la nación de sacar provecho de este. Un Estado y su engranaje institucional son efectivos si son herramientas de todos, y se nutren, a su vez, de todos.
La centralidad del tablero es, entonces, transversal, y radical. Toma de cada cosa lo mejor, transforma lo que pudiendo ser hermoso aun no lo es, y crea lo que es digno de ser creado. La centralidad del tablero no es dogmática, sino un espacio con certezas, abierto al debate sobre las mismas y sobre las certezas de otros, porque los dogmas desalientan el debate; es demócrata porque cree en el derecho de la gente a decidir su propio destino, e ilustrada, porque cree que el marco efectivo para que la gente construya “futuro” y “progreso”; es aquel donde prevalece la “razón”, donde en ningún caso un grupo, sea mayoría o no, pueda desarticular aquello que se erige sobre las premisas anteriores: un Estado de Derecho. La centralidad del tablero no es reformista, sino socialista y radical, porque emplea el Estado de Derecho como marco desde el que se resuelven los problemas de la gente, y se consigue el progreso y evolución cuantitativo y cualitativo de la nación cubana, y de la especie humana en general.
Postdata: Lástima que un debate sobre este tema no podamos tenerlo, frente a frente, en lo que deberían ser medios de comunicación públicos. Lástima que cuando se habla de estos temas en los medios nacionales, se haga con la silla de los aludidos vacía, como hace aquel que gusta de hablar solo porque teme que en un debate todas las certezas que le dan sentido a su vida, y sostienen sus privilegios, se tambaleen.
[1] Tomado de “En Defensa del Populismo” por Carlos Fernandez Liria en “Cuba Posible”, publicado en mayo 26, 2017 (https://cubaposible.com/defensa-del-populismo/)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar