Por Sue Ashdown
16 JUNIO, 2017 DE LA PUPILA INSOMNE
Hace tiempo, durante los años cuando el público tuvo acceso al Internet por primera vez, solía pasar mucho tiempo luchando contra las empresas de telecomunicaciones que suministraron y robaron a la vez, los clientes de los pequeños proveedores independientes estadounidenses. Comenzando en mi propio capitolio en Utah y luego pasé al de Washington DC, donde estuve tanto tiempo en la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) que podría haber calificado para un pase de entrada rápida, si hubiera tal cosa. Esto fue cuando la neutralidad de la red significó algo más que lo que significa hoy: gigantescos oligopolios luchando entre sí para crear el último jardín amurallado. Los miles de pequeños empresarios que pusieron a los estadounidenses en línea por primera vez fueron la primera víctima del descuido e indiferencia de la política de Washington en esa época y todavía me resulta doloroso contemplar sus pérdidas.
Así que perdóneme si no me conmueve terriblemente el entusiasmo en ciertos círculos de Washington por los empresarios cubanos como el fruto demostrable de las políticas de Obama para “empoderar” a los cubanos y lograr un “cambio democrático” en Cuba. No solo empezaron a licenciar a los cuentapropistas en Cuba antes de la apertura de Barack Obama y Raúl Castro, me parece que el empoderamiento y el cambio democrático comienzan en casa, y he visto esa película antes.
El argumento actual de que los cuentapropistas cubanos serán devastados si Trump restringe los viajes a Cuba, como lo sugieren Marco Rubio y sus amigos, me parece nada más que una disputa interfamiliar que tiene poco que ver con Cuba y todo con Miami.
Por un lado están las nuevas empresas de Miami que han cosechado millones de dólares estadounidenses en Cuba en tours de pintura por números, con paradas y entregas a un puñado de pequeñas empresas y expertos cubanos especialmente seleccionados para satisfacer las regulaciones y los objetivos de las políticas estadounidenses.
Por otro lado, la vieja guardia de Miami que también hizo una fortuna durante los años previos a la “apertura”, cobrando $ 500 por billetes aéreos entre La Habana y Miami, produciendo comedias no cómicas de TV Martí que no llegaban a ninguna parte y compras en Costco para suéteres de cachemira y chocolates Godiva que serían enviados a sus “disidentes” cubanos asalariados. Ese monopolio se desvaneció bajo Obama, y la nueva guardia cogió otro, el monopolio de ser turoperadores licenciados por el Departamento del Tesoro estadounidense, centrados como con un láser en el empresariado privado cubano, haciendo el trabajo del Departamento del Estado.
No me malinterpreten. Odiaría que los viajes se vuelvan a restringir. Tengo un hijo de 11 años en Cuba y un padre de 91 años con salud delicada en los Estados Unidos. ¿Por qué debo contemplar la elección entre los dos? Si puedo ir a Corea del Norte, o Arabia Saudita para el caso, tantas veces como pueda pagar una visa y un boleto, ¿por qué no Cuba? Por otro lado, no es el fin del mundo. Vamos a sobrevivir.
La verdadera tragedia está en otra parte, en la enorme oportunidad que el Presidente Trump parece ciertamente a punto de perder.
La apertura de Obama a Cuba, para bien o para mal, estaba contenida en un paquete destinado a satisfacer en primer lugar las metas de la política exterior de su Departamento de Estado. El problema con este enfoque es que si limitamos y enyugamos toda nuestra política comercial con Cuba a los pequeños empresarios porque hacen una cuña política conveniente, mientras que otros países no enfrentan tales restricciones y están haciendo el verdadero negocio de las grandes importaciones, exportaciones y producción con Cuba, ¿cuánto tardarán los Estados Unidos en ponerse al día? Nunca, básicamente.
En lugar de seguir las viejas recomendaciones de Miami y volver atrás el reloj, el Presidente Trump se enfrenta a nada menos que una oportunidad única de hacer algo mucho más sustancial y significativo, que Obama nunca intentó. Él podría fácilmente triunfar sobre Obama – la oportunidad está madura para tomarla.
De pie, hombro a hombro con sus compañeros republicanos en el Congreso, podría dejar atrás la pretensión de adorar en el altar de la pequeña empresa en que nadie realmente cree e ir a la gran obra, la que pagará dividendos inmediatos y significativos.
Trabajando en conjunto con el Congreso, finalmente podría anular el embargo que ha afectado a los actores más importantes de la comunidad empresarial de Estados Unidos, ganando una muy necesaria, fácil y popular victoria legislativa en el proceso. Dos pájaros con una piedra. Tres, si se cuenta la victoria del comercio exterior resultante contra los competidores menos bendecidos geográficamente. Cuatro, si se cuenta una continua neutralización de una bandera anti-estadounidense en América Latina. Ganar, ganar, ganar, ganar. Por supuesto, esto requiere el reconocimiento de que el ladrido de la delegación de la Florida en el Congreso es mucho peor que su mordida, y la comprensión de que la mordedura será aún más desdentada para 2020.
El momento es ahora, o nunca. Sería el trato más grande. Enorme, de verdad. Qué lástima que las probabilidades están en contra.
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