Paul Krugman durante una rueda de prensa en la Universidad de Princeton, Nueva Jersey. Octubre de 2008.
La moneda única paga hoy sus defectos de nacimiento. Pero Europa no saldrá de la crisis aplicando una política de austeridad uniforme, sino permitiendo un poco de inflación, según el premio Nobel de Economía.
Philippe Coste
Su libro ¡Acabad ya con esta crisis! es un alegato contra la austeridad y el dogma de la lucha antidéficit. Según usted, ¿se ha equivocado Europa de batalla?
Al principio fue Grecia. Nadie puede negar que Atenas tuviera un problema de disciplina presupuestaria y que le corresponde una gran responsabilidad en sus desgracias. Pero ha cundido el pánico y se ha convertido a ese país en la explicación por defecto de la crisis europea. Encajaba perfectamente con la tendencia natural que tenían los bancos centrales de apretar las tuercas y de echarle la culpa del origen de los problemas de la zona euro al laxismo social y presupuestario. Reflejaba además el dogmatismo de los alemanes, siempre dispuestos a reprocharles a los demás que no sean tan virtuosos como ellos. Es olvidar hasta qué punto el caso de Grecia es único, aislado. Sin embargo, la interpretación de su grave desventura contribuyó a que se hiciese una amalgama que ha justificado el dogma general de la austeridad. Por conformismo, los demás puntos de vista se excluyeron muy deprisa del debate.
¿Acusa, pues, a los alemanes?
Históricamente, su actitud se explica por una fobia de la inflación, que les parece el origen de su tragedia del pasado. Pero da la impresión de que han borrado de su memoria colectiva los sufrimientos causados por las terribles políticas deflacionistas de los años treinta. Su influencia en el BCE se explica, sin duda, por su condición dominante en Europa y también por la intención original de hacer de esa institución un parapeto contra la indisciplina y la inflación [...] Alemania es el acreedor de una Europa que, en efecto, ha conocido un período de exuberancia. No obstante, siento curiosidad por saber qué remedios se habrían propuesto si los flujos de capitales hubiesen ido desde España hacia las inmobiliarias alemanas y no a la inversa.
¿Era usted euroescéptico desde un principio?
Sí, pienso que el euro era una idea romántica, un bello símbolo de la unidad política. Pero cuando ustedes perdieron sus monedas nacionales, perdieron también mucha flexibilidad. No es evidente cómo se puede paliar esa falta de margen de maniobra. Hay dos medios en caso de una crisis localizada: la movilidad de la mano de obra, para compensar la pérdida de actividad, y sobre todo la integración fiscal, para compensar la pérdida de ingresos. Desde este punto de vista, Europa era muchos menos adecuada que Estados Unidos para una moneda única. Comparemos Florida y España: la misma burbuja inmobiliaria, el mismo estallido. Pero en Estados Unidos la gente puede ir a buscar trabajo a otro estado menos afectado. Washington mantiene en todas partes las ayudas sociales, el seguro médico, los gastos federales y las garantías bancarias. No es el caso de Europa.
¿Cómo juzga la respuesta europea a la crisis?
Mis palabras contra las políticas de austeridad se dirigen a los países que todavía pueden elegir. Ni España ni Grecia podían zafarse de las exigencias alemanas y correr así el riesgo de que les dejasen sin recursos. Pero, desde mi punto de vista, Francia no está en una situación presupuestaria crítica y no tiene tanta necesidad de una política de austeridad.
Sin embargo, hay que conservar la confianza de los mercados... ¿Cómo se consigue?
La respuesta es monetaria. Pasa por el Banco Central Europeo. Veo por una parte compras masivas de obligaciones españolas e italianas para contener el ascenso de los tipos de interés; por otra, señales de una política más flexible del BCE, la promesa de no subir los tipos al menor indicio de inflación y el establecimiento de objetivos realistas, una inflación de un 2% o un 3% a plazo medio en vez de un 0 o un 1%, como ahora.
¿Y Grecia?
No veo cómo podría quedarse este país en el euro. Es prácticamente imposible. Pero su salida provocaría una retirada masiva de depósitos de los bancos españoles e italianos, a lo cual el BCE tendría que responder absolutamente con un aporte ilimitado de liquidez. Si no, en dos semanas el Bundesbank tiraría la toalla y sería el final del euro.
¿Cuáles serían las consecuencias de la desaparición de la moneda única?
Imagínese deudas denominadas en una moneda que ya no existe... Pienso que la zona caería en una recesión severa durante un año antes de que los países encontrasen el medio de proseguir sus transacciones y, como en el caso de España e Italia, recobrasen un poco de competitividad. Desde el punto de vista político, sería grave: con el fracaso del mayor proyecto de la historia y el descrédito en que habrían caído los dirigentes implicados en el mantenimiento del antiguo sistema sonaría la hora de las insurrecciones populistas y nacionalistas.
¿Qué soluciones preconiza para los países del sur?
Lo clásico sería una devaluación interna. En principio, la disminución de los salarios permitiría recuperar la competitividad. Pero ningún país, ni siquiera Irlanda y Letonia, han logrado una disminución real de los salarios del sector privado. Además, la deflación aumenta el peso de la deuda privada en euros. Añadamos a esto el riesgo de la huida de capitales y la inestabilidad de los gobiernos encargados de esas medidas, y se llega a un callejón sin salida. Los salarios españoles son hoy un 30% demasiado altos si se los compara con los alemanes. En vez de bajarlos por la fuerza -lo que es imposible políticamente-, ¿por qué no dejamos que los salarios aumenten más allá del Rin para que mejore la competitividad de España? Esto supondría un relajamiento de la política monetaria y, claro está, más inflación en Alemania.
¿Qué porvenir le ve a la zona euro?
Si el BCE toma medidas acertadas, se podría imaginar una mejora de aquí en tres o cinco años. Pero Europa siempre será frágil. Su moneda es una construcción que cojea y seguirá siéndolo mientras no se cree una garantía bancaria europea. Mientras tanto, el sistema podría sobrevivir más cómodamente si se admitiese, como lubricante, una dosis de inflación más fuerte. Pero no lo olvidemos: Europa, en lo fundamental, no está en declive. Es un continente productivo e innovador. Solo se ha equivocado en su gobernanza y en las instituciones con las que controla la economía. Se puede arreglar por completo.
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