"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

miércoles, 30 de octubre de 2013

A propósito de un viaje a Juraguá

Cubacontemporanea

Por AHMEL ECHEVARRÍA

El verano pasado me propuse un plan de fuga para el cual contaba con una semana a mi favor: llegar al centro de “la Tierra”. No fui solo, nunca emprendo un viaje sin una buena compañía. Llegados a este punto es necesario consignar que debí haber conjugado en plural el verbo o los verbos, porque la fuga fue concertada entre dos parejas. Por lo tanto, sí hubo un viaje: el destino era Cienfuegos.

Entre los cuatro diseñamos un itinerario. Los amigos y mi novia propusieron caminar la ciudad, visitar Rancho Luna (delfinario incluido) y Guajimico (he recorrido buena parte de Cuba y nunca vi nada igual: el mar abierto y la montaña, un río, un sendero con una cueva; naturaleza en alta densidad). Por mi parte, propuse no sólo los cementerios, también descubrir el Cienfuegos real en el Cienfuegos que Marcial Gala construye para sus ficciones, y llegarnos a la Ciudad Nuclear y de ahí a la CEN de Juraguá.

Casi todo lo cumplimos (el capítulo Cienfuegos-Marcial Gala merece un texto aparte). Movidos por las imágenes del documental Bretón es un bebé, del cineasta Arturo Sotto, cruzamos la bahía.

Llegar a Juraguá fue imposible, pero sí pude advertir el eco de un lejano estallido: el fracaso de lo que una vez fue la obra del siglo XX en Cuba: la CEN.

Mientras caminábamos por la Ciudad Nuclear recordé un libro de cuentos del narrador Abel Fernández-Larrea** publicado en 2009 por la editorial Cajachina del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Absolut Rötgen, desde la ficción, busca narrar la vida antes, durante y después del fallido experimento que el 26 de abril de 1986 causó la peor catástrofe nuclear conocida hasta el momento. Hablamos de Chernóbil, Ucrania. Era también el siglo XX.

Bien mirado, resulta exagerado comparar lo ocurrido en Juraguá (la imposibilidad de poner en marcha la CEN y lo que trajo como consecuencia no sólo en la vida de quienes allí trabajarían sino también con sus familiares) con el desastre de Chernóbil. Si en las afueras de Cienfuegos más de un proyecto de vida se vio modificado por causas de fuerza mayor, no se debió al silencioso y letal avance de millones de curios.

Sin embargo, más allá de las diferencias geográficas y culturales, y de lo sucedido en ambas centrales, encontraba puntos de contactos entre la ficción de Abel y lo que veíamos, o al menos veía yo, en el complejo habitacional construido al centro de Cuba. Niños, adolescentes, jóvenes, viejos, el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas, incluso algún que otro perro cruzaban ambas realidades. En Absolut…, la Iglesia es la Ortodoxa Rusa y además aparece más de un muerto.

Como en la ciudad destinada a los trabajadores de la CEN de Cienfuegos, en el libro de Abel el desastre nuclear es el eje de las historias de vida. La presencia, desplazamiento e interacción de todos los personajes no son tan sigilosos como la nube radiactiva.

En este cuaderno de cuentos se alternan el sosiego y el desespero. Sin patetismos, Fernández-Larrea habla del amor y la muerte, también del dolor, de pérdidas irrecuperables, de las ansias de vivir, de los peores paisajes del alma humana, incluso de zombis, de luces como fuegos fatuos, de un aguacero con un fuerte sabor a vodka.

Algo singular ocurre en el libro de Abel. Tal parece que la ficción en Absolut… pertenece a los predios del realismo, de una vida afectada no sólo por el estallido, sino también por sus efectos secundarios. Sin embargo, contiene un par de cuentos que parecen haber sufrido una suerte de mutación debido a los efectos de la radiactividad. Desde el liquidador que, refiriéndose a la lluvia, le confiesa a un militar que sirvió en Kabul del sabor a vodka de aquella agua caída del cielo, hasta la aparición de zombis.

La intención de Fernández-Larrea no es construir y mostrarnos las imágenes del desastre antes, durante y después del estallido del reactor, sino las consecuencias en la vida de quienes la Central de Chernóbil, de algún modo, fue parte de su vida.

Como terribles postales son las piezas narrativas de este libro de cuentos. Liquidadores y científicos, periodistas y alumnos de la escuela primaria, adolescentes, maestras, amas de casa, camareras y militares de diferentes rangos están en estas páginas. Aman y temen, odian, violan y matan, golpean y cortejan en un paisaje muy diferente al de la Ciudad Nuclear Juraguá, pero el amor y el dolor alcanzan las mismas cotas de placer y zozobra más allá del contexto geográfico y la magnitud y realidad del desastre.


Abel Fernández-Larrea

¿Cómo definir el realismo de Abel Fernández-Larrea? ¿Puro Realismo Irradiado? Quizá, y no sería descabellada tal definición. Ese pequeño detalle significativo lo coloca entre los autores a tener en cuenta entre las filas de eso que los críticos llaman Generación Cero.

Su segundo cuaderno de cuentos, titulado Héroes de la clase obrera, tampoco tiene como escenario a Cuba y también parece militar en el realismo; si en él hay un desastre su escala es menor y el estallido ocurre al interior de la vida de unos seres sin una gran historia a sus espaldas y que acumulan un sinnúmero de fracasos, aunque no lo reconozcan como tal.

Absurdo, hilaridad, incluso aquello que bien podríamos catalogar como lo fantástico, contaminan sus piezas narrativas como el efecto de millones de curios en el contexto de Lo Real en sus textos.

Puede que algo falle en el pacto ficcional que se establezca entre el lector y los dos libros de Fernández-Larrea; si sucede, quizá esté relacionado con esa suerte de “castellano otro”, o la intención de simular el tempo de otra lengua, modos de decir propios del idioma ruso (en el cuaderno de cuentos Absolut Rötgen) o del idioma inglés (en el cuaderno de cuentos Héroes de la clase obrera).

Toda obra de arte implica un riesgo, un reto, una suerte de trabajo de prospección aunque el autor de antemano sepa que lo probable es el error, la derrota. Desde su lengua materna Abel intenta una mímesis. La eficiencia de su dispositivo de enunciación no es total, pero su rango es alto y llega a convencer, invita a que apuestes por él.

De regreso al Prado cienfueguero miraba las imágenes tomadas en la Ciudad Nuclear y a la par me preguntaba si algún escritor cubano ya narró Juraguá. No lo creo, lo más cercano quizá sea el documental de Arturo Sotto en el cual, como una reacción en cadena, aparecen edificios multifamiliares abandonados a mitad de construcción, la esperanza de algunos protagonistas de aquel sueño de volver a por la fisión nuclear, los hierros e inmuebles de la CEN varados en el tiempo, el recuerdo de un discurso de Fidel que en el apocalíptico año ´92 anunció el final abrupto de La Obra del Siglo XX en Cuba, las lágrimas y el vacío y el consuelo que arrancó y brindó, dicen, aquel discurso.

* De la serie “Nosotros no decimos cree”

** Abel Fernández-Larrea (La Habana, 1978). Licenciado en Letras por la Universidad de La Habana y egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Con el proyectoAbsolut Rötgen recibió en 2008 la Beca de Creación Caballo de Coral que otorga el propio Centro a los alumnos matriculados en sus cursos, a la vez obtuvo la mención del Concurso César Galeano. Con Héroes de la clase obrera ganó el Premio UNEAC de cuentos en 2012, su libro Berlineses obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas en 2012.

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