J. Bradford DeLong
J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He was Deputy Assistant US Treasury
BERKELEY– De adulto, la primera vez que fui a Washington, D.C. fue el año 1993, en dicho año llegué a esta ciudad con el objetivo de trabajar para el presidente Bill Clinton en el Departamento del Tesoro. En aquel entonces, Estados Unidos necesitaba urgentemente volver a equilibrar el presupuesto federal para frenar el explosivo crecimiento del ratio deuda/PIB, necesitaba reformar el extraordinariamente caro e ineficiente sistema de salud del país, y necesitaba comenzar a hacer frente al calentamiento global a través de una lenta aceleración de un impuesto al carbono.
Más allá de estos tres problemas inmediatos se encontraban los desafíos planteados por las políticas a largo plazo: la actualización del sistema de pensiones del país para lidiar con el envejecimiento de la población y la disminución de las jubilaciones con prestaciones definidas, la mejora del sistema educativo con el fin de que más personas puedan asumir el riesgo de obtener una educación superior, y la reversión de la erosión de la clase media estadounidense, que es una característica que define a la sociedad de Estados Unidos.
Ninguno de estos objetivos (quizás con excepción del último) podía ser considerado como un asunto partidista. Todos estos asuntos, es decir el déficit a largo plazo, el financiamiento de la salud y el calentamiento global, como también poder garantizar los ingresos para las jubilaciones y posibilitar oportunidades educacionales, eran asuntos en los que fácilmente se debería haber podido alcanzar un avance y un acuerdo bipartidista. Sin embargo, nosotros los que apoyábamos a Clinton no recibimos ninguna cooperación ni de los republicanos en cargos públicos, ni de los intelectuales republicanos en el ámbito de la formulación de políticas.
Figuras públicas, como por ejemplo los senadores Pete Domenici y Alan Simpson, quienes se expresaban con autoridad y conocimiento sobre el déficit a largo plazo, nunca se toparon con un programa republicano que hubiese hecho crecer el presupuesto hasta reventarlo al que ellos se hubiesen podido oponer, ni tampoco se encontraron con una iniciativa democrática para reducir el déficit que ellos hubiesen podido apoyar. Los economistas que durante las administraciones de los presidentes Ronald Reagan y George H.W. Bush se expresaban con autoridad y conocimiento sobre las cargas fiscales excesivas y sobre la importancia de alcanzar presupuestos equilibrados, silenciaron sus voces después de que Clinton asumió el cargo en enero de 1993, y permanecieron callados durante el período posterior a enero de 2001, período en el cual la administración de George W. Bush desmanteló gran parte de lo que la administración Clinton había logrado.
Pero en el año 1993 hubo una excepción – un republicano de alto rango que se encontraba en un cargo público, un intelectual del ámbito de la formulación de políticas, una persona que no olvidó los compromisos que asumió años antes en cuanto a dicha formulación de políticas: esa persona fue Alan Greenspan, Presidente de la Reserva Federal. Para Greenspan, poner sobre una base sólida la financiación a largo plazo del gobierno federal de los Estados Unidos era un objetivo importante y bipartidista, y en el período 1993-1994 estuvo dispuesto a tomar riesgos de política monetaria para aumentar las posibilidades de lograr dicho objetivo.
La Fed, según lo que opinaba Greenspan, tenía la responsabilidad no sólo de combatir la inflación, sino que también tenía la responsabilidad de crear una sociedad próspera y empresarial, y trató de cumplir con dicho doble mandato – al dar la misma importancia a un alto nivel de empleo y a la estabilidad de los precios – durante el boom de la alta tecnología que tuvo lugar a finales de la década de 1990. Único entre sus compañeros republicanos, después del año 2001 expresó su opinión – en voz más baja en público, pero en voz alta en privado – en contra de las políticas fiscales irresponsables del gobierno de Bush.
Es por ello que, a pesar del daño que sufrió su reputación a raíz de la crisis financiera de 2008, Greenspan conserva una enorme credibilidad entre todos los que tienen la esperanza de ver una política económica racional en Estados Unidos. Si va a haber en el lado republicano contrapartes sensatas con quienes negociar, Greenspan debería ser quien encabece dicho grupo.
Es por esta razón que para mí su nuevo libro, The Map and the Territory, es muy decepcionante. Greenspan retrata al Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU. y a sus metas de vivienda económica como factores causantes que desempeñaron un papel muy importante en la crisis del año 2008. Además, afirma que la legislación de reforma financiera Dodd-Frank (Dodd-Frank financial-reform legislation) es un gran factor que frena la recuperación. Asimismo, sostiene que la ley de Crédito Tributario por Ingreso del Trabajo (Earned Income Tax Credit) – promulgada en el año 1975 bajo el presidente republicano Gerald Ford y ampliada enormemente durante la administración Reagan – es una amenaza para el espíritu moral de los estadounidenses. Demasiado de lo escrito en el libro se lee, tal como lo expresó (put it) Steven Pearlstein del Washington Post, como si hubiese sido copiado del sitio Web de la campaña presidencial 2012 de Mitt Romney.
No se han resuelto los seis problemas que otras personas y yo enfrentamos cuando llegamos a Washington en el año 1993. La situación fiscal a largo plazo continúa siendo desalentadora, y puede ser tan grave como nosotros temíamos que llegase a ser. El financiamiento de la atención de salud sigue siendo un lío, incluso si tenemos razones sólidas para tener esperanzas acerca de que Obamacare haya ya comenzado a abordar el problema. Además, no hemos logrado ningún avance en cuanto al calentamiento global, a la preservación de una sociedad de clase media, o en la mejora del sistema educativo para lograr que la igualdad de oportunidades se convierta en una realidad. Tampoco hemos abordado el muy probable déficit de activos y de ingresos en el ámbito de las jubilaciones en un Estados Unidos que se encuentra envejeciendo.
Sin embargo, esto no es lo que Greenspan visualiza. Para él, todos estos problemas se reducen a una simple pregunta: “¿En qué tipo de sociedad queremos vivir?” Y las opciones, a su juicio, son igualmente simples: las respuestas serían o “en una sociedad donde se viva en dependencia” o “en una sociedad basada en la ‘autosuficiencia’”.
Este no es un análisis, esta es una cantaleta. En un momento coyuntural en el que Estados Unidos necesita desesperadamente visiones e ideas, Greenspan únicamente nos apalea con discursos partidistas. Esta es una mala noticia para aquellos de nosotros que nos gustaría ver surgir en Washington un proceso tecnocrático de formulación de políticas económicas. De alguna forma tenemos que llegar a comprender que en el lado republicano ya no tenemos contrapartes con las que se puede negociar.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Read more at http://www.project-syndicate.org/commentary/on-alan-greenspan-s-the-map-and-the-territory-by-j--bradford-delong/spanish#lLt1mk3wFrVwLeH7.99
Ninguno de estos objetivos (quizás con excepción del último) podía ser considerado como un asunto partidista. Todos estos asuntos, es decir el déficit a largo plazo, el financiamiento de la salud y el calentamiento global, como también poder garantizar los ingresos para las jubilaciones y posibilitar oportunidades educacionales, eran asuntos en los que fácilmente se debería haber podido alcanzar un avance y un acuerdo bipartidista. Sin embargo, nosotros los que apoyábamos a Clinton no recibimos ninguna cooperación ni de los republicanos en cargos públicos, ni de los intelectuales republicanos en el ámbito de la formulación de políticas.
Figuras públicas, como por ejemplo los senadores Pete Domenici y Alan Simpson, quienes se expresaban con autoridad y conocimiento sobre el déficit a largo plazo, nunca se toparon con un programa republicano que hubiese hecho crecer el presupuesto hasta reventarlo al que ellos se hubiesen podido oponer, ni tampoco se encontraron con una iniciativa democrática para reducir el déficit que ellos hubiesen podido apoyar. Los economistas que durante las administraciones de los presidentes Ronald Reagan y George H.W. Bush se expresaban con autoridad y conocimiento sobre las cargas fiscales excesivas y sobre la importancia de alcanzar presupuestos equilibrados, silenciaron sus voces después de que Clinton asumió el cargo en enero de 1993, y permanecieron callados durante el período posterior a enero de 2001, período en el cual la administración de George W. Bush desmanteló gran parte de lo que la administración Clinton había logrado.
Pero en el año 1993 hubo una excepción – un republicano de alto rango que se encontraba en un cargo público, un intelectual del ámbito de la formulación de políticas, una persona que no olvidó los compromisos que asumió años antes en cuanto a dicha formulación de políticas: esa persona fue Alan Greenspan, Presidente de la Reserva Federal. Para Greenspan, poner sobre una base sólida la financiación a largo plazo del gobierno federal de los Estados Unidos era un objetivo importante y bipartidista, y en el período 1993-1994 estuvo dispuesto a tomar riesgos de política monetaria para aumentar las posibilidades de lograr dicho objetivo.
La Fed, según lo que opinaba Greenspan, tenía la responsabilidad no sólo de combatir la inflación, sino que también tenía la responsabilidad de crear una sociedad próspera y empresarial, y trató de cumplir con dicho doble mandato – al dar la misma importancia a un alto nivel de empleo y a la estabilidad de los precios – durante el boom de la alta tecnología que tuvo lugar a finales de la década de 1990. Único entre sus compañeros republicanos, después del año 2001 expresó su opinión – en voz más baja en público, pero en voz alta en privado – en contra de las políticas fiscales irresponsables del gobierno de Bush.
Es por ello que, a pesar del daño que sufrió su reputación a raíz de la crisis financiera de 2008, Greenspan conserva una enorme credibilidad entre todos los que tienen la esperanza de ver una política económica racional en Estados Unidos. Si va a haber en el lado republicano contrapartes sensatas con quienes negociar, Greenspan debería ser quien encabece dicho grupo.
Es por esta razón que para mí su nuevo libro, The Map and the Territory, es muy decepcionante. Greenspan retrata al Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU. y a sus metas de vivienda económica como factores causantes que desempeñaron un papel muy importante en la crisis del año 2008. Además, afirma que la legislación de reforma financiera Dodd-Frank (Dodd-Frank financial-reform legislation) es un gran factor que frena la recuperación. Asimismo, sostiene que la ley de Crédito Tributario por Ingreso del Trabajo (Earned Income Tax Credit) – promulgada en el año 1975 bajo el presidente republicano Gerald Ford y ampliada enormemente durante la administración Reagan – es una amenaza para el espíritu moral de los estadounidenses. Demasiado de lo escrito en el libro se lee, tal como lo expresó (put it) Steven Pearlstein del Washington Post, como si hubiese sido copiado del sitio Web de la campaña presidencial 2012 de Mitt Romney.
No se han resuelto los seis problemas que otras personas y yo enfrentamos cuando llegamos a Washington en el año 1993. La situación fiscal a largo plazo continúa siendo desalentadora, y puede ser tan grave como nosotros temíamos que llegase a ser. El financiamiento de la atención de salud sigue siendo un lío, incluso si tenemos razones sólidas para tener esperanzas acerca de que Obamacare haya ya comenzado a abordar el problema. Además, no hemos logrado ningún avance en cuanto al calentamiento global, a la preservación de una sociedad de clase media, o en la mejora del sistema educativo para lograr que la igualdad de oportunidades se convierta en una realidad. Tampoco hemos abordado el muy probable déficit de activos y de ingresos en el ámbito de las jubilaciones en un Estados Unidos que se encuentra envejeciendo.
Sin embargo, esto no es lo que Greenspan visualiza. Para él, todos estos problemas se reducen a una simple pregunta: “¿En qué tipo de sociedad queremos vivir?” Y las opciones, a su juicio, son igualmente simples: las respuestas serían o “en una sociedad donde se viva en dependencia” o “en una sociedad basada en la ‘autosuficiencia’”.
Este no es un análisis, esta es una cantaleta. En un momento coyuntural en el que Estados Unidos necesita desesperadamente visiones e ideas, Greenspan únicamente nos apalea con discursos partidistas. Esta es una mala noticia para aquellos de nosotros que nos gustaría ver surgir en Washington un proceso tecnocrático de formulación de políticas económicas. De alguna forma tenemos que llegar a comprender que en el lado republicano ya no tenemos contrapartes con las que se puede negociar.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
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