Por Manuel Antonio Piedra
Entrevista realizada a Alberto Acosta
¿Qué es para Ud. una Filosofía de vida?
La Filosofía de vida es una forma de asumir los retos que plantea la vida, así de fácil y así de complejo. Esto se cristaliza en una ideología. Es decir en la forma de asumir el compromiso que tiene cada ser humano consigo mismo, con la humanidad y con la Naturaleza, como parte intrínseca de ella. Dentro de este contexto, todos tenemos algo que decir y algo que hacer.
¿Qué es para Ud. el Sumak kawsay?
El sumak kawsay o Buen Vivir es una propuesta que surge desde la visión de los marginados de los últimos 500 años. Se plantea como una oportunidad para construir otra sociedad, a partir del reconocimiento de los diversos valores culturales existentes en el mundo y del respeto a la Naturaleza. Esta concepción desnuda los errores y las limitaciones de las diversas teorías del llamado desarrollo. Desde diversos ángulos, no sólo desde el mundo andino, aparecen respuestas a las demandas no satisfechas por las visiones tradicionales del desarrollo.
Se ha llegado a una conclusión, no solo en Ecuador sino en varias partes del mundo, el estilo de vida actual, que pregonan y practican los países ricos y al que aspiran los países pobres, es un estilo de vida insustentable, inviable en el mediano y largo plazo.
Cada vez vemos como con creciente fuerza aparecen problemas que están poniendo en riesgo la vida misma del ser humano en el planeta: los cambios climáticos y el calentamiento global son apenas una muestra de que no podemos seguir por la misma senda que provoca estos destrozos ambientales.
En ese contexto, creemos que hay que replantearse el estilo de vida misma. Ese es el meollo del asunto. No podemos seguir por la vía del progreso tradicional, entendido un proceso de acumulación permanente de bienes materiales. El objetivo no puede ser tener siempre cada vez más bienes materiales. En realidad no interesa cuantas cosas una persona pueda producir en su vida, sino cómo las cosas a las cuales tiene acceso esa persona van a mejorar sus condiciones de vida. Esto conduce, por cierto, a una redistribución de esas cosas acumuladas en pocas manos.
Esto implica un cambio filosófico fundamental. Se pone en entredicho aquella idea del progreso que se difundió con mucha fuerza desde hace más de dos siglos, a través de la cual se creía que el ser humano está obligado a dominar y controlar a la Naturaleza. Ya vemos que eso es imposible.
Desde esa perspectiva se propone el Buen Vivir (sumak kawsay en kichwa; suma qamaña en aymara), sintonizando esta propuesta con otras propuestas más o menos similares provenientes de diversos sectores y regiones del planeta. El concepto del Buen Vivir no solo tiene un anclaje histórico en el mundo indígena, se sustenta también en algunos principios filosóficos universales: aristotélicos, marxistas, ecológicos, feministas, cooperativistas, humanistas...
Para entender lo que implica el Buen Vivir, que no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, hay que empezar por recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas. Eso, de plano, no significa negar la posibilidad para propiciar la modernización de la sociedad, particularmente con la incorporación en la lógica del Buen Vivir de muchos y valiosos avances tecnológicos de la humanidad. Es más, una de las tareas fundamentales recae en el diálogo permanente y constructivo de saberes y conocimientos ancestrales con lo más avanzado del pensamiento universal, en un proceso de continuada descolonización del pensamiento.
El Buen Vivir, en definitiva, es la búsqueda de la vida en armonía del ser humano consigo mismo, con sus congéneres y con la Naturaleza. Buscar esas armonías no implica desconocer los conflictos sociales, las diferencias sociales y económicas, tampoco negar que estamos en un sistema que es ante todo depredador, como el capitalista. Por lo tanto, a diferencia del mundo del consumismo y de la competencia extrema, lo que se pretende es construir sociedades en donde lo individual y lo colectivo coexistan en armonía con la Naturaleza, donde la racionalidad económica se reconcilie con la ética y el sentido común. La economía tiene que reencontrase con la Naturaleza.
¿En las condiciones actuales, cómo ir más allá de un Buen Vivir que en cierto sentido se resume en el acceso a servicios básicos, un ambiente sano, etc. y en este caso, cómo proyectar a Ecuador a una vida de este tipo?
El Buen Vivir no se resume en satisfacer las necesidades básicas y garantizar un ambiente sano, simplemente. Para empezar no se trata de emular los estilos de vida consumistas de los países ricos. Países por lo demás maldesarrollados en muchos ámbitos, como demuestra el gran sociólogo José María Tortosa. Lo que se propone con el Buen Vivir es organizar la vida de otra manera, a partir de otros principios, como son la solidaridad, el respeto, la reciprocidad, la equidad, la igualdad, la libertad... En definitiva son otras formas de entender y organizar la vida. Ese es el gran reto que tenemos entre manos y que paulatinamente se transforma en el reto del mundo entero. La idea del Buen Vivir, de la vida en armonía, tendrá que ser asumida por el mundo entero sino no queremos poner en riesgo la vida del ser humano en el planeta.
Entonces, por qué no centrarnos en la búsqueda del buen vivir y evitar perder el tiempo en confrontaciones como las que se dan actualmente en los sectores políticos que detentan el poder.
Ante todo, los conflictos y las confrontaciones son inherentes a una sociedad inequitativa, injusta desde sus raíces. Si tenemos un grupo muy reducido de la población que aglutina la mayor parte de los beneficios de la economía, como resultado de un modelo que no es sustentable ni económica ni ambientalmente, se van a dar confrontaciones y enfrentamientos. Ese no es el problema de fondo.
El problema es que muchas de esas confrontaciones pueden ser estériles cuando no están dentro de una propuesta estratégica de acción. Confrontaciones verbales sin políticas y acciones concretas no ayudan a procesar un cambio de la modalidad de acumulación y del patrón de distribución de la riqueza. Si dicho patrón no es afectado, los ricos seguirán siendo cada vez más ricos. Los pobres pueden en algunos casos mejorar sus condiciones de vida gracias a una serie de ejercicios clientelares del Estado, pero seguirán marginados y dependientes. Si no se cambia el modelo de acumulación extractivista y se afecta la excesiva concentración de la riqueza no se cambiará la realidad. Los discursos no son suficientes. Se requieren acciones. Y muchas de esas acciones hacen falta todavía en el Ecuador.
¿Bajo las actuales condiciones políticas, qué posibilidades existen de llegar a un Estado de bienestar?
Aclaremos que con el Buen Vivir no se pretende construir un Estado de bienestar. La preocupación central no es solo acumular para entonces distribuir. Para entender lo que implica el Buen Vivir, que no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, hay que empezar por recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas de Ecuador y Bolivia. En esas sociedades indígenas, sin tratar de idealizar lo que allí sucede, no existe, por ejemplo, el concepto de acumulador de desarrollo, ni de pobreza en los términos convencionales.
En su opinión, ¿hay una alternativa a este tipo de civilización en la que vivimos actualmente?
Dentro del sistema capitalista definitivamente no hay alternativa. Se pueden resolver algunos problemas, pero las grandes inequidades económicas, sociales y ambientales son en esencia propias de este sistema. Los valores fundamentales del capitalismo se nutren de la desigualdad, de la inequidad, de la explotación de la mano de obra y de la Naturaleza. Entonces, mientras no se supere este sistema será imposible resolver los problemas de fondo.
Sin embargo, es no nos puede llevar a cruzarnos de brazos y esperar que el capitalismo colapse para recién entonces ponernos a trabajar. El reto, ahora y no mañana, es comenzar a producir cambios desde dentro del mismo capitalismo.
No vamos a salir del capitalismo de la noche a la mañana. No lo vamos a superar por decreto. La tarea es introducir los cambios necesarios y posibles, incluso creando las condiciones para que estos cambios sean cada vez más radicales, pero conscientes que las grandes transformaciones se lograran cuando se supere el sistema capitalista.
El camino será largo. Pero habrá que transitarlo. Y para lograrlo hay que desatar un verdadero proceso de democratización en todos los ámbitos de la vida del ser humano. Siempre más democracia, nunca menos. Es fundamental entender que si el proceso de construcción no es democrático, el resultado tampoco lo será. Si se aplica un estilo de política autoritario, el resultado tendrá rasgos autoritarios.
Dentro de esta perspectiva ¿Por qué el desarrollo sustentable es una trampa del capitalismo?
La idea del desarrollo sustentable se asienta en un concepto básico, que intrínsecamente es cuestionable. No se puede asumir el desarrollo como un proceso permanente de acumulación material de bienes. Tener cada vez más bienes materiales, como símbolo de progreso y bienestar, es un espejismo inalcanzable para todos los habitantes del planeta. Es más, cada vez es mayor la brecha entre los que tienen todo y les sobra todo, pero quieren siempre más, y los que ansían conseguir aunque sea la migajas de ese todo.
En la actualidad ya es ampliamente aceptado que ese concepto del desarrollo no tiene futuro. Se habla de postdesarrollo. Esto no debe conducirnos a bajar la guardia, menos aún a tolerar que un grupo reducido de la población mundial, que no llega al 20 por ciento, siga acumulando y destrozando las bases de la vía, mientras el resto frena sus aspiraciones de mejorar su calidad de vida para no afectar los equilibrios ecológicos y sociales globales.
No tenemos y no podemos en realidad aspirar a tener el estilo de vida de los países más ricos. Pero si tenemos la obligación de mejorar las condiciones de vida, sobre todo, de los amplios segmentos de la población empobrecidos. Y en los países ricos es cada vez más imperiosa una revisión estructural de sus estilos de vida; ya no cuenta tanto la eficiencia como la suficiencia.
Con el Buen Vivir se pretende buscar opciones de vida digna y sustentable, que no representen la reedición caricaturizada del estilo de vida occidental y menos aún sostener estructuras signadas por una masiva inequidad económica, social y ambiental.
La gran mayoría de la población, condenada sistémicamente a la exclusión e incluso a la pobreza, no reflexiona sobre estas cuestiones. Por el contrario, sin preguntarse si es o no posible y conveniente, bombardeada con masivos mensajes que predisponen al consumo, aspira permanentemente a vivir con los niveles de vida que tienen esos grupos acomodados a nivel mundial y nacional. Parecería que a los pobres se les hubiese incorporado en la cabeza un chip consumista de aspiraciones elevadas, pero que no puede cumplirlas por carecer de los recursos para financiarlas o porque, si esto se produjera masivamente, se ahondarían los problemas ambientales globales… El gran reto de la humanidad es cómo procesamos una nueva forma de organizar la vida, reconociendo los límites naturales y asegurando una sustantiva y sustentable mejoría de las condiciones de vida los grupos empobrecidos.
¿Este tipo de mentalidad se debe en gran medida a modelos culturales impuestos por las grandes potencias?
No me atrevería a cargar las culpas en términos maximalistas. Sin embargo, la cultura actual es un producto del sistema capitalista. Este sistema, esta civilización, tal como lo entendía el economista austríaco Joseph Schumpeter, es un sistema de valores sustentado en la desigualdad y en la explotación. En el esquema neoliberal, que es una fase extrema del capitalismo, este sistema se ha convertido en la civilización de la desigualdad por excelencia.
No hay duda, en estas décadas neoliberales la cultura del individuo individualizado -como productor y consumidor- se ha extendido con mucha fuerza. No interesa solo desarmar las políticas neoliberales, algo indispensable por lo demás. Es urgente dar paso a una suerte de revolución cultural para reducir los efectos perversos del individualismo extremo y del consumismo depredador.
¿Cómo combinar los logros del “eurocentrismo” con saberes propios de nuestra cultura “ancestral”?
El gran reto en este momento es cómo aprovechar todos los conocimientos disponibles. No podemos cerrarnos a los avances de la ciencia. Como pocas veces en la historia de la humanidad la información y los avances tecnológicos han alcanzado niveles inimaginables hace solo pocas décadas. Hay que tener la capacidad para saber discernir cuál es la información relevante. El actual bombardeo mediático no es necesariamente positivo. La sobresaturación de determinada información, controlada y mediatizada por determinados grupos e intereses de poder transnacional o nacional, hace mucha de esa información inservible. La relativamente excesiva información oculta, consciente o inconscientemente, aquellas informaciones que realmente contribuirían a la liberación del ser humano.
El mundo se asemeja cada vez más a una suerte de medioevo tecnocrático. Reducidos grupos humanos concentran la riqueza y los avances tecnológicos manteniendo crecientes exclusiones sociales, en medio de insospechadas tensiones políticas y sociales, así como con un marcado deterioro ecológico.
Sin negar para nada los veloces avances tecnológicos alcanzados en las últimas décadas y que nos seguirán sorprendiendo día a día, hay que tener presente que no toda la humanidad accede por igual al mundo de la informática, por ejemplo. Todavía la mitad o más de habitantes del planeta, al empezar el nuevo milenio, no tenían contacto con un teléfono, no se diga con el internet. Y, de conformidad con estimaciones de especialistas, realizadas al finalizar el siglo XX apenas una de cada dos personas tendrá acceso a la interconexión digital.
Esta constatación, sin minimizar el papel de las tecnologías de punta y su masiva difusión, nos remite al valor que tiene el papel y el lápiz como herramientas de liberación. Esto, adicionalmente, nos dice que muchos de los retos futuros siguen siendo los mismos de antaño y que la posibilidad de una Edad Media de alta tecnología, pero excluyente en extremo, es una posibilidad amenazadora en ciernes o quizás ya en pleno proceso de construcción...
Pero como todavía hay personas conscientes y críticas, hay como confiar en un futuro humano, de convivencia armónica con la Naturaleza. Hay como seguir bregando para que la humanidad no tenga que incursionar a través de esa pesadilla tecnológica totalitaria. Para lograrlo requerimos otros niveles de organización plural de las sociedades mundiales desde donde se podrá plantear con mayor claridad y profundidad soluciones globales. Y en ese campo el Buen Vivir es también una propuesta para toda la humanidad.
http://www.revistasophia.com/
Entrevista realizada a Alberto Acosta
¿Qué es para Ud. una Filosofía de vida?
La Filosofía de vida es una forma de asumir los retos que plantea la vida, así de fácil y así de complejo. Esto se cristaliza en una ideología. Es decir en la forma de asumir el compromiso que tiene cada ser humano consigo mismo, con la humanidad y con la Naturaleza, como parte intrínseca de ella. Dentro de este contexto, todos tenemos algo que decir y algo que hacer.
¿Qué es para Ud. el Sumak kawsay?
El sumak kawsay o Buen Vivir es una propuesta que surge desde la visión de los marginados de los últimos 500 años. Se plantea como una oportunidad para construir otra sociedad, a partir del reconocimiento de los diversos valores culturales existentes en el mundo y del respeto a la Naturaleza. Esta concepción desnuda los errores y las limitaciones de las diversas teorías del llamado desarrollo. Desde diversos ángulos, no sólo desde el mundo andino, aparecen respuestas a las demandas no satisfechas por las visiones tradicionales del desarrollo.
Se ha llegado a una conclusión, no solo en Ecuador sino en varias partes del mundo, el estilo de vida actual, que pregonan y practican los países ricos y al que aspiran los países pobres, es un estilo de vida insustentable, inviable en el mediano y largo plazo.
Cada vez vemos como con creciente fuerza aparecen problemas que están poniendo en riesgo la vida misma del ser humano en el planeta: los cambios climáticos y el calentamiento global son apenas una muestra de que no podemos seguir por la misma senda que provoca estos destrozos ambientales.
En ese contexto, creemos que hay que replantearse el estilo de vida misma. Ese es el meollo del asunto. No podemos seguir por la vía del progreso tradicional, entendido un proceso de acumulación permanente de bienes materiales. El objetivo no puede ser tener siempre cada vez más bienes materiales. En realidad no interesa cuantas cosas una persona pueda producir en su vida, sino cómo las cosas a las cuales tiene acceso esa persona van a mejorar sus condiciones de vida. Esto conduce, por cierto, a una redistribución de esas cosas acumuladas en pocas manos.
Esto implica un cambio filosófico fundamental. Se pone en entredicho aquella idea del progreso que se difundió con mucha fuerza desde hace más de dos siglos, a través de la cual se creía que el ser humano está obligado a dominar y controlar a la Naturaleza. Ya vemos que eso es imposible.
Desde esa perspectiva se propone el Buen Vivir (sumak kawsay en kichwa; suma qamaña en aymara), sintonizando esta propuesta con otras propuestas más o menos similares provenientes de diversos sectores y regiones del planeta. El concepto del Buen Vivir no solo tiene un anclaje histórico en el mundo indígena, se sustenta también en algunos principios filosóficos universales: aristotélicos, marxistas, ecológicos, feministas, cooperativistas, humanistas...
Para entender lo que implica el Buen Vivir, que no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, hay que empezar por recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas. Eso, de plano, no significa negar la posibilidad para propiciar la modernización de la sociedad, particularmente con la incorporación en la lógica del Buen Vivir de muchos y valiosos avances tecnológicos de la humanidad. Es más, una de las tareas fundamentales recae en el diálogo permanente y constructivo de saberes y conocimientos ancestrales con lo más avanzado del pensamiento universal, en un proceso de continuada descolonización del pensamiento.
El Buen Vivir, en definitiva, es la búsqueda de la vida en armonía del ser humano consigo mismo, con sus congéneres y con la Naturaleza. Buscar esas armonías no implica desconocer los conflictos sociales, las diferencias sociales y económicas, tampoco negar que estamos en un sistema que es ante todo depredador, como el capitalista. Por lo tanto, a diferencia del mundo del consumismo y de la competencia extrema, lo que se pretende es construir sociedades en donde lo individual y lo colectivo coexistan en armonía con la Naturaleza, donde la racionalidad económica se reconcilie con la ética y el sentido común. La economía tiene que reencontrase con la Naturaleza.
¿En las condiciones actuales, cómo ir más allá de un Buen Vivir que en cierto sentido se resume en el acceso a servicios básicos, un ambiente sano, etc. y en este caso, cómo proyectar a Ecuador a una vida de este tipo?
El Buen Vivir no se resume en satisfacer las necesidades básicas y garantizar un ambiente sano, simplemente. Para empezar no se trata de emular los estilos de vida consumistas de los países ricos. Países por lo demás maldesarrollados en muchos ámbitos, como demuestra el gran sociólogo José María Tortosa. Lo que se propone con el Buen Vivir es organizar la vida de otra manera, a partir de otros principios, como son la solidaridad, el respeto, la reciprocidad, la equidad, la igualdad, la libertad... En definitiva son otras formas de entender y organizar la vida. Ese es el gran reto que tenemos entre manos y que paulatinamente se transforma en el reto del mundo entero. La idea del Buen Vivir, de la vida en armonía, tendrá que ser asumida por el mundo entero sino no queremos poner en riesgo la vida del ser humano en el planeta.
Entonces, por qué no centrarnos en la búsqueda del buen vivir y evitar perder el tiempo en confrontaciones como las que se dan actualmente en los sectores políticos que detentan el poder.
Ante todo, los conflictos y las confrontaciones son inherentes a una sociedad inequitativa, injusta desde sus raíces. Si tenemos un grupo muy reducido de la población que aglutina la mayor parte de los beneficios de la economía, como resultado de un modelo que no es sustentable ni económica ni ambientalmente, se van a dar confrontaciones y enfrentamientos. Ese no es el problema de fondo.
El problema es que muchas de esas confrontaciones pueden ser estériles cuando no están dentro de una propuesta estratégica de acción. Confrontaciones verbales sin políticas y acciones concretas no ayudan a procesar un cambio de la modalidad de acumulación y del patrón de distribución de la riqueza. Si dicho patrón no es afectado, los ricos seguirán siendo cada vez más ricos. Los pobres pueden en algunos casos mejorar sus condiciones de vida gracias a una serie de ejercicios clientelares del Estado, pero seguirán marginados y dependientes. Si no se cambia el modelo de acumulación extractivista y se afecta la excesiva concentración de la riqueza no se cambiará la realidad. Los discursos no son suficientes. Se requieren acciones. Y muchas de esas acciones hacen falta todavía en el Ecuador.
¿Bajo las actuales condiciones políticas, qué posibilidades existen de llegar a un Estado de bienestar?
Aclaremos que con el Buen Vivir no se pretende construir un Estado de bienestar. La preocupación central no es solo acumular para entonces distribuir. Para entender lo que implica el Buen Vivir, que no puede ser simplistamente asociado al “bienestar occidental”, hay que empezar por recuperar la cosmovisión de los pueblos y nacionalidades indígenas de Ecuador y Bolivia. En esas sociedades indígenas, sin tratar de idealizar lo que allí sucede, no existe, por ejemplo, el concepto de acumulador de desarrollo, ni de pobreza en los términos convencionales.
En su opinión, ¿hay una alternativa a este tipo de civilización en la que vivimos actualmente?
Dentro del sistema capitalista definitivamente no hay alternativa. Se pueden resolver algunos problemas, pero las grandes inequidades económicas, sociales y ambientales son en esencia propias de este sistema. Los valores fundamentales del capitalismo se nutren de la desigualdad, de la inequidad, de la explotación de la mano de obra y de la Naturaleza. Entonces, mientras no se supere este sistema será imposible resolver los problemas de fondo.
Sin embargo, es no nos puede llevar a cruzarnos de brazos y esperar que el capitalismo colapse para recién entonces ponernos a trabajar. El reto, ahora y no mañana, es comenzar a producir cambios desde dentro del mismo capitalismo.
No vamos a salir del capitalismo de la noche a la mañana. No lo vamos a superar por decreto. La tarea es introducir los cambios necesarios y posibles, incluso creando las condiciones para que estos cambios sean cada vez más radicales, pero conscientes que las grandes transformaciones se lograran cuando se supere el sistema capitalista.
El camino será largo. Pero habrá que transitarlo. Y para lograrlo hay que desatar un verdadero proceso de democratización en todos los ámbitos de la vida del ser humano. Siempre más democracia, nunca menos. Es fundamental entender que si el proceso de construcción no es democrático, el resultado tampoco lo será. Si se aplica un estilo de política autoritario, el resultado tendrá rasgos autoritarios.
Dentro de esta perspectiva ¿Por qué el desarrollo sustentable es una trampa del capitalismo?
La idea del desarrollo sustentable se asienta en un concepto básico, que intrínsecamente es cuestionable. No se puede asumir el desarrollo como un proceso permanente de acumulación material de bienes. Tener cada vez más bienes materiales, como símbolo de progreso y bienestar, es un espejismo inalcanzable para todos los habitantes del planeta. Es más, cada vez es mayor la brecha entre los que tienen todo y les sobra todo, pero quieren siempre más, y los que ansían conseguir aunque sea la migajas de ese todo.
En la actualidad ya es ampliamente aceptado que ese concepto del desarrollo no tiene futuro. Se habla de postdesarrollo. Esto no debe conducirnos a bajar la guardia, menos aún a tolerar que un grupo reducido de la población mundial, que no llega al 20 por ciento, siga acumulando y destrozando las bases de la vía, mientras el resto frena sus aspiraciones de mejorar su calidad de vida para no afectar los equilibrios ecológicos y sociales globales.
No tenemos y no podemos en realidad aspirar a tener el estilo de vida de los países más ricos. Pero si tenemos la obligación de mejorar las condiciones de vida, sobre todo, de los amplios segmentos de la población empobrecidos. Y en los países ricos es cada vez más imperiosa una revisión estructural de sus estilos de vida; ya no cuenta tanto la eficiencia como la suficiencia.
Con el Buen Vivir se pretende buscar opciones de vida digna y sustentable, que no representen la reedición caricaturizada del estilo de vida occidental y menos aún sostener estructuras signadas por una masiva inequidad económica, social y ambiental.
La gran mayoría de la población, condenada sistémicamente a la exclusión e incluso a la pobreza, no reflexiona sobre estas cuestiones. Por el contrario, sin preguntarse si es o no posible y conveniente, bombardeada con masivos mensajes que predisponen al consumo, aspira permanentemente a vivir con los niveles de vida que tienen esos grupos acomodados a nivel mundial y nacional. Parecería que a los pobres se les hubiese incorporado en la cabeza un chip consumista de aspiraciones elevadas, pero que no puede cumplirlas por carecer de los recursos para financiarlas o porque, si esto se produjera masivamente, se ahondarían los problemas ambientales globales… El gran reto de la humanidad es cómo procesamos una nueva forma de organizar la vida, reconociendo los límites naturales y asegurando una sustantiva y sustentable mejoría de las condiciones de vida los grupos empobrecidos.
¿Este tipo de mentalidad se debe en gran medida a modelos culturales impuestos por las grandes potencias?
No me atrevería a cargar las culpas en términos maximalistas. Sin embargo, la cultura actual es un producto del sistema capitalista. Este sistema, esta civilización, tal como lo entendía el economista austríaco Joseph Schumpeter, es un sistema de valores sustentado en la desigualdad y en la explotación. En el esquema neoliberal, que es una fase extrema del capitalismo, este sistema se ha convertido en la civilización de la desigualdad por excelencia.
No hay duda, en estas décadas neoliberales la cultura del individuo individualizado -como productor y consumidor- se ha extendido con mucha fuerza. No interesa solo desarmar las políticas neoliberales, algo indispensable por lo demás. Es urgente dar paso a una suerte de revolución cultural para reducir los efectos perversos del individualismo extremo y del consumismo depredador.
¿Cómo combinar los logros del “eurocentrismo” con saberes propios de nuestra cultura “ancestral”?
El gran reto en este momento es cómo aprovechar todos los conocimientos disponibles. No podemos cerrarnos a los avances de la ciencia. Como pocas veces en la historia de la humanidad la información y los avances tecnológicos han alcanzado niveles inimaginables hace solo pocas décadas. Hay que tener la capacidad para saber discernir cuál es la información relevante. El actual bombardeo mediático no es necesariamente positivo. La sobresaturación de determinada información, controlada y mediatizada por determinados grupos e intereses de poder transnacional o nacional, hace mucha de esa información inservible. La relativamente excesiva información oculta, consciente o inconscientemente, aquellas informaciones que realmente contribuirían a la liberación del ser humano.
El mundo se asemeja cada vez más a una suerte de medioevo tecnocrático. Reducidos grupos humanos concentran la riqueza y los avances tecnológicos manteniendo crecientes exclusiones sociales, en medio de insospechadas tensiones políticas y sociales, así como con un marcado deterioro ecológico.
Sin negar para nada los veloces avances tecnológicos alcanzados en las últimas décadas y que nos seguirán sorprendiendo día a día, hay que tener presente que no toda la humanidad accede por igual al mundo de la informática, por ejemplo. Todavía la mitad o más de habitantes del planeta, al empezar el nuevo milenio, no tenían contacto con un teléfono, no se diga con el internet. Y, de conformidad con estimaciones de especialistas, realizadas al finalizar el siglo XX apenas una de cada dos personas tendrá acceso a la interconexión digital.
Esta constatación, sin minimizar el papel de las tecnologías de punta y su masiva difusión, nos remite al valor que tiene el papel y el lápiz como herramientas de liberación. Esto, adicionalmente, nos dice que muchos de los retos futuros siguen siendo los mismos de antaño y que la posibilidad de una Edad Media de alta tecnología, pero excluyente en extremo, es una posibilidad amenazadora en ciernes o quizás ya en pleno proceso de construcción...
Pero como todavía hay personas conscientes y críticas, hay como confiar en un futuro humano, de convivencia armónica con la Naturaleza. Hay como seguir bregando para que la humanidad no tenga que incursionar a través de esa pesadilla tecnológica totalitaria. Para lograrlo requerimos otros niveles de organización plural de las sociedades mundiales desde donde se podrá plantear con mayor claridad y profundidad soluciones globales. Y en ese campo el Buen Vivir es también una propuesta para toda la humanidad.
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