"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

martes, 24 de diciembre de 2013

La moneda y...

Por Bruno Susani *
Pagina 12

Los economistas neoliberales, inspirados por la teoría monetarista, sostienen que la cantidad de moneda circulante determina el nivel de precios y postulan que la inflación resulta del déficit presupuestario financiado por la creación monetaria. Esto les permite afirmar que el Gobierno es el responsable del incremento de los precios al consumidor. En realidad, los precios los fijan las empresas, sobre todo en una economía dominada por oligopolios, que son la forma habitual de la organización de los mercados. Vamos, por lo tanto, a analizar la validez de la hipótesis de la inflación monetaria desde el punto de vista de la ciencia económica y de la economía política.
 
Teoría

La afirmación según la cual un aumento razonable del volumen de la masa monetaria incrementa los precios está presente en toda la teoría económica clásica, desde Jean Bodin, pasando por los fisiócratas, como Turgot, pero también en Hume, Ricardo, Stuart Mill y Marx, que la consideran una evidencia.

La versión teórica moderna, según la cual el incremento de la masa monetaria –sea cual fuere el soporte específico de los medios de pagos, papel moneda, o metálico– engendra el aumento de los precios, se la debemos a Irving Fisher, un economista norteamericano que formalizó la llamada teoría cuantitativa de la moneda, en 1911.

Fisher le dio un pequeño barniz para darle un aspecto científico y la presentó como una sencilla igualdad aritmética MxV=PxQ, siendo M, la masa monetaria, V la velocidad de circulación, vale decir, las veces que la moneda cambia de manos, P el nivel de precios y Q la cantidad de bienes. Vale decir que la cantidad de moneda en el primer miembro de la igualdad debe permitir comprar todos los bienes Q multiplicados por sus precios respectivos. No hace falta ser un gran economista para comprender lo que dice esa igualdad. Si V y Q son constantes, por hipótesis, se deduce que si la masa monetaria M aumenta, los precios P tienen que aumentar para que se verifique la igualdad.

Una interpretación iconoclasta podría afirmar, a la inversa, que cuando las empresas aumentan los precios, entonces la masa monetaria debe incrementarse para mantener la supuesta igualdad.

La leyenda económica relata que Irving Fisher fue solicitado por el gobierno norteamericano para explicar los aumentos de precios que denunciaban los sindicatos para obtener incrementos de salariales, ya que a pesar de la Sherman Anti-Trust Act, votada en 1890, los barones ladrones, los “robber barons”, Vanderbilt, Carnegie, Rockefeller, John Pierpont Morgan, Jay Gould, H. Dodge, Edward Henry Harriman, entre otros, dominaban la economía norteamericana y fijaban los precios lo más alto posible.

Fisher, no obstante, prefirió mantener la versión clásica y ahorrarles un disgusto a sus amigos, apoyándose en el hecho que el descubrimiento y la fiebre del oro en Alaska inmortalizada por Chaplin en la película The Gold Rush apasionaba a la opinión publica e incrementaba la masa monetaria en alrededor de mil millones de dólares actuales por año, en una economía 25 veces más chica que la actual.
 
Crítica

La mayor dificultad de los economistas ortodoxos es que no saben explicar cómo se transmite el incremento de la masa monetaria a los precios. En efecto, el argumento según el cual los precios aumentan porque el Estado crea un déficit presupuestario para “darles dinero” a los agentes económicos y éstos lo gastan es endeble.

Dicha formula es la formalización de una intuición desacertada que dice que si aumentan los medios de pago, como los agentes económicos asignan mayor valor a lo que es escaso (en este caso los bienes) que a lo que es abundante (los medios de pago), los consumidores tienen un comportamiento autista, dilapidan el dinero y entonces los precios aumentan. Pero esto no sucede así en la vida real, ya que quienes reciben el dinero (aunque sea el producto de subsidios y planes sociales) no necesariamente comprarán los mismos bienes cuando su ingreso aumenta. La gran mayoría aprovechará para comprar otros a los cuales antes no podía acceder.

Ahora veamos por qué esta formula mágica y el monetarismo posterior presentan en los sectores dominantes argentinos el poder explicativo que se les asigna. Keynes, en la Teoría General del Empleo, el Interés y la Moneda, refiriéndose a la teoría de David Ricardo, sugiere una hipótesis que puede aplicarse al monetarismo: “Su éxito puede explicarse por una afinidad entre la doctrina y el entorno social en el cual se la adula. El hecho de que llegue a conclusiones diferentes de aquéllas a las que adhiere el público lego pareciera aumentar su prestigio intelectual. Que sus conclusiones aplicadas a la realidad sean austeras y desagradables le confiere una virtud moral. Que presente muchas injusticias sociales y otras crueldades evidentes la justifica como el inevitable tributo a pagar para proseguir en la marcha hacia el progreso y los esfuerzos destinados a modificar la realidad y recomiendan su utilización a la autoridad. Que provea ciertas justificaciones a la actividad del capitalismo individual le permite obtener el apoyo de las fuerzas sociales dominantes agrupadas en apoyo de dicha autoridad”.

La ideología siempre tiene su importancia, pero desde el punto de vista de la economía política se puede agregar algo más. Una moneda escasa es una moneda cara. Como el precio de la moneda es la tasa de interés, una moneda cara quiere decir que la tasa de interés es alta y esto sólo es compatible con una tasa de beneficios más elevada, ya que quienes poseen fondos líquidos decidirán invertirlos o prestarlos según el rendimiento respectivo.

En efecto, si la demanda global permanece constante, los fondos serán prestados si la tasa de interés es elevada o invertidos si la tasa de interés es más baja que la tasa de beneficios. Pero una tasa de beneficios elevada de las empresas sólo será compatible con una distribución del ingreso favorable a los empresarios, lo cual implica salarios bajos. Como el consumo, que representa el 80 por ciento del gasto en el Producto global, es superior en los sectores que constituyen el 90 por ciento de la personas que reciben los ingresos mas bajos, se deduce que la demanda efectiva será baja y la tasa de crecimiento inferior a lo que podría ser con una tasa de interés más baja. El círculo se completa de la manera siguiente: una demanda efectiva débil y una tasa de interés alta harán que la inversión sea escasa y el desempleo elevado. Vale decir que existe una clara relación entre la política monetaria, la distribución del ingreso y el crecimiento económico.

Pero la teoría cuantitativa de la moneda es errónea si se analiza con atención el rol de la moneda en la economía, lo cual permite invalidar la conclusión de la relación biunívoca entre la masa monetaria y los precios. Keynes señaló que la demanda de moneda obedece a tres motivaciones:

1. como reserva de valor, aspecto que la teoría cuantitativa no acepta ya que la ley de Say supone que todo que lo se recibe se gasta,

2. para las transacciones, lo cual es función del ingreso, y

3. para la especulación y compra de títulos, que será función de la tasa de interés.

Esto invalida la posibilidad de que la tasa de inflación sea determinada por el volumen de la masa monetaria, puesto que el motivo de transacciones solo cubre una parte de la misma y postula una idea restringida del rol de la moneda, ya que según Fisher y Friedman, como veremos más abajo, sólo se utiliza para las transacciones.

Otro aspecto importante y determinante que tiene que ver con el mundo real es que la inflación monetaria nunca es un “derrape involuntario” por parte de un gobierno que creará de la nada un exceso de moneda. Existen tres casos interesantes de inflación monetaria. Alemania en 1922, la Argentina durante la dictadura cívico-militar y el gobierno de Alfonsín y Rusia en 1990. En los tres se trata de una inflación monetaria promovida adrede.

La inflación alemana fue provocada con el objeto de no pagar la deuda de las reparaciones de la Primera Guerra Mundial, debidas por Alemania a los aliados, y la deuda interna contenida en los empréstitos del Estado para financiar dicha guerra.

En el caso argentino, se trataba de acelerar la baja de los salarios reales y a la vez favorecer a las empresas deudoras en dólares estatizando la deuda privada, lo cual llevó a la explosión de la deuda externa que todavía se está pagando.

En cuanto a Rusia, la inflación provocada entre 1990 y 1994 sirvió para que aquellos que habían comprado las empresas privatizadas licuaran gran parte de su deuda a través de una rápida devaluación de la moneda y una disminución acelerada de los salarios reales.

Además, contrariamente a lo que afirma la vulgata de Barrio Norte, la creación monetaria no depende de la “maquinita”, ya que la emisión monetaria clásica, los billetes, que los economistas denominamos M0, sólo es una parte modesta de los medios de pago. La principal fuente de creación monetaria son los bancos y lo hacen a través del crédito.

Según las normas financieras internacionales solo deben mantener reservas equivalentes al 4,5 por ciento del volumen de los créditos otorgados (según los acuerdos de Basilea III, de septiembre del 2010) o, lo que es igual, pueden prestar más de veinte veces su capital más los depósitos. La masa monetaria global (M3), que incluye además de los billetes, los depósitos y todos los otros medios de pago negociables a disposición del público, incluidos los adelantos transitorios del Banco Central al Estado y la emisión neta de deuda publica, es el referente habitual al que se refieren los monetaristas para calcular la masa monetaria.

Para dar una idea más concreta, en la Zona Euro la cantidad de billetes en circulación M0 representa el 10 por ciento de M3, que es la base monetaria de referencia. Se puede sostener sin ninguna duda que en la actualidad, el incremento de la circulación de billetes no puede explicar el incremento de los precios, ni la masa monetaria M3, por lo tanto, explicar la inflación.
Monetarismo

No obstante, los monetaristas sostienen aún que la inflación monetaria existe, pero ya no como la presentaba la teoría cuantitativa. En 1957, Milton Friedman expuso la versión contemporánea del monetarismo, que no presenta las flaquezas y dificultades de la teoría cuantitativa que hemos indicado. Para ello, sostuvo que los agentes económicos determinan su nivel de consumo a partir de su ingreso de largo plazo, que denominó “ingreso permanente”, ya que ellos lo consideran constante.

Esta es una hipótesis atendible a corto plazo y es evocada habitualmente por los economistas, ya que consideran que cuando los agentes económicos realizan previsiones sobre el futuro más o menos cercano reproducen su experiencia pasada y agregan algo más según su intuición y sus conocimientos, en general vagos, de lo que será el futuro.

Si se sigue este razonamiento se puede suponer como Friedman que si el ingreso aumenta, los agentes económicos gastarán todo lo que ganan, ya que pueden suponer, como él lo afirma, que la moneda es un velo, sin importarles que los precios aumenten, puesto que su ingreso es constante por hipótesis. Friedman postuló también que, a largo plazo, existe una “tasa de desempleo natural” y que todo intento de disminuirla con un incremento del gasto publico para crear empleos, que él asimiló a una creación monetaria, sólo se traduciría en un incremento de los precios, en inflación, por aquello citado del ingreso permanente.

La pregunta que podría hacerse el lector frente al razonamiento de Friedman es: ¿por qué los agentes económicos que reciben dinero no “ahorran”?

La respuesta está en la misma teoría económica neoliberal, puesto que en la economía que imagina Friedman todos los recursos están empleados, no sólo los disponibles sino también los que podrían crearse, lo que quiere decir que, por sus hipótesis, la economía que se describe es lo que Schumpeter llamaba un “flujo circular”, es decir, una economía que sólo se reproduce a sí misma. Por eso mismo, la teoría deja que desear, ya que parece difícil imaginar una razón, por insólita que fuere, por la cual un gobierno incrementaría el gasto público cuando la economía está en una situación de pleno empleo o alcanza su tasa de desempleo natural.

Phillips, un economista neocelandés, analizando un período de 90 años, en Inglaterra, desde 1867 a 1957, observó que los períodos donde existen precios estables presentaban tasas de desempleo elevadas y que las fases de precios en alza correspondían a períodos de desempleo bajo, en ciertos casos igual a cero. Pero esta evolución no era el resultado de una expansión o una contracción de la masa monetaria, lo cual relativizaba e invalidaba la tesis monetarista. Friedman había sido lo suficientemente sagaz para postular que la tasa de desempleo natural se verificaba en condiciones estables, lo cual no es precisamente lo que caracteriza ese período, y en el largo plazo, con lo cual se hacía difícil de demostrar lo contrario.

Ciertos economistas no tuvieron su lucidez y postularon que a corto plazo existe una tasa de desempleo compatible con una inflación baja o igual a cero, e inventaron un concepto llamado Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment (Nairu), vale decir, la tasa de desempleo que no acelera la inflación. Este es el fundamento moderno de las políticas de los “ajustes”, ya que se postula que a corto plazo existe una alternativa entre inflación y empleo.

Puesto que, por hipótesis, la expansión del empleo vía el gasto público produce inflación, una contracción del gasto debería permitir disminuir el incremento de los precios, pero aumentando el desempleo. E inversamente, un incremento del gasto público permitiría disminuir el desempleo, pero no más allá de la tasa de desempleo natural, y provocaría después inflación.

La pregunta del millón es cuál es la tasa de desempleo natural.
Durante toda la década de los noventa, la OCDE y ciertos organismos de estudios económicos trataron de calcular el Nairu, pero los resultados fueron desastrosos. No sólo el célebre concepto era diferente según los países, sino que variaba en el tiempo, de 10 al 8 por ciento, de 12 al 6 por ciento. Cuando se leen las declaraciones de los economistas propietarios de las consultoras de la city de Buenos Aires, se deduce que debe rondar, hoy en Argentina, alrededor del 15 por ciento. Es dudoso que hayan calculado el Nairu argentino y de todas formas semejante nivel de desempleo es absurdo.

En 2004, Alan Greenspan, el entonces presidente de la Reserva Federal, con su política de expansión monetaria, sin inflación, logró, en los Estados Unidos, bajar el desempleo al 4 por ciento, vale decir, obtener un casi pleno empleo, lo cual hizo que el Nairu se dejara de calcular y que fuera olvidado en el limbo friedmaniano.

Anna Schartz, la colaboradora histórica de Friedman, excedida por la torpeza de los monetaristas en la defensa de las tesis del maestro, sostuvo entonces que si las mediciones del Departement of Commerce no mostraban ninguna inflación era porque el cálculo no integraba el incremento de los precios de los activos financieros. Si se incluía el precio de las acciones y otros valores, se vería que el dinero excedente creado por Greenspan no había servido para comprar bienes sino acciones. ¡Sí!, como sostenía Keynes, la expansión monetaria sirve también para comprar activos financieros y no sólo para realizar transacciones.
El ajuste

Milton Friedman introdujo innovaciones teóricas que permitían soslayar las críticas a las cuales fue sometida la teoría cuantitativa de la moneda, pero mantuvo sus conclusiones, a saber: la masa monetaria explica el nivel de los precios. Inclusive sostuvo que, en parte, la magnitud de la crisis de 1929 había sido el resultado de la incuria del Estado, que había bajado las tasas de interés, pero sin aumentar la masa monetaria, lo cual explicaba la deflación y la crisis. Friedman pretendía que en condiciones de libre competencia, si la demanda de moneda excede las necesidades de los agentes económicos hay inflación, pero si la cantidad de moneda es insuficiente, hay deflación y recesión.

En lo fundamental, la teoría friedmaniana proponía en realidad el abandono de las políticas económicas discrecionales, ya que todo lo económico podía resolverse a través del “mercado”, que fijaba la tasa de interés sin que mediaran las decisiones administrativas del gobierno. El mercado podía por sí mismo establecer equilibrios óptimos, idea también desarrollada por la teoría de los mercados eficientes, cuyos resultados se vieron en 2008. Si la tasa de crecimiento era baja, la tasa de interés bajaba, lo cual permitía un incremento de la demanda de dinero y un incremento de la tasa de crecimiento e inversamente. Pero en las economías contemporáneas, el que fija la tasa de interés es el Banco Central.

La experiencia de la aplicación de estos principios del monetarismo en Inglaterra por parte de Margaret Thatcher fue funesta, cosa que Friedman admitió sin dificultad, pero explicó que se debía a la incompetencia de los economistas del Banco de Inglaterra para aplicar su teoría. Lord Nicolas Kaldor, profesor del King’s College, de Cambridge, en su libro The Scourge of Monetarism señaló con ironía que las teorías monetarias funcionales deberían ser más simples, de tal suerte que pudieran ser aplicadas por economistas tan incompetentes como los del Banco de Inglaterra. Y agregó que como nadie sabía medir la masa monetaria M3, era más sencillo fijarse otros objetivos más fáciles de medir, como el pleno empleo de la fuerza de trabajo.

No por este fracaso los monetaristas se dieron por vencidos. Esta historia no puede terminarse con un final feliz, que dicho sea de paso existe raramente en economía ya que, si así fuera, los economistas ortodoxos se quedarían sin trabajo, aunque los trabajadores desempleados serían menos numerosos.

La Gran Recesión en 2008 volvió mostrar que la creación monetaria y el gasto público no producían inflación, ni en Estados Unidos ni en Europa y que en algunos casos, como en Japón, permitían superar la deflación que dura desde hace 15 años. Martín Feldstein, un economista monetarista, profesor de la Universidad de Harvard, presidente del Council of Economic Advisers de Ronald Reagan entre 1982 y 1984, en un largo articulo publicado en el 2013, “Why Is US Inflation So Low”, acaba de conceder que la Reserva Federal de los Estados Unidos emitió moneda por un valor de 2 billones (millones de millones) de dólares, “10 veces más que en promedio durante la década precedente”, sin que se les moviera una pestaña a los precios al consumidor. “¿Cómo puede ser que imprimiendo tanto dinero, la inflación sea tan baja?”, pregunta. Feldstein sostiene que la compra de activos tóxicos permitió a los bancos recomponer sus reservas, que fueron depositadas en la Reserva Federal, lo cual indica que no hubo tal gasto, pero vaticinó que en un futuro, más o menos cercano, vaya uno a saber por qué, la inflación reaparecerá.

La realidad es manifiestamente otra, puesto que ese dinero permitió no sólo sostener al sistema financiero y los bancos en quiebra, sino también, y sobre todo, fue gastado por la administración Obama en múltiples proyectos, como el nuevo sistema de salud, los subsidios a la educación pública y los planes de alimentos para los pobres, que permitieron a la economía salir de la recesión.

En los Estados Unidos el ingreso global aumentó y el desempleo disminuyó. Sin duda, los economistas keynesianos hubiéramos propuesto gastar más y mejor para sostener la demanda y menos en los bancos, pero la economía norteamericana salió provisoriamente de la Gran Recesión gracias a la política monetaria “discrecional”, mientras que en los países europeos que aplicaron una política presupuestaria restrictiva, impuesta por Angela Merkel, están en recesión

* Bruno Susani, ex consejero regional de Ile de France (Grupo Socialista).

Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París

bruno.susani@wanadoo.fr

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