Por AMADO DEL PINO / (FOTO: GIORGIO VIERA) | enero 6, 2014 2:30 am
En obras de teatro, novelas o películas cubanas sale a relucir aquello del “Básico”, “No Básico” y “Dirigido”, y enseguida funciona como una contraseña que a muchos nos lleva directamente a la infancia.
Los que andamos ahora entre los 35 y los 60 años tenemos nítido aquel cambio en virtud del cual se borró la clásica frontera de la edad. Ya el asunto no fue definir si los Reyes eran seres lejanos a los que uno les escribía o más bien les dictaba cartas “de buena conducta” en espera de regalos o si eran los propios padres.
A partir del último lustro de los sesenta los niños cubanos supimos que eran los viejos de uno, pero no sólo ellos, los responsables de que llegaran a nuestras manos unos juguetes u otros.
Yo -con mis “tiernos” 54 que cumpliré en febrero- alcancé algo de la ilusión, el susto, el mal dormir de la noche anterior a que los regalos aparecieran debajo de la cama. Los cuarentones actuales no conocieron esa casi mundial ansiedad.
Menos que de las tres categorías en que se dividían las opciones de compra de juguetes, se ha hablado del bombo de libretas de abastecimiento en el que se decidía el orden para acceder a las tiendas llenas de los objetos de nuestro deseo infantil.
Mirándolo en la distancia, llama la atención que mientras el país entero daba la espalda -entre otras muchas cosas malas, regulares y hasta buenas- a los juegos de azar, esta compra masiva de juguetes sí estaba antecedida de la suerte de los padres en aquella rústica lotería.
Atención cubanos jóvenes y lectores de otras tierras: se supone que todos los niños tendrían juguetes. Lo que variaba era la calidad y el atractivo. Para el primer día de compra se agotaban las bicicletas, los juegos de mesa más bonitos, las muñecas de rutilante cabellera o las capaces de hacer travesuras o emitir alguna melodía.
Sucedía -muy poco en mis rurales recuerdos, bastante en La Habana, según me cuenta un socio de mi edad, de “mi quinta”, dirían los españoles- que los padres con más posibilidades le compraban el turno del primer día a los más pobres.
Tengo la certeza retroactiva de que al menos algún muñeco medio feo o camión sin gracia fuera a dar a las manos de los que tenían menos plata en su casa.
Después vino la gorda crisis de la década del noventa y ya hubiéramos querido los que estrenamos la paternidad entre apagones y platos medio vacíos tener para nuestros hijos al menos un humilde “No Básico” de los últimos en la cola. El dólar -antes prohibido- asumió el rol protagónico y sin “los verdes” en el bolsillo era difícil pensar en juguetes o regalos.
En La Habana de 2014 la vuelta de los Reyes debe ser uno de los momentos en el que las pujantes y todavía no bien definidas nuevas clases se observan con más nitidez. Los nuevos ricos “especulan”, alardean. Otros se conformarán con poco. Vaya, el “Básico” y gracias.
Aunque estas líneas las he destinado al recuerdo y la relatividad de unos Reyes Magos danzando en el Caribe dentro de una caja de cartón, saco o cualquier sustituto de un bombo de la suerte, se me juntan con programas como “Un juguete, una ilusión”.
Lo tengo en el oído en la bella voz y la gracia comunicativa de Juan Ramón Lucas. Ya este conductor no trabaja en Radio Nacional de España. Al parecer, al gobierno actual no le cae tan bien como a mí y a cientos de miles de oyentes.
Lo de la hermosa campaña en busca del juguete para los que menos pueden acceder a él sigue, y quiero soñar con que llegue a muchos lugares. Aunque sea humilde, pequeño, simple como el “Dirigido” de mis días de infancia.
En obras de teatro, novelas o películas cubanas sale a relucir aquello del “Básico”, “No Básico” y “Dirigido”, y enseguida funciona como una contraseña que a muchos nos lleva directamente a la infancia.
Los que andamos ahora entre los 35 y los 60 años tenemos nítido aquel cambio en virtud del cual se borró la clásica frontera de la edad. Ya el asunto no fue definir si los Reyes eran seres lejanos a los que uno les escribía o más bien les dictaba cartas “de buena conducta” en espera de regalos o si eran los propios padres.
A partir del último lustro de los sesenta los niños cubanos supimos que eran los viejos de uno, pero no sólo ellos, los responsables de que llegaran a nuestras manos unos juguetes u otros.
Yo -con mis “tiernos” 54 que cumpliré en febrero- alcancé algo de la ilusión, el susto, el mal dormir de la noche anterior a que los regalos aparecieran debajo de la cama. Los cuarentones actuales no conocieron esa casi mundial ansiedad.
Menos que de las tres categorías en que se dividían las opciones de compra de juguetes, se ha hablado del bombo de libretas de abastecimiento en el que se decidía el orden para acceder a las tiendas llenas de los objetos de nuestro deseo infantil.
Mirándolo en la distancia, llama la atención que mientras el país entero daba la espalda -entre otras muchas cosas malas, regulares y hasta buenas- a los juegos de azar, esta compra masiva de juguetes sí estaba antecedida de la suerte de los padres en aquella rústica lotería.
Atención cubanos jóvenes y lectores de otras tierras: se supone que todos los niños tendrían juguetes. Lo que variaba era la calidad y el atractivo. Para el primer día de compra se agotaban las bicicletas, los juegos de mesa más bonitos, las muñecas de rutilante cabellera o las capaces de hacer travesuras o emitir alguna melodía.
Sucedía -muy poco en mis rurales recuerdos, bastante en La Habana, según me cuenta un socio de mi edad, de “mi quinta”, dirían los españoles- que los padres con más posibilidades le compraban el turno del primer día a los más pobres.
Tengo la certeza retroactiva de que al menos algún muñeco medio feo o camión sin gracia fuera a dar a las manos de los que tenían menos plata en su casa.
Después vino la gorda crisis de la década del noventa y ya hubiéramos querido los que estrenamos la paternidad entre apagones y platos medio vacíos tener para nuestros hijos al menos un humilde “No Básico” de los últimos en la cola. El dólar -antes prohibido- asumió el rol protagónico y sin “los verdes” en el bolsillo era difícil pensar en juguetes o regalos.
En La Habana de 2014 la vuelta de los Reyes debe ser uno de los momentos en el que las pujantes y todavía no bien definidas nuevas clases se observan con más nitidez. Los nuevos ricos “especulan”, alardean. Otros se conformarán con poco. Vaya, el “Básico” y gracias.
Aunque estas líneas las he destinado al recuerdo y la relatividad de unos Reyes Magos danzando en el Caribe dentro de una caja de cartón, saco o cualquier sustituto de un bombo de la suerte, se me juntan con programas como “Un juguete, una ilusión”.
Lo tengo en el oído en la bella voz y la gracia comunicativa de Juan Ramón Lucas. Ya este conductor no trabaja en Radio Nacional de España. Al parecer, al gobierno actual no le cae tan bien como a mí y a cientos de miles de oyentes.
Lo de la hermosa campaña en busca del juguete para los que menos pueden acceder a él sigue, y quiero soñar con que llegue a muchos lugares. Aunque sea humilde, pequeño, simple como el “Dirigido” de mis días de infancia.
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