Mónica Rivero
Media docena de cigarrillos yacen en el cenicero al final de la conversación. Paco estuvo fumándolos, remontándose por los senderos del humo en un corto viaje de introspección, de mirar a sí mismo, y también alrededor.
Es un “mexicano nacido accidentalmente en España, crecido en medio planeta”, escritor de novelas policiacas, ensayo histórico, libros de comic, biografía… Tiene al menos unos cincuenta libros publicados. “No estoy seguro de cuántos sean, nunca los he contado. Pero me quedan otros cincuenta por escribir: ¿Qué prisa tiene?”, dice.
¿De dónde surge la pasión por la Historia?
Creo que por una combinación de factores. Uno de ellos es que vengo de una familia profundamente historizada, con una larga trayectoria en la vida política española de la República, la Guerra Civil, la Revolución del 34… y, de alguna manera, esa historia estaba dentro de mi historia, pero no era mía si yo no la rescataba.
Por otro lado, el convertirte en un niño que de repente se transfiere de España a los 9 años a México te hace entrar en territorio desconocido, y la historia del país al que llegaste no es la historia que te contaron.
Creo que esas dos cosas impulsaron, pero la verdad la verdad, la pasión viene después de los 60, después del gran movimiento del 68 en México, que conmovió el país y nos tuvo 123 días de huelga general estudiantil. La pregunta era “¿De dónde venimos?”. Y era una pregunta ancha, no estrecha. No era en lo inmediato, en el corto, sino de dónde venimos en el largo plazo. Y no era la pregunta de unos jóvenes rebeldes sino era la pregunta de la izquierda. Entonces nace una fascinación por el estudio de la Historia, que conforme van pasando los años va creciendo y creciendo. ¡Cada vez me interesa más!
¿Historia o historiografía?
Creo que solo hay Historia. La historiografía es una patita de la mesa, es la manera en que se contó la historia. Llega un momento en que lo que interesa es qué pasó, cómo pasó, cuándo pasó, cómo se contó, cómo se distorsionó, cómo se rescató, qué quedó como eco…Cuando hago Historia, me interesa no solo la reconstrucción de los hechos: me interesa también la construcción de las interpretaciones.
Alguna vez discutiendo la biografía que hice del Che, alguien decía: “Pero estás haciendo un trabajo de remitificación”. Y yo decía: “Sí, claro. ¿A alguien le molesta construir mito? ¿Hay sociedades que pueden vivir sin mitos?” El único problema es la dimensión del mito que yo planteo. Yo planteo un mito en términos de pies puestos sobre la tierra. No censuro, no edulcoro, no le meto azúcar al asunto. Y sí, creo que nuestras sociedades necesitan material mítico. Pero no en el sentido de falso, sino en el sentido de heroico.
¿Por qué el enfoque desde lo individual, desde lo biográfico?
Durante mucho tiempo el marxismo más primitivo planteaba que la Historia de la sociedad era la historia de las clases en conflicto; paradójicamente hacían biografías que, además, eran vidas de santos. Entonces, mientras la reflexión iba en un sentido, hacían por otro lado la biografía de las figuras claves de esa clase. Esto era una falacia no asumida.
Mi preocupación era a la inversa: mi punto de partida es que toda historia individual es una historia social: sobre el personaje caen las clases, las tensiones, el tipo de sociedad, la reflexión filosófica, la historia del vestido, de las costumbres. En esa medida, estás haciendo retrato social.
La biografía me resultaba atractiva–y me sigue resultando atractiva– porque singulariza ciertos momentos y sobre todo porque construye unos mecanismos de identidad entre el lector y lo narrado que pocas veces se logra cuando haces historia social. Lees y dices: “¡Carajo, pero si soy yo!” “Tenía problemas con la humedad de los calcetines y estaban repletos de hongos porque no podía secarlos a tiempo”: Soy yo, no es el extraterrestre, no es el marciano, el héroe intocable: soy yo.
¿De qué depende la selección del personaje?
Si me conmueve, me conmuevo. El otro día encontré una carta, de Mordejai Anilevich, dirigente de la insurrección del gueto de Varsovia. Eran todos adolescentes y jóvenes de menos de 30 años. Eran unos 200 combatientes, más los que se alzaron con ellos.
Esta carta está escrita tres o cuatro meses antes del levantamiento y responde a una correspondencia que las organizaciones de combate judías del exterior del gueto les mandan a los muchachos del gueto y les dicen: “no se levanten, los van a matar a todos, no hay salida, es imposible defender el gueto de Varsovia, es un acto de heroísmo puro”.Les ofrecen una vía de escape, a través de una red de alcantarillado, para salir, dispersarse y seguir combatiendo. No los llaman a dejar las armas: los llaman a no producir el sacrificio.
Y Mordejai les contesta–tiene 25 años–: “En los tiempos que estamos viviendo los judíos no hemos tenido oportunidad de escoger si morir o no morir, de tal manera que vamos a morir todos; pero por primera vez vamos a escoger cómo vamos a morir. Vamos a morir combatiendo”.
Cuando la leí se me cayó el alma al suelo, me quedé desconcertado, se me salieron las lágrimas, y dije: esta historia hay que contarla, hay que reconstruirla.
¿Cuál fue la ruta hacia Antonio Guiteras?
Me quedó la curiosidad guardada. Luego tropecé con una historia de Pablo de la Torriente, que tiene que ver con sus últimos días en la Guerra Civil Española. Luego, me leí algunas cosas sobre la lucha de los estudiantes contra Machado y luego me tropecé con Martínez Villena, que me pareció un poeta formidable, además de un destino trágico inmenso. Finalmente vi que el corazón de la historia era Guiteras. O sea, que todo lo que estaba contando tenía como eje a Tony Guiteras.
Empecé a buscar lo que había sobre él y era bien poquita cosa. Había dos o tres libros, algunos materiales de la historia de la Revolución del 33… Y ah, carajo, ¿cómo es posible? Entonces a lo largo de los años fui recabando lo que encontraba. Venía a trabajar en el Che, entonces me metí cinco días de jornadas de 14 horas leyendo colecciones de Bohemia. Cuando terminaba, me entraba la curiosidad y decía: “¿Y Guiteras?” Y me iba para atrás. Y guardaba material.
Al paso de los años –estoy hablando, además, de procesos que pueden durar 10, 12, 15 años– terminé la biografía del Che, hice la de Pancho Villa, tuvieron un éxito enorme, y alguien me dijo: “¿Y ahora qué biografía vas a escribir?” De hecho, una editorial alemana-española, transnacional, me puso un cheque en blanco: “Queremos que hagas la biografía de X”.Pues no, yo solo hago la biografía de gente que me gusta mucho mucho. Yo escribo bajo mi mandato, escribo de quien quiero.
Paloma, mi compañera, me dijo “Qué chulería la tuya de decir que no a esta historia: ¿Y entonces de quién quieres escribir la biografía, después del Che y de Pancho Villa?” Y le dije: “De Tony Guiteras” – ¿De quién? Cuando en la editorial se enteraron qué biografía estaba escribiendo, la respuesta fue exactamente igual. Entonces descubrí que no lo conocía nadie en mi entorno y en Cuba cuatro o cinco.
Yo decía: “Este personaje vale oro”. Entonces con más razón. Y conforme la fui escribiendo la gocé mucho. Me di cuenta de que no podía ser una biografía basada en un personaje, sino en uno central y cuatro personajes alrededor suyo, que eran Pablo de la Torriente, Martínez Villena, Batista y SumnerWelles.
Entonces ya se redondeó y empecé la investigación mucho más en serio. En archivos dentro y fuera de Cuba, en prensa, en libros sueltos, una traza aquí, una traza allá, hasta terminar la biografía.
¿Cómo es la relación con los personajes durante el proceso investigativo y creativo?
Muy raro. El Che me jodió. Fueron tres años viviendo con el Che y cuando terminaba caía en una fuerte paranoia y el Che me visitaba en la noche y me decía que me equivoqué. Y que no era así, y que por qué me metí a contar su historia, con qué permiso y con qué derecho. Me hablaba en las noches.Y tuve obsesiones: trabajaba 14 horas y luego el Che me ponía a hacer trabajo voluntario, construyendo una escuelita y yo no sé poner ladrillos. Me dejó muy tocado.
Con Villa no. Con Villa fue una fiesta. La distancia era mucho mayor. Y con Guiteras era el placer de hacer una biografía que nadie nunca ha hecho, o sea, voy a experimentar, voy a soltarme el pelo, no tengo trabas. Con Guiteras lo pasé muy bien, realmente. Gocé mucho escribiéndola. Siempre con una relación de simpatía distante y de cariño por el personaje. Pero nunca me habló Guiteras, a diferencia del Che. El Che me tiraba unos rollos horribles, aunque al final sí, terminamos bien. Y Villa y yo muy bien. Y Guiteras y yo muy bien, realmente.
¿Por qué tanto caminar La Habana durante la investigación sobre Guiteras?
Yo tenía que ver La Habana con la mirada de Guiteras y no con la mía. Tenía que ver un tranvía donde no lo había, y ver una orquesta tocando donde no estaba. La ventaja es que La Habana es una ciudad que en términos de transformaciones profundas ha evolucionado muy poco, entonces las huellas de La Habana de los 30 son muchas. Afortunadamente cuando trabajo sobre la Ciudad de México me pasa lo mismo. Son ciudades llenas de huellas del pasado, ciudades que no se mataron a sí mismas en el proceso de la modernidad.
Entonces con Guiteras yo andaba parriba y pabajo mirando lo que no estaba. De hecho, me pasaron cosas muy divertidas. Decirle a Paloma: “Allá donde pasaba el tranvía”, y no había tranvía. Yo lo estaba viendo, yo nada más, en la cabeza.
Me imaginaba a Sumner Welles subiendo clandestinamente las escaleras del Hotel Nacional para conquistar a un camarero negro con el que tenía relaciones amorosas. Y lo gozaba yo.
Si no tocas piedra no tocas biografía, no tocas carne. Hay que tocar piedra porque, además, si no, se crean verdaderos ridículos absurdos. He leído tantos textos históricos basados en falacias: “Miró hacia el horizonte y descubrió…” Entonces te pones en el lugar donde estaba y no hay horizonte porque estaba tapado por los cerros. ¡Qué carajo, no vio nada, mentira!
Hay que tocar piedra, es muy importante.
Quizás mi aportación al hacer historia narrativa –que dirá alguien algún día en serio y no yo, que no puedo hablar con mucha claridad sobre mí mismo–es una visión literaria de la historia narrativa, no en términos de la investigación: en términos de la narración.
¿Qué le falta a la Historia de la Revolución Cubana?
Una revisión crítica profunda. La Historia de la Revolución Cubana jugó un papel defensivo durante sus primeros años. Estuvo concentrada en enaltecer el fenómeno de la revolución imposible, contra un ejército profesional; en el momento más álgido no son más de 400 rebeldes en la Sierra, y la infraestructura urbana –que ha sido muy muy menospreciada. Todo era la Sierra y el llano no era nada. Creo que hay un error historiográfico grave. Hay que hacer una historia contrapesada entre la Sierra y el llano–.
Le falta una revisión crítica y sonriente, sin tener miedo a mirar de frente a tus personajes favoritos. Decir: “Aquí corrió y no se quedó quieto, esto fue realmente así”…Y usar las fuentes de la dictadura. Nadie las quiere usar. Parece que les da miedo usar las fuentes de la dictadura para analizar y saber qué decía este general batistiano en esos momentos, que creía que estaba salvando al mundo del comunismo.
Hace falta más ese trabajo de contrapeso, menos de historia oficial.
Montón. Es una versión no oficial. Y hay cosas que no les gustan a algunos. Lo lamento: échenle la culpa al Che, no a mí.
En Cuba no se ha publicado; aunque se ha distribuido, curiosamente. En una Feria del Libro se vendieron 200 ejemplares, algunas bibliotecas lo tienen. Creo recordar que el Comité Central hizo una edición para ellos. Les dije: “Me van a tener que pagar derecho de autor, porque esta es una edición pirata, camaradas”.
Se avanza rompiendo la visión esquemática, la versión oficial, pero hay que ir más allá. No hay que tener miedo. El Che lo dijo bien claro.
¿Qué ha separado del real socialismo a los procesos de izquierda que han llegado al poder?
Cada historia es una historia. No hay generalización posible.
A escala planetaria se puede decir que hemos vivido pocos momentos de real socialismo. Hemos vivido muchos momentos de nacionalismo estatalista progresista; pero de socialismo, de poder popular pleno, hemos vivido pocos momentos. Porque la revolución avanza por oleadas, sufre procesos de desgaste, se repliega, avanza, se encuentra con contextos internacionales que no se esperaba, entra en juegos geopolíticos complicadísimos…
¿Cómo combinar competencia económica con anticapitalismo?
Es más o menos complicado. ¿Cómo mantener un alto índice de productividad sin anexarlo a la explotación descarada y brutal de sectores sociales que generan la alta productividad porque si no se mueren de hambre, sectores que están bajo presión social continua, que están en el borde de la supervivencia? ¿Quién coño quiere ser minero con jornada de 13 horas? Y si una de las claves de la productividad capitalista es que haya mineros con jornada de 13 horas, ¡su madre!, ¿para qué quieres la productividad?
La justicia social implica la disminución del costo humano en la generación de riqueza y esto significa menos riqueza a repartir; además significa un reparto de la riqueza con un nivel de incentivación basada en estímulos básicamente morales en el corto plazo. En el mediano plazo debes combinarlos con estímulos materiales. ¿Por cuánto tiempo, cómo?
Se da además la extrañísima situación de que los procesos de construcción de economías socialistas se dieron en países pobres y del Tercer mundo donde no había mucha riqueza para repartir, sino mucha sobrexplotación para abandonar.
Trabajando mucho sobre el Che y su paso por el Ministerio de Industria a mí me queda clarísima una cosa: el Che era capaz de construir una política industrial en Cuba en el corto plazo, absolutamente exitosa, basada en el estímulo moral, en el discurso, en el debate, en la discusión con la gente, la sensación de que eran dueños de su destino, de que el esfuerzo que estaban aportando era para cambiar el mundo. ¿Pero era esto suficiente en el mediano plazo, o empezaba a desgastarse? Y en la medida del desgaste, ¿por qué cosa tenía que ser sustituido?
¿Qué lugar tiene la democracia en el socialismo?
Es absolutamente fundamental. No puede haber socialismo sin democracia. Son amigos y compañeros. Sin el debate, sin formulación de ideas, sin crítica interna, sin discusión de proyectos, sin remoción de dirección y de dirigencia, sin cambios, sin que la base decida quién y cómo quiere que la dirija, no puede haber socialismo.
El socialismo enverdece, se agota, se cansa a partir de la limitación del proceso democrático. Y esto es fácil decirlo, pero díselo a la Unión Soviética del año 20, donde están cercados por siete ejércitos imperialistas, con el enemigo dentro, rodeados de espías, con los gulags quemando las cosechas. Diles: “No, oiga, compadre, el problema es la democracia”. Y te va a decir: “No, no, para poder sobrevivir necesitamos la dictadura”…no del proletariado: del Partido. ¿Cuál proletariado? La dictadura del Partido, y no del Partido: de una parte del Partido, de su dirección política.
O sea, incluso en la visión más híper democrática como puede ser la mía, tienes que reconocer que circunstancialmente el cerco agresivo del capital impone procesos de restricción democrática muy cabrones. El problema es que esos procesos tienden a enquistarse. Si tú quitas democracia, es muy difícil devolverla. La democracia queda sustituida por algo que llaman “la orientación”, que es una línea que baja, y no es así: la orientación sube, no baja. En eso yo soy muy zapatista (nada más en eso).
Uno como yo, pero menos inteligente y con menos sentido del humor. Tienen vida, tienen experiencia y forman parte de nuestra historia, no son para tirarlos a la basura.
¿Qué le aporta el humor a la visión del mundo?
Una izquierda sin sentido del humor es lo peor que nos podría pasar. Se vuelve sacralista, se vuelve demagógica, se vuelve autocomplaciente, se toma demasiado en serio. No, no, bendito sea el sentido del humor. Nos da humildad.
¿Cómo describe el panorama actual de México?
Asqueroso. Y sería motivo de una conversación diez veces más larga que esta. El panorama es desolador. Ha estado acumulando crisis de profundidad cada vez mayores. Haciéndole un daño posiblemente irreparable al país.
¿Cuánto influye en eso la relación con Estados Unidos?
Influye de una manera muy negativa, pero la percepción de los mexicanos no es como la de los cubanos, que tiene una clara identidad antimperialista. No, los mexicanos tendemos a identificar el enemigo principal como el gobierno de los traidores mexicanos que tiene una pata de repuesto que le prestan los gringos, le prestan un brazo ortopédico, un cacho de cerebro para el que les falta. Pero no es el imperio el enemigo central: es tu propia casa, es los que tienes ahí. Cuando México reflexiona sobre las varias intervenciones directas del imperio en México, el dedo señala a un enemigo que suele ser un traidor, suele ser Santana, el que vende la patria.
Ahora, por ejemplo, se presenta el gran conflicto de nuestros días en México, que es el problema de la desnacionalización petrolera –que es gravísimo porque va a privar al país de una parte sustancial de su riqueza para entregarla a las transnacionales–. La mirada del mexicano crítico se dirige hacia los corruptos que se van a asociar con las transnacionales, más que a las transnacionales en sí mismas. Alguien les abre la puerta, alguien les sirve de lacayo, alguien entra de socio en los negocios turbios.
¿Qué consecuencias se prevén en el largo plazo?
En principio van a saquear al país. Hoy el gran botín a escala mundial no son las minas de diamante de Calahari en Sudáfrica ni el gas natural de Siberia. Hoy el gran motivo a escala transnacional es el petróleo mexicano, y los derivados, la industria de extracción, explotación, distribución, refinación y la petroquímica asociada, gas natural, fertilizantes, lo que se te ocurra. Ese es el gran botín y lo que están haciendo es depositarlo en manos de una recua de políticos corruptos, socios salidos de la nada, burgueses de pacotilla que dentro de tres años van a estar en la lista de multimillonarios de Forbes, en alianza con las transnacionales. De manera que el país se quedará con las migajas de la riqueza petrolera.
Revertir esto va a ser complicadísimo. Aunque yo creo que hay un nivel primero de conciencia. Cuando se votó el tema en el Congreso –que lo votaron por abrumadora mayoría a favor de desnacionalizar, el Congreso y el Senado–, ese mismo día una encuesta fiable decía que el 57% de la población estaba en contra, solo el 17% a favor y el resto no sabía, no contestaba. O sea, hicieron la reforma contra la opinión de la mayoría absoluta del país, pero con un movimiento social desgastado por la lucha que había dado en el proceso electoral fraudulento anterior, dividido, en proceso de recomposición; y no hubo manera de frenarlo en términos de respuesta social; contando, además, con todo el peso de los aparatos pseudo legales: Congreso y Senado. Es muy terrible.
¿Qué señales envía una iniciativa como las brigadas de autodefensa?
Están surgiendo. En México no dejan de surgir y hay elementos positivos en medio de todo este desastre: el crecimiento notable de Morena, las policías comunitarias en varias partes del país, la integración de una nueva central sindical democrática…
Esta batalla de opinión publica que se ganó, que el 57% estuviera en contra no fue accidental: fue el trabajo de un año de la izquierda. Pero estos elementos positivos no alcanzan en estos momentos para alterar la correlación de fuerzas.
¿Asiste México a una crisis de la institucionalidad?
Sí, pero de eso se puede hablar siempre, es eterna. Institución que no está en crisis no es mexicana. Hace cien años que la institucionalidad mexicana está en crisis, por factores asociados a la corrupción.
¿Qué impide una ruptura efectiva con ese orden?
Primero hay un fenómeno de asincronía social brutal, histórico, que venimos arrastrando. Cuando están los estudiantes, no están los electricistas; cuando están los electricistas no están los maestros; cuando están los maestros no está la izquierda orgánica política; cuando pones contra la pared al gobierno, la parte izquierda se te va y se vuelve tan institucional y aliada del gobierno que ya no es izquierda…
Y lo otro son las habilidades de un Estado muy fogueado en el arte de corromper, distraer, mentir, desgastar al movimiento social. Esos factores están en el aire. Y es muy difícil ir contra eso. ¡Les hemos ganado tres veces las elecciones presidenciales, compadre! ¡Tres veces! Y aparecieron en cada una con formas variantes del fraude. Primero fue el fraude electrónico. Ya que les cerramos esa puerta, fue el fraude de los votos casilla por casilla, que se negaron a abrir las urnas y mostrarlos. Y ahora, 5 millones de votos comprados. La pregunta es: ¿En las próximas que les ganemos, qué de nuevo van a aportar a la cultura del fraude que el PRI –el partido de la ilegalidad galopante– ha desarrollado como nadie nunca en este planeta? Cuando nos volvamos a confrontar, ¿cómo podremos plantear un nivel de organización social tan potente que sea capaz de detenerlo? Parece que hoy esa es la lección que está en la cabeza de muchos.
México es un país de explosión. Yo siempre les recuerdo a los que dicen que en México nunca pasa nada, que el 19 de noviembre de 1910 –un día antes de que estallara la Revolución Mexicana–, el ministro de gobernación del dictador Porfirio Díaz mandó una circular a su presidente, don Porfirio, en la cual le decía que el país se encontraba en absoluta calma. Se la mandó por telégrafo para que quedara constancia, aunque la Secretaría de Gobernación está a un kilómetro del Palacio Nacional. Está la constancia de este famoso telegrama: “En este país no está pasando nada”. Diez horas después había 200 levantamientos armados en el país.
Con esto no quiero hacer premonición ni quiero decir que así va a ser. Lo que quiero decir es que en México de repente la calma se transforma de una manera virulenta en otra cosa. Un día antes del levantamiento zapatista, los zapatistas no existían en términos de opinión pública, en términos informativos. “La pequeña agitación en la zona campesina de Chiapas” era menor, nadie le daba la menor importancia. Un día antes del estallido del movimiento del 68 aquello era jauja. Entonces no nos sorprendamos si de repente una explosión absolutamente accidental desencadena la chispa que incendie la pradera.
Soy optimista del futuro político de todo el planeta. Por una razón muy simple: es más sencillo ser optimista que pesimista. La diferencia entre uno y otro es muy clara para mí: los pesimistas sufren antes, durante y después. ¡Los optimistas solo sufrimos después! ¡Hombre, mucho más cómodo!
Como no pienso renunciar a ser de izquierda, prefiero ser optimista. Y alguien me dice: “Sea usted realista”. No. ¿Por qué? ¿Cuél es mi obligación con el realismo? ¿Cuál realismo? Lo que tú llamas realismo es pesimismo, vete al carajo. “Es usted romántico”. Sí, soy romántico, claro, desde luego, no más faltaba. “Idealista”. Sí señor, soy idealista. ¿Pero qué iba a ser: a-idealista? No, por favor, los argumentos a favor del pesimismo son muy pobres: “La historia dice…” ¿Cuál, la que estás leyendo, como la estás leyendo? ¿En tu historia no cayó la dictadura de Salazar? ¿En tu historia no se derrumbó el franquismo, en tu historia el Reich de los mil años de Hitler duro mil años? En la mía no: Cayó Salazar, cayó Franco y el Reich se fue a chingar a su madre en unas décadas apenas.
¿En qué está trabajando ahora? ¿Alguna biografía en curso?
Hay varias cosas ya en proceso, pero yo creo que no terminaré de hacer justicia a mis propios fantasmas si no escribo algo parecido a una biografía paralela de Rodolfo Walsh y Roque Dalton, que además, se cruce en La Habana. Son las historias de dos personajes con trayectorias absolutamente diferentes, un argentino, un salvadoreño. Pero se van a encontrar en Prensa Latina en La Habana, el día en que el Che entra al despacho de Prensa Latina y van a estar los dos, y Masetti.
Es una historia de los intelectuales combatientes muertos en la guerra sucia, los grandes intelectuales latinoamericanos que se llevó la guerra sucia. Algún día la escribiré o no la escribiré. Escribo lo que quiero, como quiero, cuando puedo y cuando quiero. Entonces no tengo obligación de escribir ciertos libros y otro no. Tengo presión de mí mismo por hacerlos. Pero no lo sé. Tampoco me preocupa.
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
Progreso Semanal/ Weekly autoriza la reproducción total o parcial de los artículos de nuestros periodistas siempre y cuando se identifique la fuente y el autor.
Media docena de cigarrillos yacen en el cenicero al final de la conversación. Paco estuvo fumándolos, remontándose por los senderos del humo en un corto viaje de introspección, de mirar a sí mismo, y también alrededor.
Es un “mexicano nacido accidentalmente en España, crecido en medio planeta”, escritor de novelas policiacas, ensayo histórico, libros de comic, biografía… Tiene al menos unos cincuenta libros publicados. “No estoy seguro de cuántos sean, nunca los he contado. Pero me quedan otros cincuenta por escribir: ¿Qué prisa tiene?”, dice.
¿De dónde surge la pasión por la Historia?
Creo que por una combinación de factores. Uno de ellos es que vengo de una familia profundamente historizada, con una larga trayectoria en la vida política española de la República, la Guerra Civil, la Revolución del 34… y, de alguna manera, esa historia estaba dentro de mi historia, pero no era mía si yo no la rescataba.
Por otro lado, el convertirte en un niño que de repente se transfiere de España a los 9 años a México te hace entrar en territorio desconocido, y la historia del país al que llegaste no es la historia que te contaron.
Creo que esas dos cosas impulsaron, pero la verdad la verdad, la pasión viene después de los 60, después del gran movimiento del 68 en México, que conmovió el país y nos tuvo 123 días de huelga general estudiantil. La pregunta era “¿De dónde venimos?”. Y era una pregunta ancha, no estrecha. No era en lo inmediato, en el corto, sino de dónde venimos en el largo plazo. Y no era la pregunta de unos jóvenes rebeldes sino era la pregunta de la izquierda. Entonces nace una fascinación por el estudio de la Historia, que conforme van pasando los años va creciendo y creciendo. ¡Cada vez me interesa más!
¿Historia o historiografía?
Creo que solo hay Historia. La historiografía es una patita de la mesa, es la manera en que se contó la historia. Llega un momento en que lo que interesa es qué pasó, cómo pasó, cuándo pasó, cómo se contó, cómo se distorsionó, cómo se rescató, qué quedó como eco…Cuando hago Historia, me interesa no solo la reconstrucción de los hechos: me interesa también la construcción de las interpretaciones.
Alguna vez discutiendo la biografía que hice del Che, alguien decía: “Pero estás haciendo un trabajo de remitificación”. Y yo decía: “Sí, claro. ¿A alguien le molesta construir mito? ¿Hay sociedades que pueden vivir sin mitos?” El único problema es la dimensión del mito que yo planteo. Yo planteo un mito en términos de pies puestos sobre la tierra. No censuro, no edulcoro, no le meto azúcar al asunto. Y sí, creo que nuestras sociedades necesitan material mítico. Pero no en el sentido de falso, sino en el sentido de heroico.
¿Por qué el enfoque desde lo individual, desde lo biográfico?
Durante mucho tiempo el marxismo más primitivo planteaba que la Historia de la sociedad era la historia de las clases en conflicto; paradójicamente hacían biografías que, además, eran vidas de santos. Entonces, mientras la reflexión iba en un sentido, hacían por otro lado la biografía de las figuras claves de esa clase. Esto era una falacia no asumida.
Mi preocupación era a la inversa: mi punto de partida es que toda historia individual es una historia social: sobre el personaje caen las clases, las tensiones, el tipo de sociedad, la reflexión filosófica, la historia del vestido, de las costumbres. En esa medida, estás haciendo retrato social.
La biografía me resultaba atractiva–y me sigue resultando atractiva– porque singulariza ciertos momentos y sobre todo porque construye unos mecanismos de identidad entre el lector y lo narrado que pocas veces se logra cuando haces historia social. Lees y dices: “¡Carajo, pero si soy yo!” “Tenía problemas con la humedad de los calcetines y estaban repletos de hongos porque no podía secarlos a tiempo”: Soy yo, no es el extraterrestre, no es el marciano, el héroe intocable: soy yo.
¿De qué depende la selección del personaje?
Si me conmueve, me conmuevo. El otro día encontré una carta, de Mordejai Anilevich, dirigente de la insurrección del gueto de Varsovia. Eran todos adolescentes y jóvenes de menos de 30 años. Eran unos 200 combatientes, más los que se alzaron con ellos.
Esta carta está escrita tres o cuatro meses antes del levantamiento y responde a una correspondencia que las organizaciones de combate judías del exterior del gueto les mandan a los muchachos del gueto y les dicen: “no se levanten, los van a matar a todos, no hay salida, es imposible defender el gueto de Varsovia, es un acto de heroísmo puro”.Les ofrecen una vía de escape, a través de una red de alcantarillado, para salir, dispersarse y seguir combatiendo. No los llaman a dejar las armas: los llaman a no producir el sacrificio.
Y Mordejai les contesta–tiene 25 años–: “En los tiempos que estamos viviendo los judíos no hemos tenido oportunidad de escoger si morir o no morir, de tal manera que vamos a morir todos; pero por primera vez vamos a escoger cómo vamos a morir. Vamos a morir combatiendo”.
Cuando la leí se me cayó el alma al suelo, me quedé desconcertado, se me salieron las lágrimas, y dije: esta historia hay que contarla, hay que reconstruirla.
¿Cuál fue la ruta hacia Antonio Guiteras?
Hay un discurso que da el Che en Las Villas sobre Guiteras, y cuando lo leí dije: “No sabe nada de Guiteras”, o sea sabe bien poquito. Me dije: “Es curioso, el Che no sabe de historia de Cuba”. La va adquiriendo muy lentamente. No tiene una formación. En la última etapa en México, apenas dos conversaciones, ni siquiera tiene clara idea de la génesis de Batista, por ejemplo.
Me quedó la curiosidad guardada. Luego tropecé con una historia de Pablo de la Torriente, que tiene que ver con sus últimos días en la Guerra Civil Española. Luego, me leí algunas cosas sobre la lucha de los estudiantes contra Machado y luego me tropecé con Martínez Villena, que me pareció un poeta formidable, además de un destino trágico inmenso. Finalmente vi que el corazón de la historia era Guiteras. O sea, que todo lo que estaba contando tenía como eje a Tony Guiteras.
Empecé a buscar lo que había sobre él y era bien poquita cosa. Había dos o tres libros, algunos materiales de la historia de la Revolución del 33… Y ah, carajo, ¿cómo es posible? Entonces a lo largo de los años fui recabando lo que encontraba. Venía a trabajar en el Che, entonces me metí cinco días de jornadas de 14 horas leyendo colecciones de Bohemia. Cuando terminaba, me entraba la curiosidad y decía: “¿Y Guiteras?” Y me iba para atrás. Y guardaba material.
Al paso de los años –estoy hablando, además, de procesos que pueden durar 10, 12, 15 años– terminé la biografía del Che, hice la de Pancho Villa, tuvieron un éxito enorme, y alguien me dijo: “¿Y ahora qué biografía vas a escribir?” De hecho, una editorial alemana-española, transnacional, me puso un cheque en blanco: “Queremos que hagas la biografía de X”.Pues no, yo solo hago la biografía de gente que me gusta mucho mucho. Yo escribo bajo mi mandato, escribo de quien quiero.
Paloma, mi compañera, me dijo “Qué chulería la tuya de decir que no a esta historia: ¿Y entonces de quién quieres escribir la biografía, después del Che y de Pancho Villa?” Y le dije: “De Tony Guiteras” – ¿De quién? Cuando en la editorial se enteraron qué biografía estaba escribiendo, la respuesta fue exactamente igual. Entonces descubrí que no lo conocía nadie en mi entorno y en Cuba cuatro o cinco.
Yo decía: “Este personaje vale oro”. Entonces con más razón. Y conforme la fui escribiendo la gocé mucho. Me di cuenta de que no podía ser una biografía basada en un personaje, sino en uno central y cuatro personajes alrededor suyo, que eran Pablo de la Torriente, Martínez Villena, Batista y SumnerWelles.
Entonces ya se redondeó y empecé la investigación mucho más en serio. En archivos dentro y fuera de Cuba, en prensa, en libros sueltos, una traza aquí, una traza allá, hasta terminar la biografía.
¿Cómo es la relación con los personajes durante el proceso investigativo y creativo?
Muy raro. El Che me jodió. Fueron tres años viviendo con el Che y cuando terminaba caía en una fuerte paranoia y el Che me visitaba en la noche y me decía que me equivoqué. Y que no era así, y que por qué me metí a contar su historia, con qué permiso y con qué derecho. Me hablaba en las noches.Y tuve obsesiones: trabajaba 14 horas y luego el Che me ponía a hacer trabajo voluntario, construyendo una escuelita y yo no sé poner ladrillos. Me dejó muy tocado.
Con Villa no. Con Villa fue una fiesta. La distancia era mucho mayor. Y con Guiteras era el placer de hacer una biografía que nadie nunca ha hecho, o sea, voy a experimentar, voy a soltarme el pelo, no tengo trabas. Con Guiteras lo pasé muy bien, realmente. Gocé mucho escribiéndola. Siempre con una relación de simpatía distante y de cariño por el personaje. Pero nunca me habló Guiteras, a diferencia del Che. El Che me tiraba unos rollos horribles, aunque al final sí, terminamos bien. Y Villa y yo muy bien. Y Guiteras y yo muy bien, realmente.
¿Por qué tanto caminar La Habana durante la investigación sobre Guiteras?
Yo tenía que ver La Habana con la mirada de Guiteras y no con la mía. Tenía que ver un tranvía donde no lo había, y ver una orquesta tocando donde no estaba. La ventaja es que La Habana es una ciudad que en términos de transformaciones profundas ha evolucionado muy poco, entonces las huellas de La Habana de los 30 son muchas. Afortunadamente cuando trabajo sobre la Ciudad de México me pasa lo mismo. Son ciudades llenas de huellas del pasado, ciudades que no se mataron a sí mismas en el proceso de la modernidad.
Entonces con Guiteras yo andaba parriba y pabajo mirando lo que no estaba. De hecho, me pasaron cosas muy divertidas. Decirle a Paloma: “Allá donde pasaba el tranvía”, y no había tranvía. Yo lo estaba viendo, yo nada más, en la cabeza.
Me imaginaba a Sumner Welles subiendo clandestinamente las escaleras del Hotel Nacional para conquistar a un camarero negro con el que tenía relaciones amorosas. Y lo gozaba yo.
Si no tocas piedra no tocas biografía, no tocas carne. Hay que tocar piedra porque, además, si no, se crean verdaderos ridículos absurdos. He leído tantos textos históricos basados en falacias: “Miró hacia el horizonte y descubrió…” Entonces te pones en el lugar donde estaba y no hay horizonte porque estaba tapado por los cerros. ¡Qué carajo, no vio nada, mentira!
Hay que tocar piedra, es muy importante.
Quizás mi aportación al hacer historia narrativa –que dirá alguien algún día en serio y no yo, que no puedo hablar con mucha claridad sobre mí mismo–es una visión literaria de la historia narrativa, no en términos de la investigación: en términos de la narración.
¿Qué le falta a la Historia de la Revolución Cubana?
Una revisión crítica profunda. La Historia de la Revolución Cubana jugó un papel defensivo durante sus primeros años. Estuvo concentrada en enaltecer el fenómeno de la revolución imposible, contra un ejército profesional; en el momento más álgido no son más de 400 rebeldes en la Sierra, y la infraestructura urbana –que ha sido muy muy menospreciada. Todo era la Sierra y el llano no era nada. Creo que hay un error historiográfico grave. Hay que hacer una historia contrapesada entre la Sierra y el llano–.
Le falta una revisión crítica y sonriente, sin tener miedo a mirar de frente a tus personajes favoritos. Decir: “Aquí corrió y no se quedó quieto, esto fue realmente así”…Y usar las fuentes de la dictadura. Nadie las quiere usar. Parece que les da miedo usar las fuentes de la dictadura para analizar y saber qué decía este general batistiano en esos momentos, que creía que estaba salvando al mundo del comunismo.
Hace falta más ese trabajo de contrapeso, menos de historia oficial.
Montón. Es una versión no oficial. Y hay cosas que no les gustan a algunos. Lo lamento: échenle la culpa al Che, no a mí.
En Cuba no se ha publicado; aunque se ha distribuido, curiosamente. En una Feria del Libro se vendieron 200 ejemplares, algunas bibliotecas lo tienen. Creo recordar que el Comité Central hizo una edición para ellos. Les dije: “Me van a tener que pagar derecho de autor, porque esta es una edición pirata, camaradas”.
Se avanza rompiendo la visión esquemática, la versión oficial, pero hay que ir más allá. No hay que tener miedo. El Che lo dijo bien claro.
¿Qué ha separado del real socialismo a los procesos de izquierda que han llegado al poder?
Cada historia es una historia. No hay generalización posible.
A escala planetaria se puede decir que hemos vivido pocos momentos de real socialismo. Hemos vivido muchos momentos de nacionalismo estatalista progresista; pero de socialismo, de poder popular pleno, hemos vivido pocos momentos. Porque la revolución avanza por oleadas, sufre procesos de desgaste, se repliega, avanza, se encuentra con contextos internacionales que no se esperaba, entra en juegos geopolíticos complicadísimos…
¿Cómo combinar competencia económica con anticapitalismo?
Es más o menos complicado. ¿Cómo mantener un alto índice de productividad sin anexarlo a la explotación descarada y brutal de sectores sociales que generan la alta productividad porque si no se mueren de hambre, sectores que están bajo presión social continua, que están en el borde de la supervivencia? ¿Quién coño quiere ser minero con jornada de 13 horas? Y si una de las claves de la productividad capitalista es que haya mineros con jornada de 13 horas, ¡su madre!, ¿para qué quieres la productividad?
La justicia social implica la disminución del costo humano en la generación de riqueza y esto significa menos riqueza a repartir; además significa un reparto de la riqueza con un nivel de incentivación basada en estímulos básicamente morales en el corto plazo. En el mediano plazo debes combinarlos con estímulos materiales. ¿Por cuánto tiempo, cómo?
Se da además la extrañísima situación de que los procesos de construcción de economías socialistas se dieron en países pobres y del Tercer mundo donde no había mucha riqueza para repartir, sino mucha sobrexplotación para abandonar.
Trabajando mucho sobre el Che y su paso por el Ministerio de Industria a mí me queda clarísima una cosa: el Che era capaz de construir una política industrial en Cuba en el corto plazo, absolutamente exitosa, basada en el estímulo moral, en el discurso, en el debate, en la discusión con la gente, la sensación de que eran dueños de su destino, de que el esfuerzo que estaban aportando era para cambiar el mundo. ¿Pero era esto suficiente en el mediano plazo, o empezaba a desgastarse? Y en la medida del desgaste, ¿por qué cosa tenía que ser sustituido?
¿Qué lugar tiene la democracia en el socialismo?
Es absolutamente fundamental. No puede haber socialismo sin democracia. Son amigos y compañeros. Sin el debate, sin formulación de ideas, sin crítica interna, sin discusión de proyectos, sin remoción de dirección y de dirigencia, sin cambios, sin que la base decida quién y cómo quiere que la dirija, no puede haber socialismo.
El socialismo enverdece, se agota, se cansa a partir de la limitación del proceso democrático. Y esto es fácil decirlo, pero díselo a la Unión Soviética del año 20, donde están cercados por siete ejércitos imperialistas, con el enemigo dentro, rodeados de espías, con los gulags quemando las cosechas. Diles: “No, oiga, compadre, el problema es la democracia”. Y te va a decir: “No, no, para poder sobrevivir necesitamos la dictadura”…no del proletariado: del Partido. ¿Cuál proletariado? La dictadura del Partido, y no del Partido: de una parte del Partido, de su dirección política.
O sea, incluso en la visión más híper democrática como puede ser la mía, tienes que reconocer que circunstancialmente el cerco agresivo del capital impone procesos de restricción democrática muy cabrones. El problema es que esos procesos tienden a enquistarse. Si tú quitas democracia, es muy difícil devolverla. La democracia queda sustituida por algo que llaman “la orientación”, que es una línea que baja, y no es así: la orientación sube, no baja. En eso yo soy muy zapatista (nada más en eso).
Uno como yo, pero menos inteligente y con menos sentido del humor. Tienen vida, tienen experiencia y forman parte de nuestra historia, no son para tirarlos a la basura.
¿Qué le aporta el humor a la visión del mundo?
Una izquierda sin sentido del humor es lo peor que nos podría pasar. Se vuelve sacralista, se vuelve demagógica, se vuelve autocomplaciente, se toma demasiado en serio. No, no, bendito sea el sentido del humor. Nos da humildad.
¿Cómo describe el panorama actual de México?
Asqueroso. Y sería motivo de una conversación diez veces más larga que esta. El panorama es desolador. Ha estado acumulando crisis de profundidad cada vez mayores. Haciéndole un daño posiblemente irreparable al país.
¿Cuánto influye en eso la relación con Estados Unidos?
Influye de una manera muy negativa, pero la percepción de los mexicanos no es como la de los cubanos, que tiene una clara identidad antimperialista. No, los mexicanos tendemos a identificar el enemigo principal como el gobierno de los traidores mexicanos que tiene una pata de repuesto que le prestan los gringos, le prestan un brazo ortopédico, un cacho de cerebro para el que les falta. Pero no es el imperio el enemigo central: es tu propia casa, es los que tienes ahí. Cuando México reflexiona sobre las varias intervenciones directas del imperio en México, el dedo señala a un enemigo que suele ser un traidor, suele ser Santana, el que vende la patria.
Ahora, por ejemplo, se presenta el gran conflicto de nuestros días en México, que es el problema de la desnacionalización petrolera –que es gravísimo porque va a privar al país de una parte sustancial de su riqueza para entregarla a las transnacionales–. La mirada del mexicano crítico se dirige hacia los corruptos que se van a asociar con las transnacionales, más que a las transnacionales en sí mismas. Alguien les abre la puerta, alguien les sirve de lacayo, alguien entra de socio en los negocios turbios.
¿Qué consecuencias se prevén en el largo plazo?
En principio van a saquear al país. Hoy el gran botín a escala mundial no son las minas de diamante de Calahari en Sudáfrica ni el gas natural de Siberia. Hoy el gran motivo a escala transnacional es el petróleo mexicano, y los derivados, la industria de extracción, explotación, distribución, refinación y la petroquímica asociada, gas natural, fertilizantes, lo que se te ocurra. Ese es el gran botín y lo que están haciendo es depositarlo en manos de una recua de políticos corruptos, socios salidos de la nada, burgueses de pacotilla que dentro de tres años van a estar en la lista de multimillonarios de Forbes, en alianza con las transnacionales. De manera que el país se quedará con las migajas de la riqueza petrolera.
Revertir esto va a ser complicadísimo. Aunque yo creo que hay un nivel primero de conciencia. Cuando se votó el tema en el Congreso –que lo votaron por abrumadora mayoría a favor de desnacionalizar, el Congreso y el Senado–, ese mismo día una encuesta fiable decía que el 57% de la población estaba en contra, solo el 17% a favor y el resto no sabía, no contestaba. O sea, hicieron la reforma contra la opinión de la mayoría absoluta del país, pero con un movimiento social desgastado por la lucha que había dado en el proceso electoral fraudulento anterior, dividido, en proceso de recomposición; y no hubo manera de frenarlo en términos de respuesta social; contando, además, con todo el peso de los aparatos pseudo legales: Congreso y Senado. Es muy terrible.
¿Qué señales envía una iniciativa como las brigadas de autodefensa?
Están surgiendo. En México no dejan de surgir y hay elementos positivos en medio de todo este desastre: el crecimiento notable de Morena, las policías comunitarias en varias partes del país, la integración de una nueva central sindical democrática…
Esta batalla de opinión publica que se ganó, que el 57% estuviera en contra no fue accidental: fue el trabajo de un año de la izquierda. Pero estos elementos positivos no alcanzan en estos momentos para alterar la correlación de fuerzas.
¿Asiste México a una crisis de la institucionalidad?
Sí, pero de eso se puede hablar siempre, es eterna. Institución que no está en crisis no es mexicana. Hace cien años que la institucionalidad mexicana está en crisis, por factores asociados a la corrupción.
¿Qué impide una ruptura efectiva con ese orden?
Primero hay un fenómeno de asincronía social brutal, histórico, que venimos arrastrando. Cuando están los estudiantes, no están los electricistas; cuando están los electricistas no están los maestros; cuando están los maestros no está la izquierda orgánica política; cuando pones contra la pared al gobierno, la parte izquierda se te va y se vuelve tan institucional y aliada del gobierno que ya no es izquierda…
Y lo otro son las habilidades de un Estado muy fogueado en el arte de corromper, distraer, mentir, desgastar al movimiento social. Esos factores están en el aire. Y es muy difícil ir contra eso. ¡Les hemos ganado tres veces las elecciones presidenciales, compadre! ¡Tres veces! Y aparecieron en cada una con formas variantes del fraude. Primero fue el fraude electrónico. Ya que les cerramos esa puerta, fue el fraude de los votos casilla por casilla, que se negaron a abrir las urnas y mostrarlos. Y ahora, 5 millones de votos comprados. La pregunta es: ¿En las próximas que les ganemos, qué de nuevo van a aportar a la cultura del fraude que el PRI –el partido de la ilegalidad galopante– ha desarrollado como nadie nunca en este planeta? Cuando nos volvamos a confrontar, ¿cómo podremos plantear un nivel de organización social tan potente que sea capaz de detenerlo? Parece que hoy esa es la lección que está en la cabeza de muchos.
México es un país de explosión. Yo siempre les recuerdo a los que dicen que en México nunca pasa nada, que el 19 de noviembre de 1910 –un día antes de que estallara la Revolución Mexicana–, el ministro de gobernación del dictador Porfirio Díaz mandó una circular a su presidente, don Porfirio, en la cual le decía que el país se encontraba en absoluta calma. Se la mandó por telégrafo para que quedara constancia, aunque la Secretaría de Gobernación está a un kilómetro del Palacio Nacional. Está la constancia de este famoso telegrama: “En este país no está pasando nada”. Diez horas después había 200 levantamientos armados en el país.
Con esto no quiero hacer premonición ni quiero decir que así va a ser. Lo que quiero decir es que en México de repente la calma se transforma de una manera virulenta en otra cosa. Un día antes del levantamiento zapatista, los zapatistas no existían en términos de opinión pública, en términos informativos. “La pequeña agitación en la zona campesina de Chiapas” era menor, nadie le daba la menor importancia. Un día antes del estallido del movimiento del 68 aquello era jauja. Entonces no nos sorprendamos si de repente una explosión absolutamente accidental desencadena la chispa que incendie la pradera.
Soy optimista del futuro político de todo el planeta. Por una razón muy simple: es más sencillo ser optimista que pesimista. La diferencia entre uno y otro es muy clara para mí: los pesimistas sufren antes, durante y después. ¡Los optimistas solo sufrimos después! ¡Hombre, mucho más cómodo!
Como no pienso renunciar a ser de izquierda, prefiero ser optimista. Y alguien me dice: “Sea usted realista”. No. ¿Por qué? ¿Cuél es mi obligación con el realismo? ¿Cuál realismo? Lo que tú llamas realismo es pesimismo, vete al carajo. “Es usted romántico”. Sí, soy romántico, claro, desde luego, no más faltaba. “Idealista”. Sí señor, soy idealista. ¿Pero qué iba a ser: a-idealista? No, por favor, los argumentos a favor del pesimismo son muy pobres: “La historia dice…” ¿Cuál, la que estás leyendo, como la estás leyendo? ¿En tu historia no cayó la dictadura de Salazar? ¿En tu historia no se derrumbó el franquismo, en tu historia el Reich de los mil años de Hitler duro mil años? En la mía no: Cayó Salazar, cayó Franco y el Reich se fue a chingar a su madre en unas décadas apenas.
¿En qué está trabajando ahora? ¿Alguna biografía en curso?
Hay varias cosas ya en proceso, pero yo creo que no terminaré de hacer justicia a mis propios fantasmas si no escribo algo parecido a una biografía paralela de Rodolfo Walsh y Roque Dalton, que además, se cruce en La Habana. Son las historias de dos personajes con trayectorias absolutamente diferentes, un argentino, un salvadoreño. Pero se van a encontrar en Prensa Latina en La Habana, el día en que el Che entra al despacho de Prensa Latina y van a estar los dos, y Masetti.
Es una historia de los intelectuales combatientes muertos en la guerra sucia, los grandes intelectuales latinoamericanos que se llevó la guerra sucia. Algún día la escribiré o no la escribiré. Escribo lo que quiero, como quiero, cuando puedo y cuando quiero. Entonces no tengo obligación de escribir ciertos libros y otro no. Tengo presión de mí mismo por hacerlos. Pero no lo sé. Tampoco me preocupa.
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
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