Por Roberto F. Campos *
La Habana (PL) En momentos que el turismo de naturaleza se desarrolla con fuerza en el mundo, Cuba tiene escenarios, islas e islotes de gran atracción por lo bien conservado del paisaje y especies atractivas como los cocodrilos.
Ese es el caso de la Isla de la Juventud, que además de contar con un sugestivo nombre exhibe la interacción de turistas y cocodrilos, toda una aventura y quizás plato fuerte para incrementar la visita de viajeros provenientes de todo el mundo.
Se trata de reptiles conocidos por sus bruscos movimientos y que pueden correr, de repente (arranque) por tierra, a más de 80 kilómetros por hora, nadar también a gran velocidad y golpear a cualquier ser humano rápidamente.
Parece que, pese a tales peligros, los cocodrilos tienen mucho que ver con unas buenas vacaciones, pues en el país existen dos criaderos de ese ofidio, el más importante en la Ciénaga de Zapata, en la occidental provincia cubana de Matanzas, y el de la Isla de la Juventud.
Este último se encuentra situado en cayo Potrero, en la ciénaga de Lanier, en la parte sur de la ínsula, distante solo unos 50 kilómetros hacia el sur de la isla grande que es Cuba.
Cada semana, visitantes de varias partes del mundo llegan allí decididos a tener estos encuentros cercanos. Acompañados por criadores, esa aventura comienza por una explicación y termina por la posibilidad, solo para los más osados, de sostener en sus manos a un cocodrilito o sentarse sobre uno adulto.
En este segundo criadero del país, con 25 años de creado, trabajan 21 personas para atender a los saurios, 80 de ellos en el área de cautiverio, entre los cuales figuran 27 hembras y siete machos para reproducción, sobre todo de la especie rhombifer, típicamente cubana.
Lanier es un brazo de ciénaga que apareció por la acción del hombre con la extracción de turba para la siembra y cosecha de cítricos, y luego se empleó para la introducción de una especie que existió en el lugar en los años 50 del pasado siglo.
Sin embargo, una captura indiscriminada por su piel, colmillos y carne -bastante caras- disminuyó su presencia, pero desde los años 60 se gestiona un plan de recría y cuidado. Por eso se trajo, en su nueva etapa, pies de cría de Matanzas para liberarlos al medio ambiente.
El otro percance fue cuando dos huracanes pasaron por la Isla de la Juventud en 2008 y crearon verdaderos desastres, al romper las cercas existentes y diseminar muchos cocodrilos por la ciénaga.
No obstante, un delicado trabajo de los empleados del criadero pudo recuperar el lugar, con paisajes verdaderamente fascinantes, con las flores de nenúfar en franco desafío al calor y una maleza que cada día se recupera para dar la imagen típica del hábitat de los cocodrilos.
Los pequeños de todas las edades se pueden apreciar en el lugar, pues los cuidadores van a la ciénaga y rescatan los huevos del carbón y la turba a los 85 o 90 días de puestos, para protegerlos.
Entonces, los pasan a unas especies de "semilleros" con turba, de manera rectangular, donde los observan hasta su salida del cascarón.
Comentan los expertos que, desde pequeños, los ejemplares de la especie rhombifer son muy agresivos y deben andar con cuidado entre ellos para no recibir una dolorosa mordida.
Luego pasan por distintas pocetas hasta que están listos para ir a los cuartones en su medio natural. Muchos de ellos son liberados luego a ciénaga abierta, con un cuidado extremo por parte de los veterinarios, para marcarlos y reconocerlos después.
Los cocodrilos pueden enfermar de la gota o por falta de alimentos en sus primeros tres años, pero luego están perfectamente adaptados a una vida que puede durar más de una centuria.
Un día común y corriente de los cuidadores consiste en mantener los corrales limpios, reparar cercas, observarlos durante todo el tiempo para que no se peleen, especialmente las cocodrilas viejas con otros machos, pues las contiendas son cruentas y a muerte.
Son alimentados con pescado de la zona como el sábalo, o carne de reces con problemas para la distribución humana. De esa manera el rhombifer llega a tener 400 libras de peso y alrededor de 3,5 metros de largo.
Existen en el lugar otras especies como el acutus, que es emigrante y llega hasta cuatro metros de largo, y la babilla, que resulta el más chico.
Los cuidadores tienen unas habilidades muy particulares para enlazar y aguantar a estos cocodrilos, para soltarlos o tomarlos, para alimentarlos.
Se guían por el movimiento y, aunque hacen una rápida carrera, incluso en tierra, se detienen rápido al no alcanzar la presa, debido a su sangre fría y a la necesidad de recuperarse. Es por ello que vemos muchos cocodrilos acumulados al sol, inmóviles. Luego de conocer estos detalles, algún turista pregunta: ¿Entonces si vienen hacia nosotros, debemos detenernos? Y el cuidador responde sonriente: "Yo no lo aconsejaría, preferiría correr lo más rápido y lejos posible".
La ciénaga de Lanier está en la zona sur de la Isla y es considerada Parque Nacional. Posee alrededor de 100 kilómetros cuadrados de extensión y es el segundo humedal de importancia en Cuba, después del de Zapata.
Integra la Lista de Humedales de Importancia Internacional, de acuerdo con la oficina de la Convención de Ramsar, tratado sobre los humedales aprobado el 2 de febrero de 1971 en la ciudad iraní de ese nombre, y referido a la conservación y uso racional de estos ecosistemas.
*Periodista de la redacción de Economía de Prensa Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar