Río de Janeiro, Eric Nepomuceno
De los ocho que pasan a la etapa siguiente, uno será el campeón. En los partidos de los dos últimos días por fin prevaleció la lógica, o lo que se supone que pueda ser lógico en un Mundial. Pero por muy poco. Alemania, Holanda, Argentina, Bélgica, Costa Rica y Francia se clasificaron entre el domingo y lunes. Pero al menos cuatro de esos clasificados –Holanda, Argentina, Alemania y Bélgica–, por más que fuesen considerados favoritos, casi quedaron a mitad del camino.
Costa Rica se mantuvo como el equipo revelación del Mundial, pero tuvo mucha dificultad en superar a Grecia. Francia también sufrió para derrotar a Nigeria. Brasil logró superar a Chile a base de puros rezos. De los ocho, el de Colombia ha sido el único equipo que pasó sin mayores inconvenientes por su adversario, un Uruguay todavía traumatizado por la punición aplicada a Luis Suárez.
Lo que se vio el lunes en las canchas ha sido un duelo de angustias. Difícil decir cuál de los dos partidos fue más desesperante para las hinchadas. Bélgica, por ejemplo, superó ampliamente a Estados Unidos, pero tropezó con un arquero increíble, Howard, y ya en la prórroga casi fue atropellada por el ímpetu con que los rivales se lanzaron al juego. Antes, frente a Suiza, Argentina contó, una vez más, con un jugador que hace toda la diferencia en la cancha: Lionel Messi.
Se confirmó, entre otras vertientes curiosas, que este es el Mundial de los arqueros. En el segundo encuentro, por ejemplo, quedó claro que en Estados Unidos el apellido Ochoa se pronuncia Howard. Y el lunes entendimos todos que en Argelia, Julio César se pronuncia Rais M’Bolhi.
Mientras conocemos curiosidades como esas, los brasileños tratamos todos de enterarnos qué pasa por la cabeza de Felipao y, principalmente, de los jugadores.
Llegó un refuerzo de última hora en la finca Comary, donde está concentrada la verdeamarela, en la sierra vecina a Río. No se trata de alguien capacitado para arreglar el inexistente mediocampo, y tampoco de un compañero de ataque para ayudar a Fred y Neymar. Quien llegó fue Regina Brandao, cuyo currículo indica un doctorado en Ciencia del Deporte (¿alguien sabía que tal ciencia existía?) por la prestigiada Unicamp brasileña y un post-doctorado, vaya elegancia, por el Instituto Superior de Cultura Física de La Habana, Cuba. Su misión: trazar, hasta el jueves, un perfil de cada jugador, preparar un informe sucinto para Felipao y orientarlo sobre la manera de mantener un diálogo especialmente destinado de uno en uno. Tres días.
Es decir: en lugar de entrar a la cancha con Felipao, los jugadores que buscan el sexto título mundial primero se estirarán en el diván del entrenador, que seguirá el esquema táctico de urgencia especialmente diseñado por la doctora Brandao. Definitivamente, son otros tiempos esos que vivimos en el Mundial realizado en Brasil luego de 64 años de la tragedia del maracanazo.
Los diarios, los programas de televisión y radio, todos discuten cómo atender las almas de las estrellas de la selección. Hay sugerencias de todo tipo. Y de repente Brasil descubre que además de 173 millones 408 mil expertos altamente especializados en futbol, cuenta también con alrededor de 173 millones 406 mil sicólogos altamente especializados en jugadores. Los 2 mil faltantes seguramente están siendo atendidos por sus propios terapeutas. De todo lo que se lee en la prensa, se oye en la radio y se discute en los cafés y plazas, la sugerencia que cuenta con mayores adhesiones se refiere a convencer a los muchachos que lo peor ya pasó; es decir, no sufrimos el vejamen extremo de caer en los octavos de final. Claro que caer en la primera etapa clasificatoria sería un caso de suicidio colectivo. Así que hasta aquí llegamos, y lo único a hacer es seguir adelante.
También están los que se dicen convencidos de que lo que efectivamente les pasa a los jugadores en la cancha es que corren demasiado y piensan muy poco. Corren tanto, y tan sin rumbo, que la serenidad se les cae del alma y queda perdida por el césped, sin lograr rencontrarlos. También grande es el pelotón de expertos en futbol que instantáneamente se transformaron en sicólogos especializados en jugadores que aseguran que hay síntomas evidentes de síndrome de persecución aguda. Es decir, todos persiguen a nuestros jugadores, y no me refiero a los zagueros adversarios: son perseguidos por los árbitros, los burócratas del futbol, la prensa nacional e internacional, la misma hinchada y, claro, mexicanos, croatas, chilenos y los de Camerún.
Mientras nadie aclara qué diablos le pasa a la selección, surge otro misterio: ¿con qué formación Felipao pretende enfrentar a Colombia?
Las dificultades de alemanes, argentinos, holandeses, belgas –en fin, de casi todos– no han sido de gran utilidad para calmar a los brasileños en general y a los de la selección en particular.
Ahora, hay que preocuparse con dos tácticas, la del entrenador y la de la sicóloga. Vaya tensión. Antes, se hablaba de buscar la forma de mantener una formación y un esquema de juego estables. Ahora se habla de intentar estabilizar a los jugadores.
Me siento muy, muy inclinado a, terminado el Mundial, ingresar en el muy emocionante y movido mundo del golf. O del dominó. ¿Habrá un Mundial de dominó? ¿O de damas? Trataré de informarme lo más pronto posible. Mientras, pedí horas extras de hoy al viernes en el sicólogo.
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