"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

sábado, 9 de agosto de 2014

¿Marxismo conservador?



Por: Juan Nicolás Padrón.
Cubarte

En varias lecturas y conferencias recientes he leído o escuchado enfatizar en un “marxismo revolucionario” opuesto a un “marxismo conservador”: ¿no será que el primer sintagma es tautológico y el segundo, un eufemismo? El marxismo siempre es revolucionario porque sus tesis, fundamentadas en el materialismo dialéctico e histórico, señalan que el ser social condiciona a la conciencia social —Karl Marx aclaró en varios textos que siempre es “en última instancia”, aunque muchos sigan desconociendo esta precisión para conferir a sus tesis un carácter reduccionista—, y que el ser se transforma constantemente por las condiciones materiales que interactúan con las espirituales —una transformación interactiva dada siempre, y no solo en una época; una ley general, como la de gravitación universal—; entonces, no es posible ser marxista y al mismo tiempo conservador, pues lo postulado por la ideología marxista es que la transformación revolucionaria constituye la guía para la acción en la marcha de la historia, y por ello ser marxista implica ser revolucionario siempre: se trata de categorías inseparables, aunque no invariablemente ser revolucionario incluya ser marxista.

Hace tiempo le escuché a un amigo angolano que no estaba de acuerdo con el término de “internacionalismo proletario”, que acabábamos de escuchar juntos en un discurso; le pregunté por qué y con lógica incuestionable me preguntaba de qué proletarios se podía hablar en Angola, donde la mayoría de los obreros angolanos eran privilegiados por trabajar en compañías extranjeras; él prefería el término “internacionalismo socialista” para calificar los lazos de cooperación y amistad entre Cuba  y su país, contra la guerra impuesta por el apartheid y los agentes de los imperialismos en África. Su reflexión me ayudó a percatarme de que la mayoría de los cubanos considerábamos a Marx intocable en sus estudios sobre la clase obrera de la Europa del siglo XIX. Ningún término se había modificado por aquellos años. Al adentrarme por mi cuenta en la historia de Cuba y relacionarla con los cursos de Filosofía Marxista-Leninista que recibía, había encontrado demasiados conceptos imprecisos, grandes zonas de silencio históricas y expresiones que habían sido concebidas para otras realidades y momentos. A tales deducciones hube de llegar solo, sin ninguna ayuda y con la mirada de reojo de algunos jóvenes comunistas de entonces. Ahora me encuentro con conceptos reiterativos o contradictorios que, como aquellos, no definen con precisión un verdadero significado.  

Dicho de otra manera: el ser humano piensa según vive, y yo enfatizaría, siempre; por tanto, los conservadores dejan de ser marxistas porque no aceptan la permanente transformación revolucionaria, bien porque no pueden, no saben o no quieren —por limitaciones personales, intereses privados… o por cuestiones que no quieren revelar. Se ha repetido que Marx no es marxista, y es cierto, pues legó su teoría para que fuera una práctica constantemente renovadora —su propósito no era “interpretar” el mundo, sino “transformarlo”—, basada en principios teóricos generales de carácter filosófico, económico, social, político, estético; nada más lejos de sus concepciones que “manualizarlas” para ser aplicadas a cualquier realidad. El verdadero “pecado original” de no pocos “marxistas” autoproclamados comunistas en sus ejercicios políticos, y que a veces sin quererlo han ocasionado mucho daño al movimiento revolucionario internacional —sobran los ejemplos—, ha sido convertir el pensamiento del gigante de Tréveris en una doctrina sectaria, de élites políticas, sin vínculo sistemático real con las grandes masas, de carácter dogmático y  burocrático, pretexto de un autoritarismo tiránico y represivo, con escasas posibilidades de autorrenovarse; es decir, contrario a lo que realmente es el marxismo: un proyecto revolucionario e inclusivo, democrático y participativo, dialéctico, en constantes cambios que a ningún marxista le deben parecer ajenos al sistema, creativo y original para cada situación, emancipador y de felicidad para todos y no para unos pocos. Las palabras son engañosas y se han utilizado para manipular: ¿cuántos socialismos o comunismos hubo en la historia después de Marx y cuáles realmente responden a bases marxistas? Lo que realmente importa no son las denominaciones, sino no perder de vista a  qué o quiénes defiende.

Es cierto que en Cuba algunos marxistas dejaron de ser revolucionarios, aunque casi nadie lo confiese; por tanto, dejaron también de ser marxistas y se convirtieron en conservadores, a secas, aunque digan que defienden a la Revolución y de hecho puede que así sea parcialmente; resulta comprensible en un país en que casi nadie se declara de derecha. El pensamiento conservador es muchas veces casi un proceso natural de conservación biológica desplazado a la política, en ocasiones de manera inconsciente. Cuando una persona que se ha formado en ciertas circunstancias tiene todo lo necesario para vivir, y en ocasiones hasta un poco más, resulta muy difícil que sepa cómo piensan quienes viven en situación de miseria o pobreza. Solo convicciones muy fuertes, visión clara y vínculo constante con el país pueden contribuir a que no se pierda de vista la realidad de la construcción socialista, y no el fantasmagórico “socialismo real”. Para ser revolucionarios y marxistas en Cuba hoy —y en estos dos conceptos está incluido compartir y practicar las ideas esenciales de José Martí y de Fidel Castro—, no basta la adhesión a la defensa de la independencia y la soberanía mantenida en estos años a partir de 1959, y sentir con orgullo la dignidad personal y nacional; no es suficiente condenar la política imperialista de los Estados Unidos destinada a interferir este proceso de liberación, ni contribuir a un clima de unidad nacional que evite la lucha fraticida, y a la larga la derrota, ni actuar a favor de la continuación de la reconciliación, la paz y el progreso social —factores esenciales para la sostenibilidad y la prosperidad, según los más actualizados planteamientos—, ni reconocerle al Estado revolucionario la responsabilidad de mantener el estatus de bienestar con todos y para todos.

Para ser marxistas, ahora y aquí, resulta imprescindible contribuir a la construcción de la república socialista de Cuba y para ello hay que luchar todos los días por la democratización eficaz de la sociedad —participación real y no formal, junto a la inclusión de todas las formas de justicia social, incluidas las relacionadas con la discriminación por el color de la piel, el género o las preferencias sexuales—; combatir el autoritarismo y las enmascaradas formas de presencia del viejo caudillismo colonial con su centralismo verticalista y la desconfianza en la autonomía y la autogestión; dejar atrás la vocación estatista como única forma de organización económica y la falsa planificación burocrática, desplanificada constantemente por el voluntarismo; ayudar a la transparencia y al debate social, no solo para contribuir a la seguridad nacional y para que la esfera pública se convierta en un verdadero agente movilizador de saneamiento, sino porque es un sagrado derecho; colaborar para que las funciones de prevención y proyección legislativas, las soluciones ejecutivas y las acciones judiciales ejerzan su papel y funcionen como un sistema en la república y no sean simple decoración, en que las leyes se acatan pero no se cumplen y las decisiones ejecutivas no rinden cuenta efectiva a un legislativo con diputados elegidos por el pueblo; tener en cuenta la coherencia que las ideas del socialismo defienden en el diseño de proyectos e inversiones económicos, sociales y culturales, en que predominen las ideas del socialismo y no el “desarrollo subdesarrollante” del capitalismo, porque ni el socialismo se puede construir con “las armas melladas” del capitalismo, ni se puede construir capital con las armas melladas del socialismo burocrático; evitar confundir consecuencias con causas y eliminar deformaciones, triunfalismos y vicios del estalinismo; en resumen: cambiar las sobras periféricas de la cultura del capitalismo —no pocas veces enmascaradas en nombre del “socialismo”— por una cultura socialista original cubana.            

Tradicionalmente, a la palabra “marxismo” se le ha unido otra: “leninismo”; pero la brillante conducción de Lenin en la Revolución de Octubre de 1917 hasta su muerte en 1924, para la construcción de un Estado de obreros y campesinos erigida sobre el pasado zarista ruso —y aquí encontramos uno de los aportes leninistas al marxismo: incluir a los campesinos en el proceso de emancipación de la Rusia feudal—, no debe conducirnos a generalizar procesos que los revolucionarios del mundo deban asumir ciegamente en la aplicación de la teoría revolucionaria marxista en sus respectivas realidades concretas; hay quien ha dicho que el término “marxismo-leninismo” fue un invento de Stalin, con la pretensión de erigirse sobre esa plataforma para desmontar el propio marxismo-leninismo y lograr el control unipersonal de los partidos comunistas mundiales; una de sus primeras medidas en los años 30 fue liquidar lo que quedaba de la Nueva Política Económica (NEP) implementada por Lenin, una aplicación marxista y creativa para aquellas realidades concretas. Stalin llamó hipócritamente “revisionistas” a los que no seguían su desviación totalitaria, como si el marxismo no fuera una dialéctica de revisión y revalorización cotidiana, para aplicarlo a una situación singular. Todos los días tenemos que ser revisionistas de cuanta aplicación hagamos, porque el marxismo ha tenido que ser en nuestros pueblos “creación heroica” —como lo llamó acertadamente el peruano José Carlos Mariátegui—, desde cualquier lugar donde se aplique; de lo contrario, no es marxismo. En Cuba no se puede hablar de marxismo si al menos no se parte de la defensa de los más humildes. El “marxismo conservador” y la “doble moral” —es decir, la amoralidad o la inmoralidad, según su ausencia u oposición a la moral o a la ética— son falsos sintagmas: dejémonos de eufemismos y llamemos a las cosas por su nombre.

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