"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 15 de diciembre de 2014

El modelo sueco neoliberalizado

Eva Björklund

A la sombra de la revolución bolchevique, el movimiento obrero sueco se propuso la construcción del socialismo en tres pasos: la conquista pacífica de la democracia política (derecho al voto, parlamentarismo), la democracia social (derecho a una vida decente, al empleo, la seguridad social, la educación, la salud y la cultura: «la sociedad de bienestar»), y la democracia económica (propiedad social sobre los medios de producción).

Con el poder parlamentario a partir de los primeros años de la década de los 30, y en coalición con el partido campesino, el Partido Socialdemócrata (SAP) inició la realización de su proyecto. En 1975 había alcanzado muchas metas importantes, pero no el socialismo; las reformas dentro del capitalismo habían llegado a su tope, pero no habían logrado socavar el sistema. Al tiempo que este mostraba signos de crisis, la política socialdemócrata llegaba al principio de su fin: perdió las elecciones en 1976, ganó de nuevo en 1982; pero ya la avalancha del neoliberalismo estaba al doblar la esquina.

En vez de tres etapas para construir el socialismo en el siglo xx, fueron tres etapas de abandono: al principio, las reformas sociales se vieron —además de como reclamos justos para una vida digna— como instrumentos de movilización, concientización y fortalecimiento de la lucha de clases para socavar el capitalismo y construir una sociedad socialista. La política se apoyó más tarde en la ilusión de que se podía construir el socialismo en colaboración con la clase capitalista, sin conflicto ni confrontación (el modelo sueco, el consenso); y después vinieron el abandono de la meta socialista y la adaptación a la idea de un capitalismo de «cara humana» bajo control político: era el fin de la historia del modelo sueco socialdemócrata y el inicio de un nuevo consenso neoliberal.

A finales del siglo XX, las empresas privadas ya habían crecido y fortalecieron el poder del capital. Entonces, el dogma neoliberal pudo empezar a revertir, empobrecer y desvirtuar los logros sociales en Suecia. De vidriera de la sociedad de bienestar, el país mutó hacia un experimento radical del nuevo orden neoliberal. El modelo sueco había sido construido explícitamente como alternativa reformista frente a la URSS, y el desplome del propio modelo soviético terminaría por acelerar también el fin de la alternativa socialdemócrata en Suecia.

De Keynes a Friedman

La sociedad de bienestar y la economía keynesiana fueron marcos referenciales comunes en la mayor parte de los países de Europa occidental después de la Segunda guerra mundial, independientemente de si sus gobiernos eran de derecha, centro o izquierda. La singularidad de Suecia era que, bajo un gobierno socialdemócrata durante más de cuarenta años, alcanzó el estado de bienestar más avanzado dentro de una economía capitalista.

Pero a partir de la última década del siglo comenzó a perder su unicidad, hasta convertirse en una sociedad con crecientes diferencias, marginalización y bienestar diluido. En 1994, ingresó en la Unión Europea. La socialdemocracia en el poder avanzó en la implementación de la agenda neoliberal con recortes y desregulaciones en el sistema de bienestar, mientras la derecha cambiaba de táctica y se aseguraba las elecciones de 2006 como defensora de aquel modelo de sociedad. En aquellos comicios, los socialdemócratas registraron los niveles de popularidad más bajos desde la década de los años 20.

Desde entonces, en Suecia gobierna una derecha que, sin mucha resistencia popular, ha logrado desvirtuar las metas de igualdad y solidaridad que habían caracterizado al «modelo sueco» a mediados de la década de los 70.

El Partido Obrero Socialdemócrata

El Partido Obrero Socialdemócrata (SAP) fue fundado en 1889 por las emergentes organizaciones sindicales, como instrumento político para cambiar la sociedad y construir el socialismo. En 1917, medio año antes de la revolución bolchevique, expulsó a la minoría más radical, núcleo fundador del que sería el Partido Comunista Sueco y, a partir de 1990, el Partido de Izquierda.

El SAP conquistó el poder parlamentario en 1920, y lo mantuvo apenas medio año; dispuso nuevamente de él entre 1924 y 1926. En 1932 se estableció en el gobierno por los próximos cuarenta y cuatro años. Sus primeros tiempos se caracterizaron por el combate a la crisis económica, el desempleo, la precariedad y el hacinamiento.

Durante la Segunda guerra mundial invitó a los partidos burgueses a un gobierno de unidad nacional, neutral ante la confrontación mundial. Pero después de la guerra se levantó una ola de radicalización de la lucha obrera con huelgas y demandas socialistas. Fue el verdadero inicio de la construcción de la sociedad de bienestar.

La socialdemocracia ha tenido su principal respaldo en la clase obrera: primero en la tradicional (industrial, masculina), y después, en la nueva (personal de servicios, de mayoría femenina, tanto en el sector público como en el privado).

Históricamente, el Partido Comunista —ahora de Izquierda— ha tenido un peso limitado en el parlamento: entre 5% y 6%; algunas veces ha llegado a 10%. Como el SAP casi nunca ha podido tener mayoría, ha dependido de los votos de la izquierda, siempre concedidos bajo protesta, para no apoyar a la derecha.

Un pacto histórico entre trabajo y capital

La clase capitalista financiera e industrial sueca ha estado siempre muy centralizada —se hablaba de una docena de familias en el siglo pasado, y hoy son unas cincuenta— y bien organizada. A través de la llamada Asociación Patronal Sueca (SAF), rebautizada en el siglo xxi como Näringslivet (La Vida Económica), había desempeñado un papel político e ideológico más importante que el de los partidos burgueses, hasta lograr el poder en 2006.

El movimiento sindical también ha estado bien organizado. En el siglo pasado, fue único entre los de países capitalistas con más de 80% de afiliación. Perdió unos trescientos mil miembros con las medidas del gobierno de derecha a partir de 2006, que encarecieron la tarifa para el seguro de desempleo y redujeron la retribución. Hoy, 70% de los asalariados son miembros del movimiento sindical, dividido horizontalmente: la más grande es la Central Obrera (LO), que agrupa la clase obrera tradicional-industrial y la nueva de servicios, con 1,8 millones de miembros; la segunda es la Central Funcionaria (TCO), de clase media baja (camisas blancas, funcionarios, técnicos medios, personal administrativo) con 1,6 millones; y, por último, la Central Académica (SACO), de clase media alta, con medio millón de miembros.

La Central Obrera mantiene una alianza estratégica con el SAP, como dos brazos (sindical y político) del mismo movimiento. Su dirección siempre ha ocupado posiciones altas en el Partido. Las otras dos centrales sindicales no son tan definidas, pero su política coincide a menudo con los partidos de centro-derecha.

Fue en los años 30 cuando el movimiento obrero y la Asociación Patronal hallaron las formas de colaboración características del «modelo sueco». En 1938, LO y SAF firmaron un histórico acuerdo en Saltsjöbaden que trazaba reglas para negociaciones, contratos y solución de conflictos como base para una duradera paz laboral: a la Patronal se le garantizaba el derecho de propiedad sobre los medios de producción y el mando irrestricto sobre la organización del trabajo, buenas ganancias y el apoyo estatal para su expansión internacional; a los obreros se les garantizaba el derecho a la organización sindical y a los acuerdos colectivos. Junto a esas garantías, al SAP se le permitía construir el Estado de bienestar, financiado con impuestos a los salarios y a las ganancias de las corporaciones. El «espíritu de Saltsjöbaden» caracterizó toda una época de consenso y colaboración, con el propósito de promover el desarrollo económico.

El capital —entendiendo las ventajas de una clase obrera educada y saludable— aceptó la construcción de la sociedad de bienestar; mientras, el gobierno no amenazaba el dictado de los empresarios sobre la producción. La hegemonía política favorecía al mundo obrero, pero también facilitó el enriquecimiento de las corporaciones suecas.

Durante más de treinta años, los resultados beneficiaron a las dos partes. También las favoreció que Suecia, tras la Segunda guerra mundial y desde una posición privilegiada, pudo cabalgar sobre una larga ola de bonanza económica internacional hasta principios de los años 70.

Formalmente, el pacto duró setenta años —entre 1938 y 2008. Al final del siglo, LO tuvo que aceptar una renegociación con Näringslivet, basada en la adhesión sueca a la Unión Europea, con sus reglas neoliberales y antisindicales; y en 2008, se sintió obligada a adaptarse a la liberalización del mercado de trabajo.

El Estado sueco de bienestar: la socialización de la distribución

Una característica del modelo sueco es la política de bienestar para todos los ciudadanos, financiada con impuestos progresivos —que todos deben pagar, según sus posibilidades— sobre los salarios e ingresos, sobre el consumo material individual (circulación de mercancías), sobre las ganancias de las empresas y sobre la propiedad inmobiliaria —incluyendo las viviendas particulares. Por el carácter universal de los beneficios, sin diferenciación por el poder adquisitivo individual, el modelo sueco es distinto al de otros Estados europeos que dirigen subsidios y derechos a los necesitados, en vez de a toda la población por igual. Se ha dicho que ello ha facilitado la aceptación, por la clase media, de los altos impuestos para financiar servicios sociales, porque también ella se beneficia; se considera que ha funcionado como un adhesivo social y que, por eso, la sociedad de bienestar sueca ha sido más duradera que otras.

El Estado central, provincial y municipal organizaba y administraba las estructuras del bienestar y la seguridad social: la educación, la salud, los círculos infantiles, la infraestructura técnica, el seguro de enfermedad, las pensiones de jubilación, la licencia de maternidad/paternidad, los subsidios a la infancia y a la construcción de viviendas, etc. Este modelo se fue construyendo y ampliando durante las décadas de bonanza económica. Daba la impresión de que se vivía en el mejor de los mundos, de que era posible dominar políticamente —aun sin tener la propiedad de los medios de producción— a las fuerzas del mercado y del capital, y construir una sociedad de bienestar en el capitalismo.

El reformismo socialdemócrata había ganado aceptación y legitimidad por parte del capital y del movimiento obrero. El primero fue atraído por la posibilidad de posponer o evitar la transición al socialismo; el segundo, por la idea de poder lograrla sin confrontación.

Con el éxito, vino una tendencia a minimizar las limitaciones reales de una sociedad de bienestar en el capitalismo y a ignorar, durante décadas de no confrontación, que la fuerza laboral tenía que subordinarse cada día más a la lógica del capital. Se subestimó el efecto de las formas de producción y el mercado capitalista, y no se tuvo en cuenta el conflicto entre las fuerzas antagónicas; el socialismo fue visto como una forma más racional o justa para las relaciones capitalistas y no para su erradicación.

El modelo se basó en una producción material capitalista y una distribución justa y racional de los servicios sociales administrados por el Estado, responsable, además, de financiar y mantener la infraestructura de redes viales y de ferrocarriles, los servicios telefónicos y de electricidad, la vivienda, la radio y la televisión, el sistema de salud, la educación y la seguridad social. Pero la producción de todo lo material fue encargada al mercado y a las empresas privadas. Con esa formidable base de ganancias crecieron las grandes corporaciones suecas hasta fuera de sus fronteras, y se convirtieron en transnacionales importantes como Asea (ABV), Ericsson, SKF y Volvo.

La división entre distribución social y producción privada ha sido más notable en el sector de la vivienda. La construcción en manos de empresas privadas fue fuertemente subsidiada por el Estado para bajar los costos de inversión de las empresas municipales y cooperativas, a través de las cuales se administraba la distribución de las viviendas. El Estado no tenía acceso a la contabilidad de las empresas y, por tanto, no podía analizar el nivel de ganancias ni detener el permanente crecimiento de los costos. Las empresas de construcción se enriquecieron y se lanzaron con éxito a la competencia internacional. Ya en la década de los 70, Suecia tenía el porcentaje más alto del mundo de corporaciones transnacionales en relación con la población. En el siglo xxi, la mayor parte de esas empresas ha sido absorbida por el gran capital internacional, fuera de Suecia, donde también se quedan ahora las ganancias.

La democracia económica y los fondos de los asalariados

En la década de los 60, el modelo fue desafiado desde la izquierda. Por un lado, una juventud radicalizada a raíz de la guerra de Viet Nam; por otro, los obreros, cuya formación en valores de igualdad y solidaridad chocaba ya con las formas autoritarias y que la democracia se quedara fuera de las puertas de los centros laborales y educativos. Desde finales de ese decenio y hasta los 80, estallaron varias huelgas grandes contra el mando dictatorial en los centros de trabajo y las pérdidas en el poder adquisitivo debido al estancamiento del crecimiento económico. Con esta radicalización general del movimiento obrero se actualizaron las ideas socialistas, y se exigió la nacionalización de bancos, farmacias e industrias; democracia económica y laboral, y desconcentración del poder y la propiedad. En términos de la «democracia de las tres etapas», la económica era un asunto pendiente.

Un hecho decisivo fue que el movimiento sindical obrero, empujado por la base, exigiera, primero, una participación en la toma de decisiones en los centros laborales y las empresas y, después, la creación de fondos de asalariados para participar de las ganancias y ejercer cierto poder sobre las empresas, en calidad de copropietarios. El proyecto fue adoptado en el congreso de LO, en la primavera de 1976, y en el del SAP, en 1978, y significó la ruptura del consenso que había reinado entre sindicato y patronato desde los años 30.

Con el proyecto de los fondos, el movimiento sindical fortaleció su papel como el motor ideológico en la alianza con el Partido. Esto no solamente rompió el consenso con el capital, también actualizó una contradicción entre socialistas «funcionales» y «demócratas» dentro del SAP. La idea había sido de los «demócratas» de LO; los «funcionales» querían limitar el espacio y poder del capital, pero dentro del sistema capitalista.

Los dueños del capital se dieron cuenta de la seria amenaza que significaba este proyecto y protestaron por todos medios contra esta ruptura del consenso. Habiendo perdido el control absoluto, tuvieron que recurrir a la masa de los pequeños empresarios, asustarlos con que Suecia se iba a convertir en una dictadura comunista y movilizarlos masivamente por las calles, y a través de su creciente dominación sobre los medios masivos, captar a la opinión pública con esta ofensiva ideológica y política.

En el otoño de 1976, una coalición de centro-derecha ganó las elecciones y pudo formar gobierno por primera vez en cincuenta años. Tuvo que administrar un país en crisis económica; se había aplacado la larga ola del crecimiento económico de la posguerra. Perdió de nuevo en 1982.

Mientras, la idea de los fondos de asalariados se reformuló en manos del SAP y cambió su carácter. El proyecto adoptado por el parlamento en 1983, cuando el SAP había vuelto al poder, ya no tenía ninguna meta socialista o de poder sindical sobre los medios de producción; más bien se había convertido en una forma de ahorro colectivo obligatorio, impuesto a los asalariados con el fin de contribuir, con capital de riesgo, a una producción en manos privadas.

La apuesta por un instrumento de poder sobre el capital fue abandonada y los fondos fueron disueltos por el gobierno de centro-derecha en 1991. La Central Obrera perdió su papel de vanguardia ideológica y mucho de su poder político.

La dirección socialdemócrata ya había abandonado toda idea de cambio de sistema y nunca más ha permitido que se cuestione la propiedad privada sobre el capital accionista. Al contrario, apoyó la privatización de muchas de las grandes empresas estatales de la infraestructura: transporte, electricidad, comunicaciones, etc. y, con el tiempo, de bases tan importantes de la sociedad de bienestar como la educación, la salud y la seguridad social.

Los medios masivos y la democracia liberal

Desde sus orígenes, el movimiento obrero sueco había creado sus propios periódicos y revistas. Después de la Segunda guerra mundial, tenía un matutino y un vespertino nacionales, y un diario en cada una de las principales ciudades. Pero no podía financiar estos espacios con la venta de anuncios, al estilo de la prensa liberal. El Partido Socialdemócrata, o más bien la Central Obrera —la parte rica de la pareja—, tuvo que cubrir el déficit durante mucho tiempo, consciente de la importancia de tener una voz propia en la formación de la opinión pública y en el fortalecimiento de la autoconfianza de la clase obrera como sujeto para sí.

Pero la competencia asimétrica con los medios financiados con anuncios comerciales, poco a poco fue estrangulando aquellos diarios que llevaban la contraria a la política de los anunciantes. Paralelamente, la dirección de LO y de SAP decidieron que no hacía falta mantener una prensa propia. En las décadas de los 80 y los 90 se cerraron o fusionaron casi todos los periódicos socialdemócratas. De ahí que hoy la inmensa mayoría de la prensa escrita, radial y televisiva predique la política neoliberal y la hegemonía estadounidense.

La cúpula de la socialdemocracia sueca se dejó captar por los cantos de sirena del New Labour de Tony Blair y su «tercera vía», y la «renovación de la socialdemocracia» que, entre otras cosas, proclamaba la aceptación del capitalismo, la democracia liberal/parlamentaria y su globalización, como únicas alternativas tras la caída del Muro de Berlín. Pero la opinión pública y el pueblo no estaban todavía de acuerdo. A pesar de que se escuchaba básicamente una sola voz, proclamando que el único camino era el neoliberal, la mayoría de los suecos se resistían a aceptarlo. Las encuestas mostraban que entre 60% y 70% de la ciudadanía quería seguir pagando impuestos para mantener la seguridad social, la educación y la salud como bienes comunes financiados solidariamente.
La separación entre dirección y movimiento

En la década de los 60, los partidos habían conseguido financiamiento estatal, por lo que ya no necesitaban tanto la contribución de sus miembros. Hace cincuenta años, casi la quinta parte de los hombres y una décima parte de las mujeres pertenecía a algún partido —el SAP era el más grande—; hoy militan solo 5% de los hombres y las mujeres, y casi todos tienen cincuenta años o más. Durante la década de los 90, los partidos perdieron treinta mil miembros por año. El Obrero perdió mucho más que los de centro-derecha. Ahora, más de 65% de la población considera que los partidos no cumplen con sus tareas fundamentales y no inspiran confianza. Pero la mayoría de los electores mantuvo su fe en el modelo sueco de la sociedad de bienestar.

Las organizaciones de masa y los movimientos sociales que tanto han caracterizado la sociedad sueca están perdiendo terreno, y los partidos sustituyen sus miembros con consultores de publicidad. Eso sí, se han convertido en organizaciones de hombres y mujeres de poder. La política se ha convertido en profesión y carrera. Con el abandono del trabajo en la base, sustituido por campañas publicitarias al estilo yanqui, el trabajo político cambió de carácter.

En el siglo xxi se ha establecido un nuevo paisaje político. Su élite se mueve entre la publicidad y el partido, tanto en la derecha como en la socialdemocracia, en vías de carrera entrelazadas. El mejor ejemplo es el mismo Per Schlingmann, ministro de Propaganda de la Alianza de Derecha: empezó su carrera como presidente de la juventud derechista, siguió por un buró transnacional de publicidad, y de allí fue reclutado para el Partido en 2006, y para ministro de Propaganda —oficialmente de Comunicación—, en 2010. Su credo es que la política es comunicación y promoción de visiones. Por esta línea, los funcionarios de publicidad del gobierno han aumentado de unos veinte a ciento cuarenta en los últimos quince años. Y el presupuesto para comprar publicidad de empresas externas aumentó en 119 millones de coronas en cuatro años.

Los ministros son reclutados en las grandes empresas de publicidad, y viceversa. Los ministros de la Alianza de Derecha Carl Bildt, Nyamko Sabuni y Anna-Karin Hatt tenían un pasado semejante. Y entre las grandes empresas de publicidad se puede encontrar ahora al ex primer ministro socialdemócrata Göran Persson, y al ex ministro de derecha Anders Björk. En la empresa Springtime trabajaba la nueva ministra de Igualdad de género, y hacia Prime se fue el jefe del Estado mayor del gobierno de derecha. La lista es más larga.

Según el profesor británico de Sociología Colin Crouch, la élite política vive contenida en su propio mundo donde acapara fortunas cada día más grandes. La política y los políticos están dando vuelta atrás al juego de fuerzas que dominaba antes del nacimiento de la democracia de masas. Crouch llama «posdemocracia» a este fenómeno.[1]

La Unión Europea: el sello neoliberal de la política

El congreso del SAP en 1990 decidió, por gran mayoría, que Suecia no debería entrar en la Unión Europea (UE) porque su base neoliberal era incompatible con la sociedad de bienestar y los derechos laborales conquistados por el país. Medio año después, el primer ministro, presidente del Partido, firmó la solicitud formal del Reino de Suecia de entrar como miembro en la Unión. En el otoño siguiente, el SAP perdió las elecciones y se instaló un nuevo gobierno de centro-derecha con el apoyo parlamentario del primer partido sueco basado en la xenofobia.

Cuatro años después, con mucho dinero y fuertes amenazas, la cúpula socialdemócrata estableció una alianza con todos los partidos burgueses en el poder para lograr, en un plebiscito, un débil 51% a favor de la afiliación de Suecia a la UE. Perdió en el referendo de 2002 sobre la afiliación a la Unión Económica y Monetaria, a pesar de la misma asimetría brutal en el financiamiento de las campañas y en el acceso a los medios masivos. El resultado de la política neoliberal se estaba notando ya en todos los campos, con costos más altos y servicios más huecos.

Y cuando se trató de ratificar la nueva Constitución de la UE (ahora llamada «Convención» para pretender ser menos fuerte), los partidos burgueses y la socialdemocracia estaban decididos a no permitir el referendo, que temían perder. La opinión pública estaba claramente en contra y exigió un referendo, entre otras cosas porque la Constitución de la UE limitaría los derechos de lucha de los sindicatos y obligaría a Suecia abandonar lo que le quedaba del sector público.

Suecia era todavía una democracia liberal. La UE ni siquiera cumple con estos requisitos, por muy pluripartidista que sea.

Los primeros pasos neoliberales de gobierno

El retroceso del modelo sueco había comenzado suavemente con el gobierno burgués entre 1976 y 1982, continuó durante el gobierno del SAP (1982-1991), adelantó rápidamente durante el gobierno burgués (1991-1994) y siguió, a un ritmo más lento, durante el gobierno socialdemócrata (1994 -2006).

Cuando el SAP retomó el poder en 1982, cambió la política financiera e impositiva vigente por una de manipulación de las tasas de cambio para estimular las exportaciones y crear empleo en el país. Comenzó con una devaluación récord y, con ello, una reducción indirecta pero notable de los salarios, lo que amplió las brechas económicas. Así el nivel de empleo podía mantenerse sin necesidad de retar al capital.

Las ideas neoliberales se materializaron después con la desregulación del mercado bancario/financiero en 1985. Para amortiguar el creciente déficit en las finanzas del Estado, el sector público tenía que encogerse.

Aunque no lo sabían, la primera «reforma» lograda en un nuevo consenso neoliberal tocaba al sistema de pensiones por jubilación según el mismo principio que impuso Augusto Pinochet en Chile. Hasta entonces, las contribuciones a las pensiones venían de los impuestos pagados por las empresas en relación con sus empleados. El acuerdo que el gobierno del SAP hizo con los partidos en 1989 —salvo con el comunista, que se opuso— significaba pasar esos fondos al capital financiero según la opción que hiciera cada asalariado en cuanto a consorcios de la bolsa de acciones donde invertir su parte. Se consideraba un derecho y una libertad de cada cual especular con sus pensiones. Fue una inyección enorme a la bolsa financiera y, con el tiempo, una disminución sensible de las pensiones; una estafa colosal que terminaría llevando a una cantidad considerable de jubilados al nivel de pobreza.

Este cambio de hegemonía ideológica expresa un cambio en el balance de poder entre capital y trabajo, y una ofensiva fuerte por la Patronal. Su actuación se produjo en el marco de una estrategia internacional para expandir el capital a terrenos antes cerrados, tanto de Europa —los países del este y los sectores públicos del oeste— como de algunos países del Tercer mundo donde pervivían «conquistas» de posguerra.

Sellado el acuerdo de pensiones, la derecha ganó en las elecciones de 1991.
La crisis económica


Poco después de la victoria electoral de la derecha en el otoño de 1990, llegó la crisis económica más profunda del país en medio siglo. Ya el gobierno anterior, socialdemócrata, había abrazado la llamada política de norma, al priorizar la reducción de la inflación por encima del empleo e introducir la política monetaria, que fijaba la tasa de cambio de la corona al tiempo que soltaba el control de las transacciones financieras internacionales. Junto al fuerte endeudamiento inmobiliario de finales de los 80, ello llevó a una crisis bancaria dramática entre 1991 y 1992. El desempleo aumentó de 1,7% en 1990 a 8,2% en 1994. Pero el gobierno salvó los grandes consorcios bancarios, al borde de la bancarrota, con créditos estatales que costaron miles de millones de dólares a los ciudadanos, que lo financiaban con sus impuestos.

El gobierno inició una serie de recortes fuertes en el sector público (trabajo social, escuelas, atención médica, a los ancianos etc.) y mandó a cientos de miles de trabajadores —sobre todo mujeres— a la cesantía. Introdujo grandes «reformas»: abrió la salud, la escuela y los círculos infantiles a empresas privadas, sin restricciones en cuanto a retorno de ganancias sobre la financiación pública. Según explicó, entregaba así a los ciudadanos la libertad de elegir dónde satisfacer sus necesidades de atención médica, educación y cuidado de niños y ancianos.

Un partido obrero neoliberalizado

A pesar de un desempleo extremadamente alto en relación con lo tradicional en Suecia, el SAP no dio prioridad a este problema cuando volvió al gobierno en 1994. No hizo lo que había prometido y sus electores esperaban: recuperar la sociedad de bienestar. Se mantuvo firme en la llamada política de norma (balance presupuestario, reprimir la inflación, política monetaria), fortalecida con la entrada a la Unión Europea. Pero sí logró avances importantes en asuntos como la emancipación de la mujer y la igualdad de género, los derechos de preferencia sexual, los de las personas discapacitadas, etc. También hizo varios intentos idealistas para contrarrestar la creciente marginalización de los suburbios, la xenofobia y el racismo.

Sin embargo, no rompió con medidas neoliberales como la privatización del sector público. Implementó también en ese sector la doctrina reaganiana del new public management, que se puede resumir en dos tesis: los hospitales, policlínicos, escuelas y cualquier servicio público pudieran ser aún más eficientes si adoptaran el sistema de emprendedores en un mercado donde las autoridades estatales comprarían los productos de los más capaces; y la libertad de los ciudadanos para elegir hospitales, policlínicos y escuelas aumentaría la eficiencia y bajaría los costos. Esto ha revolucionado tanto al sistema, que hoy están en crisis todos los componentes de lo que fuera el sector público sueco: una contrarrevolución solapada.[2]

El desempleo bajó un poco, pero se mantuvo alto con una tasa de entre 6% y 7% en el año electoral 2006. Había un gran descontento, lo suficiente para que también parte de los que siempre habían votado por la socialdemocracia se dejaran llevar por el Nuevo Partido Obrero, como se presentaba la derecha. Ganó bajo ese manto, con la promesa de eliminar el desempleo masivo y la marginalización, y de no tocar algunas sagradas conquistas laborales como los acuerdos colectivos y ciertos aspectos de la seguridad de empleo.

Las elecciones de 2006: ¿cómo pudo ganar la Alianza de centro-derecha?

El partido tradicional burgués (Moderata), después de una enorme derrota en las elecciones de 2002, se dio cuenta de que nunca llegaría al poder si continuaba propagando abiertamente su política de derecha. Una mayoría abrumadora de la población se oponía al desmontaje del Estado de bienestar y del derecho laboral, a pesar de la preferencia masiva que los medios de comunicación daban al consumismo, al mercado y al desprecio hacia la política.

Cuando Fredrik Reinfeldt fue elegido presidente del Partido Moderata, varios comentarios a su discurso se refrían a que con él se ensayaba la receta del conservatismo compasivo. Y como Bush, Reinfeldt decía que tomaría el partido de «la gente común» frente a la élite; que «los moderatas nuevos» eran también el nuevo partido obrero con la meta tradicional del movimiento: la «línea de trabajo» para todos, ya que el Partido Socialdemócrata no había podido erradicar el desempleo masivo en cuatro años.

Y de haber hablado siempre mal de Suecia como un país «casi soviético», los moderatas pasaron al eslogan «Amamos a Suecia». Esto los llevó a su mejor resultado electoral desde los años 30, y aunque tres partidos pequeños de la Alianza perdieron votos, ganaron el acceso al gobierno. El gran misterio es por qué los socialdemócratas no tomaron esto en serio y no reaccionaron cuando la derecha les robó el tema del desempleo y la exclusión, haciéndose pasar por los que se preocupaban en serio por el descontento de la gente. La Alianza consiguió 48%, y la socialdemocracia, con sus partidos de apoyo —Izquierda y Ambientalista—, 46% de los votos.

No fue la clase obrera en primer lugar —es decir, los afiliados a la Central Obrera— la que abandonó al SAP, sino una parte de la clase media, por la que tanto se habían esforzado los socialdemócratas, la que votó para mostrar, sobre todo, su descontento con el presidente del Partido, Göran Persson, a quien los medios masivos habían logrado difamar. SAP también perdió un pequeño grupo de obreros jóvenes en pequeñas ciudades, los cuales votaron por el partido xenófobo Sverigedemokraterna (Demócratas Suecos).

Resultado: la abuelita muestra sus dientes

Los días que siguieron a las elecciones, la incógnita era si la Alianza se apresuraría en dar el golpe de gracia al sistema, o si se lo tomaría con calma, apuntando a ganar las elecciones de 2010. Hubo respuesta cuando el gobierno y el presupuesto fueron presentados. Era una política de derecha, clásica y radical: elevación drástica de las tarifas del seguro de desempleo y de tráfico; eliminación del derecho a la deducción de impuestos por la cotización sindical y de los subsidios para la construcción de viviendas; recortes a las reposiciones a los desempleados, a las retribuciones por seguros de maternidad y paternidad, y al seguro por enfermedad (en dinero y tiempo); reducción del impuesto sobre la riqueza privada y la casa propia (50%) y sobre el ingreso; subsidios al empleo de sirvientas en las casas de la burguesía; venta de empresas estatales por unos siete mil millones de coronas anuales; cierre del Instituto Nacional del Trabajo, del Instituto Nacional para la Protección de Animales, de la Dirección Nacional de Integración; disminución de la cotización patronal, etcétera.

Era un presupuesto de lucha de clases, de castigo a los desempleados —que aumentaron por los recortes de los presupuestos para salud y educación— y a los enfermos. Una declaración de guerra contra el movimiento sindical, una política de privatizaciones masivas para robarle al pueblo la propiedad común; una política de más dinero para los ricos, de abrir nuevos mercados para las empresas privadas de seguros y de una escalada en la contaminación del medio ambiente.[3]

No fue el «discreto encanto de la burguesía» el que caracterizó la formación del nuevo gobierno, sino los evasores de impuestos y tarifas, la clase alta que estafa a sus sirvientas negándoles el seguro social y haciendo que otros paguen sus pensiones, escuelas, visitas al hospital y el mantenimiento de las carreteras por la cuales avanzan. Así empezaron y han seguido con una ola masiva y acelerada de privatizaciones de la salud, la educación y las empresas municipales de la vivienda. Esto ha significado una escalada de la segregación urbana, con gentrificación de los barrios centrales y atractivos, y división entre escuelas de calidad alta y baja. Vendieron a precios de liquidación hospitales y clínicas a empresas privadas que los mantuvieron funcionando con los ingresos del seguro de salud. El desempleo subió a 8%.[4]

En vísperas de las elecciones de 2010, el Partido Socialdemócrata vio un aumento de apoyo en las encuestas, que daban un balance de 55-45 a favor de la oposición en su conjunto: el SAP (44%), sin presentar realmente ninguna alternativa a la política de gobierno; y la izquierda y los ambientalistas, con 5% cada uno. Pero por mal manejo político y con una campaña mediática en su contra, perdieron de nuevo. La Alianza ganó con su consigna «Suecia, el país de avanzada» y en su congreso de 2011 adoptó un nuevo programa que proclamaba: «Tomando responsabilidad por toda Suecia. Trabajo, bienestar y protección».

Un modelo y un partido «renovado»

El nuevo programa de los moderatas fue presentado en 2011, asumiendo todas sus palabras de valores socialdemócratas: un partido que representa el interés común, con las metas de empleo pleno, fuerte cohesión social y solidaridad internacional. No importa que eso contradiga «el individualismo» (el cuento y la emoción son lo que vale):

Gracias a su franqueza, individualismo y economía de mercado, Suecia se ha convertido en uno de los mejores países del mundo. Con el bienestar que viene con la libertad hemos podido aumentar la seguridad y con la educación, la salud y el cuidado social/humano [hemos] podido crear una de las sociedades más cohesionadas del mundo […] Los moderatas queremos seguir construyendo sobre los valores que muchos reconocen como típicamente suecos.[5]

Según esta propaganda, el consenso y el bien común son la base para todo su proyecto. El ministro de Propaganda afirma que Suecia nunca ha sido socialdemócrata y que

muchos conceptos que se asocian con Suecia, el modelo sueco, las reformas de bienestar y crecimiento económico, son valores suecos que los socialdemócratas representaban en el tiempo de posguerra y que muchos se dan cuenta que nosotros representamos ahora. Cuando leí el libro de Trägårdh/Berggren me di cuenta de que ofrecieron un pedazo muy importante del rompecabezas sueco.[6]

En 2006, la derecha había robado de la socialdemocracia su «línea de trabajo», un tesoro viejo, y ahora se apoderaba también, abiertamente, del Estado de bienestar.

El genio salió de la botella

La razón de ser del Estado de bienestar era que podía hacer el futuro más previsible, y las fallas, menos fatales. El poder del capital fue empotrado en la sociedad con reglas, organizaciones sindicales y una cultura de consenso. Pero con la globalización del capital, el genio salió de la botella, y tanto la política como los sindicatos quedaron fuera del poder.

La desigualdad estalló, pero los problemas fueron individualizados. Cada quien era responsable de ser apto a emplearse, ahorrar un sueldo anual en el banco y hacer ejercicios para trabajar hasta la vejez.


[1]. Véase Colin Crouch, Postdemokrati, Daidalos, Suecia, 2011.

[2]. Véase Eva Björklund, «La (contra) revolución en el sector público», Dagens Nyheter, 22 de junio de 2013.

[3]. Véase Anne-Marie Lindgren, «La ola de privatizaciones», Tiden, 3 de abril de 2013.

[4]. Véase Eva Björklund, «En el país menos desigual: Las diferencias han aumentado más rápido», Informe OECD, 15 de mayo de 2013.

[5]. Claes Lönegard, «Propagandaministers Plan», Fokus, 21 de febrero de 2011.

[6]. Véase Per Svensson, «Striden om den Nordiska Modellen», Magasinet Arena, 14 de febrero de 2013, disponible enwww.dagensarena.se/magasinetarena/historicatarna-striden-om-den-nordiska....

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