Los inversionistas han sido cautelosos a la hora de apostar a empresas de tecnología desde la burbuja puntocom, cuando startups sin ingresos y valoraciones altísimas desaparecieron casi de la noche a la mañana luego de que los mercados entraron en razón. Y si definimos “burbuja” como una burbuja del mercado bursátil, no hay una actualmente en el sector tecnológico.
Eso no cambia el hecho de que el dinero se está volcando a startups, y éstas lo están gastando sin reparos, ya sea en beneficios para empleados de alto valor o alquileres récord de oficinas en San Francisco y otros lugares.
“Hay bolsones de exuberancia”, afirma Scott Kupor, socio gerente de la firma de capital de riesgo Andreessen Horowitz. “Sin dudas hay algunas (valoraciones) que te dejan perplejo”.
Lo que es distinto en 2014 frente a la burbuja que llegó a su clímax en 2000 es la forma en que el dinero está llegando a esas empresas. Grandes cantidades de capital —incluidos de inversionistas institucionales y fondos soberanos— buscan retornos en momentos en que las tasas de interés están en casi cero. Han descubierto que una forma de conseguirlos es financiando compañías que recién empiezan, antes de que salgan a bolsa. Esa es la explicación breve para las valoraciones estratosféricas de empresas como Uber Technologies, cuyo valor nominal es US$40.000 millones.
La forma en que el juego del capital de riesgo funciona tradicionalmente es que una cantidad limitada de socios que poseen todo el dinero se lo entregan a inversionistas de riesgo, que se supone que tienen todo el conocimiento necesario.
Ahora, todos se consideran a sí mismos expertos en qué empresas de tecnología merecen dinero, y cuánto. Los inversionistas de capital de riesgo convencionales buscan enormes ganancias cuando se retiran de una inversión, para compensar pérdidas en la mayoría de las empresas que financian. No obstante, los grandes inversionistas institucionales de hoy están contentos con retornos que superen el del mercado bursátil en general, dice Kupor. Así que se vuelcan por esta opción.
Como señaló Mark Suster, socio de la firma de capital de riesgo Upfront Ventures, en una publicación en un blog en julio, los fondos de inversión e incluso las grandes corporaciones están realizando inversiones antes de que las empresas salgan a bolsa de formas que están expandiendo la cantidad de dinero disponible y dejando de lado a inversionistas de riesgo tradicionales.
Inversionistas más pequeños también están ingresando en el juego, a través de etapas de capital semilla. Esa tendencia probablemente se acelerará, gracias a las estipulaciones de crowdfunding de una ley estadounidense que pronto le permitirá a cualquiera participar en las primeras rondas de financiación.
Muchos fundadores de startups consideran que esta inversión es necesaria para captar mercados antes que sus competidores, conforme compiten por usuarios y se apresuran para tener una presencia en la pantalla de inicio de los smartphones. Pero también significa que estas empresas nuevas están perdiendo dinero aún si tienen considerables ingresos, porque están usando sus reservas para comprar cuota de mercado. En ese sentido, 2014 no es tan distinto a 2000.
Lo que es distinto es básicamente todo lo demás: casi todas estas empresas insisten en que no podrían ganar dinero si quisieran. La “economía por unidad” de sus modelos de negocios funciona, se dicen a sí mismos y a sus inversionistas, lo que quiere decir que al menos no están perdiendo dinero en cada transacción.
De todas formas, están perdiendo dinero en otras cosas, ya sea ventas y marketing, o gasto de capital para comprar o forjar activos que luego puedan convertir en servicios, que muchos venden mediante suscripciones.
“En este momento el dinero sin dudas persigue el crecimiento”, dice Brian O’Malley, socio de la firma de inversión de riesgo Accel.
Aquí es donde me pongo escéptico. Todas las empresas de tecnología populares en las que puedo pensar, desde gigantes de la “economía compartida” como Uber y Airbnb a compañías de tecnología financiera como Hortonworks (analítica de datos) y Lending Club (financiación entre pares) enfrentan amenazas que los podrían llevar a valoraciones menores a las actuales. Esas amenazas incluyen regulación y competencia, pero la mayor es la misma de siempre: que no haya suficientes personas y empresas dispuestas a compras sus productos.
Y algunas de estas empresas, como la startup de alquiler de oficinas WeWork, dependen de un mercado que podría contraerse violentamente durante una recesión.
Muchas podrían salir a bolsa en 2015. Box (firma de almacenamiento), Uber y decenas de otras han indicado que preparan una salida a bolsa, o al menos se rumorea. Hay un récord de 48 empresas de capital cerrado en EE.UU. valoradas en US$1.000 millones o más, según Dow Jones VentureSource. Un puñado será comprado por compañías que cotizan en bolsa que aprovechan sus propias valoraciones relativamente generosas, pero muchas tendrán que hacer una oferta pública inicial de acciones para pagarles a los inversionistas de sus primeras etapas.
Nouriel Roubini Bloomberg News
El mercado alcista se acabará en algún momento. El economista Nouriel Roubini ha vaticinado una caída en algún momento de 2016 y le dijo a Yahoo Finance que las acciones de tecnología y medios sociales están especialmente sobrevaloradas.
Al otro lado, están los inversionistas que apuestan a que las startups de tecnología están creando valor duradero, y que pueden sobrevivir a cualquier desaceleración, o al menos a que los que se sumaron previo a la salida a bolsa podrán salir antes de que se produzca el bajón.
No es que no les crea a todos estos honestos promotores de las transformadoras empresas de tecnología. Concuerdo con el teórico social Jeremy Rifkin, quien sostiene que estamos en una “tercera revolución social”, para la cual estas compañías están sentando las bases. Sólo que no estoy seguro de que los intereses a corto y mediano plazo de estos inversionistas que llegaron antes de la salida a bolsa coincidan con los de los inversionistas del “dinero tonto” que se supone que les van a quitar las empresas de las manos.
Por eso instaría a la cautela a cualquiera que considere estas compañías, en cualquier etapa. Hoy en día es común hablar sobre si una startup está en línea con sus “comparables”, en términos de ingresos y gastos, pero esa medición está desconectada de los indicadores esenciales en un mercado que se está sobrecalentando. Cuando se produzca la corrección —y sucederá— las primeras cabezas que rodarán son las de las empresas cuyos mercados no eran, en retrospectiva, tan grandes como se afirmaba.
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