Paola Subacchi is Research Director of International Economics at Chatham House and Professor of Economics at the University of Bologna.
LONDRES– Abandonar el centro de atención nunca es fácil. Los Estados Unidos, como muchas celebridades entradas en años, están esforzándose para compartir el escenario con nuevas caras, sobre todo China. Las próximas reuniones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones dominadas por los EE.UU. y sus aliados occidentales, brindan una oportunidad ideal para cambiar esa situación.
Los EE.UU. deben aceptar la realidad de que el mundo ha cambiado. Cuanto más tiempo persistan los EE.UU. con una actitud de negación, más perjudicarán sus intereses y su influencia mundial, que sigue siendo importante, aunque más limitada que antes.
El mundo ya no se atiene al orden estático de la Guerra Fría, con dos bloques encerrados en una confrontación declarada, pero cautelosa. Tampoco actúa conforme a la Pax Americana que imperó en el decenio posterior al desplome de la Unión Soviética, cuando los EE.UU. surgieron brevemente como la única superpotencia.
El mundo actual está regido por un orden multipolar, que surgió del ascenso de economías en desarrollo –y muy en particular China– como participantes importantes en el comercio y las finanzas. Ahora los EE.UU. –por no citar los demás países del G-7– deben competir y cooperar no sólo con China, sino también con la India, el Brasil y los demás mediante foros ampliados como el G-20.
Para ese fin, los EE.UU. deben dar muestras de capacidad de dirección y adaptabilidad. No pueden negarse a apoyar los intentos de China de aumentar su papel en la gobernación mundial. Tampoco deben dar duras reprimendas a sus aliados cuando no siguen su ejemplo, como hicieron cuando el Reino Unido anunció su intención de unirse al nuevo Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras, encabezado por China.
Los EE.UU. parecen empantanados en el sistema de Bretton Woods, el orden basado en normas y sustentado por el FMI y el Banco Mundial, con el dólar de los EE.UU. en su centro, que surgió después de la segunda guerra mundial. El sistema de Bretton Woods institucionalizó la supremacía geopolítica de los Estados Unidos, con lo que la antigua potencia imperial, el Reino Unido, hubo de apartarse a un lado, cosa que hizo con elegancia, aunque con cierta desesperación, dada su grave situación económica en la posguerra.
Sin embargo, con el paso de los años el sistema de Bretton Woods, con su combinación de multilateralismo liberal y políticas económicas orientadas al mercado, ha llegado a simbolizar el predomino angloamericano en la economía mundial que gran parte del mundo critica ahora, en particular desde la crisis financiera mundial. En particular, el Consenso de Washington, el conjunto de principios de mercado libre que influye en las políticas del FMI y del Banco Mundial, los EE.UU. y el Reino Unido, ha provocado un considerable resentimiento, en particular después de la crisis financiera asiática del decenio de 1990.
Sobre ese telón de fondo, no es de extrañar en absoluto que China haya estado utilizando su influencia mundial en aumento para contribuir a engendrar un nuevo orden económico en el que el dólar no impere supremo. Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China, el banco central de China, ha pedido repetidas veces la substitución del sistema monetario internacional por otro que permita la utilización de múltiples divisas para los pagos y las inversiones. Semejante planteamiento reduciría el riesgo y las repercusiones de las crisis de liquidez, además de desvincular el sistema monetario internacional de las “condiciones económicas y los intereses soberanos de país particular alguno”.
Naturalmente, China cree que su divisa, el renminbi, debería llegar a desempeñar un papel central en su nuevo sistema monetario para que refleje el papel de China no sólo como destacado motor del crecimiento económico mundial, sino también como mayor acreedor del mundo. De hecho, junto con las demás economías sistémicamente importantes (los EE.UU., el Reino Unido, el Japón y la zona del euro), China rige tendencias que, para bien o para mal, se extienden allende sus fronteras.
Desde 2009, los dirigentes de China han estado aplicando un conjunto de políticas que fomentan la utilización del renminbi en el comercio regional y reducen su dependencia del dólar en materia de pagos internacionales, pero el aumento del papel del renminbi en el sistema monetario internacional es tan sólo el primer paso hacia la institucionalización de un orden mundial multipolar. Además, China ha encabezado la creación de nuevas instituciones multilaterales y el BAII ha seguido los pasos del Nuevo Banco de Desarrollo, creado junto con otras grandes economías en ascenso (el Brasil, Rusia, la India y Sudáfrica).
Al dar esos pasos, los dirigentes de China han señalado la insuficiencia del sistema monetario internacional y su marco institucional en la compleja economía multipolar mundial. En particular, en el programa de China se ponen de relieve cuestiones sobre la capacidad de los Estados Unidos para facilitar la liquidez necesaria a fin de apoyar el comercio y las finanzas internacionales.
Desde luego, los EE.UU. tienen razón en preguntarse si el nuevo orden que China aspira a construir será tan abierto y basado en normas como el encabezado por los EE.UU., el que brindó a China el acceso a los mercados que necesitaba para lograr su espectacular ascenso económico, pero la respuesta a esa pregunta sólo se puede encontrar logrando la cooperación de China para la reforma de la gobernación mundial, en lugar de negar que el cambio sea necesario siquiera.
Cuando los EE.UU. aplican tozudamente una política de contención con China, ejemplificada en su lucha contra la creación del BAII, sus implacables acusaciones de manipulación de su divisa y su negativa a ratificar las reformas del FMI que aumentaría la influencia de China, se arriesga a perder su capacidad para dar forma al futuro. El resultado podría ser un mundo de bloques fragmentados que socavaría no sólo la prosperidad mundial, sino también la cooperación en materia de imperativos compartidos.
Las reuniones de primavera del FMI y del Banco Mundial ofrecen una importante oportunidad de señalar una nueva actitud para con China y no podría haber señal más creíble que el apoyo de los EE.UU. a la inclusión del renminbi en la cesta de divisas que el FMI utiliza para valorar su activo internacional de reserva, los derechos especiales de giro. La atención volverá a estar centrada en los Estados Unidos, pero, ¿cómo actuarán éstos?
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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