Gracias al dinero que reportaban los sorteos, el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda ejecutó varios proyectos habitacionales de calidad. Foto: Jorge Luis Baños
La Habana, 18 abr.- En una sorprendente sugerencia, una revista católica lanzó recientemente la idea de que la institucionalización de una lotería nacional, proscrita en Cuba desde hace más de cuatro décadas, pudiera constituir un mecanismo de recaudación monetaria estatal que respalde el proceso de actualización económica.
Jorge Domingo Cuadriello, autor del artículo ¿Debe legalizarse en Cuba la lotería?, sostiene que aplicada de una forma moderada y bajo estricta supervisión fiscal, ese juego de azar podría reportar dividendos significativos, como ocurre con los gravámenes que se aplican por la venta de bebidas alcohólicas y cigarrillos.
Cuando se ejerce una rigurosa fiscalización de los mecanismos y de los ingresos de la lotería las posibilidades de que esta sirva como manantial de corrupción se reducen al mínimo y no resultan mayores que las de cualquier banco o empresa, opina Cuadriello en un documentado escrito publicado en una reciente edición de la revista Espacio Laical.
Recuerda que en España, por ejemplo, los beneficios de algunos sorteos contribuyen a ayudar económicamente a los invidentes. En varios estados de Estados Unidos se emplean en el sector educacional y en otros países se destina una parte de las ganancias a obras benéficas como hogares de niños sin amparo filial y residencias de ancianos.
El sistema de juegos de azar al cual pertenece la lotería, y que también integran el dominó, los naipes, la canasta, el billar, el bingo, las chapitas y los dados, entre otros, se encuentran enraizados en la conformación de la nacionalidad cubana.
De la apasionada vocación de muchos cubanos por los recursos para tentar la suerte pudieran responsabilizarse a los españoles y los chinos, quienes trajeron desde la baraja, los primeros, hasta el muñeco de la charada, los segundos.
La lotería, denominada “la esperanza del pobre”, ha contado históricamente con un gran arraigo entre las capas más bajas de la sociedad, desde los tiempos de la dominación colonial española (1509-1898), indica el autor del texto.
En 1812 se constituyó de modo oficial la Real Lotería de la Isla de Cuba, institución que dedicaba un porcentaje significativo de lo recaudado a obras sociales o humanitarias. Sin embargo, la lotería también pasó muy pronto a ser un medio para obtener prebendas y ganancias ilícitas, lo cual le granjeó innumerables detractores.
Durante el período republicano (1902-1958), la lotería fue combatida por el Movimiento de Veteranos y Patriotas, por intelectuales como el historiador de la Ciudad de La Habana Emilio Roig de Leuchsenring y por otras personalidades interesadas en el rumbo ético de la sociedad cubana.
No obstante, a lo largo del país florecieron puntos de venta de bonos, el billetero se convirtió en un personaje popular ineludible y los niños de la Casa de Beneficencia continuaron encargados de la labor de extraer del bombo los números agraciados por la suerte.
Con el triunfo revolucionario de enero de 1959 algunos casinos fueron asaltados y destruidos por la multitud que tomó las calles, pero continuaron su normal funcionamiento las vallas de gallos, las carreras de caballos y la Lotería Nacional, que poco después pasó a ser administrada por el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV), recuerda Cuadriello.
Gracias al dinero que reportaban los sorteos, la entidad dirigida por Pastorita Nuñez (1921 – 2010) ejecutó varios proyectos habitacionales con elevada calidad arquitectónica, si bien otros, mucho más ambiciosos, quedaron en los planos, apunta.
El artículo subraya que la lotería quedó suprimida de manera oficial ante el avance de la educación socialista, donde resultaba primordial el estímulo del trabajo y la productividad, la formación de una nueva conciencia ciudadana y la erradicación de rezagos del capitalismo.
Resultaba incongruente convocar movilizaciones de trabajo voluntario, apelar a los estímulos morales y fomentar el estudio y el trabajo, y, por otro lado, premiar con una elevada suma de dinero a algún desocupado que había tenido la fortuna de adquirir el bono que obtuvo el premio, añade el autor de escrito.
Aunque los juegos de azar resultan ilegales en la Mayor de las Antillas y están perseguidos, en el caso de la lotería subsiste una notable red subterránea de bancos particulares, apuntadores y jugadores quienes, de manera sigilosa, toman como referencia los sorteos oficiales efectuados en Venezuela o en México, conocidos a través de la radio.
El autor advierte que los juegos prohibidos mueven diariamente decenas de miles de pesos a lo largo del archipiélago “en medio de las sombras, sin que el Estado ni ninguna entidad, oficial o no, reciba beneficios”. (2015)
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