Por: Michel Contreras
Foto: Katheryn Felipe.
Desde que Capablanca asombró a todos con su capacidad para el asombro, ningún cubano se adentró tanto en el reino de Caissa como Leinier Domínguez. El güinero no ha sido –y muy probablemente nunca sea- campeón del mundo a ritmo clásico, ni ha pasado varios años invicto, ni sus contrarios le han colgado apodos del tipo de “la máquina del ajedrez”.
Capablanca era genio y figura. Un fenómeno en toda la esdrujulez de la palabra. Leinier Domínguez, no. A simple vista, y más allá, es un hombre tan común como el vecino de los bajos, o como aquel tranquilo condiscípulo de cuyo nombre no nos acordamos. Ha estado incluso entre los diez mejores del planeta, pero puede pasar inadvertido. Sabe desaparecer, diría Martí.
No habla, sino susurra. Debajo de una gorra de los Cardenales de San Luis, detrás de unos espejuelos que delatan el desgaste del estudio minucioso, delante de los ojos de la gente, encima del caballo de los éxitos, es el mismo muchacho que aprendió el ajedrez en un pueblito de la antigua Habana. Tal parece que prefiere no ser reconocido, que aún no se acostumbra al fárrago de la celebridad. Hay quien nunca lo hace.
Criticado por quienes desconocen que ganar en el alto nivel es tan difícil como acostarse con Angelina Jolie o apalear a Clayton Kershaw, Leinier Domínguez se me antoja un personaje tan centrado en su tablero que carece de tiempo e intenciones de mirar a los lados. Mucho menos ahora que le ha nacido Sebastián y que los compromisos internacionales cada vez son más frecuentes. Casi sin inmutarse (y digo casi para no ser absoluto), me responde el improvisado cuestionario que le suelto en el lobby repleto de un hotel de Ciego de Ávila.
¿Por qué las personas se molestan cada vez que acuerdas tablas?
-Creo que tiene que ver más con el nivel al que me enfrento que con una actitud mía o un estilo de juego personal. La oposición es muy dura, con jugadores muy fuertes y bien preparados. Es difícil desequilibrar partidas a ese nivel. Los cubanos por supuesto miran mis estadísticas, pero si analizan las de otros ajedrecistas, encontrarán una situación muy similar, con un por ciento significativo de partidas entabladas*. Por supuesto, cuando juego torneos que son de otra categoría los resultados cambian para bien, pero en Grand Prix, Wijk aan Zee y ese tipo de eventos, la historia es muy compleja.
Muchos, y a veces hasta con razón, te achacan cierta tendencia a acordar tablas rápidas…
-Desde que se implantó la Regla Sofía son pocas las partidas que terminan en menos de 30 ó 40 jugadas. En muchos certámenes mis juegos son peleados hasta el final. El caso del Capablanca es atípico, pues todavía se disputa por el sistema anterior. Pero te digo, mis tablas ‘sin jugar’ son aquellas en las que me enfrento a ajedrecistas que son mis amigos o se preparan conmigo, como Bruzón o Peter Leko. Creo que un alto por ciento de mis compromisos en este quinquenio han sido discutidos hasta el final.
¿Entonces no te consideras poco combativo?
-Para nada. Prácticamente siempre trato de ganar.
¿Te sientes demasiado exigido por el público?
-Es que me asignan un nivel que yo no tengo. Mi ELO ha fluctuado en los últimos años entre 2720 y 2760 en el mejor momento, y ese es mi rango, no el de los jugadores de 2800. No soy de los Top Five. Yo no soy Carlsen, ni tampoco Caruana. Entiendo que la gente quiere que yo gane. Yo también quiero hacerlo, pero objetivamente no tengo razones para esperar llegar a un torneo con media de 2750 y empezar a ganar un día detrás de otro.
¿Podrías alcanzar algún día ese nivel, o será que ya tocaste el techo?
-No creo haberlo tocado. Hay cosas que puedo hacer para mejorar, pero no tengo todos los medios para lograrlo. Aunque quién sabe, tal vez si entrenara a tope y en mejores condiciones, con un equipo de trabajo completo y demás, tampoco es seguro que alcanzaría los resultados que muchos me reclaman.
¿Qué hace falta para llegar a ser un jugador de 2800?
-Lo principal es el trabajo. Se necesita un entrenador sólido, varios analistas de fuerza… equipos profesionales que te llevan a una preparación superior. No obstante, eso no puede hacerlo todo el mundo, porque es muy costoso. Kasparov lo tuvo en su momento. Kramnik lo tiene. Anand, Topalov, Carlsen… ellos también. Pero no son tantos.
Últimamente se te han escapado varios contrarios en los finales. ¿Qué ha pasado?
-Pienso que no se ha debido a deficiencias técnicas, sino a problemas con la administración del tiempo, que siempre ha sido uno de mis puntos débiles. En eso tengo que mejorar, porque me apuro con el reloj en casi todas las partidas y eso trae como consecuencia malograr ventajas o perder cotejos igualados.
¿Cómo se explica que un excampeón del mundo de Blitz tenga problemas con el tiempo?
-Eso pasa a menudo. Por ejemplo, Grischuk es un gran jugador de Blitz que con frecuencia sufre con el tiempo. No sé en qué va eso. En mi caso particular tiene que ver con la falta de juego que me ha marcado en los últimos años.
¿Te gusta el ajedrez rápido o podrías pasarte la vida jugando a ritmo normal?
-También me gusta mucho el Blitz. Yo me crié en Güines jugando Rapid Transit, como le decíamos antes. Es algo que se disfruta bastante, exige más adrenalina y aporta más espectacularidad.
¿Se conserva la calidad de esa fecunda escuela de Güines?
-Se ha perdido. El movimiento que había antes ya no existe. No están aquellos entrenadores de entonces, ni existe el mismo ambiente. Valdría la pena recuperar lo que hubo, pues no por gusto de ese período salimos Aryam Abreu, Holden Hernández, Orelvis Pérez, Carlos Manuel López, yo… El secreto de todo está en los entrenadores, hay que buscar el modo de estimularlos o volver a motivarlos. Sobre la base de tener un buen entrenador en cualquier academia –como antes tuve yo a Raúl Pérez-, se hizo grande la escuela soviética.
A mi modo de ver, otra de tus limitaciones es el repertorio de aperturas…
-En un tiempo lo fue. He trabajado seriamente con eso y lo he ampliado un tanto desde el Grand Prix de Tbilisi para acá. Incorporé sistemas con blancas como el Peón Dama, y con negras he recurrido más a la Nimzo-India. Se trata de hacerse menos predecible, aunque obviamente eso tiene el peligro inherente de que a medida que incorporas líneas, existen menos posibilidades de conocerlas a plenitud.
¿Prefieres los torneos individuales o por equipos?
-A los dos les encuentro atractivo. El por equipos tiene ese sabor de la parte colectiva, el espíritu de reunirse, de no solo velar por tu resultado personal sino por el de todos. Puede que sea hasta más emocionante que el individual.
¿Eres un jugador definitivamente posicional?
-Creo que sí. Mi estilo ha cambiado, porque antes era más dado a la táctica, al juego más combinativo, pero con el tiempo hice más énfasis en la técnica.
¿Sigue siendo Fischer tu jugador favorito?
-Sí. Aunque me gustan mucho Capablanca y Kasparov.
Dime un torneo de muy grato recuerdo…
-El Grand Prix de Salónica, hace dos años.
Y uno muy doloroso…
-Han sido varios. Me quedo con el Corus 2009 donde perdí la ronda final ante Karjakin. O el Grand Prix de Bakú 2014.
¿Qué te sucede contra Carlsen?
-Siempre fue incómodo, incluso antes de ser tan fuerte como ahora. Hay jugadores que se te hacen más difíciles, todo el mundo tiene sus verdugos en este sentido. He tenido posiciones ventajosas ante él, como en Biel 2008, pero se me escapó y por ese camino se me fue el torneo. También en Sofía 2009 pude vencerlo y no sucedió así.
Y con Baadur Jobava, cuyo nivel es inferior al tuyo, ¿por qué pierdes tanto?
-Desde la misma apertura suele alcanzarme posiciones cómodas, tal vez haya algo de sicológico en eso.
Aparte de ellos, ¿con quiénes no deseas enfrentarte?
-Los jugadores de la elite todos son incómodos, con ellos sientes la presión muy temprano, crean problemas desde los movimientos iniciales y te tienes que emplear a tope todo el tiempo para resolver esas dificultades. Aronian es de esos. Ivanchuk, cuando está en forma, también.
¿En qué fases del juego te consideras más sólido?
-En realidad, cuando me comparo con los cinco mejores del mundo me veo flojo en todas las fases. Me he esforzado mucho por perfeccionar cada una de ellas, aunque siento que la apertura y el medio juego se me dan mejor.
¿Cuántos ajedrecistas de 2700 has derrotado?
-No llevo esa estadística. Pasan de la decena, pero el dato exacto lo desconozco.
Tu hijo Sebastián, ¿te gustaría que jugara ajedrez?
-Sí, porque tendría lo que yo no tuve, un maestro a tiempo completo. Si tiene talento podría llegar lejos. ¿Por qué no?
Hay un momento que el ajedrez deja de ser un hobby para convertirse en un medio de vida. ¿Eso te ha restado amor por el juego?
-Yo sigo siendo fanático del ajedrez, leo mucho y cuando no estoy jugando suelo tener en mente una posición interesante o alguna idea que quiero sacar adelante. Es verdad que trato de mantener una vida balanceada, no concentrarme solo en el tablero para dedicarle tiempo a la familia, pero me parece que voy a jugar hasta que sea viejo, y si dejan de aparecer los resultados, lo haré de todos modos por entretenimiento.
*Un repaso a la base de datos del sitio www.chessgames.com muestra que Leinier Domínguez empata el 60.1 por ciento de sus enfrentamientos. Nada alarmante, si tomamos en cuenta que figuras como el otrora titular del mundo Vladimir Kramnik y el retador de la corona Boris Gelfand exhiben idéntico registro de 57.7%. Y que un as de la talla de Peter Leko entable el 62.9% de sus partidas.
En el post mortem de una partida, con el campeón nacional Isán Ortiz. Foto: Katheryn Felipe.
Siempre monitoreado por el resto. Foto: Katheryn Felipe.
Observando un cotejo del ruso Dmitry Andreikin (de frente). Foto: Katheryn Felipe.
Compartiendo con un aficionado. Foto: Katheryn Felipe.
¿Futuro Gran Maestro? Foto: Katheryn Felipe.
Progresión del ELO entre julio 2013 y julio 2015. Fuente: FIDE.
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