Decenas de escritores y escritoras de América Latina, algunos con obra reconocida, otros queriendo ajustar sus primeros libros, echando a rodar el primer cuento hacia el concurso; poetas que quieren narrar, historiadores y filósofos que se aventuran a entrar en la literatura. Todos convocados para ganar un premio que lleva su nombre y su aura.
Por TUNUNA MERCADO*
Julio Cortázar, escritor argentino cuyo nombre lleva uno
de los concursos de cuentos más importante de
Iberoamérica.
(Foto: autor no identificado)
Cortázar –corteza de árbol. Tal vez de un álamo que ha crecido para llegar a ser cuerda que vibra, o tubo de órgano que sopla en el viento, o saxo que ritma el sonido de un blues. Hombre de
altura que puede mirar en redondo en su marcha por las ciudades, Paris, México, La Habana, Buenos Aires, para llegar a la mesa del café, para conversar con alguien que lo espera o borronear imágenes en su cuaderno de notas.
Paris, mayo de 1968. Cortázar en las manifestaciones con otros latinoamericanos y argentinos que pueden sentir entonces la conmoción libertaria en las aulas y en las barricadas. La dictadura de Ongania nos había expulsado de las universidades, estábamos en duelo por la muerte del Che, apenas arraigados en una universidad del Este de Francia. Y, de pronto, el gran estallido, con la consigna “la imaginación al poder”. Cortázar presente en las asambleas, en la Ciudad Universitaria. Visionario también por su altura universal.
Tununa Mercado junto a su esposo, el también escritor
y amigo de Cortázar Noé Jitrick. (Foto: unc.edu.ar)
Años después, ya en el 70 y en Buenos Aires, otra imagen. Él y Noé –mi marido– van en busca de nuestra hija al jardín de infantes. Yo, en la cocina doy los últimos toques a la carne. Cuenta Noé que en el recorrido Cortázar llevaba a la niña de la mano. El trío llamaba la atención, el hombre gigante y la niña. Él ya es famoso, con perdón de la palabra fama. Noé se regocija por verlos, presenciar ese trayecto paternal de su hija con Julio por el barrio.
Ya en la casa, unas copas, una picada criolla, la gata que se sube a la falda de Julio, por afinidad. Ronronea. Ha percibido las erres francesas y sabe que él es un gato de patas largas, De pronto él pregunta si la comida tiene ajo. No puede comer ajo. Momento fatal. El recurso clásico: una ensalada, huevos fritos y el postre.
Última escena. Acto masivo en el Anfiteatro Che Guevara, de la Universidad. La gente quiere llegar a él, quiere su firma en el libro recién comprado o en el viejo ejemplar de Rayuela, sobado, lleno de marcas y subrayados. Su cabeza sobresale en la multitud.
Quise evocarlo para que quien pueda decir hoy: “Me gané el Premio Cortázar”, sepa y sienta que el galardón es de altura.
*Destacada periodista y escritora argentina. En su extensa obra se incluyen cuentos novelas y ensayos. En esta oportunidad fungió como presidenta de la decimocuarta edición del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar. Entre los premios y otros reconocimientos merecidos figura el Casa de las Américas 1969. Tanto ella como su esposo Noé Jitrick tuvieron amistad con el autor de Rayuela.
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