Por Marco Antonio Moreno
Una eventual normalización con Estados Unidos sólo podrá alcanzarse luego de un proceso largo y difícil, afirman las autoridades cubanas. Lo que ha logrado el restablecimiento de relaciones diplomáticas a un año de anunciarse es poco más que crear un canal de diálogo fluido entre las partes sin que casi ninguna de las medidas de carácter agresivo contra Cuba haya sido suprimida por Washington. Un paso positivo pero muy lejos de reparar las principales afrentas que configuran la política de ese país hacia Cuba.
Un ejemplo de lo complejo del proceso es la crisis política entre países centroamericanos que ha creado el embotellamiento en Costa Rica y en la frontera de ésta con Panamá de aproximadamente 8 mil cubanos que esperan llegar a Estados Unidos.
Como editorializaba esta semana The New York Times, los privilegios migratorios únicos de que gozan los cubanos comienzan a crear problemas a Estados Unidos y a otros países, que en contraste tratan de una manera severa a los migrantes de los demás países, incluyendo niños. El diario añadió que la aplicación de la Ley de Ajuste Cubano es un obstáculo en el proceso de normalización de relaciones con Cuba y que si el Congreso no hace algo, Obama posee facultades ejecutivas para abstenerse de aplicarla.
La crisis estalló cuando en noviembre San José otorgó a los cubanos visas de tránsito y les abrió la frontera de Nicaragua sin contar con este país, lo que llevó a las autoridades nicaragüenses a devolverlos al otro lado y a declarar que no les permitiría de nuevo el paso. A la negativa se sumaron los gobiernos de Guatemala y Belice.
Casi todos habían comprado un boleto aéreo a Ecuador y, aprovechando la visa turística por tres meses que les otorgaba ese país hasta hace unos días, contrataban a una banda de traficantes que por entre 8 mil y 10 mil dólares per cápita los llevaba hasta territorio estadounidense.
Los isleños no van a trabajar en la pizca de frutas, el servicio doméstico, o los mataderos de animales, como la gran mayoría de sus congéneres centroamericanos o mexicanos que escapan hacia el vecino del norte de la miseria, el desempleo, la ignorancia, la ausencia de servicios públicos, o los desmanes de los cuerpos de seguridad y las mafias.
Lo suyo es cruzar, con todas las garantías, los puentes de la frontera común mexicano-estadounidense y llegar a las garitas de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos pasaporte cubano en mano. A diferencia de los migrantes del resto del mundo, en poco tiempo tendrán en sus manos la green card, ninguna autoridad los perseguirá y recibirán al año y un día el derecho automático a la residencia en la potencia del norte. Son algunos beneficios que les otorga la Ley de Ajuste Cubano de 1966.
Es el premio que Washington reserva a los cubanos –casi todos bien instruidos o con preparación técnica– siempre que viajen ilegalmente hasta su territorio, o deserten de misiones gubernamentales, científicas, deportivas o artísticas. Eso sí, deberán solicitar asilo político sin que nadie les pida demostrar la presunta –y por demás inexistente– persecución de que fueron objeto en la isla.
Estados Unidos ha utilizado el tema migratorio como arma política contra Cuba desde 1959. Recibió a los asesinos, torturadores y malversadores de la dictadura de Batista que huían de la justicia revolucionaria y llegaban ilegalmente a sus costas. Ni ellos ni los bienes robados le fueron devueltos nunca a Cuba.
Luego Washington estimuló el éxodo de la burguesía, de sectores de la pequeña burguesía y profesionales universitarios, con el propósito de desangrar a la isla de talentos.
Esta migración cobró cada vez más un carácter económico. Como dicen muchos de los cubanos entrevistados en Costa Rica y Panamá, su motivación para el viaje es comprar un carro, tener una vida mejor, vivir mejor.
Quién podría negar que estas sean razones legítimas para viajar aun cuando todo se reduzcan al final a disfrutar aunque sea un pedacito del ideal consumista. En Cuba, abierta al turismo masivo y con cientos de miles de cubanos viajando anualmente, ejerce importante influencia el sentido común neoliberal, incluyendo en primer término el consumismo desenfrenado.
Es este estado de cosas el que empuja a los cubanos a marchar a Estados Unidos, que, a la vez, continúa aplicando el bloqueo, causa principal por la que Cuba no puede tomar la senda del desarrollo económico.
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